Cuatro hermanos asesinados

La tragedia narco de Rosario atraviesa la vida del capitán del Argentinos Juniors

“Hoy me toca despedir a mi gran hermano (todos desearían tener un hermano que dé la vida por uno y él así era…) Tenía virtudes y otras no tantas. Eras el que se alegraba por mis triunfos, por mi familia… El que me decía: 'Yo no pude, pero vos sí, y yo soy feliz con eso'. Descansá en paz, Coki, que ya bastante sufrimos todos y cada uno lleva su dolor como puede. Te amo y gracias por amar a mis hijos”.

El autor del texto publicado en Instagram el pasado domingo es Miguel Ángel Torrén (1988, Villa Constitución, Santa Fe), capitán del Argentinos Juniors, club de la primera división del fútbol argentino. El despedido es José Sixto, alias 'Coki', acribillado a balazos en la noche del sábado en su casa de Rosario, 300 kilómetros al norte de Buenos Aires.

“Bastante sufrimos todos”. Antes de Coki, Miguel Ángel perdió a otros tres hermanos en muertes violentas.

En 2009, una discusión durante un partido de fútbol terminó con Walter Torrén (32 años) asesinado de un balazo. Once años después, Gabriel Francisco (36) apareció muerto a golpes, a tres cuadras del lugar del asesinato de su hermano, en el oeste de la ciudad. Los homicidas pudieron haber sido policías o dos cuñados, según testigos, aunque no está clara la causa del deceso. A metros de allí, Luis Anastasio Torrén (43) fue ejecutado por sicarios el 25 de agosto de 2021. Horas antes habían herido a el hijo de éste, de 15 años.

Coki, de 42 años, fue el 129° asesinado en Rosario en lo que iba de año. Al momento de ser escrita esta nota, la cifra asciende a 133

Cuatro sujetos llegaron en motos hasta la casa de José Sixto (42) en el barrio Godoy el pasado sábado por la noche. “¡Coki! ¡Coki!”, lo llamaron. En cuanto asomó, le descerrajaron ocho tiros, cinco de los cuales impactaron en el torso de la víctima.

Coki, de 42 años, fue el 129° asesinado en Rosario en lo que iba de año. Al momento de ser escrita esta nota, la cifra asciende a 133, casi todos, víctimas de una guerra narco descontrolada. Entre ellas, niños alcanzados en forma accidental o premeditada, parte de una pesadilla que la tercera ciudad argentina en cantidad de habitantes consideraba impensable hasta hace no mucho.

El fútbol como salvación

Miguel Ángel Torrén porta señas de identidad reconocibles en el mundo entero. Es uno de los jugadores de fútbol más veteranos de la liga argentina. Desde hace 13 años, defiende para Argentinos Juniors, el “Bicho de La Paternal”, club de Buenos Aires que vio nacer a Diego Armando Maradona. Rosario, la ciudad en que creció, principal puerto agroexportador del mundo y bastión cultural de la Argentina, vio nacer a otro colega de Torrén, compañero de generación: Lionel Messi.

Los hermanos Torrén eran seis; quedan dos. Su madre murió electrocutada hace 32 años, a causa de una precaria conexión en un hogar humilde. Miguel Ángel pudo eludir un destino de privaciones gracias a los clubes del barrio. Empezó en el más próximo, llamado Venezuela. Celestino Velázquez, un cazador de talentos, lo detectó jugando al fútbol descalzo en una plaza, lo reclutó para su club, Itatí, lo alojó en su casa familiar y lo anotó en la escuela. “(Los Velázquez) me enseñaron el respeto, la humildad, lo que estaba bien, qué camino debía tomar”, contó el capitán de Argentinos Juniors al diario deportivo Olé tiempo atrás.

Las redes sociales de Miguel Ángel cuentan la vida que pudo construir. Aparecen Natalia, su pareja desde los 15; tres hijos —todos jugadores de las inferiores de Argentinos Juniors—, mates, viajes, el Bicho de La Paternal por todas partes, rostro curtido y mirada sostenida, propia del tipo de defensor que es. La tristeza, sin embargo, se deja ver poco. 

Como Messi, Torrén se inició profesionalmente en Newell’s Old Boys, uno de los dos grandes de Rosario. Allí jugó tres años, entre 2005 y 2008, y luego pasó a Cerro Porteño de Paraguay. El jugador estaba en Asunción cuando se enteró del primer asesinato de un hermano, en 2009. Al año siguiente inició su carrera en Argentinos.

Alguna estela dejó Maradona en ese emblema de La Paternal, barrio de clase media por antonomasia, cerca del centro geográfico de la capital argentina. Astros como Fernando Redondo, Juan Román Riquelme, Juan Pablo Sorín, Alexis Mac Allister, tres ligas locales y una final intercontinental contra Juventus vinieron después de Diego. “Desde la Asociación Atlética Argentinos Juniors acompañamos a nuestro capitán”, expresó la institución el domingo, conocido el cuarto asesinato de un hermano Torrén. El capitán se atiende con Patricio, el psicólogo del equipo.

Esta semana, el defensor de Argentinos Juniors hizo llegar un audio a un periodista. “Eran grandes (sus hermanos, todos mayores que él), tenían sus familias, ellos deciden de qué forma vivir y qué quieren hacer. Más que aconsejarlos otra cosa no podía hacer…, pero cuando pasan estas cosas, a uno le pega mucho. Fui creciendo, formé mi hermosa familia, con una gran mujer que me acompaña en todo momento”. Resiste: “Si me quedo tirado en casa y no me levanto de la cama, me voy a meter en un pozo ciego del que no voy a poder salir”.

Desbande

El drama de Torrén es el drama de Rosario.

Desde hace una década, la violencia transita más que nunca por los 112 barrios humildes y villas de emergencia de la ciudad. El epicentro de las balaceras hoy pasa por los barrios Ludueña, Empalme Graneros, La Cerámica y 7 de Septiembre, en el noroeste. Poco tiempo atrás, la zona crítica estaba en el centroeste, a unas treinta cuadras del centro, y antes en el sur, cerca de la entrada desde Buenos Aires. “La violencia va girando de acuerdo a las disputas entre bandas narcopolicales”, cuenta a este medio Facundo Peralta, fundador en 2003 de la organización social Causa.   

La Cerámica, un pequeño barrio con alta conflictividad entre bandas, vivió días de terror cuando se desató el conflicto entre dos familias hace tres semanas. “Nadie podía circular ni a andar en bicicleta. Son días en que las escuelas, si permanecen abiertas, igual están casi vacías”, indica Juan Pablo Casiello, secretario general de la Asociación de Magisterio de Santa Fe, principal sindicato docente de la provincia.

Peralta y un grupo de amigos y vecinos de Villa Banana, centro-oeste de Rosario, crearon Causa como un espacio de contención para las infancias y los adolescentes. Dos décadas después, la organización maneja un club especializado en fútbol y jockey “con 500 pibes”, una escuela de cuidado, oficios y recreación para personas de los cero a la primera juventud, un centro de rehabilitación para adicciones y una biblioteca popular.

Cuando nació Causa, Argentina comenzaba a salir de la peor crisis económica de su historia. El régimen de convertibilidad del peso con el dólar había colapsado en 2001 y el país transitaba una desocupación superior a veinte por ciento y salarios por el piso, sin la vasta red de planes sociales que se crearía y tornaría permanente en los años posteriores.

Giro en el negocio

Tras más de una década de políticas neoliberales regidas por el peronista conservador Carlos Menem (1989-1999) y el radical conservador Fernando de la Rúa (1999-2001), la Rosario de las grandes y pequeñas industrias, del tren y los pequeños campos de los “gringos” (inmigrantes europeos) había quedado bastante atrás.

Ciudad de migrantes por excelencia, de todo el noreste de Argentina desde siempre, europeos a principios de siglo y de países limítrofes en la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, Rosario podía ser considerada la ciudad estandarte de la aspiración igualitaria que, con multiplicidad de problemas y traumas a cuestas, había conducido la narrativa argentina hasta entonces. Desde fines de la década de 1990, el quiebre social es un rostro ineludible de la gran ciudad fundada a orillas del río Paraná.

La situación social era peor hace veinte años, pero Peralta afirma que el peso de la violencia es ahora mucho peor. “El territorio está bajo el control total de las bandas narcopoliciales. Antes las organizaciones populares y una parte virtuosa del Estado teníamos capacidad de disputar las calles, hoy mandan ellos”, describe.

El hito que selló el giro de la violencia en la ciudad fue el asesinato, en mayo de 2013, de Claudio “el Pájaro” Cantero, líder de Los Monos, la banda que hasta entonces dominaba el negocio narco de Rosario. La cartera de negocios de Los Monos incluía el narcotráfico, protección a terceros, juego, barrabravas del fútbol y usura financiera. Su cohabitación con la Policía de Santa Fe, una de las más corruptas y violentas de la Argentina, daba lugar a todo tipo de delitos, pero, de algún modo, mantenía la situación encauzada.

Los Monos tenían al clan de los Alvarado como principales competidores, y de estos últimos se escindió Luis “Gringo” Medina, ejecutado con veinte tiros en diciembre de 2013, a la salida del principal hotel-casino de la ciudad, el mismo en el que Messi celebró su casamiento con Antonella Roccuzzo en 2017.

El cúmulo de detenciones y asesinatos que afectó los principales clanes de Rosario hizo que el negocio del narcotráfico se desbandara, tanto por disidencias de los Monos y Alvarado que vieron vía libre para encarar su propia aventura, o por nuevas bandas que se disputan anárquicamente pequeños territorios.

El lugar de Rosario

Ese cambio en la logística delictiva convive con las sucesivas crisis económicas que frustran las expectativas de hacer una vida normal y crecer desde un barrio marginado y una sucesión infinita de recambios en las cúpulas policiales que caen en la medida en que se conocen sus vinculaciones con el narco.

La ubicación geográfica de Rosario la torna un destino propicio para la llegada de droga producida en Paraguay, Bolivia y Perú, y su gigantesco puerto cerealero es la vía de salida hacia Europa. Los carteles de droga de Colombia y Brasil tienen su propia historia, pero la onda expansiva de la “guerra contra el narcotráfico” en esos países también llega a Rosario: cartón lleno.

Así es cómo atrocidades de ejecuciones narco transitan la crónica cotidiana. Rosario, con más de 20 homicidios anuales cada 100.000 habitantes, quintuplica el promedio de Argentina y se acerca a los países del norte de Sudamérica y Centroamérica. Las zonas humildes viven la peor parte. Rosario tiene 1.300.000 habitantes, amplios barrios de clase media y zonas opulentas que hacen su vida aparte de lo que pasa a pocos minutos de distancia, por más que ese aislamiento se está tornando cada vez más difícil, advierte Peralta.

Ausencias

Hay días en que el taller de carpintería Pura Lija, las clases de arte de la Escuela Popular Corazón de Barrio y los equipos de fútbol y jockey del Club 27 de febrero, administrados por Causa, tienen bajas en la matrícula. Son chicos heridos en su físico o en su psique, traumatizados por una pesadilla familiar. Amenazados o reclutados por los narcos, ellos o sus padres.

“Perdimos a chiquitos y chiquitas asesinados, porque eran blanco o porque pasaban por ahí. En 2022, de 288 homicidios, 29 fueron de menores entre cero y 17 años”, cuenta Casiello, de AMSAFE.

Una tarde de otoño de 2018, una banda llegó con armas al club que estaba en manos de Los Monos y que ahora maneja Causa. En silencio, niños, jóvenes y padres se hicieron a un costado, tomaron sus cosas y se fueron. “Fue un momento de tensión. Nunca chocamos, nos corrimos [nos fuimos]”, relata Peralta, de 40 años, licenciado en Ciencias Políticas, militante de izquierda sin partido. Conoce la atmósfera, olfatea los peligros de Villa Banana, su lugar de nacimiento y del que vivió cerca hasta los 25. “Involucramos al Estado y al día siguiente volvimos y armamos partidos de fútbol”.

Un tema desespera a Peralta. “No somos conscientes ni sabemos el impacto en la subjetividad de los pibes y las pibas que va a tener esto, que es inédito. No tenemos noción de cómo va a impactar en sus cabezas”, explica.

Se transformó en algo habitual que escuelas públicas de barrios de trabajadores, ni siquiera precarios, cierren algunos días porque se sienten en peligro.

Perdimos a chiquitos y chiquitas asesinados, porque eran blanco o porque pasaban por ahí. En 2022, de 288 homicidios, 29 fueron de menores entre cero y 17 años

Casiello explica a este medio que los narcos comenzaron a disparar contra escuelas de noche como mera demostración de poder, como ocurrió en los barrios Ludueña y Empalme Graneros el sábado de Semana Santa. “Buscan legitimarse ante otras bandas mostrando impunidad”. Ello lleva al sindicato a alertar por la peor de las hipótesis, que es que esa carrera descontrolada termine en ataques a colegios en horario hábil.

La escuela Brigadier López, oeste de la ciudad, 550 alumnos, comenzó a recibir mensajes intimidantes, hasta que días atrás encontró marcas de disparos en rejas externas. Los directivos suspendieron las clases un día y convocaron a la comunidad educativa. El pasado martes, las imágenes televisivas mostraron el abrazo solidario a la escuela de maestras, alumnos y padres. Los niños juegan, saludan a cámara y exhiben murales y dibujos con corazones, frases sobre la paz y los colores de Argentina. “Queremos que éste siga siendo un lugar hermoso”, pide una maestra.

El proceso de apropiamiento del territorio lleva a los narcos a manejar el negocio inmobiliario. En forma creciente, las bandas usurpan casas para establecer bocas de expendio o cocinas de droga. Sus contrapartes, en extrema indefensión, son migrantes de Paraguay, Bolivia y Perú y de las provincias del norte, como Corrientes, Chaco y Formosa, algunos de ellos desplazados indígenas tobas, wichis o qom. Cuando la situación se torna muy crítica, familias indígenas regresan al bosque para encontrar sosiego, y los niños se desconectan de la escuela, indica el sindicalista.

El papel de la política

El mapa lo terminan de completar la política y el poder judicial. En Santa Fe, una provincia con ciudades importantes, infinidad de pueblos, muchos recursos agropecuarios y tradición industrial, la competencia política estaba hasta hace poco dividida en tres coaliciones. La hoy gobernante peronista, en sus facciones de centroizquierda y centroderecha; la conservadora, con el PRO de Mauricio Macri y otros peronistas de derecha; y el centrista Frente Progresista (Partido Socialista, UCR y otros conservadores), que gobernó entre 2007 y 2019. Las tres fuerzas tienen motivos para acusarse, al menos, de ineficiencia en el manejo de la fuerza de seguridad, con ejemplos puntuales de abierta protección a narcopolicías.

Cuando la situación se torna muy crítica, familias indígenas regresan al bosque de Chaco para encontrar sosiego, y los niños se desconectan de la escuela

Hoy, todos los conservadores y progresistas conforman un nuevo frente para desalojar al peronismo del poder provincial, algo altamente factible. Esta semana, el eje de la discusión entre los dos principales candidatos del frente opositor fue la acusación de complicidad con el narco.

“Que hay sectores cómplices en la política, no cabe ninguna duda, pero lo más habitual es que los candidatos juegan, no a enfrentar el problema, sino a sacar tajada electoral”, evalúa el docente Casiello.

¿Hubo en estos años casos de chicos que hayan podido esquivar un destino similar al de los hermanos de Torrén, si no de muerte temprana, de una vida algo más alejada del abismo?

Responde Peralta, de Causa: “Sí, un montón, y es lo que nos mantiene en pie. Muchos de los pibes que pasaron por la escuela son compañeros nuestros, no perdimos la batalla cultural. El compañero que conduce el taller Pura Lija, Carlos, es carpintero. Hace muebles de cocina, trabaja en edificios, casas particulares. Empezó conmigo, tiene 36 años y los pibes que laburan con él, 20”.