Pidió a la Justicia que le quiten del DNI y de su acta de nacimiento el apellido paterno. El motivo es que su progenitor abusó de ella entre los 3 o 4 años y hasta los 8 u 11. Ahora, a los 35 años, eligió llevar los apellidos de su madre y de su abuela, y se llama Ivana Puel Catriel. Para ella es una reivindicación en dos sentidos: feminista y mapuche, un homenaje al origen de su abuela y su madre. Iniciar el juicio fue una decisión que tomó después de un largo proceso en el que tuvo que ordenar una serie de recuerdos borrosos y encontrar compañía cuando todos le decían que eso que ella pedía “era imposible”. La Justicia falló a su favor en noviembre y ahora espera el documento con la rectificación de su nombre.
Ivana recordaba el billete de un peso, pero también billetes de la moneda anterior, los australes. Recordaba que su progenitor le había exigido que guardara el secreto, que nadie podía enterarse. Durante los abusos, ella esperaba que alguien apareciera o lo contrario, que no apareciera nadie para evitar la vergüenza o el castigo. Las escenas volvían en sueños. A los 18 años decidió irse de la casa en la que se había criado. La única manera fue rendir todas las materias del secundario y elegir una carrera. Partió a Mendoza. Después se instaló en la capital de Neuquén para estudiar Química. A la casa de sus padres, en Cutral Co, solo volvía de visita.
“Y en una de esas visitas -contará Ivana a elDiarioAR- discutí con esta persona”. No se referirá a él ni como “progenitor”, mucho menos “padre”, tampoco por el nombre. Ivana tenía 22 años cuando se cruzó con su abusador. Sigue: “Él era un provocador, más cuando estaba alcoholizado. Maltrataba a toda la familia, pero sobre todo a mi mamá y a mí. Nunca dejó de violentarnos. A mí siempre me dijo que era una puta, por ejemplo. Y esa vez, cuando estaba de visita, volvió a decirmelo y lo enfrenté. Tuvimos una discusión muy fuerte. Le dije que yo sabía por qué me decía que era una puta, que no me había olvidado lo que él me había hecho. Porque además en un momento yo también me creí esa historia. Me quiso pegar”.
Ivana estaba sola con su abusador en la casa de la infancia, pero ya no era aquella nena que se sentía obligada a callar. Tenía una pinza en la mano y estaba dispuesta a lo que fuera para defenderse. En medio de la discusión, alcanzó a enviarle un mensaje de texto a su hermano y le pidió que volviera urgente. Al llegar, el hermano desarmó la escena y le preguntó qué había pasado. Esa fue la primera vez que Ivana pudo contar que su padre la había agredido sexualmente durante la infancia. “Mi hermano se puso muy mal. Se sintió muy culpable, se reprochaba no haberse dado cuenta. Su reacción no me ayudó. Ahí empezó otro proceso porque… Si había generado esa reacción en él, ¿qué le pasaría al resto de mi familia?”, dice Ivana.
La pregunta es, digamos, obvia: ¿por qué no denunció a su progenitor por los abusos cometidos durante su infancia? Responde Ivana: “Pienso que no tenía las herramientas para hacerlo ni conocía mis derechos. Mis sentimientos fueron muy fuertes en la adolescencia. Me sentía frustrada porque nadie se había dado cuenta. ¿Y si no me creían? Tenía mucho enojo, mucha bronca. Tampoco sentía que mi familia me apoyara”. Ivana buscó ayuda terapeútica. Le fue mal: sin prepaga y en el sistema público de Salud, terminaba en consultorios donde le decían que ya era tarde, que debía haber hablado antes, que quizás había sido culpa suya o que vaya y denuncie un hecho que había ocurrido más de diez años antes.
No lo denuncié porque no tenía las herramientas para hacerlo ni conocía mis derechos. Me sentía frustrada porque nadie se había dado cuenta. ¿Y si no me creían?
Pasó tiempo. Se recibió de Técnica en Química, empezó a trabajar dando clases. Se acercó al feminismo, fue a encuentros de mujeres. Tuvo un noviazgo largo que terminó con la pandemia. Para abril de 2020, hace casi dos años y cuando empezaban las restricciones por el virus, dio con una psicoanalista a través de la Red de Psicologues. Quería revisar por qué no podía vincularse de una manera saludable con otros y con su cuerpo, pero muy rápidamente habló de su apellido. Su apellido le molestaba. “Lo que te pica, ¿viste? Algo que no te podés rascar, que no te podés sacar”, vuelve Ivana.
Y entonces los billetes, el secreto, las amenazas veladas. Ivana empezó a desandar el camino y cuando pudo ordenar esas escenas de la infancia y darse cuenta de que había sido violentada, decidió que no denunciaría penalmente a su padre. Al cabo, dirá, el hombre tiene 77 años, los abusos ocurrieron hace dos décadas y debería exponerse a la pericia, a ofrecer su testimonio, a demostrar algo que sucedió en el ámbito privado. Desistió de la idea. Pero: el apellido.
“Empecé a averiguar si podía sacarme el apellido. Todos me decían que no se podía. Desde Internet hasta las agrupaciones feministas. Yo pensaba en la Ley de Identidad de Género, me preguntaba por qué mi historia no aplicaba ahí. Me decían que fuera a la Fiscalía, al Registro Civil. Hubo abogados que directamente me dijeron que era imposible. Otros que me decían que sí y no respondían más. Cuando me preguntaban los motivos… Si había confianza lo contaba, pero si no, no”, sigue Ivana. Una posible solución estaba cerca: alguien en la familia de su pareja conocía a una abogada que había logrado la rectificación del apellido en el caso de una menor de edad. En cuanto pudo, Ivana contactó a Belén Alfonso, quien la acompañó en todo el proceso.
En junio del año pasado, Ivana inició un reclamo en la Justicia. La carátula: “Cambio de apellido por causa justa”. No tuvo que prestar declaración. Su abogada detalló en un documento los motivos por los que Ivana quería avanzar con su deseo. También presentaron un informe de las dos psicoanalistas que la acompañaron. El apellido paterno es “un sello que arrastra y que conlleva marcas en su subjetividad y en cuerpo siendo necesario la desafiliación”, señalan, entre otros argumentos. Hubo un aporte de testigos y una resolución a su favor comunicada vía Zoom. La jueza de Familia de Cutral Co, Silvina Arancibia Narambuena, dijo que lamentaba mucho que la Justicia no la haya acompañado cuando ella lo necesitaba.
Las violencias en el ámbito doméstico contra niños, niñas y adolescentes no son casos aislados en la Argentina. El año pasado, en Ministerio de Justicia y UNICEF presentaron un informe sobre el periodo 2020-2021 con datos alarmantes. Respecto al abuso sexual en menores de edad, se registraron 3.219 víctimas; la mayoría, mujeres. El 36% fueron agredidos en el hogar y el 74,2% de las víctimas fueron violentadas por alguien de su entorno cercano o ámbito de confianza. En el 81% de los casos, los agresores son varones. En el ámbito familiar, el 44,4% de las víctimas niñas, niños y adolescentes fueron agredidas por su padre o padrastro.
Cierra Ivana: “Sé que hay muchas personas que pasaron o están pasando por lo mismo que viví yo. Les diría que respeten el proceso, que se rodeen de gente que no cuestione sus decisiones y que tampoco les importe entenderlas. Para mí esto es el final de un camino que fue muy difícil y necesité apoyo. Hoy tengo dos apellidos que tienen su propia carga histórica. Mi mamá y mi abuela han sido violentadas en tiempos donde las violencias estaban invisibilizadas. Estoy tranquila y en equilibrio. Y los llevo con orgullo”.
VDM/SH