Pez Banana es un club del libro que funciona así: por una suscripción mensual, recibís en tu casa un libro. La selección la hacen Florencia Ure y Santiago Llach.
Los libros son siempre de ficción y la cuota es equivalente al precio promedio de cualquier título que puedas encontrar en las librerías.
También son nuevos, nunca te va a tocar uno que ya tengas.
En sus redes entrevistan a autores, editores, traductores o charlan entre ellos sobre literatura.
Para llegar al elegido del mes, leen (casi) todo lo que se publicará, así que aprovechan y escriben un newsletter con recomendaciones. El newsletter es buen espacio para hablar de libros favoritos que pelearon la final, de otros más de nicho que no imaginaron como “libro del mes” pero que por igual les gusta, presentar editoriales no tan conocidas, rescatar algún clásico que se haya publicado con nueva traducción. En fin, contar un poco el panorama editorial según sus miradas.
“La última fiesta”, de Angeles Salvador, la última autora tardía de la Argentina
El libro, editado en septiembre, es el elegido del mes de Pez Banana, el club de lectura aliado de elDiarioAR. Las claves para una lectura sobre memoria, mentira y ficción.
Desde Pez Banana estamos felices de presentar este novedad, la segunda novela de una escritora argentina –hoy, un de las escritoras de ficción más atractivas– que escribe como los dioses: Angeles Salvador, que nació en Buenos Aires en 1972, publicó cuentos en diversas antologías y su debut literario, la novela El papel preponderante del oxígeno, fue uno de los primeros títulos que compartimos en este hermoso club de lectura. Podríamos decir que su debut fue, también, parte de nuestro debut. Una escritora cuya carrera, como diría el Dante, empezó nel mezzo del cammin della sua vita, porque Salvador primero fue actriz y, orillando los cuarenta años, se volcó hacia la ficción literaria. “Si los escritores construimos personajes –dijo alguna vez–, yo soy la escritora tardía”. Así que hoy, con nosotros, presentamos a la mejor escritora tardía de la Argentina.
Antes de ser escritora –antes, incluso, de siquiera saber que le interesaba escribir– Angeles Salvador se formó con el director teatral y destacado maestro de actores Ricardo Bartís. Eran los años noventa. Compartió camada junto con Rafael Spregelburd, María Onetto, Soledad Villamil y Luis Machín. Actores y actrices que hicieron una carrera impresionante en el off y después derramaron su talento en canales más tradicionales. De Bartís, contó alguna vez, aprendió un recurso elemental que después estructuró su literatura. Para convencer no es necesario apelar a una memoria, lo importante es la mentira, le enseñaron. “El cuerpo del actor mintiendo convincentemente en un pacto con el público –dijo Angeles que aprendió de Bartís–: hacerte creer durante una hora algo para provocar cierta emoción”.
Memoria, mentira, ficción
Lo primero que vamos a notar cuando empecemos el libro es que estamos, de principio a fin, ante una obra de ficción. Después de tanta autoficción –en donde, sí, ahí el artista apela a su memoria–, ahora nos vamos a servir de la imaginación. Cuando empezó un taller literario a mediados del 2000 –y de algún modo, junto con él su carrera literaria–, Angeles Salvador contó que “los que estaban ahí conmigo hacían mucha literatura del yo: contaban experiencias de relaciones, de su infancia, del trabajo. Y yo me sentía rara porque era la única que hacía ficción. Uno a veces está harto o aburrido de sí mismo, y qué mejor que ocupar ese tiempo para pensarte como un otro: desde la gestualidad, las formas, la diferencia”.
Sabíamos, porque la estuvimos siguiendo, que durante la pandemia Angeles Salvador estuvo escribiendo relatos. Los fue subiendo en la página del Centro de la Cooperación Española en lo que fue una serie de textos llamados “Lista de exceptuados”. Fueron ocho relatos centrados en aquellas personas que sí pudieron circular durante la pandemia. (Si quieren chusmear, acá el enlace: http://www.cceba.org.ar/letras/la-lista-de-exceptuados-2).
Lo que no sabíamos –pero sí era un rumor– era que estaba a punto de terminar su segunda novela. El libro que hoy nos toca leer, como esos relatos, también es hijo de la pandemia, pero no porque el coronavirus la haya inspirado de algún modo, sino porque se terminó de escribir durante estos meses de encierro. Las cosas buenas de la pandemia. La novela se llama La última fiesta.
Una voz entre un amor, restaurantes y la política
Si en El papel preponderante del oxígeno, su primera novela, Angeles Salvador escribió una historia extraordinaria atada a los años noventa y el menemismo, acá toma esa especie de posta histórica y se mete de lleno con una década todavía, creemos, subnarrada (al menos desde la ficción): una especie de post dosmiluno de la Argentina. La última fiesta es una novela muy ágil y lúcida, narrada por una voz muy inteligente, que es íntima y ácida, precisa y desesperada, y que bordea la orilla del kirchnerismo sin decir kirchnerismo o la del macrismo sin decir macrismo o la crisis del campo sin decir crisis. El gran convidado de piedra de este libro son esos años de la argentina. Su debut en el siglo XXI. También es la historia de una mujer que fraguó su ascenso social como una artesana –del sexo, del amor incondicional, de la confidencia política, de la glotonería y la tajada, del estar en donde hay que estar– y que, cuando se preparaba para vivir los mejores años de su vida, le vinieron los peores.
Con una memoria que navega surcando la estela de la revista Caras y el diario Ámbito Financiero, entre paparazis y políticos de segunda línea, o entre los entretelones del poder aspiracional, con funcionarios en alza y corrupción, desde una prisión uruguaya, cumpliendo condena, una mujer escribe sobre su última gran fiesta de cumpleaños, la número 50. Se llama Stella Blanco y es la protagonista de las mejores fiestas de Punta del Este, esposa de un político argentino, anfitriona del buen vivir esteño y millonario que, justamente en esa última fiesta por sus cincuenta años, parece estar a punto de tocar la cima de su ascenso, pero empieza, trágicamente y a toda velocidad, su descenso.
La novela está regada de personajes alucinantes, que casi bordean el absurdo, pero que van bien firmes con la rienda corta del verosímil y el talento de Angeles para magnificar la realidad hasta acariciar la irrealidad sin perder nunca el control. Empezando por Stella, la narradora y protagonista, y su mucama Fina, siguiendo con los hermanos Plano, trillizos multifacéticos que aparecen en su versión de ghostwriters estrafalarios, de esbirros vestidos de blanco, niños-cantores al servicio de la sombra de poder que es El Color, el político temible de largos tentáculos, un personaje que no se ve pero del que llegamos a intuir su influencia vía audios de Whatsapp. O siguiendo con Guillermo, el marido de Stella, una suerte de Facundo Manes trenquelauquense que desembarca en la Capital con una determinación letal.
Determinación, ambición, amor. De eso está hecho el cóctel de la pareja protagonista, que tiene algo de Frank y Claire Underwood, de la serie House of Cards, pero en versión criolla y sin poder real. Una pareja que, enamoradísimos en su primera juventud en Uruguay, de donde es Stella, se casan de apuro en Argentina, de donde es Guillermo. Instalan su vida en Buenos Aires y empiezan a circular por los mejores restaurantes del país, construyendo una vida social de trasnoche y presencia en los lugares correctos. A la infertilidad de Stella le contraponen una especie de florecimiento social, pragmático. Se transforman en una célula operativa, en una pareja que a medida que va creciendo, va encajando. “Nos definían el paladar, las veladas y el saludo de los mozos, noches hasta las tres o cuatro de la mañana”, cuenta Stella. Y Guillermo, el novio de su vida, entiende casi como un efecto colateral de esa vida social, como un efecto colateral de su clase y su capacidad para el negocio, que tiene que hacer política, además de mucha plata. Porque a eso se dedica Guillermo, a hacer plata. Como dice Stella: “Estábamos hablando de millones en propiedades. De millones en millones. Cuando hablo de millones hablo de dinero. Cuando hablo de dinero hablo de dólares. Cuando hablo de dólares hablo de política”.
Pero algo pasa y desde la cárcel uruguaya Stella reordena su pasado buscando la clave que explique aquello que, justamente, la metió en la cárcel. Su fiesta de cumpleaños, uno de los grandes eventos sociales de Punta del Este, fue interrumpida por un hecho atroz que marcó su confinamiento carcelario, eso es evidente. Pero faltan piezas en el rompecabezas. Stella no entiende, y busca entender recordando. Y busca, en ese tren, ser honesta consigo misma, “separar las aguas de un mar rojo y negro con tranquilidad y a fondo”. Para ella, mentirse a uno mismo es como dibujar mamarrachos: uno no puede parar porque se activa una energía cinética alucinante de tapar y negar. Ahora su objetivo es ordenar esos mamarrachos, separar las líneas amontonadas en su embrollo y descubrir una trama y dentro de esa trama, los destellos que expliquen por qué las cosas sucedieron como sucedieron. Abraza, en su nueva faceta de desterada, el otro impulso cinético, alucinado, de destapar y afirmar. Stella busca dominar, en la medida de lo posible, su cronología calculada, pero también su azar catastrófico, las dos vigas que sostienen el techo de su drama.
En la cárcel, en un taller literario que le cae sin pedirlo, Stella empieza a escribir en oleadas, de a poco, como en un ejercicio de descongelamiento. Como la propia Angeles Salvador, Stella Blanco también es una escritora tardía. También es una escritora que se vuelca hacia las letras en un punto avanzado de su vida e imprevistamente, quizás, también, con alguna urgencia. Por suerte, Angeles Salvador escribe ficción. Stella, por suerte también, practica la literatura del yo. Le piden que escriba sobre un hecho doloroso de la infancia y escribe sobre la muerte prematura de su hermano Luis. Le piden que escriba sobre la vida de una familia, desde el nacimiento hasta la muerte, y escribe la vida de los trillizos Plano. Le piden su vida, y ella escribe sobre sus comidas afuera con Guillermo. Y un día le piden que escriba sobre un día de cumpleaños y ahí arranca la novela.
El policial negro de la fiesta argentina
Como casi siempre que hay un crimen, a este libro se lo puede leer como policial, es decir, como un relato que va detrás de un asesinato. Al mismo tiempo, como en el mejor policial negro, esta es una novela en donde la escritura es paralela al intento de resolución del crimen que se nos cuenta. En donde crimen y escritura son paralelos y una misma cosa.
Stella Maris Blanco está en la cárcel y desde allí nos cuenta su historia. Tiene tiempo y tiene memoria. Desde su celda repasa cada uno de los acontecimientos, declaraciones, pruebas, audios, motivos, conexiones y erratas de su historia. “La estudié –dice sobre su causa– como quien estudia un calendario de memoria, con ese grado de dificultad, y finalmente logré tenerla entera en mi cabeza. Ahora asumo el infierno de escribirla. Sin sentencia, sin opinión, sin misterio ni gracia. Si hay una voz es la mía, o lo que queda de ella, una voz colocada entre Buenos Aires y Punta del Este, entre un amor, restaurantes y la política”. Así empezamos.
En el policial, por definición, el detective se arroja hacia los hechos con el fin de resolver un crimen. En el clásico inglés, el arrojo es mental. En el policial negro, la acción y el crimen se confunden. En ese camino, la investigación va produciendo nuevos sucesos hasta que, finalmente y con suerte, se resuelve el misterio. En la novela de Angeles Salvador, la detective, para lanzarse hacia los hechos debe hacer algo más. Sella debe dar un salto literario: debe lanzarse hacia el pasado en la búsqueda del crimen perdido. No es casual que todo arranque en un taller literario. La narradora ordena su pasado gracias a ese tallerista que le ofrece, en prisión, hacer ficción. Stella se lanza hacia los hechos mental y físicamente: crea su propio policial, inglés y negro al mismo tiempo.
La novela policial –decía Raymond Chandler– debe consistir de acciones verosímiles de gente verosímil en circunstancias verosímiles, sin dejar de tener presente que la verosimilitud es en gran medida una cuestión de estilo. Y Angeles Salvador tiene estilo de sobra.
En su novela la narradora condensa casi todos los avatares del policial: es la víctima y la sospechosa, el crimen y las pistas, la incauta y la penitente; también, la detective: la persona que desde su celda se ocupa de reagrupar el caos de pistas e indicios de un crimen que confunde homicidio con historia de vida. Su labor detectivesca es ordenar la correntada de personas, de pasos, de influencias, de gestos que es la vida social y política de un matrimonio ambicioso. La economía del poder, de la impunidad, el gasto y el goce. La narradora, cumpliendo una condena que no sabemos si le cabe, se lanza hacia esa marea de hechos pasados que terminaron, de algún modo, en el crimen que la condenó. Esta investigación de tipo policial es una investigación doble: es también la reconstrucción de un amor, un amor de toda la vida y, por eso, la reconstrucción de una vida. El seguimiento detectivesco de ese crimen original que puede ser el amor. La narradora escribe para ir al encuentro de los hechos inmediatos y los de toda su vida porque escribir es, también, tratar de resolver ese crimen. Ordenar una sucesión cruzada de acontecimientos caóticos, desordenados, que no se pueden interpretar ni descifrar. El detective es eso: una promesa de orden y desciframiento. El nudo invisible y el andamio de la novela es la construcción de un complot –una confabulación que no se sabe de quién es ni para qué–. El objetivo de la narradora es su dilucidación. Para dilucidar un complot que no es suyo pero que la golpea, debe escribir.
En su ensayo “Teoría del complot”, Ricardo Piglia escribió sobre una tradición en la literatura Argentina que se constituyó narrando alrededor del complot. La compañía de notables de Salvador. Los nombres van de Marechal y Arlt a Macedonio Fernández y Borges. “Sus textos narran la construcción de un complot –dice Piglia– y, al decirnos cómo se construye un complot, nos cuentan como se construye una ficción”. Ese procedimiento está en esta novela, también. En lo que parece una definición de su estilo o de sus recursos, dice Stella describiendo su Finca: “La iluminación dentro de la casa tenía el tratamiento estratégico que un novelista le da a la mentira, por eso la iluminación provocaba una huelga de realismo y los destellos eran tan pocos pero tan inquietantes”.
“En la novela como género –agrega Piglia–, el complot ha sustituido la noción trágica de destino: ciertas fuerzas ocultas definen el mundo social y el sujeto es un instrumento de esas fuerzas que no comprende. La novela ha hecho entrar la política en la ficción bajo la forma del complot. La diferencia entre tragedia y novela parece estar ligada a un cambio de lugar de la noción de fatalidad: el destino es ser vivido bajo la forma de un complot. Ya no son los dioses los que deciden la suerte, son fuerzas oscuras las que construyen maquinaciones que definen el funcionamiento secreto de lo real. Los oráculos han cambiado de lugar, es la trama múltiple de la información, las versiones y contraversiones de la vida pública, el lugar visible y denso donde el sujeto lee cotidianamente la cifra de un destino que no alcanza a comprender”.
Novela de política y galeristas chantas, de cafiolos improvisados, de ghostwriters y spin doctors, de campañas legislativas y robos de arte, de lujo y miseria, de política y corrupción, de amor y desengaño. Historia de vida, novela confesional con un aire a fin de siècle XX, especie de El jilgero de Donna Tartt en clave provinciana, minúscula, cruzada con Los reventados de Jorge Asis y algo de P. D James en su reverso de clase, en alianza con El extranjero de Camus al menos en esa voz magnífica que sale de la cárcel y cuenta un crimen, que puede ser el homicidio simple o el crimen acaso más contradictorio y confuso que es la ambición o, simplemente, del deseo de vivir. Esta última novela de Angeles Salvador puede ser todo eso. También, con seguridad, es una novela inolvidable como toda gran fiesta, hilarante, lúcida, elegante y respetuosa del delirio. Un goce total.
FU/SL
Desde Pez Banana estamos felices de presentar este novedad, la segunda novela de una escritora argentina –hoy, un de las escritoras de ficción más atractivas– que escribe como los dioses: Angeles Salvador, que nació en Buenos Aires en 1972, publicó cuentos en diversas antologías y su debut literario, la novela El papel preponderante del oxígeno, fue uno de los primeros títulos que compartimos en este hermoso club de lectura. Podríamos decir que su debut fue, también, parte de nuestro debut. Una escritora cuya carrera, como diría el Dante, empezó nel mezzo del cammin della sua vita, porque Salvador primero fue actriz y, orillando los cuarenta años, se volcó hacia la ficción literaria. “Si los escritores construimos personajes –dijo alguna vez–, yo soy la escritora tardía”. Así que hoy, con nosotros, presentamos a la mejor escritora tardía de la Argentina.
Antes de ser escritora –antes, incluso, de siquiera saber que le interesaba escribir– Angeles Salvador se formó con el director teatral y destacado maestro de actores Ricardo Bartís. Eran los años noventa. Compartió camada junto con Rafael Spregelburd, María Onetto, Soledad Villamil y Luis Machín. Actores y actrices que hicieron una carrera impresionante en el off y después derramaron su talento en canales más tradicionales. De Bartís, contó alguna vez, aprendió un recurso elemental que después estructuró su literatura. Para convencer no es necesario apelar a una memoria, lo importante es la mentira, le enseñaron. “El cuerpo del actor mintiendo convincentemente en un pacto con el público –dijo Angeles que aprendió de Bartís–: hacerte creer durante una hora algo para provocar cierta emoción”.