“Es un terrible paso atrás”: la lucha por la salud sexual y reproductiva en Salta tras la desaparición del Plan ENIA
Las flechas marcan un camino truncado. Son calcomanías en el piso del hospital principal de la segunda ciudad de Salta, Orán. El Hospital San Vicente de Paul es una estructura imponente, con un gran techo de sombra que sobrepasa módulos de atención médica, como si fueran los ladrillos Lego que los arquitectos usaron para imaginar el diseño en los años 70. Las flechas aparecen en la entrada, cruzan el vestíbulo, y paran en una puerta con un cartel que dice “Salud Mental”.
Silvia Alanis conoce el camino, y la historia detrás de estas flechas que, de algún modo, está también detrás de ese mismo cartel. La psicopedagoga lo da vuelta: “Asesoría En Salud Integral para Adolescentes.” No todo lo que se pierde desaparece sin dejar rastros. Alanis es testigo de esto.
Esa vendría a ser la historia del Plan ENIA, un plan de prevención de embarazo no intencional en adolescentes. Ya es conocida la decisión del gobierno de Javier Milei de vaciar el programa de fondos. En marzo se supo que 600 de las personas que trabajaban en ese programa serían despedidas. Pero bajo las pinceladas de la austeridad, hay personas, con historias y experiencias tangibles que se han perdido en el avance de la motosierra.
Salta, en el norte argentino, es una de las provincias con mayor tasa de embarazo adolescente. Estaba dentro de la lista de 12 provincias donde se aplicó el plan ENIA en 2018 justamente para contrarrestar esa situación. Entre 2018 y 2021 el nivel de embarazo entre adolescentes de 15 a 19 años se desplomó en las 12 provincias donde funcionó el programa: pasó de 53 a 29 partos por cada 1.000 jóvenes. En comparación, en las otras provincias donde no operaba ENIA, bajó de 40 partos a 23 durante el mismo período.
Alanis es una psicopedagoga de 40 años que regresó a su ciudad natal, Hipólito Yrigoyen, con su hija adolescente y que se encontró haciendo lo que podría considerar ahora su vocación: escuchar y hacer de nexo con las instituciones a los jóvenes que sentían que no tenían ningún a quien recurrir para hablar de asuntos vinculados al sexo.
Durante tres años Alanis dividió 30 horas a la semana entre dos escuelas secundarias de la zona y un hospital local. En las escuelas consultaba con los docentes sobre talleres que podrían ser de interés para los adolescentes, con temáticas como violencia de género, relaciones tóxicas o anticoncepción. Afuera de una oficina austera fijó un cartel con sus horarios de disponibilidad; una puerta para generar una sensación de privacidad con adolescentes que buscaban su consejos.
La gran mayoría de las personas que la buscaban eran mujeres jóvenes, y generalmente sus consultas eran sobre cómo practicar sexo seguro. El chip, como se conoce a un método anticonceptivo hormonal implantable, fue un tema de consulta habitual. El trabajo de Alanis no consistía en sugerir una u otra opción, sino en presentarles a los jóvenes las posibilidades y luego facilitarles citas en el hospital o centro de salud local para que pudieran tomar una decisión con una enfermera o un médico.
“La asesoría se suele iniciar con prevención del embarazo adolescente, pero en el camino vamos viendo que a las mismas adolescentes, chicas, chicos, los atraviesan otras cuestiones que tienen que ver con violencia en la casa, con autolesiones o abuso sexual también”, dice Alanis. “Empezamos a ampliar la mirada.”
Su trabajo la llevó a interactuar con el sistema judicial. Recordó el caso de una madre que llegó al hospital preguntando si Alanis podía hablar con su hija, que amenazaba con escaparse. Vivían con un tío que tenía una discapacidad y con quien la niña, que entonces tenía 13 años, no se llevaba bien. La niña dijo que el hombre la seguía y le decía que era suya. Alanis presentó una denuncia ante la policía, que investigó. El tío fue acusado, fue a juicio, fue declarado culpable de abuso y encarcelado.
El trabajo también incluía acompañar a estudiantes que decidían llevar a cabo un embarazo. Recordó el caso de una niña de 16 años que no quería decirle a su madre que estaba embarazada porque temía que la mujer la obligara a abortar. Alanis dejó en claro a las jóvenes que estaba allí para apoyarlas en lo que decidieron hacer. “En ese espacio se generó un clima de confianza, muchas hablaron de cosas que les habían pasado cuando eran más jóvenes, casos de abuso sexual que habían sufrido en algún momento”, apunta.
Generar confianza fue clave. Al principio, a los estudiantes les preocupaba que Alanis terminará revelando lo que compartían con ella a otros adultos, maestros o sus padres, pero ella les aseguró que, a menos que su salud estuviera en riesgo, no rompería su confianza. Por estos días, una pregunta la persigue: “¿A dónde van ahora estas niñas, estas jóvenes? No sé si tienen algún lugar”, se preocupa.
Iván Naranjo, un ex trabajador del programa ENIA en Salta capital, se hace esa misma pregunta. Para Naranjo era importante estar en un espacio público, por eso instaló una mesa en el patio de las escuelas, donde tenía pancartas, folletos y juegos de verdadero o falso que jugaba con los estudiantes para despertar su interés en el tema o para romper el hielo.
Trataba de aprovechar las oportunidades para ampliar el material: si una pregunta del juego tenía que ver con el preservativo, también mencionaba que el preservativo es el único método anticonceptivo para prevenir las infecciones de transmisión sexual. “A veces tenía preservativos y cuando los tenía, me duraban dos segundos”, cuenta. “Lo principal era escuchar y luego poder dar información.”
“Uno siente tantas cosas, rabia, pena” por la pérdida del programa, señala. “Yo no diría que no hay acceso porque no estoy o porque no está el Plan, pero se perdió un recurso muy valioso que lo hacía más directo y además era un espacio más para adolescentes que ya no existe”, señala.
La pregunta entonces es qué sucede ahora. En Salta, por lo menos, no hay señales de que se hayan contratado de nuevo a trabajadores para ejecutar el programa. La provincia sigue con capacitaciones de ESI para docentes, pero el equipo que se dedicaba a esa tarea también fue recortado. Alanis recibe llamadas y mensajes de jóvenes que todavía la consideran una persona en la que pueden confiar. Es un trabajo que hace ahora sin remuneración, pero que continúa porque lo considera gratificante. Y también porque quiere que las jóvenes terminen en buenas manos.
Un par de esas manos pertenecen a Elizabeth Corro, trabajadora de salud del Hospital Eva Peron en Hipólito Yrigoyen. Trabajó en estrecha colaboración con Alanis cuando ella formaba parte del programa ENIA, y las dos se convirtieron en aliadas cercanas en la búsqueda de mejores resultados en materia de salud reproductiva para adolescentes locales. Cuando se ven ahora, se saludan como hermanas, abrazos fuertes en la puerta de la pequeña oficina en el hospital donde reciben a pacientes.
Corro comenzó a trabajar en el hospital en 2009, cuando dijo que observó una “crisis” de embarazos adolescentes. Hubo un aumento repentino de niñas menores de 19 años que estaban en su segundo o tercer embarazo. Corro dijo que antes de la implementación del Plan ENIA, aproximadamente 30 de cada 100 mujeres embarazadas en el hospital eran menores de 19 años. Ahora dice que son 10 u 11.
“Esta reducción no ocurrió porque yo impusiera el implante, sino porque ellas tenían el conocimiento para decidir”, dice Corro, que reconoce el trabajo de Alanis por crear el “nexo” para que las estudiantes pudieran ir al hospital sin sentir vergüenza.
“Es un terrible paso atrás”, dijo sobre el cierre del programa, señalando que las estudiantes solían actuar como enviadas de información para sus familias, en particular otras mujeres, que aprendían sobre nuevos métodos de control de embarazo a través de ellas.
Desde la eliminación del ENIA, Corro asumió algo de lo que hacía Alanis, yendo a visitar escuelas para brindar parte de la educación sexual que solía brindar el programa. Esto se suma a sus tareas habituales en el hospital.
Hizo su primera visita a una escuela recientemente armada con una caja de preservativos. “Vamos a jugar”, les dijo a los estudiantes, indicándoles que se llevaran los preservativos a casa, los abrieran y practicaran. “Lo único que va a garantizar que los usen es la práctica”, explica.
Corro no está segura de la frecuencia con la que visitará la escuela el próximo año, y señala que también hay recortes en el sistema de salud en general. “Están reduciendo nuestras horas”, dijo. “Mi trabajo se ha duplicado”.
Alanis observa cuánto ha cambiado desde que ella era joven. Eso fue algo que siempre recalcó a los jóvenes durante su labor con ENIA. “Nadie me habló de métodos anticonceptivos”, señala. Y si bien hay amplia evidencia de que las mujeres están adquiriendo mayor autonomía sobre sus cuerpos y sobre sus propias decisiones de vida, en el norte, dice, todavía es difícil.
Este trabajo es parte de una serie, realizada gracias al apoyo del Pulitzer Center.
0