Cristian y Eliana son un matrimonio hace seis años. Viven en la zona norte del conurbano bonaerense. Tienen 38 y 33 años, respectivamente. Hace poco lograron una independencia económica que antes no tenían y creen que sumar un integrante a su familia es un costo que implicaría un ajuste. Pero no es una decisión únicamente económica; ella empezó a estudiar hace dos años y no se imagina lograr un equilibrio entre lo laboral, lo académico y la maternidad. Mariela y Ricardo están cerca de los 40, conviven en el oeste del conurbano, en San Justo. Nunca les atrajo la idea de sumar criaturas a la vida que tienen armada. Son una pareja que disfruta de viajar, conocer lugares nuevos y creen que la descendencia no ayudaría a esos planes. Vani no quiere ser madre simplemente porque no lo desea y coincide en ese deseo con su pareja, Adriana, con la que está casada hace cuatro años y convive en el barrio de Almagro. Yani y Agustín son de un pueblo pequeño de Entre Ríos. Ya lo conversaron: no van a tener hijos. Ella no se imagina gestando, pariendo ni maternando.
Son parejas casadas o que están juntas pero sin planes de reproducción a la vista, en las que el sexo es simplemente recreativo. No es algo nuevo: en Estados Unidos a este modelo familiar lo llaman, desde 1980, DINKS, “Dual income, no kids”. La traducción del acrónimo en español sería: “Doble Ingreso, Ningún Hijo”. En general tienen entre 25 y 45 años y disfrutan de cierta estabilidad económica y financiera, un estilo de vida centrado en el tiempo de ocio de calidad y/o simplemente su deseo no es maternar y paternar.
Aunque no son una novedad, la mirada de algunos Estados y gobernantes pareciera estar puesta sobre ellos y ellas. Hace unos días la vicejefa de gobierno porteño, Clara Muzzio, compartió en X su preocupación por este tema planteando una falsa dicotomía: “En la Ciudad de Buenos Aires mueren más (personas) de las que nacen y hay más perros que niños. Esto no puede ser bueno”.
Detrás de las historias que hablan de decisiones personales internas y/o atravesadas por factores externos como el económico; late un fenómeno de larga data y a nivel global: el descenso de las tasas y las tendencias de fecundidad. Sin embargo, cada vez que aparece este tema en la conversación pública las posiciones se bifurcan a tono con la polarización de la época: la superpoblación inminente que produciría un colapso por desabastecimiento o bien la despoblación catastrófica que pondría fin a la humanidad. “Sin nacimientos no hay futuro”, decía otro de los tuits de Muzzio.
En Argentina, el promedio de hijos e hijas por mujer ha disminuido significativamente: pasó de 2,1 en 2001 a 1,4 en 2022, según el último Censo. Se calcula que nacen 260.000 bebés menos que una década atrás. Y no es sólo porque las parejas casadas deciden no procrear. También bajó la cantidad de familias numerosas: en 2001 había 1.533.421 mujeres con más de cinco hijos. En 2022, fueron 608.617. En un país donde cada noche un millón de chicos y chicas se van a dormir sin comer, ¿esta no debería ser una buena noticia?
Se trata de una tendencia de escala global: la fecundidad se ha reducido de un promedio de 5 nacimientos por mujer en 1950 a 2,3 en 2021, según el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) y se especula con que este número no debe bajar a 2,1 si la humanidad pretende renovarse de manera sostenible y equilibrada. La población mundial alcanzó una cifra récord de 8.000 millones en noviembre de 2022 y, según especialistas, el planeta se encuentra en un momento de transición demográfica en el que se ha pasado de niveles elevados de mortalidad y fecundidad a otros más bajos, una esperanza de vida mayor y una reducción de las muertes en edades tempranas.
Es cierto: se estima que para el año 2050, la población empezará a disminuir en el 75% de los países. Pero en rigor, la única región del mundo en la que se espera un descenso global de la población a corto plazo (entre 2022 y 2050) es Europa, donde se vaticina un crecimiento del -7%. Está previsto que la población de otras regiones (Asia Central, Sudoriental y Meridional, América Latina y el Caribe y América del Norte) siga aumentando, pero que llegue a su máximo antes de 2100.
Entonces, ¿debería ser una preocupación que las parejas elijan no procrear o las mujeres decidan planificar la cantidad de hijos e hijas que quieren parir?
Mariana Isasi es la jefa de la Oficina del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Argentina. Para ella “los cambios demográficos son habituales en las sociedades y el tamaño de cada población no es ni bueno ni malo. Sobre la caída de la tasa de natalidad por debajo del nivel de reemplazo, esta tendencia es la que muchas veces sienta las bases de los discursos que ven a este fenómeno global con preocupación. Pero también podemos pensarlo como parte de los avances en materia de acceso a la salud, la educación y a los derechos sexuales y reproductivos”.
Un dardo contra el feminismo
Detrás de los números, están las historias pero también tramas de decisiones más libres e informadas sobre la salud sexual y reproductiva y los proyectos de vida, especialmente de las mujeres. La tendencia se inclina a una postergación de la edad del primer hijo o hija para quienes deciden ser madres.
En el país, la mayor cantidad de nacimientos desde 2021 al presente fueron de mujeres de entre 25 y 29 años, seguidas por otras en el rango de los 30 a los 34 años. Una década atrás la mayoría de los nacimientos ocurrían de mujeres de entre 20 y 24 años. Por otra parte, según un relevamiento de la consultora Voices de 2023, el 40% de las encuestadas considera que tener hijos es importante, pero no esencial, en tanto no es una opción o deseo importante para el 20% de las jóvenes. De hecho, 5 de cada 10 mujeres jóvenes (18 a 24 años) no muestran intención futura de convertirse en madres. El deseo de tener hijos aumenta ligeramente en las mujeres de nivel socioeconómico bajo (20%), mientras que disminuye en el nivel medio (14%) y, sobre todo, en el alto (8%).
Sin embargo, el tema de la baja de la natalidad es un dardo (entre otros tantos) que se dispara contra el feminismo, las tecnologías y las políticas de derechos sexuales y reproductivos. ¿No debería ser una buena noticia que haya menos maternidades forzadas?
A nivel nacional las políticas públicas que pusieron el foco en la información, el acceso a los anticonceptivos y la prevención de los embarazos no intencionales, como el Plan ENIA, desmantelado por el gobierno de Javier Milei, logró la reducción a la mitad de los embarazos adolescentes. Desde 2018, se registra el mayor descenso de la tasa de fecundidad en la adolescencia de los últimos 46 años. De acuerdo al último censo, el porcentaje de madres adolescentes -entre 15 y 19 años- tuvo una reducción muy pronunciada respecto de los resultados del censo anterior: pasó de 13,1% en 2010 a 6,4%.
“El embarazo en la adolescencia no solo afecta a las jóvenes individualmente, sino que también genera impactos socioeconómicos a nivel estatal y comunitario. El empleo precario o la desocupación son comunes entre las madres adolescentes, lo que contribuye a la inequidad social y de género”, explica Mariana Isasi.
No es el feminismo, es la economía
“La posibilidad de elegir, de planear cuándo y cómo ser padres o madres no erradica el deseo de las personas de tener hijes, incluso en las condiciones más adversas , sino que sólo lo hace más intencional. Cuando nos concentramos en la autonomía reproductiva como principal y casi única causa del declive en la tasa de la natalidad, pasamos por alto otra que sí es un problema urgente: los altísimos costos de dinero y tiempo, de la crianza y la maternidad. Si les millennials y centennials tuviéramos seguridad y estabilidad económica , acceso a la vivienda propia, si la educación y salud pública en Latinoamérica no fuera tan deficiente y la educación y la salud privada no fueran tan caras, quizás no le tendríamos tanto miedo a tener hijes. Quizás la culpa no es del feminismo sino del capitalismo neoliberal”, dice la periodista y escritora colombiana Catalina Ruiz-Navarro en uno de los capítulos de su último libro “Deseada. Maternidad feminista”, publicado por Grijalbo.
En esta misma línea, una encuesta de MassMutual en Estados Unidos encontró que casi un cuarto de los millennials y adultos de la Generación Z sin hijos planean seguir sin tenerlos por motivos económicos.
En Argentina la canasta de crianza que mide el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC) estimó, en su último cálculo, que para cubrir bienes y servicios necesarios para menores de 6 a 12 años, sumado a los costos de cuidado, una familia necesitó $454.000. En el caso de bebés de 1 a 3 años, se necesitaron $435.000. En relación al costo de la canasta de julio, la suba fue de 4,2%, al igual que la variación general de precios.
Y el costo es sólo la punta del iceberg de la crisis de los cuidados. “La baja de la natalidad está relacionada con factores económicos, sociales y culturales como la precarización laboral, la dificultad para conciliar la vida familiar y el trabajo, el alto costo en la crianza, la ausencia de redes y/o apoyo a las familias para el cuidado. Es importante abordar esta situación desde una perspectiva integral que tenga en cuenta todas sus causas y promueva políticas públicas que apoyen a las familias y faciliten la decisión de tener hijos/as”, dice Isasi.
La migración como respuesta
Ni falsas dicotomías que comparan perros con hijos, ni mensajes catastróficos, ni posicionamientos etnonacionalistas que importan preocupaciones de otras latitudes, la humanidad misma pareciera ya estar dando respuesta a su propia supervivencia. La población no es estanca, se mueve, se desplaza cada vez más. Desde la década de 1970, muchas partes del mundo han registrado tasas de fecundidad negativas sin que eso haya implicado una reducción de la población total. La migración fue el antídoto. De hecho, se cree que este es el único factor que impulsará el crecimiento demográfico en los países de ingreso alto.
“Según distintos informes del Estado de Población de UNFPA, la llegada de inmigrantes jóvenes, en edad reproductiva, puede compensar parcialmente la disminución de la natalidad en los países receptores, especialmente aquellos con poblaciones envejecidas. También pueden dinamizar la economía al impulsar el crecimiento económico y la productividad. Esto puede tener un efecto positivo en países con baja natalidad ya que la escasez de trabajadores puede frenar el desarrollo. La inmigración puede ser una herramienta valiosa para abordar los desafíos demográficos y económicos asociados con la baja natalidad. Sin embargo, es crucial implementar políticas de inmigración bien planificadas”, explicó Mariana Isasi.
Está estudiado que la conversación sobre las tasas o tendencias de fecundidad provocan una sensación de “ansiedad demográfica”, un temor, fundado o no, que surge del tamaño de la población, del cambio demográfico. Una nueva ansiedad que se suma a un listado infinito de ansiedades epocales: el cambio climático, las pandemias, los conflictos armados, la precariedad de la vida y la incertidumbre económica. En vez de discutir decisiones personales o de las parejas, cifras y cantidades, la mirada debería estar puesta en algo más básico que todo el mundo debería desear casamiento mediante o no, con o sin descendencia: bienestar, tiempo para disfrutar y calidad de vida.
FA/DTC