ENTREVISTA

Sonia Corrêa, activista e investigadora feminista: “En seis meses, Milei resumió treinta años”

No es fácil, y es deslumbrante, en este momento caótico a nivel global encontrar a alguien con la habilidad de hacer mapas que conecten dimensiones históricas, intelectuales y estratégicas de lo que hoy discutimos como ultraderechas. Eso sucede al escuchar a la investigadora brasileña Sonia Corrêa, quien además lo hace con pasión política y curiosidad intelectual. 

Corrêa co-dirige desde 2002 el Observatorio de Sexualidad y Política (SPW), un foro abierto de investigadorxs y activistas dedicado a análisis transnacionales de políticas de la sexualidad. Desde los años 70 es activista feminista en temas de género, sexualidad y derechos humanos. Coincidimos con ella en Quito, Ecuador, en un Foro Feminista sobre Guerra y Neoliberalismo en nuestra región, organizado por colegas de la FLACSO. Su voz fue –y sigue siendo– clave para entender lo que sucedió con Jair Bolsonaro, lo cual teniendo en cuenta los resultados de las elecciones municipales en Brasil, no parece un fenómeno destinado a acabarse. Su interés por lo que significa el gobierno “anarcolibertario” de Milei en Argentina la lleva a enlazar a nuestros dos países en contrapuntos. Pero, más aún, lleva el análisis hacia atrás, construyendo genealogías, para indagar los procesos políticos e intelectuales que explican las convergencias en la ultraderecha que Corrêa propone pensar bajo la figura de la “hidra”, en tanto un ecosistema complejo y mutante en que se mueven fuerzas religiosas, seculares, empresariales, intelectuales y políticas. Bajo las categorías de “marxismo cultural”, “lo políticamente correcto” e “ideología de género” se ensambla un “arsenal”, señala Corrêa, que permite las “guerras políticas”  del presente. 

–Hablás de un “giro gramsciano” de la ultraderecha que explicaría la importancia de la “batalla cultural” como parte de su estrategia, ¿nos podés explicar a qué te referís más concretamente?

–El término “guerra cultural” no fue inventado por la ultraderecha y es crucial aclarar eso. El término lo lanzó James Davidson Hunter, un profesor de sociología de la Universidad de Virginia en un libro de 1991 que analizaba lo que estaba pasando en Estados Unidos. Desde ahí, esa terminología se convirtió en una especie de lengua franca, usada por liberales, por la izquierda y por la ultraderecha. 

–Entonces la pregunta sería: ¿cuándo esa revolución conservadora gana cuerpo temporal?

–Exacto. Los años 90 han sido sin duda un punto crucial. No es tarea sencilla reconstruir de manera completa esa genealogía porque ella se dio de forma dispersa, en regiones distintas y en ritmos variables. Intentemos. En Europa, la trayectoria inicial de reorganización y reconfiguración de la ultraderecha fue fundamentalmente una iniciativa de intelectuales seculares franceses. La figura más conocida es Alain de Benoit, creador del GRECE (Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne), que se ha reunido después de Mayo del 68, para reconstruir una agenda conservadora y hacer frente a lo que veían como una desestabilización política e institucional de esa “civilización”.  Hay que decir que esa corriente no tenía conexiones con el campo religioso y era abiertamente crítica del imperialismo cultural y consumista norteamericano.

En Estados Unidos y América Latina, un componente importante de esa reconfiguración han sido actores ultracatólicos y sectores político-religiosos que desde antes estaban articulados para contrarrestar el resultado del Concilio Vaticano II, o sea la legitimación de la injusticia social como una cuestión doctrinal del catolicismo. Esos sectores se oponían a lo que veían como una posición materialista inaceptable, pues contaminada por una perspectiva marxista. Al principio eso fue una reacción política interna al Vaticano. Pero bastante rápidamente a esas corrientes católicas se agregarían otras fuerzas y sectores más amplios del ultra conservadorismo que, en Estados Unidos,  empezarona reorganizarse para combatir lo que definían como liberalismo y secularismo excesivos también vistos como amenazas a  la tradición norteamericana y de manera más amplia a la civilización occidental.

 –Volvamos a Gramsci. ¿Cuál es su papel en esta lectura desde la derecha?

–En verdad para hablar de ese giro hay que considerar a Gramsci y la crítica cultural del capitalismo desarrollada por la Escuela de Frankfurt porque cada una de esas fuentes tuvo significados distintos en los dos lados del Atlántico Norte. Los esfuerzos hechos por los europeos se han centrado en relecturas de autores conservadores del pasado como René Guénon, Julio Evola y, eventualmente  Herbert Spencer que escribieran sobre la decadencia del occidente y la materialidad excesiva del capitalismo. Pero también han revistado el llamado conservadurismo alemán de los años 50 que retomó y revisitó la teoría política de Carl Schmitt, el jurista del nazi-fascismo. Ese hilo, hay que decir, abre una convergencia con lo que pasaba del otro lado del Atlántico pues ahí el campo ultraconservador estaba leyendo Leo Strauss, el traductor y divulgador de Schmitt en EEUU .

Pero, en GRECE se han leído también a varios autores de izquierda como Che Guevara y Franz Fanon y sobre todo de has hecho una relectura conservadora de Gramsci buscando caminos para superar la centralidad de la violencia política del fascismo histórico, que se había mantenido viva en el ideario y praxis de la ultraderecha europea de posguerra. En Gramsci han encontrado la clave para proponer una pauta de transformación extensa y profunda de la cultura y de la política, la cual van a llamar de metapolítica. O sea, hacer una pelea por la imaginación, por los espíritus impulsando una concepción del mundo basada en valores de la tradición, tarea que –como enseñó Gramsci– no se resume a una crítica de la economía, ni tampoco a la política- institucional, pero se hace sin promover la violencia, y se hace en todas partes. A eso llamamos hoy el Giro Gramsciano de la ultraderecha. 

 –¿Se reivindican explícitamente de ultraderecha?

–La perspectiva desarrollada pero el GRECE tuvo un resultado insólito cuando se considera que vino de una relectura de Gramsci, pues una de sus ambiciones ideológicas era superar la dicotomía izquierda-derecha. Eso viene de que su punto de partida principal para criticar la desestabilización de los 1960 era revelar e contestar lo que consideran como zonas de sombra de la modernidad. En ese marco, argumentan que las nociones de derecha e izquierda vienen de la Revolución Francesa y deben ser superadas. Esa visión, hay que decir, ha tenido consecuencias políticas en el mundo real. Cuando Marine Le Pen pasó a liderar el Front National ella adoptó esa visión y hoy el Rassemblement National hace el juego de estar más allá del fractura izquierda- derecha. Muy significativamente, es lo que está diciendo también Bukele: no hay derecha ni izquierda, solo pasado y futuro. 

 –¿Cómo es ese mapa de lecturas por fuera de Europa?

–Los norteamericanos han hecho un ejercicio intelectual semejante pero no han vuelto exactamente a Gramsci, sino a la Escuela de Frankfurt por la simple razón que esos autores marxistas estaban exiliados en Estados Unidos desde antes de la Segunda Guerra y eran fuentes cruciales de inspiración del pensamiento crítico en la sociedad norteamericana. La crítica de la cultura, como crítica del capitalismo y del orden burgués, desarrollada por los Frankfurtianos, al igual que los escritos de Gramsci, toma distancia del economicismo marxista. Con base en su relectura de esos textos, los norteamericanos van a desarrollar dos categorías acusatorias muy eficaces:  “políticamente correcto” y “marxismo cultural” que empezaron a ganar cuerpo en los años 1980. Hay que decir que esa germinación se dio en un caldo de cultivo en que se mezclaban filósofos y estrategistas ultra católicos, cientistas políticos, expertos del campo de estudios estratégicos, políticos profesionales del Partido Republicano, intelectuales asociados al neoliberalismo del grupo de Mont Pelerin, o al libertarianismo de Ayn Rand pero también al  conspiracionismo. Entre ellos, muchos han transitado bastante libremente entre izquierda y derecha, como es el caso del conspiracionista Lyndon LaRouche y de Rothbard que, como se sabe, es una de las lecturas predilectas de Milei. 

O sea, preparan el terreno para continuar la guerra por otros medios…

–En los 90, se verifican nuevas dinámicas y confluencias que iban nutrir el giro metapolítico. Empieza en EEUU la propagación más sistemática de las categorías acusatorias “marxismo cultural” y “políticamente correcto”, descritos por William Lind como la doble fase del mismo problema. Un arsenal semántico creado para atacar los feminismos, la lucha antirracista y por derechos LGBTTI, a favor de los migrantes y contra la destrucción ambiental en un plan cultural y cotidiano. Mientras tanto, en el Vaticano --bajo la dirección ultraconservadora de Juan Pablo II y Ratzinger-- se venía gestando un otra  categoría espantapájaro, la “ideología de género”, que, hay que decir, desde un primer momento estuvo asociada a neomarxismo, que es una paleo versión del “marxismo cultural”. No menos importante, ese fue también el momento inaugural de la internet con su nueva lógica de digitalización de la política que, como sabemos, sería muy bien aprovechada por la metapolítica de la ultraderecha. En esa confluencia fue montado el aparato discursivo y operacional que gradualmente fomentaría ciclones antigénero y giros a la ultraderecha de nuestro tiempos. Ese aparato estaba listo para ser accionado con vigor cuando, la crisis financiera de 2008, en Europa y EEUU, creó un ambiente social favorable a la adhesión social a visiones propagadas por esas fuerzas. Esos análisis sobre los efectos de 2008 no pueden ser automáticamente aplicados a América Latina, pero sin dudas las ramificaciones de esa re-energización política nos han afectado. 

 –¿Qué función cumple hoy la categoría “marxismo cultural”, 30 años después del fin de la Guerra Fría?

–Desde siempre ha cumplido la función de fustigar y, si es posible, erradicar luchas emancipatorias. Según la narrativa que se produjo a partir de la relectura ultra conservadora de la Escuela de Frankfurt, en los años 1980 las izquierdas habían abdicado de la pelea económica e se habían dedicado a las luchas culturales por hegemonía política. O sea una “guerra de cuarta generación” promovida por los feminismos, los movimientos LGTBIQ+, las luchas antirracistas, las luchas ambientales y de apoyo a los derechos de de lxs migrantes. Pasados treinta años, “marxismo cultural” fue repaginado, su nueva versión es el “woke” (o wokismo). La palabra  woke fue creada en los 30, por intelectuales y activistas antirracistas norteamericanos para denostar la toma de conciencia de la desigualdad y discriminación racial. Pero, desde los años 2000 se ha hecho popular y ganó mucho vigor con los episodios de violencia policial que declararon las protestas Black Lives Matter. Ese esa coyuntura,  el término fue capturado y desfigurada por la ultraderecha como nueva categoría paraguas donde están todas las “cosas malas” que ya estaban bajo “marxismo cultural” y más algunas como:  teoría crítica de raza, interseccionalidad y teoría decolonial. Ese giro, hay que decir, pone luces fuertes sobre el racismo visceral  de la ultraderecha norteamericana y es muy significativo que esa palabra sea hoy usada mucho más allá de las fronteras de EUA como puede ser ilustrado por Milei. Treinta años han transcurrido desde la invención del “Marxismo Cultural” y su repaginación como “wokismo”. Pero Milei ha ido mucho más rápido. En enero, en el Foro de Davos, atacó el “marxismo cultural” pero en septiembre, en Naciones Unidas, su blanco ya fue el “woke”. Resumió treinta años en seis meses, porque se nota que está muy acelerado (risas).

 –En Estados Unidos parece inventarse un patrón más claramente político de organización de estas fuerzas: ¿cómo funcionó eso?

–En Estados Unidos, a diferencia de Europa, la reorganización de la ultraderecha  estuvo sobre todo marcada por la oposición feroz al comunismo y a la Unión Soviética. Eso implica que ahí el tema del “marxismo” fue desde siempre mucho más cargado. Esas fuerzas también estaban enojadas con Mayo 68 pero como expresión interna de contestación de la supremacía norteamericana. Las primeras movidas fuertes ganaron cuerpos después de la derrota en Vietnam a la que siguió la renuncia de Nixon. En tal contexto figuras del Partido Republicano han dibujado una estrategia religiosa de movilización social contra el liberalismo y secularismo “excesivo” de la sociedad para rescatar la legitimidad  del partido. El Moral Majority Movement fue liderado por Jerry Falwell, un pastor evangélico, pero que agregaba ultra católicos, protestantes de otras denominaciones y fuerzas seculares mezcladas. En muchos aspectos, el Moral Majority Movement debe ser leído como un  modelo de la morfología de la hidra que yo uso para describir las formaciones políticas antigénero de los tiempos de ahora. No menos importante, un primer blanco de esa reconfiguración del ultra conservadurismo y de la ultraderecha fue la decisión Roe vs Wade de 1973 que reconoció la constitucionalidad del derecho al aborto en EEUU.  Además, siguen vivos y activos personajes e instituciones creadas en aquel momento. El hijo de Falwell es asesor de campañas y actuó en el primer gobierno Trump. Y plataformas creadas en el ambiente de los años 70, como Conservative Political Action Conference (CPAC) y la Heritage Foundation, siguen siendo nodos cruciales de articulación transnacional de la ultraderecha. Entre febrero y agosto de 2024, ha habido cuatro CPACs, en Washington, en Budapest, en Balneario Camboriú, en Brasil y en la Ciudad de México.  

¿Cuál es el papel de Agustín Laje como intelectual “orgánico” de esta trama?

–Desde donde lo miro, Laje encarna muchos de los sinuosos caminos de la reconfiguración de la ultraderecha. Su formación intelectual original se dio en esa camada más antigua que es el ultra-catolicismo. Después hace su formación de posgrado en el campo de estudios estratégicos en Estados Unidos e imagino que allí absorbió otras perspectivas en especial las construcciones ideológicas del neoliberalismo pura sangre, a las cuales ha adherido con vigor. Digo eso porque esa adhesión no es palpable en otros autores latinos del campo ultracatólico que han escrito sobre “género” como Alejandro Ordóñez o Jorge Scala. Pero no está excluido que esa influencia intelectual haya venido del mismo campo ultracatólico. Acá hay que volver una vez más en el tiempo. Las fuerzas católicas ortodoxas del comienzo del siglo 20, en Europa pero también en América Latina, tenían conexiones orgánicas con el fascismo que se oponía ferozmente al liberalismo político, pero también a los efectos de la economía capitalista sobre el  orden cultural e institucional tradicional, especialmente la familia y el lugar de las mujeres. Pero esa visión iba a cambiar con el tiempo. Cómo observa Gabriela Arguedas, desde los años 1950, Opus Dei ha desarrollado una concepción de economía capitalista católica neo-integrista y lo mismo pasó con TFP que, no casualmente tiene “Propiedad” en su nombre.