En la cubierta de más de 350 metros cuadrados del buque hay cien personas que pasaron la noche sobre mantas. Fueron rescatadas nueve días atrás en las aguas del Mar Mediterráneo y hace unos minutos se enteraron que tendrán un puerto en el que desembarcar: Messina, al noreste de Sicilia. Están hace nueve días a bordo del Open Arms Uno y un toldo blanco los cubre del sol. Las temperaturas llegan a los 35 grados y el calor resulta sofocante. A veces, cuando el mar se pone bravo y las olas golpean con fuerza, el agua llega a la cubierta y todo se moja. Hace nueve días están en el buque, pero hace muchos más que dejaron sus casas. Entraron al mar desde Sabratha, en Libia. Son todos hombres de entre 15 y 45 años que salieron desde países del África subsahariana.
En el buque también navegan 30 tripulantes de la ONG española Open Arms que hace rescates en el mar. Hay un hospital con salas de primeros auxilios, de internación con 26 camas y otra para pacientes críticos. Ahí está Clara Torres Cabreros, es la única médica a bordo y dirige el sector en el que también hay dos enfermeras. “Tenían 35 horas navegando cuando los rescatamos, estaban con cuadros leves de deshidratación, gastroenteritis agudas, dolores abdominales, fiebre, diarrea”, cuenta.
Son casi las diez de la mañana y en unos minutos comenzará con las curaciones en la piel. Antes, limpió los baños y sirvió el desayuno. “Cuando los revisamos en profundidad, encontramos algunas quemaduras químicas sobre todo en miembros inferiores. En un principio, se lo atribuímos al combustible sumado al agua salada del mar, pero después nos enteramos que algunos de ellos habían estado en campos de concentración, en contenedores pegados unos al lado de otros y parados, como si fueran sardinas en una lata. Días y días enteros donde tenían que orinar y hacer sus deposiciones en el lugar. Muchas de las quemaduras que tenían en los pies era de orina, no de gasoil como habíamos pensando”, le cuenta Clara a elDiarioAR.
Clara es argentina y se especializó en medicina interna y en neumonología. Llegó al Open Arms mientras estaba en Barcelona. Fue a esa ciudad para hacer un curso, pero no pudo por cuestiones administrativas y se quedó dos meses. Vió el barco amarrado y se anotó como voluntaria. Semanas después la convocaron para la primera misión. Embarcó el 28 de julio para coordinar el armado del sector sanitario y el 9 de agosto, zarpó. “Por el momento siento que estoy acá porque hace falta. Si no hubiese gente naufragando en el Mediterráneo, si las autoridades competentes se ocuparan, ésta ONG no tendría sentido. En definitiva, esta misión no se trata de hacer cosas complejas, sino cosas humanas”, dice. Cuenta que también hizo tareas de cooperación en Argentina, entre 2017 y 2021 cuando fue coordinadora médica del proyecto Ishtat de asistencia a comunidades originarias en Santa Victoria Este, en el chaco salteño.
En definitiva, esta misión no se trata de hacer cosas complejas, sino cosas humanas”
Clara tiene 33 años, los cumplió en el barco. Hubo torta, canciones y regalos: una caja de Bon o Bon, un libro de Mafalda y un fernet. Es que Clara no es la única argentina a bordo. Hay otros más: Adrián Martino, que es tercer oficial de máquinas, Matías Kosoblik Echarren , que es patrón de una de las lanchas de rescate, Mauro Di Si, que es patrón en la misión del Open Arms Uno (además de coordinador en otras misiones) y Juan Medina, fotógrafo de la Agencia Reuters. “Charlamos mucho y tenemos el monopolio del mate y del dulce de leche a bordo”, cuenta Clara. Para Adrián ésta también es su primera misión, emigró a Europa hace menos de un año con su esposa y sus dos hijos. Matías y Mauro están desde los inicios.
“Mi corazón se blinda”, dice Matías. Tiene 33 años, es marplatense y arrancó con misiones en la isla de Lesbos, en Grecia. Es guardavidas y durante diez años alternó las playas de Santa Clara del Mar, en Argentina, con las de Europa. En 2016 se enteró de las tareas de rescate en la isla griega y se fue como voluntario. Estuvo seis meses trabajando como socorrista. Ahora es patrón de las embarcaciones de rescate. Se preparó para esta misión, su rol requiere certificación. “Me blindo emocionalmente para poder hacer mi trabajo bien.Trato de pensar que no son personas, son cosas. Tu cabeza tiene que pensar fríamente, tenés que ver con claridad las cosas y tratar de que tus sentimientos influyan lo menos posible para hacer un trabajo profesional y no poner en riesgo la vida de nadie. Estás trabajando con embarcaciones con dos motores que si llegan a agarrar con las hélices a una persona en el agua, no queda nada. Todo lo que hace el patrón puede tener consecuencias, hay que tener la cabeza muy fría”, cuenta.
En total, hay 29 tripulantes en el buque cedido a la fundación por el piloto argentino Enrique Piñeyro. Casi la mitad trabaja como voluntario. Además de sus funciones habituales, se turnan para servir la comida o entretener a las personas rescatadas: por las noches hay películas o música para acortar la espera. Matías forma parte de la plantilla estable del Open Arms y mientras está en el buque hace tareas de marinero: trabajo de mantenimiento y limpieza de cubierta. “Al que le gusta el rescatismo, esto es como lo más alto. Es una pasión, que mejor que poder ayudar a la gente de la manera que uno sabe y se siente capaz. Es muy gratificante. También es un trabajo y te podés desarrollar. Me encanta porque es una combinación de todas las cosas que quiero en la vida”, le dice a elDiarioAR.
La cantidad de migrantes y refugiados que cruzan el mar Mediterráneo descendió después del pico de 2015 cuando fueron alrededor de un millón. Sin embargo, las muertes no bajan. Según datos de la Agencia de la ONU para Refugiados (ACNUR), el año pasado hubo 3231 muertos o desaparecidos en el Mediterráneo y en el Atlántico noroccidental, mientras que en 2020 fueron 1881, en 2019, 1510 y en 2018 más de 2277. Los riesgos también se trasladan a las vías terrestres en Eritrea, Somalia, Yibuti, Etiopía, Sudán y Libia, donde se registra la inmensa mayoría de los incidentes. “Durante sus viajes, tienen pocas opciones, pero dependen de los contrabandistas para cruzar el desierto del Sáhara, lo que los expone a altos riesgos de abusos. Desde Libia y Túnez, muchos intentan cruzar el mar, casi siempre hacia Italia o Malta”, dice el informe de ACNUR.
“¿Cuándo vamos a llegar?”, la pregunta se repite durante el día. La tripulación hace guardia siempre y hay entre tres y seis personas en cubierta para asistir. “Las preguntas son constantes, sobre todo cuando llegamos, lo preguntan cincuenta veces al día cada uno. Están cansados y es normal. Para mí, la parte más complicada es, ya no el rescate, sino el problema de la dejadez de funciones por parte de estados europeos y la cantidad de tiempo que tenemos que pasar en el mar con las personas rescatadas. Es un maltrato psicológico a personas que ya de por si vienen muy tocadas psicológicamente, es como una tortura”, dice David Lladó, Sarco (Serch and rescue coordinator) del Open Arms Uno. Tiene 38 años y se encarga de coordinar las tareas de búsqueda y la gestión de rescate.
Con el correr de los días, los ánimos se tensan. Un cigarrillo puede ser el inicio de una discusión. El calor de la cubierta, el ruido del motor, el arroz y el cuscús que se repiten cada día y la incertidumbre. “Solamente por el hecho de dónde salieron y de haberlos rescatado en el mar (sin sistemas de seguridad, sabiendo que cualquier problema de la embarcación puede resultar en la muerte) es razón suficiente para la asistencia inmediata y, entre ellas, la psicológica. Pero esto no sucede, las autoridades europeas se han sumado a este incremento del sufrimiento y del dolor de estas personas. Hoy toda la gente está muchísimo peor psicológicamente de lo que estaba al día siguiente de haber sido rescatado. La situación se deteriora cada día por esta incertidumbre tan innecesaria”, describe David.
Al cierre de esta nota, el Open Arms sigue en el mar. Este sábado, después de diez días en el agua, podrán desembarcar en el puerto de Messina, en Sicilia. Cuando la noticia llega a la cubierta hay aplausos, llantos, risas, bailes y abrazos. “El sueño de todos es poner un pie en Italia, es la palabra que dicen con más frecuencia. Ellos piensan que ahí se acabó el viaje”, dice David.
CDB/MG