En diciembre, Valeria Edelsztein fue galardonada con el premio franco-argentino Científicas Que Cuentan “Christiane Dosne Pasqualini” por su trayectoria en las ciencias. La línea de estudio actual de esta doctora en Química Orgánica es la demarcación entre ciencia y pseudociencia o, más precisamente, el análisis de discursos anticientíficos. Entre ellos, los discursos antivacunas, terraplanistas y negacionistas del cambio climático. Por eso, aprovechó la ceremonia de entrega del premio para apuntar contra las políticas del presidente del CONICET, Daniel Salamone –presente en la ceremonia– y señalar que “el negacionismo se volvió protagonista, impulsado por el Gobierno nacional y por sus cómplices”.
A la par de su trabajo en el CONICET, Edelsztein es referente de la comunicación de las ciencias en el país. Actualmente organiza el evento “Ciencia de la A a la Z” del próximo 12 de abril en Parque Rivadavia (Buenos Aires) en el que científicos brindarán 27 charlas en “un espacio de lucha abierto a todos los sectores en defensa de lo público”.
Sus estudios convergen en una propuesta clara: la necesidad de confiar en el consenso experto, que no es la experticia de un grupo aislado, sino de toda la comunidad científica que hace sus experimentos, presenta artículos evaluados por pares y llegan convergentemente a consensos robustos. En contraste, señala, es importante diferenciar los discursos anticientíficos y las pseudociencias, “que son aquellas que se hacen pasar por ciencia sin serlo”. Por ejemplo, dentro de la astrología hay quienes no creen que sea una ciencia y otros que sí, discursos más de la década del 70, del 80, explica. En el caso del psicoanálisis también hay dos corrientes: quienes lo defienden como científico, como el epistemólogo Gregorio Klimovsky. “Otras veces lo que encontramos en los psicoanalistas es un discurso muy parecido al de la astrología, en el sentido de que ‘a nosotros nos quieren venir a correr con estándares de cientificidad, pero lo que hacemos nosotros es otra cosa, es un arte, es una experiencia subjetiva irrepetible’”, analiza Edelsztein, investigadora del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias (CEFIEC) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Ante esos discursos que no quieren hacerse pasar por ciencia, la discusión pasa a ser: ¿es realmente la astrología, por ejemplo, otra forma de conocer el mundo? ¿Por qué mucha gente se siente identificada? Otro ejemplo más claro es la homeopatía, ya que tiene una pretensión muy clara de ser ciencia.
â¿Considerás que vivimos un aumento de los discursos anticientíficos?
âEs diferente en cada caso. Por un lado, los discursos terraplanistas existen hace mucho tiempo, pero venían en declive hasta que surgió YouTube como una plataforma para el encuentro entre personas que estaban aisladas. Ahora está un poco también en declive. Lo podemos medir también según los miembros de la Flat Earth Society, que casi se iba a disolver por falta de miembros. Luego reemergió. Después están los antivacunas, que también existen desde que existen las vacunas. Siempre usamos una frase que es “las vacunas son víctimas de su propio éxito” y eso tiene que ver con el auge muy fuerte del movimiento después de la pandemia de COVID.
â¿Podemos pensar todos los discursos anticientíficos de una misma forma?
âNadie tiene ganas de escuchar que “es más complejo”. Pero cuando empezamos a investigar encontramos que se decía que todos los discursos anticientíficos se movían siguiendo las mismas características. Sin embargo, al mirar en detalle vimos que no es así, cada discurso funciona de una manera distinta.
Un caso es Médicos por la Verdad, un movimiento de médicos antivacunas que surgió en Alemania y llegó a Latinoamérica. Queríamos saber qué argumentos usaban para saber cómo contrarrestarlos. Pensamos que las ideas iban a ser más burdas, del tipo “te van a poner un chip con 5G con el que se te pegan los imanes”. Pero cuando empezamos a mirar de cerca nos encontramos con que eran bastante más sofisticados. Por ejemplo, decían “hay nueve muertos de miocarditis por millón entre las personas vacunadas”. El punto es, ¿qué quiere decir? ¿Es mucho, es poco? Es decir, apelaban a algo que necesitamos reconstruir y defender, que es la necesidad del trabajo colaborativo en ciencias y el imperativo de acudir a la confianza en el consenso experto.
"Queríamos saber qué argumentos usaban los médicos antivacunas para saber cómo contrarrestarlos. Pensamos que las ideas iban a ser más burdas, del tipo “te van a poner un chip con 5G con el que se te pegan los imanes”. Pero cuando empezamos a mirar de cerca nos encontramos con que eran bastante más sofisticados."
â¿Cómo podemos saber si nueve muertes por millón es mucho o poco?
âEse es el punto. Yo, que no soy especialista en vacunas, no tengo la más remota idea. Lo tiene que evaluar un panel de expertos, que sepa sobre la materia y que revise toda la evidencia disponible. Sobre todo en una época en la que somos muchísimas más personas, hay muchísimas más enfermedades potenciales porque las condiciones de cría de animales y demás factores hacen que los virus zoonóticos puedan surgir de una manera mucho más fácil. En este contexto, sabemos que las vacunas son seguras y efectivas. ¿Por qué? Porque lo dice el consenso experto. Tenemos demasiado conocimiento como especie como para que una sola persona en su cabeza tenga toda la información necesaria para poder evaluar cada cosa.
â¿Por qué confiar en ese panel de expertos y no confiar en la astrología, por ejemplo?
âAutomáticamente solemos asociar la palabra creencia con lo religioso. Pero todo el tiempo tenemos creencias sobre el mundo. Por ejemplo, yo creo que en una esquina pasa el 106 y por eso espero el colectivo ahí. Pero si yo dijera, “me voy a parar en la parada del 106 a esperarlo, pero en realidad yo creo que pasa por otro lado” alguien me diría, “¿y qué haces ahí esperándolo?”. De hecho, la definición platónica del conocimiento es una creencia verdadera justificada. No es que para creer en la teoría de la evolución necesito un salto de fe. Creer en la ciencia es conocer los mecanismos con los cuales se produce el conocimiento científico, entender que necesitamos confiar en los expertos y también entender cómo llegó la comunidad científica a esos consensos.
âEntonces, ¿cuál es el problema de creer en discursos anticientíficos?
âMuchos dicen que creer en la astrología o el terraplanismo es inocuo. Sin embargo, nuestra investigación (N. de la R.: se refiere a la que realizan junto con el filósofo Claudio Cormick) señala lo que llamamos efecto contagio, que es esta idea de que al justificar creer en enunciados que vienen desde la astrología lo puede aplicar a cualquier otro caso. Una persona cree en la astrología porque “lo siente en su corazón”. El problema es que, una vez que una persona pasa a considerar que una buena justificación para sus creencias es sentirlo, lo va a aplicar o contagiar a otras áreas. Entonces ahora se plantea si siente que es una buena idea hacer quimioterapia o no, por ejemplo. El problema no es el terraplanismo en sí mismo, sino que sea la entrada a otros pensamientos irracionales.
â¿Cómo se construye el consenso de expertos?
âNo se trata de una discusión para llegar a un acuerdo. Si vos pensás que la Tierra es una esfera y yo pienso que la Tierra es plana, no vamos a llegar al acuerdo de que es una semiesfera. No funciona así. En la comunidad científica los consensos son convergentes. Te doy un ejemplo. Hace ya varias décadas, el químico Linus Pauling ganó un premio Nobel de Química y después el Nobel de la Paz. Varios años después dijo que la vitamina C podía hacer un montón de cosas, como curar el resfriado y hasta el cáncer. La prensa lo difundió considerando que se podía confiar en lo que un Nobel decía. Y al día de hoy tenemos pastillas de dos gramos de vitamina C que se venden en las farmacias y que la gente consume. Frente a eso, la comunidad científica salió a contrastar esa idea con el mundo real. Se hicieron experimentos en Italia, Noruega, Australia, Brasil, España, Inglaterra. Tres grupos de investigación en Estados Unidos. Luego publicaron sus resultados, los sometieron a una revisión por sus propios pares y todos esos resultados apuntaron al mismo lugar: la vitamina C ni previene los resfríos, ni los cura, ni cura el cáncer. Eso es llegar a un consenso convergente. La forma en la que la comunidad científica llega a sus acuerdos sigue un cierto camino que nos permite confiar. Puede fallar, pero aún así, sigue siendo la mejor opción que tenemos.
â¿Y mientras tanto?
âSi no hay ningún consenso, no puedo tener una opinión formada al respecto. Eso es lo que uno racionalmente esperaría. Pero no es lo que pasa siempre, hay cuestiones emocionales también y de difusión de la información. Una estrategia que usaron las tabacaleras desde la década del 50 para seguir vendiendo cigarrillos cuando había consenso acerca de que fumar causaba cáncer de pulmón es sembrar dudas y hacerle creer al público que todavía no había un acuerdo en la comunidad científica. Esa misma estrategia la tomaron los negacionistas del cambio climático, cuando en realidad hay un consenso abrumador de que hay un cambio climático antropogénico.
â¿Proponer la confianza en el consenso experto no contradice lo que llamamos “democratización de las ciencias”?
âEs verdad que suena antipático, pero sabemos tanto como especie humana que nadie puede ser experto en todo. En las escuelas hacemos un ejercicio planteando dos situaciones: Scaloni no sabe a quién poner de nueve en la selección; habla con el Chiqui Tapia y deciden hacer una encuesta entre todas las personas mayores de 16 años del país; la persona que gane la ponen de nueve. Todos los alumnos dicen que está mal, que lo tiene que elegir el técnico. Luego, planteamos otra situación. El Estado tiene que decidir instalar una central nuclear en una ciudad vecina. Les preguntamos si consideran que deberían poder decidir sobre eso y todos nos dicen que sí. Cuando les preguntamos por qué, argumentan que es un tema más importante. Pero si es más importante y somos conscientes de que nosotros no somos especialistas, ¿no deberíamos justamente dejarlo en las manos de los expertos? ¿Cómo hago yo para evaluar los pros y los contras de que instalen una central nuclear al lado de mi casa?
â¿Podemos pensar que este Gobierno tiene un discurso anticientífico?
âEs exactamente lo que estamos escribiendo ahora, por lo que no tengo una respuesta concluyente. Hay muchos que caracterizan a Milei como un anti-intelectualista, como Bolsonaro, que se puede pensar en el marco de un anti-intelectualismo evangélico. Pero cuando uno empieza a escuchar las cosas que dice Millei, no es anticiencia. Todo el tiempo está reivindicando la inteligencia artificial, el rol de la energía nuclear y la potencialidad de Argentina de convertirse en un hub tecnológico. Tiene un discurso muy épico respecto de lo que es la ciencia. ¿Cómo puede ser que un tipo que te dice que no existe el cambio climático dice que necesitamos desarrollar reactores modulares pequeños para tener energía nuclear?
Atento a las respuestas de Edelsztein, el doctor en Filosofía y coautor de sus investigaciones Claudio Cormick arroja una hipótesis: “Quizás la forma más breve de pensar la relación entre Milei y la ciencia es presentando una analogía entre cómo usa la palabra ciencia y cómo usa la palabra libertad. Supuestamente Milei es un defensor de las ideas de la libertad, pero si para mí libertad significa que el Estado me garantice los medicamentos oncológicos para no morir de cáncer, que me garantice la universidad pública, el derecho al aborto, voy a decir que efectivamente Milei está en contra de la libertad tal como yo la entiendo. Del mismo modo, podemos decir que hay una disputa por el concepto de ciencia”.
En concreto, Cormick describe que lo que Milei entiende por ciencia tiene dos características. Primero, es algo cuyos resultados siempre tienen que ir a favor del libre mercado. Es decir, cuando la ciencia te permite generar energía nuclear o inteligencia artificial le gusta, pero cuando la ciencia te muestra que necesitás una regulación estatal para mitigar el cambio climático ya no. Y la segunda característica es que la ciencia funciona impulsada por el libre mercado, la empresa privada financiando aquello para lo cual hay demanda. Por lo tanto, apunta, “desarrollar mejores medicamentos para el Chagas para los chicos del Chaco que no los pueden pagar queda excluido de su idea de ciencia”.
Finalmente, Edelsztein advierte que el problema es seguir caracterizando a Milei como un anticiencia. “Lo que venimos a disputar es que lo que él llama ciencia, en realidad, es sólo una pequeña parte de la ciencia, que es mucho más que eso”, concluye.
EM/NS