No sé exactamente desde cuando, pero la pregunta por cómo venimos al mundo se convirtió en un tema que tiene bastante relevancia para mi generación. No digo que antes no lo tuviera. Pero supongo que las sospechas alrededor del número excesivo de cesáreas, los movimientos de parto humanizado –en Argentina con una ley de 2004 reglamentada en 2015–, el ojo puesto en la violencia obstétrica como uno de los espacios de potencial abuso de las mujeres, se combinaron en los últimos años con movimientos culturales y sociales que ponen en duda la medicina tradicional a la hora de abarcar las necesidades de las mujeres en el momento de parir.
Creo que ese acento puesto en cómo nacen los hijos también se combina con otra tendencia contemporánea: la cada vez más sofisticada oferta de tratamientos de fertilidad que reescriben la marca de origen de los nacimientos de esta era. La ciencia avanza para lograr empujar los límites de las ventanas etarias fértiles especialmente en caso de las mujeres y para ofrecer alternativas viables –muchas veces muy costosas– a todos aquellos que quieran ser padres, madres o xadres.
La donación de óvulos y espermas o la fecundación afuera del útero son los ejemplos populares y masivos de una industria millonaria que está explorando un abanico enorme de técnicas. Muchas de ellas exponen dilemas bioéticos, legales y sociales.
La maternidad subrogada ya tiene casi 50 años de práctica pero sigue generando discusiones fervorosas que el feminismo retoma –aunque no con una posición unificada–, que los países discuten –con fines comerciales es permitida apenas en un puñado de ellos– y que el mercado explota, incluso con ferias y promos.
La historia de Flavia y José pone el foco en algunas de las diferentes aristas que plantea la técnica, incluyendo el agotamiento físico y emocional con el que pueden llegar las personas a tomar esta decisión. Y algunos imprevistos insospechados que pueden surgir en el camino.
La pareja argentina empezó a considerar esta opción después de 15 años juntos y una década de búsqueda de un embarazo. Flavia hoy tiene 43 años. Pasó por cuatro tratamientos de baja complejidad –como se catalogan las inseminaciones adentro del útero o la estimulación ovárica– y de alta complejidad –como la fecundación in vitro, en la que óvulo y espermatozoide son fecundados en el laboratorio y después transferidos al útero–. En el medio, se tuvo que operar dos veces por fibromas, miomas y quistes, para “mejorar el útero”, como le sugerían los médicos: los pequeños quistecitos adheridos al endometrio dificultaban la irrigación y hacían imposible mantener los embarazos. Perdió dos, al menos que supo, pero estiman que perdió otros tantos más. “Te destruye, te desanima, es como si te molieran a palos”, dice con tristeza.
En el hospital donde ejercen, ella como trabajadora social, él como terapista en terapia intensiva, sus amigos sabían de esta búsqueda. Un día, en la puerta del baño, una fonoaudióloga se le acercó y le dijo que conocía una pareja que había tenido un bebé por el método de subrogación en Ucrania. Para ella hasta ese momento ese método conocido popularmente como “alquiler de vientres” era algo de famosos. Por intermedio de la fonoaudióloga, la mujer le propuso encontrarse. “Nos sacó un montón de dudas. Yo tenía muchos temores respecto del aspecto legal, el cuidado de la gestante, de quiénes eran estas chicas. Pensás un montón de cosas, un país tan desconocido…”
Salieron de ese barcito de Nuñez diciendo “listo, es acá”. Y entraron en contacto con la representante hispana de BioTexCom, una de las clínicas más grandes de Ucrania de maternidad subrogada, que terminó de pasarles la información.
Alina Rudenko es coordinadora de los programas hispanohablantes de la clínica. Está basada en Ucrania pero habla perfecto español y me contesta con rapidez mi mail. Me cuenta que en los últimos tres años aumentó la presencia de argentinos entre sus clientes. Cada mes, según me dice, aproximadamente 30 parejas argentinas contratan los servicios de BioTexCom (aunque dos fuentes conocedoras del tema ponen en duda ese número desde que estalló la guerra). Por la ley ucraniana, deben ser parejas heterosexuales, casadas legalmente y la mujer tiene que demostrar médicamente por qué no puede atravesar el embarazo. Los planes cuestan entre 40.000 y 65.000 euros –incluyen también las estadías en Ucrania y el acompañamiento–, un tercio aproximadamente de lo que puede costar el mismo procedimiento en los estados de Estados Unidos en donde está permitida la subrogación comercial como California. Por eso, y por un marco legal que facilita la inscripción de los recién nacidos como hijos de los “padres de intención” apenas nacen, Ucrania se convirtió en un polo de subrogación para parejas latinoamericanas, europeas y también estadounidenses.
En el Instagram de la compañía, una de las más grandes del mundo, se ve un despliegue prístino de bebés, enfermeras, mamaderas, mujeres gestantes satisfechas con el acuerdo y parejas radiantes. Un mundo esencialmente femenino en el que la maternidad no tiene cuerpos desnudos ni piel a la vista. En esta entrevista (previa a la guerra), Albert Tochilovsky, dueño de la clínica, menciona los planes a futuro en cuanto a nuevos tratamientos de fertilidad, como la gestación de bebés en úteros artificiales, y se despacha en contra de las autoridades fiscales ucranianas. (Hace unos años, estuvo brevemente en arresto domiciliario por los cargos de tráfico de personas y evasión impositiva).
BioTexCom es líder en el mercado de la subrogación y tiene representación en una decena de países. En lo que va de sus 14 años, ya nacieron 30 mil bebés por medio de los tratamientos In Vitro con óvulos de donante y gestación subrogada que ofrece. Más de 400, me dice Alina, en los últimos meses de guerra.
Flavia y José viajaron a Kiev en abril del 2019 para dejar su material genético, llevar la documentación e iniciar el proceso. En el laboratorio hacen la fecundación y después lo implantan a la gestante. Eso sucedió cuando la pareja ya estaba de nuevo en Buenos Aires: “Habían pasado cuatro meses desde el viaje. Un día me escribió Alina por WhatsApp para preguntarme si me podía llamar porque me quería contar algo. La noticia era que habían hecho la transferencia embrionaria y la beta era positiva”. Flavia saltó y lloró de la emoción. Fue a buscar a su marido a la terapia intensiva del hospital para contarle la novedad.
Durante todos los meses la pareja recibía videos con ecografías, resultados de análisis y hablaban con la mujer que llevaba su hijo en el vientre por medio de traductores de la agencia.
El nacimiento estaba planificado para abril de 2020. Nunca imaginaron, cuando empezaron a escuchar hablar de un virus que se propagaba por China y cancelaba eventos en Europa, hasta qué punto eso podría impactar en su vida. Pero ellos tenían pasajes para viajar el 30 de marzo: “Hasta que nos avisaron que el vuelo se cancelaba jamás me lo imaginé”, recuerda hoy Flavia. “Empecé a pensar ‘esto no puede estar pasando’, tantos años esperando este momento y ahora… Iban pasando los días y la angustia era enorme. Desesperante. Sabíamos que estaba bien y bien atendido. De la clínica nos mandaban fotos casi todos los días y nos iban contando del peso”. Una vez que nació el bebé, fue llevado a la nursery y alimentado con leche de fórmula. Mientras, ellos insistían vía cancillería que era una cuestión humanitaria. “Fue horrible. Por más de que estuviera cuidado faltaba el afecto, el contacto, la mirada de amor, te empiezan a pasar un montón de cosas, temores…”
Flavia y José estaban en Buenos Aires sin ninguna certeza acerca de cuándo iban a poder viajar a conocerlo. La foto de decenas de bebés en una habitación esperando a los padres que no podían ir a buscarlos por las restricciones de la pandemia dio la vuelta al mundo como una de las tantas disrupciones de una pandemia fuera de todo pronóstico. Pero ahí estaba su bebé, que ya tampoco podía tener contacto con la mujer que lo había llevado en su vientre por nueve meses. Por contrato, la gestante no puede estar con ese bebé una vez afuera de la panza, pero sí puede contactarse con los padres de intención sin la intermediación de la clínica. Así empezó la relación, especialmente, entre las dos mujeres: “Olena es una genia, un sol de persona. La adoro. Hablo todas las semanas con ella desde hace dos años, compartimos fotos y videos de nuestros hijos”, dice Flavia. Después de que estalló la guerra, su ex marido se convirtió en soldado voluntario y quien fue la gestante de su hijo abandonó la ciudad de Járkov junto con su hija, primero hacia Polonia y luego a República Checa, donde trabaja en el control de calidad de la industria automotriz.
Flavia me pide no salir con su apellido ni con foto. Es más: no la vi personalmente, sólo hablamos por teléfono. Me resulta llamativa la decisión: cuando surgió el tema de su imposibilidad de ir a buscar a su bebé a Ucrania en abril del 2020 por la pandemia, Flavia y José salieron en programas de televisión y hasta protagonizaron un video en redes para lograr que Cancillería les consiga hacer el bendito viaje. Fue justamente toda esa exposición la que le devolvió un mundo de comentarios, muchos de ellos agresivos, sobre la decisión de haber subrogado su maternidad de manera comercial en un país en el que las condiciones sociodemográficas llevan a las mujeres pobres a poner el cuerpo en esta industria. Flavia intentó no mirar los comentarios pero no pudo resistirse y los sintió como algo “muy doloroso”. “No soy necia, sé que debe haber situaciones de chicas muy pobres que lo hacen como último recurso, pero en el caso de Olena es una persona que lo hizo con 45 años y muy consciente de la decisión que estaba tomando. Ella me dijo que le había costado quedar embarazada de su hija y que por eso quería ayudar. Con la plata que ganó pudo comprarse un departamento. La mayoría de las parejas que conozco siguen en contacto con las mujeres que gestaron a sus hijos”.
La subrogación es legal en algunos estados de Estados Unidos, en Georgia y en Ucrania. En India solía ser legal pero se prohibió que parejas de extranjeros contrataran allí este servicio en 2015, entre otras cosas, cuando se conoció el estado de explotación y privación de la libertad al que eran sometidas las mujeres que alquilaban sus cuerpos. A la controversia sobre el riesgo que implica gestar y críticas a la mercantilización humana se le suman historias en las que los padres de intención no quisieron buscar al bebé por haber nacido con alguna discapacidad. Dos casos emblemáticos ponen el foco en la vulnerabilidad de los niños nacidos y de las gestantes: una pareja estadounidense había subrogado en Ucrania pero la bebé nació prematura de 25 semanas y 800 gramos, con una serie de discapacidades. Primero, cuando tenía cinco meses y estaba gravemente enferma, enviaron una carta para que la “desconectaran”; a los 18 meses, dieron su consentimiento para entregarla en adopción, aunque todavía tenía pendiente recibir su ciudadanía ucraniana. La nena estuvo en un hogar de niños hasta hace unos meses que otra pareja estadounidense la adoptó legalmente, en parte, para rescatarla de la guerra. Otro caso es el de un par de mellizos subrogados en Tailandia por una pareja australiana. Uno de ellos nació con síndrome de down y una cardiopatía. La pareja se llevó a la bebé sana y la gestante se hizo cargo de su hermano.
El feminismo plantea distintas posturas sobre la subrogación. En su reciente libro Ver como feminista, la escritora y activista india Nivedita Menon problematiza la idea de familia “biológica” alrededor de la práctica –y el rol de las grandes farmacéuticas en su definición– y da cuenta de las líneas principales al interior del feminismo por las relaciones de poder que implica el alquiler de vientres entre las contratadas y los contratantes, sean hetero u homosexuales: están quienes ven que estas mujeres son libres de decidir sobre sus cuerpos y ganar más dinero con este trabajo que con otras actividades y las que piensan en la subrogación de vientres como una deshumanización y explotación de mujeres pobres y vulnerables que además tienen que ocultar su participación por el rechazo social a este trabajo de cuidado sexualizado. También, menciona que todavía las mujeres que ejercen la subrogación no están organizadas y por eso no es tan audible su voz como para entender su punto de vista sobre el trabajo que llevan a cabo. Colectivos feministas como “No Somos Vasijas” sí suelen manifestarse: por ejemplo, en la entrada de Surrofair, una feria comercial de alquiler de vientres, celebrada en Madrid en 2017.
El tema volvió al centro de los portales informativos con la invasión rusa en Ucrania. Otra vez, fotos de bebés acumulados en búnkers de colores pastel ponía en primer plano las caras y los cuerpos de la indefensión. Un artículo de mayo en The New York Times cuenta los dramáticos pormenores de las estrategias de desplazamiento que llevó a cabo la agencia Delivering Dreams con las gestantes embarazadas para que estuvieran a salvo de las bombas cuando empezó la guerra. El rol de los padres de intención, desde sus países, ansiosos y angustiados, agregaba una capa de tensión y confrontación entre las partes, mientras la guerra desnudaba el conflicto de la soberanía de los cuerpos y la libertad de las personas en la trama de la subrogación. Hay casos en los que los hijos de las mujeres contratadas por las agencias no se mudaron de ciudad junto a ellas, generando situaciones tan desesperantes como que una mamá hable por teléfono con su hija, en otra ciudad, y escuche por el teléfono detrás de su voz el sonido de las bombas. El artículo da cuenta de otras situaciones humanas y contractuales que se pusieron en evidencia en un contexto extremo como una guerra. En la web de Delivering Dreams, en tanto, se jactan de cómo se han manejado durante la guerra: no dejaron a gestantes en el camino, las relocalizaron a Lviv semanas antes de la invasión, las evacuaron de Lviv a Polonia cuando hubo bombardeos cerca de esa ciudad, nunca perdieron contacto con las mujeres embarazadas y otra serie de hechos presentados como activos de su agencia.
En Argentina la subrogación no es ilegal pero no está legislada. Florencia Daud es abogada y fue mamá soltera por elección de su hija a través de una donación de óvulo y de esperma. Cuando tomó esa decisión tuvo que interiorizarse legalmente y empezó a formarse en el tema. Hoy es consultada por el marco jurídico de determinados procedimientos de fertilidad pero además administra dos grupos en Facebook: uno de maternidad subrogada y el otro de fertilización asistida. En Argentina se puede realizar subrogación de vientre pero no está permitido que haya agencias intermediarias, sino que las parejas pueden proponer a una gestante de su entorno. Por fuera de la ciudad de Buenos Aires, antes de que ocurra el parto deben solicitar autorización a un juez para que ese bebé se inscriba como hijo de la pareja de intención. Lo que hacen los jueces es desplazar el estado de madre de la gestante y, al mismo tiempo, emplazar a los progenitores de intención siempre que la gestante haya expresado su conformidad con eso. En Buenos Aires no es necesaria esa autorización. Hay también distintos proyectos de ley para regular la maternidad subrogada con fines solidarios y comerciales, si bien actualmente se puede compensar a una mujer que puso su cuerpo 40 semanas para llevar el bebé: “Sería fundamental que se legalizara así se unifica la jurisdicción y se explicitan pautas, derechos, normas, tope de gestaciones por persona, marco legal. Con un marco claro, que explicite la seguridad jurídica para padres y gestantes y que deje en claro quiénes son los que pueden acceder a estos tratamientos se puede evitar tanto situaciones como la de 'mujer vasija' –que hacen de esto un medio de vida con varios embarazos durante su vida– o como el turismo médico. Si se permite o no la gestación comercial está en debate”. explica Daud.
El hijo de Flavia y José ya tiene dos años y medio pero su mamá todavía recuerda vívidamente lo que fueron esos primeros meses de distancia y la odisea que recorrieron para buscarlo, en donde estuvieron involucrados Cancillería, la embajada y la clínica. Una vez que llegaron a Kiev tuvieron que hacer cuarentena ocho días en un hotel antes de ver y tocar a su bebé, hasta que les hicieron un PCR. Finalmente lo conocieron. Y también conocieron a Olena. Se quedaron tres meses en Ucrania, donde fueron convirtiéndose de “padres de intención” a padres primerizos. Hoy tienen un grupo de WhatsApp con las parejas con las que compartieron la ansiedad y la información cuando la incertidumbre mundial alrededor de todo lo que el coronavirus suspendía se metió con eso que ellos habían estado ansiando por diez años. También están en otro grupo de WhatsApp, más grande, con parejas que subrogaron embarazos en Ucrania. Los diálogos fueron tornando de unos más burocráticos a otros sobre crianza: de documentos a berrinches, de partidas de nacimiento a vacunas. Mientras pasan los años, la forma en la que su hijo llegó al mundo, y el mundo desconcertante al que llegó, se van fundiendo en la experiencia cotidiana de la maternidad. “Por momentos me olvido de que no pasó por mi panza y por otros momentos lo tengo muy presente. Siempre supimos que queríamos que él supiera todo, respetando obviamente su deseo. Es fuerte, sobre todo para mi, tengo temores, inseguridades, cómo lo va a tomar, qué va a sentir, cuál va a ser su reacción. Tengo mis ideas, mis pensamientos y quiero hacer mi propia experiencia al contarle y dejar que se dé naturalmente. Me gustaría hablarle de Olena. Tengo fotos, videítos, mensajes, regalitos que ella le hizo. Le tejió una manta, así que me gustaría dársela cuando se lo contemos”, me dice Flavia por teléfono.
De fondo se escuchan ruiditos de un niño de dos años y medio, que probablemente todavía no tenga demasiada noción de todo lo que pasó alrededor de su nacimiento.
NS