Al profesor Rasmus Nielsen a menudo le toca hacer de Pepito Grillo. Como director del Instituto Reuters para el estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford, Nielsen examina desde 2010 la digitalización que ha cambiado los medios, sus redacciones, sus fuentes de ingresos y sus retos de manera acelerada. Con los datos en la mano, el profesor y respetada voz del estudio riguroso del periodismo en el mundo se topa a menudo con la complacencia o incluso la negación de la realidad de algunos gestores de medios.
A través de la investigación y las encuestas a ciudadanos y periodistas, su trabajo da testimonios de dos décadas turbulentas con espíritu crítico y todavía cierto optimismo. Dice admirar la capacidad de recuperación y el gran periodismo que muchos son capaces de hacer pese a las múltiples crisis. Su libro más reciente es Avoiding The News, un ensayo del que es coautor sobre las audiencias que evitan las noticias en tres países, incluido España. Una de sus inquietudes es la creciente desigualdad informativa porque las personas menos informadas están dejando de ser prioridad para los medios.
El Instituto Reuters acaba de publicar su informe anual sobre el estado de la prensa en 47 países. El informe más esperado sobre la percepción y el uso de la información en el mundo ha crecido en influencia de su primera publicación en 2013 en paralelo a la revolución digital. Este año aventura un nuevo momento de cambio mientras las plataformas que han sido el principal vehículo de información se dedican menos a las noticias y están cayendo en picado como puerta de entrada para medios que aspiran a llegar a la audiencia de manera más directa, aunque sin un camino claro. Crece el peso de los individuos con una audiencia suficiente como para tener ingresos que les permiten mantenerse y descolocar a los medios. Son los llamados influencers, a menudo hombres, a veces muy partidistas.
Ell interés por las noticias ha bajado 33 puntos desde 2015. En el último año, ha crecido el número de personas que dicen que evitan de manera activa las noticias y las que se sienten abrumadas por la cantidad de información, que son el 44% de los encuestados, es decir, 18 puntos más que en 2019.
Después de 14 años en Oxford, Nielsen vuelve este otoño a su Dinamarca natal para dar clase de Comunicación en la Universidad de Copenhague y seguir la investigación sobre inteligencia artificial con el Instituto Reuters. Empezamos esta conversación, editada por longitud y claridad, mirando hacia atrás, a su primer informe.
En su primer ensayo del informe de 2013, mencionaba que las implicaciones de la revolución digital para la democracia estaban por ver. ¿Cuál es su valoración desde entonces?
Han sucedido dos cosas: una casi universal y la otra no tanto. Lo que es casi universal es que ha aumentado el papel de las preferencias de las personas sobre los medios con los que interactúan. Esas preferencias están distribuidas de manera muy desigual, lo que conduce a una situación de mayor desigualdad en la información, no porque la gente no tenga acceso a la información, sino porque la que consume noticias activamente es cada vez más una parte relativamente pequeña del público, la que tiende a ser rica, muy formada, mayor y políticamente comprometida. Y, con el giro hacia los modelos de pago, los editores tienen cada vez más incentivos para atender a esa parte de la gente. Estamos viendo un desarrollo gradual hacia una mayor desigualdad de información.
No se debe a la falta de acceso, sino a las elecciones de las personas y a las estrategias de los editores, aunque todavía hay algunas partes del noroeste de Europa con una combinación única de emisoras de servicio público y formas de periodismo populares, por ejemplo, en Noruega.
La fuerza que contrarrestaba esta tendencia hacia una mayor desigualdad informativa eran las redes sociales, donde las personas que no buscaban activamente noticias las encontraban. Ahora que eso está disminuyendo, esta desigualdad se está acelerando. Y es algo que encuentro muy preocupante. Es como la participación en las elecciones. La gente puede tener el derecho a votar, pero importa en la política que la gente no use ese derecho o qué perfil lo usa. Estamos viendo una mayor desigualdad alineada con divisiones entre partes relativamente más privilegiadas de la población y partes relativamente menos.
La gente que consume noticias activamente es cada vez más una parte relativamente pequeña del público, la que tiende a ser rica, muy formada, mayor y políticamente comprometida. Y con el giro hacia los modelos de pago, los editores tienen cada vez más incentivos para atender a esa parte de la gente. Estamos viendo un desarrollo gradual hacia una mayor desigualdad de información
¿Y la tendencia no universal?
Desde 2013, hemos visto en algunos países la emergencia de un tipo de político que tiene una prehistoria en Berlusconi, muy orientado a los medios, populista, autodenominado anti-establishment, incluyendo anti-medios, la forma de política que encarnan Donald Trump y, de una manera diferente, Boris Johnson… España ha tenido sus propias experiencias más de izquierda; otros ejemplos son AMLO en México, o Duterte en Filipinas.
Pese a que hay muchas diferencias entre ellos, muchos de estos políticos han convertido a los medios en “el enemigo”, usan medios digitales para hablar a gran escala y al mismo tiempo eludir los controles editoriales. Los medios de comunicación todavía los cubren sin parar y les dan mucho tiempo en antena, pero no necesariamente son capaces de exigirles cuentas de la misma manera que antes, en parte porque estos políticos no necesitan a la prensa como en el pasado.
Es preocupante en aquellos casos en los que estas figuras son antidemocráticas, como en el caso de Trump, con sus mentiras sobre el resultado electoral, su incitación a la violencia y su relación con los insurrectos del 6 de enero. En otros casos, es importante no confundir el descontento popular con figuras del establishment con una crisis democrática. Necesitamos recordar que si la gente está descontenta con el sistema a veces tiene motivos para estarlo. Y no todos los desafíos al establishment son necesariamente antidemocráticos.
Muchos políticos han convertido a los medios en “el enemigo”, usan medios digitales para hablar a gran escala y al mismo tiempo eludir los controles editoriales. Los medios de comunicación todavía los cubren sin parar y les dan mucho tiempo en antena, pero no necesariamente son capaces de exigirles cuentas de la misma manera que antes, en parte porque estos políticos no necesitan a la prensa como en el pasado.
En cuanto al informe de este año, hay pocos puntos positivos. ¿Hay alguna buena noticia para el periodismo?
Cuando escribí ese primer ensayo en 2013, había una parte de la industria editorial y de la profesión periodística que creía que el juego había terminado, que el futuro de la publicación online iba a consistir en videos de gatos y de sandías, listas y artículos sobre de qué color es un vestido, que lo que tendría éxito sería cualquier cosa que funcionara bien en las redes sociales, y que los editores esencialmente tendrían que elegir entre inclinarse hacia eso o perecer. Ahora sabemos con certeza que no fue así.
Y tanto que no…
Tenemos casi el desafío opuesto: las publicaciones que están teniendo éxito comercial son, a menudo, representativas de tipos de periodismo que a los periodistas les gustan y respetan. Pero también debemos reconocer que se trata de publicaciones de alto nivel, orientadas a las élites, que sirven a una parte del público de mediana edad, adinerada, muy educada y políticamente comprometida, a menudo urbana. Lo hacen de una manera que es lucrativa. Y eso es genial para los editores, me alegra de que puedan ganarse la vida sirviendo a personas como yo, pero también debemos recordar que gran parte del público no es como yo. En ese sentido, es una marcha atrás respecto a los orígenes históricos de los periódicos... Siento un enorme respeto por los editores y periodistas involucrados en gran parte de esto, pero debemos reconocer que son buenas noticias para ellos y para personas como yo, pero eso no significa que sean buenas noticias para todos.
Al mismo tiempo, la publicación que más responde a ese perfil que menciona, el New York Times, nunca ha tenido tantos lectores, no sólo suscriptores.
Es un buen ejemplo. Y ha sido increíble verlo. A estas alturas el éxito del New York Times parece casi inevitable, pero hace 15 años, el New York Times tuvo que pedir un préstamo a Carlos Slim de 250 millones de dólares para mantenerse a flote. Ahora tiene la mayor redacción de su historia y hace un periodismo impresionante.
Pero debemos recordar que llegar a los 10 millones de suscriptores no compensa la increíble contracción de los periódicos regionales y locales en todo Estados Unidos, y que la audiencia combinada de los periódicos en Estados Unidos se ha reducido, si por audiencia te refieres a más que un visitante casual que se cruzó medio accidentalmente un sitio web una vez en el transcurso de un mes porque buscó algo y encontró una receta publicada por el Plain Dealer de Cleveland. Y el papel de los periódicos en la sociedad estadounidense ha disminuido mucho respecto a lo que era. La dinámica del mercado está muy clara: pocos ganadores, muchos perdedores. Los pocos ganadores habitualmente son títulos “de lujo”: el New York Times, el Financial Times en el Reino Unido, NRC en Países Bajos, el Sanomat en Finlandia… En España, El País, El Mundo, vosotros y alguno más.
Pero, pensando en España, aunque sea difícil comparar la cuenta de las personas que leían un periódico impreso y las que ven tal vez de pasada una noticia en un enlace, diría que ahora cada vez más personas están más informadas…
Es muy difícil medir si la gente está mejor informada. No hay ningún tipo de consenso científico sobre cómo hacer esto. Incluso si lo hubiera, es muy costoso hacerlo a escala y de manera consistente. Pero hasta que se demuestre lo contrario, deberíamos pedir más evidencias a quienes dicen que las personas están peor informadas hoy que antes. En muchas áreas sabemos que la gente está mejor informada que en el pasado. Por ejemplo, el reconocimiento público generalizado del consenso científico sobre el cambio climático inducido por el ser humano, la increíble movilización de la gente en torno a la pandemia, y la aceptación de las vacunas que se desarrollaron a una velocidad vertiginosa. En muchas áreas tenemos evidencia que sugiere que las personas están bien informadas o incluso mejor que en el pasado, a pesar de los problemas de desinformación.
En muchas áreas sabemos que la gente está mejor informada que en el pasado. Por ejemplo, el reconocimiento público generalizado del consenso científico sobre el cambio climático inducido por el ser humano, la increíble movilización de la gente en torno a la pandemia, y la aceptación de las vacunas
Me sorprendió en su encuesta sobre inteligencia artificial que una parte del público piense que los medios utilizamos imágenes y textos hechos con IA de manera habitual, cuando no lo hacemos.
Hay muy poca confianza en general. Pero al mismo tiempo, este año, hemos hecho preguntas a la gente sobre cómo cree que los medios responden a sus diversas necesidades.
En España, el 63% dice que los medios informativos hacen muy o algo bien su trabajo para mantenerles al día, y sólo el 8% dice que lo hacen mal. Sobre si las noticias te ayudan a aprender sobre cosas, el 55% dice que los medios hacen un buen trabajo; sólo el 10% dice que es muy o algo malo. Desde el punto de vista de gran parte del público, muchas de las necesidades están siendo satisfechas por los medios.
Para aquellas personas que están preocupadas por las implicaciones políticas o democráticas de los cambios que estamos viendo en las noticias en nuestras sociedades en este momento, debemos recordar esto: desde el punto de vista de gran parte de la gente, no vivimos en una época de crisis de los medios, vivimos en una época de elección de medios. Vivimos en una época en la que las personas tienen acceso a una increíble abundancia de información, gran parte de ella de forma gratuita, procedente de muchas fuentes diferentes a las que es muy fácil acceder.
Cuando las personas no van directamente a sitios o aplicaciones de noticias, y mucho menos compran periódicos impresos, ven programas televisión o escuchan radio, no es porque no puedan. Podrían si quisieran, pero no quieren. Si bien hay muchas preocupaciones sobre la desinformación y la fiabilidad de la información y las plataformas, también hay un escepticismo saludable en muchos casos y vivimos en un entorno mediático mejor que el que teníamos en el pasado.
Desde el punto de vista de gran parte de la gente, no vivimos en una época de crisis de los medios, vivimos en una época de elección de medios. Vivimos en una época en la que las personas tienen acceso a una increíble abundancia de información, gran parte de ella de forma gratuita, procedente de muchas fuentes diferentes a las que es muy fácil acceder.
¿El peso de individuos, políticos o influencers haciendo información, a veces partidista, es una amenaza para los medios?
Es una amenaza para las organizaciones de noticias, en el sentido de que compiten con cada vez más proveedores. Por supuesto, es una presión para que las organizaciones de noticias tengan que sobresalir, destacarse en la economía de atención más competitiva que jamás hayamos tenido en la historia de nuestra especie. En ese sentido, es una amenaza muy clara para el sector.
¿Y para la calidad de la información?
Es una cuestión de qué quiere el público. Vamos a ver una mayor desigualdad en la información, en parte debido al tipo de cambios en el periodismo y a su lugar en la sociedad. Eso es preocupante. Pero debemos recordar que la desigualdad se debe en gran medida a la elección y a los incentivos del sector, y no a que las personas no tengan acceso a la información.
Hay muchos sectores del público que dirían con razón que, incluso si la calidad de la información es variable, la mayor diversidad de voces es una ganancia real para la sociedad. No conozco el contexto español sobre este aspecto, pero tomemos a Estados Unidos como un ejemplo. En concreto, la forma en que los estadounidenses negros han utilizado una combinación de teléfonos móviles y redes sociales para documentar la brutalidad policial y crear una comunidad en Twitter que pueda reflejar la experiencia negra estadounidense, que ha puesto en primer plano los desafíos que afrontan y la representación que complementa y, a veces, desafía la cobertura por parte de los medios.
¿Hay evidencia de que la audiencia realmente quiere noticias imparciales más allá de decir que quiere noticias imparciales?
Todavía estamos investigando. Una forma de pensar en los datos es pensar que el público está formado por tres grandes grupos.
Un grupo son personas que no están muy interesadas en las noticias en absoluto y son consumidores de noticias muy casuales; cuando consumen noticias, a menudo se trata de noticias que provienen de fuentes bastante centristas, no necesariamente imparciales o con los mejores estándares periodísticos o editoriales, como webs y televisión comercial.
Luego está el grupo más grande, personas que son usuarios habituales de noticias, pero no grandes consumidores de noticias, dependen de emisoras, sitios digitales, periódicos locales, motores de búsqueda, y tienden a tener hábitos de consumo de noticias bastante moderados o centristas.
Y finalmente están los amantes de las noticias, alrededor del 20% de la población, que tienden a ser grandes consumidores de noticias y muy a menudo tienen opiniones políticas muy partidistas. La cuestión es que ocupan un lugar muy importante en los análisis internos de los medios debido al volumen de noticias que consumen. A menudo son muy partidistas, por lo que pueden crear la impresión de que todo el público es muy partidista, pero eso no es cierto en absoluto. Depende del país, pero la parte del público más importante para los editores son los amantes de las noticias, porque esos son los que interactúan con el periodista y esos son en los que se basa el negocio, y tienden a ser partidistas. La mayor parte del público no tiene opiniones políticas fuertes y no consume mucho noticias partidistas en comparación con otras fuentes de noticias.
La parte del público más importante para los editores son los amantes de las noticias, porque esos son los que interactúan con el periodista y esos son en los que se basa el negocio, y tienden a ser partidistas. La mayor parte del público no tiene opiniones políticas fuertes y no consume mucho noticias partidistas en comparación con otras fuentes de noticias
Su libro Avoiding The News identifica la preocupación por la parcialidad como uno de los rasgos más característicos de la audiencia en España, más que en otros países. Hemos visto cómo se ha disparado el desinterés por las noticias e incluso la acción de evitarlas a propósito. ¿Está todo esto relacionado?
Es muy pronunciado en la mayoría de los países, pero es particularmente pronunciado en España. Gran parte del público no ve el periodismo como algo separado del sistema político. Ven a los periodistas y a los editores enredados en la política y, a menudo, también en intereses empresariales. Y ese es un gran desafío para el periodismo. Si uno quiere pedir cuentas al poder, es importante que lo vean como algo separado de ese poder. También desde un punto de vista pragmático, en sociedades donde gran parte del público tiene una opinión muy negativa de la política.
Incluso peor que del periodismo…
Se culpa por asociación. Es muy problemático. Es intuitivamente comprensible. Para la mayoría de las personas, si alguna vez ven a un periodista en acción, la situación en la que lo ven es casi siempre con un micrófono frente a un político. Esa no es exactamente la imagen del periodismo de rendición de cuentas, parece taquigrafía. Se nota en la televisión, en las tertulias... pero también en los periódicos que dan gran importancia a los articulistas de opinión, columnistas y expertos que a menudo son descaradamente partidistas.
Si uno quiere pedir cuentas al poder, es importante que lo vean como algo separado de ese poder. También desde un punto de vista pragmático en sociedades donde gran parte del público tiene una opinión muy negativa de la política
Es importante pensar en las consecuencias de eso. Por ejemplo, pensando en los tipos de autoridad y confianza estudiados en ciencias sociales. Puedes confiar en alguien porque crees que tiene experiencia profesional que le hace tener más conocimientos que tú sobre algo, sea medicina o mecánica de automóviles: confiarás en esa persona porque crees que tiene conocimientos especializados que tú mismo no tienes y que necesitas... Otra fuente de confianza es la autoridad moral: podrías confiar en un líder religioso porque esa persona tiene un mandato de la congregación; en un líder de la sociedad civil porque ha demostrado una gran claridad moral, o en un político porque tiene un mandato popular.
El desafío para muchos periodistas es que, desde el punto de vista del público, no tienen ninguno de estos dos tipos de autoridad. Una parte del público pensará, “¿por qué estas personas me dicen cómo vivir mi vida? No saben nada de mi vida y no tienen derecho a decirme cómo vivirla”. Si ese mensaje está alineado con las fuerzas políticas, la gente empieza a preguntarse “¿por qué están haciendo esto?, ¿cuál es la agenda?, ¿es para ayudarme o para influir en mí?”
Esto siempre ha pasado, pero se vuelve más importante debido a la abundancia de opciones de fuentes a las que la gente puede recurrir. Si no podemos dejar clara la diferencia entre noticias y opinión, y entre opinión y política, ¿cómo podemos esperar que el público sepa la diferencia?
En el contexto de la desinformación, el Gobierno español está hablando de regular los medios. ¿Hay alguna experiencia exitosa en otros países?
He estado involucrado en este trabajo desde hace años, cuando se creó el grupo de expertos de alto nivel para pensar sobre la desinformación online para políticos y autoridades públicas. La opinión de esa comunidad, que yo comparto, es que mucha desinformación es una forma de expresión que está protegida por el derecho fundamental a expresarse y a acceder a ella también cuando es impactante, ofensiva o perturbadora. Es un derecho que no se limita a declaraciones que son necesariamente ciertas. Mucha de la información errónea consecuente involucra directamente a actores políticos o autoridades públicas, ya sea como personas que difunden información errónea o como personas sobre quienes se difunde información errónea, a veces ambas cosas.
Es muy peligroso recurrir a algún tipo de intervención directa. Es muy difícil definir la desinformación de una manera que pueda ser codificada en la ley. Es muy peligroso empoderar a los gobiernos para que sean árbitros de la verdad. Eso no significa que los gobiernos no puedan hacer nada.
Es muy difícil definir la desinformación de una manera que pueda ser codificada en la ley. Es muy peligroso empoderar a los gobiernos para que sean árbitros de la verdad. Eso no significa que los gobiernos no puedan hacer nada.
Hay muchas cosas que los gobiernos pueden hacer. Pueden apoyar a los medios independientes. Pueden respaldar la verificación independiente de hechos. Pueden apoyar a medios de comunicación públicos para que sean genuinamente independientes. Pueden garantizar una mayor transparencia y acceso a los datos de las plataformas para empoderar a los investigadores. Pueden invertir en alfabetización mediática. Pueden garantizar una mayor libertad de información y transparencia para potenciar el trabajo de los periodistas y verificadores de datos para hacer que las personas rindan cuentas sobre quién difunde información errónea. Así que hay muchas cosas que los gobiernos pueden hacer, pero creo que la acción directa probablemente sea contraproducente o ineficaz, o ambas cosas.
Es importante que los periodistas recuerden que la profesión del periodismo y el sector editorial han luchado, en muchos casos durante siglos, contra las licencias gubernamentales no porque no les importe la integridad y la calidad del periodismo, que les importa mucho, sino porque creen que los gobiernos no son las entidades adecuadas para tomar decisiones sobre qué constituye periodismo apropiado y qué no. Creen que los periodistas y el público sí lo son.
DM