“El gobierno hace un anti feminismo de Estado que se propone tanto combatir al movimiento feminista en las calles como a las políticas públicas y la institucionalidad feminista”. La caracterización corre por cuenta de Verónica Gago, filósofa, politóloga y activista feminista. “Hoy los feminismos condensan la figura social del chivo expiatorio, pero esto no es sólo guerra cultural. Está vinculado con la radicalidad política de los feminismos y las transformaciones sociales que impulsaron”, sostiene la investigadora.
En esta entrevista, realizada para el podcast Los monstruos andan sueltos, Verónica Gago analiza los alcances de lo que nombra como “restauración patriarcal” y se refiere al proceso de masculinización de la política: “Desde sectores aliados se sigue movilizando el argumento de culpabilizar a los feminismos por los avances de la ultraderecha”.
–Si pensamos las ultraderechas como emergentes de este momento histórico, cuál es la novedad o lo distintivo de este neoliberalismo de abajo, tal como lo nombras en tus trabajos.
–La radical novedad del neoliberalismo es que es una forma de gobierno que en vez de solicitar obediencia, está basada en la libertad. En términos de la teoría política clásica gobernar era conseguir que te obedezcan. La torsión que hace el neoliberalismo es que va a empezar a decir para gobernar lo que tenemos que hacer es que cada quien cultive su propia libertad. Eso es un cambio a nivel de las subjetividades políticas. Una cosa es que vos digas bueno, obedezco, no obedezco o cómo organizo la desobediencia. Y otra cosa es que la idea misma de ser gobernado tiene que ver con la idea de tu propia libertad. Este pasaje de la obediencia a la libertad como eje del gobierno es una novedad radical. Porque logra asociarse libertad con extremo individualismo. Antes la noción de libertad estaba vinculada a un proyecto colectivo. Y lo que logra el neoliberalismo en esta etapa, es una especie de definición completamente limitada a los confines del individuo. La fantasía es que ese individuo libre no es gobernado ni es gobernable.
–Si juntamos la precarización y exclusión social creciente con esta idea de extremo individualismo, el mensaje podría ser no hay salida a la crisis, encontrá la tuya…
–Exacto, porque esta idea de libertad individual a la vez excita una capacidad del hacer. En la narrativa de las ultraderechas esta excitación de la potencia de actuar es muy fuerte y es el motor de esta expansión del neoliberalismo por abajo. Y bueno, si recibís un plan social es que estás admitiendo que vos no podes. Que sos una persona subsidiada, una persona desvalida y en todo caso te dejas victimizar por el Estado. Esa es la narrativa que logró, generalizarse, en vez de decir estos son derechos conquistados. Esa derrota está en cómo se perciben hoy los derechos. Entonces, la torsión que hacen estos ideólogos que están pensando estratégicamente como interpelar a la gente, es que hay que hablarle a los oprimidos que sin embargo, sienten que tienen algo que perder. Y esa es la manera de empezar a enfrentar a ciertos sectores desposeídos contra otros sectores también desposeídos. Cuando históricamente el pensamiento emancipatorio sostiene que hay que tener furia, enojo y rabia contra los que nos sacan lo que es nuestro y que esa rabia va de abajo hacia arriba, esta gente logra que la furia se distribuya horizontalmente. Entonces el deseo de progreso que es legítimo, es instrumentalizado y se produce toda una secuencia para que finalmente los afectos del odio, la frustración y el resentimiento nunca vayan hacia el poder.
–Los feminismos fueron arrojados al lugar del enemigo político y son parte central de la guerra cultural de las ultraderechas. Como analizás esta definición programática de las nuevas derechas
–Siempre hubo un elemento misógino en los fascismos históricos. Pero lo que vemos en este momento es que tiene una importancia que no había tenido en otros momentos en la construcción de la figura del enemigo interno, del chivo expiatorio. Los feminismos hoy condensan esa figura. Y me parece que tiene que ver con los avances y las experiencias de transformación social que han sido protagonizadas por las luchas feministas en los últimos años. Como en América Latina especialmente, han logrado articularse con luchas populares, con luchas sindicales, antiextractivistas, indígenas. La dinámica de los feminismos se ha resistido a quedar encorsetada a lo que podríamos llamar solamente agendas de género. Las han desbordado. Por ejemplo si pensamos las revueltas sociales de Chile o Colombia, en 2018 y 2019, las colectivas feministas conectaron fuertemente con los levantamientos y mostraron articulaciones políticas novedosas. Los feminismos además se preguntan cómo se gestiona la precariedad y la violencia de las condiciones actuales, de una manera que no sea individualista o autoritaria. Creo que esa es la gran apuesta que han hecho las luchas feministas en los últimos años y en ese sentido compiten directamente con la propuesta de resolución que hacen las nuevas derechas, que dicen que la única manera de enfrentarla es ármate como individuo propietario machista y si podés estar armado y matar al de al lado, mejor.
–Es decir que en la misma línea de autoras como Wendy Brown crees que el antifeminismo de las ultraderechas no solo es guerra cultural.
–Totalmente. No me parece que el anti feminismo sea una cuestión cultural o puramente ideológica, que no tenga un arraigo en las disputas materiales que estas luchas feministas están poniendo en juego. Por eso responden las ultraderechas como en el caso de nuestro gobierno actual, que hace un anti feminismo de Estado que se propone tanto combatir al movimiento feminista en las calles como a las políticas públicas y la institucionalidad feminista. Y que el anti feminismo sea de Estado es también lo que le da otra característica a las violencias anti feministas cuando son impulsadas y legitimadas desde el Estado.
–Además de ser anti derechos, todas las señales del gobierno van en el sentido de disputar otro orden. De restaurar un orden familiarista y conservador…
–El hecho de que sean reaccionarias y reactivas no implica que no tengan un programa propositivo. Y como vos decís, ahí la cuestión de esta noción que utiliza Judith Butler, de restauración patriarcal, porque lo que dice es que el término backlash se queda chico. Lo que estas nuevas derechas están diciendo es hubo un tiempo idílico anterior que es el tiempo del patriarcado, y a eso tenemos que volver.
–¿Cómo caracterizarías este intento de restauración?
–Creo que hay una fantasía de restauración muy fuerte en donde está la idea de que la autoridad está clara, hay una adscripción de esa autoridad a la figura masculina paterna. Hay una idea de que los privilegios tienen un fundamento que tiene que ver con la biología. Entonces, hay un conjunto de formas de ordenar el mundo que parecen una promesa de estabilidad frente a la inseguridad cotidiana. Eso es lo que mejor sabe explicar la ultraderecha con su promesa de estabilidad: nosotros tenemos un orden, las cosas van a volver a ser claras, van a estar ordenadas, cada quién va a saber lo que tiene que hacer y eso además va a ser un orden natural.
–Hay un núcleo muy activo, podríamos decir un núcleo emocional muy fuerte de varones jóvenes apoyando a las ultraderechas. Es un dato concreto también en Argentina. Hay allí un fenómeno complejo, porque no todos tienen posiciones conservadoras y muchas veces el núcleo más recalcitrante y violento aparece sobre-representado. Qué lectura haces en torno a estas masculinidades que además, fueron contemporáneas a la marea verde.
–Hay una reacción justamente a la desestabilización que ha implicado el movimiento feminista para las masculinidades y sobre todo para masculinidades fuertemente precarizadas. Creo que ahí sí podemos ubicar el efecto de los feminismos, como replantea los vínculos sexo -afectivos como replantea la cuestión de los privilegios de las masculinidades. Y como eso se cruza con una decadencia de la figura masculina como proveedora de recursos en los hogares. Todo eso se amalgama de una manera en que estos jóvenes se encuentran desorientados, desestabilizados y muchas veces resentidos. Y eso lo veíamos cuando decían ahora no se sabe cómo tenés que comportarte. No se puede decir que está bien, que está mal. O con esto me van a cancelar. Es decir, una inseguridad que además, ubicaba a los feminismos como una especie de fuerza moral. Y el feminismo no es eso. Es un movimiento que rompe privilegios y nos obliga a repensar vínculos. Entonces hay muchas cosas para seguir trabajando. Porque al mismo tiempo hay muchos jóvenes que son feministas, muchos varones que piensan y ya tienen una sensibilidad que era impensada hace diez años atrás, que se han socializado en ese tiempo y que su experiencia es más bien la de sentirse cómodos con deshacerse de los mandatos de masculinidad.
–Existen hoy en el mundo liderazgos de mujeres de ultraderecha. Desde Marine Le Pen a Giorgia Meloni. Estos liderazgos nos vienen a decir que no hay desigualdad y son presentados como la constatación del “empoderamiento” de las mujeres. La contracara en nuestro país, es la de una escena de la política muy masculinizada, incluyendo a los espacios progresistas. ¿Lo ves así?
–Creo que es muy importante señalar que esta remasculinización de la política que vemos en Argentina no es un fenómeno exclusivo ni de la derecha ni de la ultra derecha. Los sectores progresistas nacional-populares han movilizado el argumento de culpabilizar a los feminismos por los avances de la ultraderecha. Y ese ha sido el paso previo a la masculinización de la política. Eso hay que dejarlo claro.
–Si ampliamos la mirada fuera de Argentina, en México tenemos por primera vez una presidenta que se proclama abiertamente feminista.
–Eso me parece que es súper importante: pensar también en la disputa a nivel de los liderazgos, porque como vos decías, desde hace varios años la derecha se está preocupando por producir liderazgos con mujeres. Y justamente como una manera de contestación de tipo biológica a los feminismos, diciendo no todas las mujeres por ser mujeres van a ser de izquierda, van a ser progresistas, van a ser transformadoras. Entonces que algunas mujeres de la derecha estén hoy encarnando, por ejemplo, demandas antiaborto, demandas de políticas pronatalistas, racistas- antiinmigrantes o de criminalización de la protesta social, como es el caso de Argentina, intenta también ser una respuesta a los feminismos, como si los feminismos estuviesen siendo desmentidos por estos liderazgos femeninos de derecha.
–Hay escenas de la vida social y política que tienen la capacidad de condensar un momento histórico. Que tienen las marcas de un cambio de época o de algún umbral que se corre. Si tuvieras qué elegir una escena de la Argentina de Milei, ¿cuál nos compartirías y porqué?
–A mi me impactó mucho la escena de los vendedores que habían impreso remeras que decían no hay plata, esa frase de Milei repetida hasta el hartazgo. Me genera una pregunta muy fuerte en relación al deseo de prosperidad o antiausteridad que expresan en general los movimientos o las luchas populares. Hay allí un deseo de ampliación del goce, de consumo, claramente antiausteridad. Y Milei logra convertir estas frases en una remera impresa como una suerte de introyección de la austeridad. Entonces creo que si durante el macrismo se instaló la lógica de la meritocracia, hay una fase superior que es la del sacrificio. La idea de que nos tenemos que sacrificar y que tenemos que restringir incluso los consumos, incluso la buena vida, incluso el deseo de lo que queremos. Para mí esta es una escena que está cargada de interrogantes. Cómo se pasa de esa meritocracia a la lógica del sacrificio, cómo hay algo que se convierte en lengua popular. Implica también una culpabilización por lo que se consumió o lo que se imaginó como posible. Y traigo esta escena porque me parece que repone una singularidad muy fuerte de Argentina, que también tiene que ver con rol de la inflación o cuasi hiperinflación. Me parece que en general se suele analizar como un fenómeno económico y es un fenómeno fuertemente político. Porque la inflación es la experiencia cotidiana de la devaluación permanente de tu esfuerzo. Entonces, me parece que ahí hay un nudo importante para entender esta lógica del sacrificio, de no hay plata. También la inflación, como una lógica de auto disciplinamiento del deseo y del límite a lo que podemos aspirar a hacer o a planificar a futuro.
–La búsqueda de un guión propio para la política, que tome nota de las profundas transformaciones sociales y políticas que se aceleraron con la pandemia, sigue siendo materia pendiente para los partidos y fuerzas políticas del campo popular y del progresista. Quizá haya que empezar por las preguntas. Por hacerse nuevas preguntas que sean capaces de interrogar este tiempo de precarización y crisis.
–Yo creo que la tarea de los movimientos es producir preguntas. La chilena Julieta Kirkwood tenía esa manera de pensar el movimiento feminista en Chile como movimiento fundamental en la democracia. Es una manera muy linda de pensar y narrar un movimiento, no solo a partir de lo que hace o lo que dijo, sino de las preguntas que fue capaz de lanzar como preguntas colectivas. Entonces pensar que la tarea política es construir preguntas y poner las preguntas que nos pongan en tensión, que nos lleven al límite de lo que somos capaces de pensar, de decir y hacer, es una tarea fundamental. Una pregunta central es cómo logramos apropiarnos de la riqueza colectiva, liberar formas de uso del tiempo y cómo eso produce otras subjetividades en términos de estados de ánimo, de capacidades afectivas, que hoy están completamente como amarradas por formas de depresión, angustia, miedo, incertidumbre. Yo creo que la autoestima de los pueblos es fundamental. Cuando vamos a la historia a esos momentos brillantes de los pueblos, había una producción enorme de autoestima popular y colectiva. Un creerse que se merecían cosas, que era posible hacer determinadas otras, que había una una dignidad que se merecía.
–¿Entonces, la pregunta tiene que ver con la audacia, con la capacidad de no renunciar a la imaginación?
–Sí. De producir audacia y de recuperar y apropiarnos de los movimientos que generan autoestima popular. Creernos que nos merecemos cosas en términos colectivos. No, en términos de esta meritocracia individualista que lo hace finalmente es repartir angustia
–Para los feminismos, ¿qué pregunta lanzarías?
–La pregunta ahora es qué significa y cómo sostener espacios colectivos. Porque en un momento de ebullición, de una alegría general es más fácil estar y sostener espacios colectivos. Entonces, para mí la pregunta es cómo se sostienen espacios colectivos que son fundamentales para pensar en términos de procesos y no de eventos aislados, cuando las condiciones son tan adversas. Incluso para posiciones de repliegue, incluso para eso, es necesario sostener espacios colectivos
–“En el claroscuro de un viejo mundo que está muriendo y uno nuevo que tarda en aparecer, surgen los monstruos”. La cita es de Antonio Gramsci y describía un momento liminar de la Europa de mediados del siglo XX. ¿ Te resuena para pensar nuestro tiempo?
–Me resuena la frase en el sentido de que hay algo de novedad y umbral histórico. Yo escucho a mucha gente decir nunca pensé que iba a vivir esto o nunca pensé que iba a volver a vivir esto. Entonces creo que hay algo de sensación, de momento, de umbral histórico bastante generalizado. Eso también es lo que nos abisma un poco, que no podemos como emparchar o buscar una solución más o menos intermedia porque realmente el nivel de transformación y de crisis de del capitalismo es muy fuerte. Y el capitalismo en su crisis, se pone cada vez más violento y agresivo para intentar relanzarse y a la vez concentra de alguna manera toda la idea de la innovación. Eso también lo vemos en las ultraderechas. Que nosotros somos la revolución, que venimos a cambiar todo, que no nos para nadie. Todo el lenguaje revolucionario de la transformación y de la audacia, es el que se intentan apropiar, porque justamente es este lenguaje y esta actitud la que parece estar a la altura del momento de umbral que estamos viviendo. Entonces en este sentido, me parece que la frase nos interpela porque estamos en un momento de cimbronazo que nos pone exigencias y obligaciones en términos de la audacia que hablábamos antes. No podemos quedar a medias tintas, porque hay otros que efectivamente van a ser más audaces en el sentido contrario a nuestra aspiraciones.
–¿Y los monstruos? Porque los feminismos y transfeminismos se apropiaron de la noción de monstruosidad…
–Claro, para decir las monstruosas somos nosotras y nosotres. Siempre se dice que el monstruo es la advertencia de los dioses, es un mensaje que viene del más allá para decir que hay algo que realmente es un anuncio de lo nuevo. Entonces yo creo que lo monstruoso es lo que no reconocemos, lo desconocido y lo que no encaja en los moldes preestablecidos que tenemos para reconocer lo que existe. Ahí está esa apropiación de lo monstruoso en el doble sentido de la advertencia y en el sentido de reivindicar nuestra capacidad de salirnos del molde. Lo monstruoso como lo que se resiste a tener una forma normalizada, reconocible y sin embargo, nos está avisando. De pensar como nos relacionamos con lo monstruoso no solamente desde el miedo, sino como la posibilidad de pensar que es lo nuevo que todavía no tiene forma.
AC