Una noche de fines de los 90 Sandra Cabrera escapa de una mujer casi 20 años mayor que ella. Están a una cuadra de la Terminal de Ómnibus, en una de las zonas rojas de Rosario. Sandra va a cumplir 30 y es rápida arriba de los tacos. Trabaja en la calle desde hace una década y está acostumbrada a escapar, correr y esconderse de todas las divisiones de la Policía santafesina. Esta vez no corre, camina rápido. La ignora, se hace la mala, se va a otra esquina. La mujer insiste.
—Mirá que nosotras en Buenos Aires no vamos más presas.
Sandra frena, la mira, se presentan.
La mujer se llama Elena Reynaga y Sandra ya la conoce. Es la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar). Desde hace unos meses recorre el país con preservativos, folletos y una misión: que el sindicato de trabajadoras sexuales nacido en la ciudad de Buenos Aires a mediados de los noventa sea federal y tenga filiales en todas las provincias. Cada vez que llega a una ciudad hace lo mismo. Va a las zonas rojas y busca entre las prostitutas una con pasta de dirigente. Y Elena sabe, todas se lo dijeron, que en Rosario esa pasta la tiene la sanjuanina Sandra Cabrera.
Rock y Gilda
Sandra llegó a Rosario desde San Juan apenas comenzaba la década del noventa. Quería juntar plata para pagar la operación de pies de uno de sus dos hijos. Ya era prostituta. Había empezado cuando se separó del padre de los chicos. Apenas migró buscó una esquina en el centro de Rosario. Después fue a la zona Terminal de Ómnibus, a la cortada Quintanilla y San Lorenzo. En esa esquina se hizo amiga de los vecinos y la compartió con su comadre Claudia Lucero durante 10 años. Hablaban durante horas entre cliente y cliente, salían a bailar, comían facturas calientes recién salidas de la panadería y escapaban de cada patrullero para no ser detenidas.
—Hablamos por primera vez en el pasillo del Hotel Cantábrico. Era el único lugar donde podíamos laburar porque el dueño arreglaba con la cana. En esa época caíamos presas todos los días. Era una semana en Moralidad Pública, la otra en la séptima, la otra en la sexta. Me las conozco como a mi casa a las comisarías. Nos daban hasta 40 días. Con Sandra en el hotel cruzábamos un hola y nada más. Yo siempre de ahí me iba a las bailantas de cumbia. Sandra era más rockera, aunque era devota de Gilda. Un día yo estaba sola porque ninguna de mis amigas quería ir y la invité al baile. Ahí nos hicimos uña y carne. Y ella me invitó a trabajar a su esquina.
Cuando nació Macarena, la tercera hija de Sandra, Claudia se convirtió en su madrina. Las hijas y los hijos de las putas se criaban juntos. Entre las madres organizaban los cumpleaños. Trabajaban toda la noche para pagar la torta, los regalitos y la piñata. Salían en las fotos sonrientes con ojeras y maquillaje corrido. Y también cuidaban los chicos cuando alguna caía presa.
—El día que la mataron yo no había ido a trabajar porque estaba indispuesta. Nunca me lo voy a perdonar. Siempre pienso en qué hubiera pasado. Ella estaba contenta porque se iba a Córdoba de vacaciones con la Paola.
“Ofensa al pudor”
Hay una imagen recurrente. Sandra en la motito, a veces sola, a veces con Macarena, recorriendo las zonas de trabajo sexual callejero repartiendo volantes y preservativos. Sandra dando educación sexual integral en las esquinas antes de que existiera una ley.
Las primeras reuniones de la incipiente seccional Rosario de Ammar se hicieron en un bar de la zona de la Terminal. Elena Reynaga viajaba cada dos semanas para formar a las que se animaban a participar. Las prostitutas participaban un rato, agarraban los preservativos y volvían a trabajar. Sandra era la única que se quedaba. Charlaba con Elena, la escuchaba atenta, fantaseaba con la derogación de las tres contravenciones que permitían a la Policía detenerlas: ofensa al pudor, prostitución escandalosa, travestismo. En 2003 presentaría el primer proyecto en la Legislatura provincial para eliminarlas y empezarían las amenazas.
—Cuando caminaba era como que decía “acá vengo yo”. La quise mucho porque cuando nosotras estábamos paradas en la esquina, nadie nos daba bola. Ni la sociedad, ni la familia, ni nadie. Un día me dijo que quería armar un sindicato. Yo trabajaba en la zona oeste, cerca del Village y pensé que estaba loca. Y lo armó nomás, en el 2000 abrió la oficina.
Myriam Auyeros es la actual secretaria general de Ammar Rosario y una de las amigas de Sandra. Tiene un vozarrón y es una narradora de la historia de las putas. La oficina estaba en el primer piso de la CTA, donde hoy funciona ATE Rosario. La primera vez ella entró a visitar a Sandra sintió vergüenza. Nunca había estado en un lugar lleno de trabajadores y trabajadoras organizados.
Nosotras nos sentíamos sapo de otro pozo, lo nuestro era la noche, pero en la CTA nos trataban como iguales
—Nosotras nos sentíamos sapo de otro pozo, lo nuestro era la noche, pero ahí nos trataban como iguales. Cuando me enteré que la mataron me agarró una locura y empecé a los gritos. Mi nene, el más chiquito, me miró y me preguntó: ¿Y ahora quién me va a dar las monedas de un peso? Cada vez que él iba conmigo al sindicato la Sandra le daba una moneda de un peso.
Denuncias contra la policía
La primera nota que le hicieron a Sandra en los medios de Rosario fue en diciembre de 2001, en el diario El Ciudadano. En plena crisis, piquete y cacerola, pedía bolsones de alimentos para las prostitutas que no tenían para comer. Los consiguió para navidad. Después vino la gestión de los planes jefas y jefes de hogar para 50 compañeras.
La nota la escribió la periodista Mariela Mullhall y fue también quien le hizo la última, dos días antes de que la mataran. Sandra había llegado al diario un sábado por la tarde con una compañera. Venían de denunciar en Tribunales a Moralidad Pública. Ya en septiembre de 2003 habían removido a la cúpula cuando Sandra denunció en los medios que les cobraban coimas de 50 pesos para dejarlas trabajar. Esta vez, había pasado lo mismo.
Sandra siempre prefirió el trabajo sexual callejero al de los boliches, cabarets y whiskerías. En la esquina la ganancia era toda para ella. Cuando se convirtió en secretaria general de Ammar, una de las causas que más militó fue la denuncia de las condiciones de trabajo en los privados. Se metía de prepo y juntaba pruebas de que ahí adentro había trata de menores y acuerdos con la policía. Más de una vez la sacaron a los golpes.
La pelea con la policía era cotidiana. Sandra quería terminar con las detenciones. En 2003 empezaron las amenazas: a ella por la calle y por teléfono, al sindicato, contra Macarena. Le pusieron custodia policial, que estuvo en la puerta de su casa hasta cuatro días antes de ser asesinada.
En un programa de televisión de diciembre de 2003 dijo que había muchas prostitutas que salían con policías y que ella no entendía por qué, cuando eran los primeros que las explotaban. Hacía más de un año que estaba enamorada de un policía de la Federal, de la división de Drogas Peligrosas. .
La vendetta
El 26 de enero de 2004 hacía mucho calor. Esa noche Sandra salió a trabajar. Pasó por el quiosco en el que siempre hacía base, compró gaseosa y un palito bombón helado. Se paró en la esquina de trabajo con Paola, amiga, compañera de esquina y de vacaciones. Se habían apoyado en una columna, dándose la espalda. Eran eso de las 3.30 cuando un tipo se le acercó.
—Ya vengo— le dijo Sandra, y se fueron caminando para el lado de Iriondo.
Paola declaró varias veces que no le vio la cara al supuesto cliente. Su testimonio aparece varias veces en la causa y siempre la misma respuesta: no le vi la cara y no podría reconocerlo de espaldas.
Días después la kiosquera de la esquina de Cafferata y San Lorenzo declaró que esa noche Sandra se fue con el de Drogas Peligrosas. Que estaban charlando y ella le dijo “ahí está Diego”, y se fue. Fue la última que la vio viva.
La primera autopsia indicó que la mataron entre las dos y las cinco de la mañana de un tiro en la nuca. La segunda fue más precisa: 5 de la madrugada. Recién a las 08.15 se registró el primer llamado denunciando un cuerpo en la puerta de una casa en Iriondo al 600.
El cuerpo de Sandra Cabrera estaba a dos cuadras de la esquina donde trabajaba. Boca arriba, con los pantalones y la bombacha bajos y un tiro en la nunca. En la escena había un envoltorio de preservativo Camaleón y una colilla de cigarrillo. Nadie barajó la posibilidad de que la haya matado un cliente. La certeza se expandió como la noticia de su muerte: a Sandra la había matado la Policía.
Un crimen impune
El expediente de la investigación del crimen de Sandra Cabrera no está en los Tribunales provinciales de Rosario. Hace ocho años quedó guardado en un sindicato, el mismo donde estuvo la primera y única oficina de Sandra.
La guardiana del expediente se llama Liliana Leyes, dirigente de ATE. Con Sandra compartieron el día a día en las oficinas, aprendió de ella sobre la situación de las prostitutas y cuando la mataron, estuvo en cada reclamo por el esclarecimiento del crimen. En esas conversaciones cambió su mirada sobre la prostitución y los derechos de quienes la ejercen.
—Tenía una voz gruesa y un lenguaje distinto al de cualquier ama de casa, el lenguaje que aprenden las compañeras en la calle. Era un cuadro impresionante, incondicional con sus compañeras, las cuidaba mucho. Le dio un aire distinto a la CTA tener a Ammar acá. Se cayeron muchos prejuicios. Convivíamos y salíamos juntas a la calle.
El expediente es un testimonio de época: la convivencia entre la máquina de escribir, el manuscrito y las primeras computadoras. La mala calidad de las fotos, la poca circulación de celulares, la inexistencia de cámaras de seguridad. Muestra las detenciones sistemáticas de las mujeres y travestis que trabajaban en la noche, del ninguneo de la Policía y de la violencia institucional. Evidencia cómo era aceptable dar de baja una investigación por considerar que los testimonios de trabajadoras sexuales eran “frágiles, que pertenecen a personas con actividades callejeras que transcurren las madrugadas con un itinerario errante, que no pueden otorgar datos certeros”.
Es también un perfil de Sandra: muestra a una mujer compleja, madre, laburante y solidaria, que se metía en las comisarías a repartir volantes del sindicato entre las putas detenidas. Una sanjuanina de carácter fuerte, que más de una vez golpeó la puerta de la casa del papá de su hija lista para irse a las piñas. Una dirigente sindical mediática, con conciencia de clase, enamorada de un cana. También es una denuncia permanente del abuso policial y de poder, del circuito de la droga y la caja negra, de las complicidades y relaciones personales entre trabajadoras sexuales y policías.
La mañana del 27 de enero de 2004 la causa judicial quedó a cargo del juez Carlos Carbone y el fiscal Ismael Manfrín. Carbone siguió desde un primer momento las huellas de la Policía en el crimen, con el foco en Moralidad Pública y las últimas denuncias de Sandra contra la dependencia.
La investigación decantó en Diego Víctor Parvluczyk, del área de Drogas Peligrosas de la Policía Federal. La fuerza nacional convivía con Moralidad Pública y las comisarías 6º y 7º en la zona de trabajo sexual de la Terminal. Todas se disputaban los negocios de la zona y el avasallamiento a los pocos derechos que tenían las putas.
A mediados de 2004, Carbone lo procesó. El policía federal estuvo detenido cuatro meses. Lo liberaron en noviembre de ese año, por resolución de la Sala I de la Cámara Penal, integrada por Ernesto Pangia, Eduardo Sorrentino y Alberto Bernardini, que consideró que las pruebas contra él no eran suficientes y que los testimonios de las trabajadoras sexuales no eran válidos.
Carbone fue recusado meses más tarde. En 2007, el juez de Instrucción de la 10° Nominación, Alfredo Ivaldi Artacho, dictó el sobreseimiento del único imputado y detenido por el delito de homicidio agravado por alevosía contra Sandra Cabrera. En los años siguientes no hubo otras líneas de investigación y la causa quedó impune.
Te llevo en la piel
Macarena se tatuó por primera vez en la adolescencia. Se hizo en la espalda un círculo con flores, una S y una fecha: 27-01-04. Tenía 8 años cuando mataron a su mamá. Ella estaba en Mendoza. Sandra había conseguido un lugar para que viajara con un grupo de boy scout. El 27 de enero a la mañana el coordinador la separó del grupo y le dijo que tenía que volver a Rosario. Todo el viaje Macarena repetía en su cabeza. “Si mi mamá no se murió, a mi mamá la mataron, si mi mamá no se murió a mi mamá la mataron”.
Era chica pero sabía de las amenazas. Sentía el peligro. Después quedó a cargo de su abuelo, la mandaron a San Juan, se escapó, volvió a Rosario, sufrió violencia intrafamiliar, se escapó de nuevo, se fue a vivir con Claudia mientras Liliana la seguía de cerca e intentaba conseguirle una casa. Estuvo una década en una relación violenta. Tuvo cuatro hijos. Hace dos años logró separarse y ahora vive en una casa en la periferia de Rosario con los chicos. Está juntando plata para abrir un quiosco. Cuando ve las pocas fotos que hay de su madre se ve físicamente distinta, pero se reconoce en la mirada. Desde que está sola con los chicos la entiende más.
AB/MG
Esta nota fue realizada a partir de la investigación de Laura Hintze y Arlen Buchara para el podcast Matar a una puta sindicalista.