Lo mejor de 2021

Trece grandes libros del año: una selección de chicas en tiempos suspendidos

Se termina un año que fue híbrido (ni tan pandémico ni tan regular: una hendidura más en el calendario). O que para muchos funcionó como la transición entre lo completamente atípico y días en los que, en principio, todo empieza a tener bordes más nítidos.

En este intersticio después del parate y las preguntas que dejó el indeleble 2020, las editoriales volvieron, en 2021, a la carga con sus novedades a todo vapor.

En julio, de hecho, llegó Chicas en tiempos suspendidos (Eterna Cadencia, 2021), de Tamara Kamenszain, un ensayo poético, por llamarlo de algún modo, un libro puerta, un libro llave sumamente conmovedor, escrito en pandemia y que, bajo su mirada lúcida, puso a dialogar en sus páginas a chicas, abuelas, mujeres con pañuelos verdes, poetisas, canónicas y nóveles en los tiempos suspendidos de la peste y del lenguaje.

A los pocos días de que Chicas en tiempos suspendidos estuviera en la calle, Tamara Kamenszain murió y su muerte se interpuso, como dice ella misma en su libro, como una escansión, “o como quieran llamar/a ese golpe que corta la prosa/en pedacitos” para quienes supieron disfrutar de esta autora fundamental, una maestra de varias generaciones y lectora muy lúcida y desprejuiciada.

Tomando el título de esa publicación –y también como un homenaje torpe– va aquí un repaso de libros de 2021 que, como toda selección, es siempre sesgada y arbitraria. Lo único que tienen en común (y ni siquiera es tan claro esto) es que todos ellos –valiosos en lo que proponen, novedosos en todos los casos, importantes a su modo–, fueron escritos por mujeres, en español y desde América latina.

1. Una familia bajo la nieve, de Mónica Zwaig (Blatt & Ríos)

“Mis padres ya tenían un destino para sus hijos. Mi papá quería que fuéramos médicos como él; mi mamá quería que fuéramos princesas, como Lady Di. Yo quería ser doble de riesgo y para eso entrenaba duro. No me daban miedo los hematomas, tenía una misión y una vocación: caer en lugar de otro”, cuenta la narradora de esta nouvelle.

El fragmento es una muestra de un tipo de escritura muy diáfano que se despliega a lo largo del libro con muchísimas imágenes, con inocencia y también con crudeza.

Una familia bajo la nieve está narrado por Harmonica, una de las hijas de una pareja de argentinos que se exilia en Francia durante la dictadura y vive en los suburbios de una ciudad francesa. Con el correr de las páginas, de manera atrapante se van revelando capas de la historia familiar, secretos, decisiones ajenas y recuerdos que marcan un norte para la protagonista: el de desandar el árbol genealógico como un viaje necesario a los orígenes y a la propia identidad.

Nacida en Francia en 1981 y de padres argentinos, a los 26 años Mónica Zwaig viajó a la Argentina, donde vive desde entonces. Es abogada, actriz, dramaturga y traductora. Una familia bajo la nieve es su primera novela.

2. Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero (Páginas de Espuma)

De una inmigrante que se sacrifica para sobrevivir en un país que no la recibe con los brazos abiertos a un relato protagonizado por Lorena Gallo, tristemente célebre y conocida en todo el mundo como Lorena Bobbitt. De una niña que empieza a entender por qué la hija de la empleada doméstica no va a su cumpleaños a una madre que lo único que puede hacer es callar. Implacable, llena de imágenes crudas y palabras que parecen dispuestas a lacerar, la obra de María Fernanda Ampuero vuelve a sonar como un grito –agudo, por momentos espeluznante– en la oscuridad.

Escrito en plena pandemia –como un juego de cajas chinas: el terror después del terror– Sacrificios humanos es el segundo libro de cuentos de la autora, que ya había impactado en 2018 con Pelea de gallos, un trabajo que la ubicó entre las voces más importantes de la literatura latinoamericana contemporánea.

3. Los abismos, de Pilar Quintana (Alfaguara)

Contada desde la perspectiva de Claudia, una niña que ve cómo se desmorona la pareja de sus padres y vive en un departamento lleno de plantas al que familiarmente llaman “la selva”, la escritora colombiana Pilar Quintana despliega aquí una historia que por momentos se acerca al culebrón y por otros traza una observación profunda del rol de mujeres de diferentes generaciones, de sus decepciones y sus dolores.

Luego del impacto que produjo su novela anterior, La perra, que tenía una selva real y tenebrosa de fondo, en Los abismos la naturaleza entra por la ventana.

La propia autora contó en diversas entrevistas que después de vivir nueve años en la selva colombiana y unos meses en la Amazonia, ahora se instaló en Bogotá y algo de ese reencuentro con lo urbano se puede respirar en este libro, que transcurre en Cali, la ciudad natal de la escritora. Por allí se mueve la protagonista, una niña que se hace preguntas, analiza, observa e intenta hablar mientras los adultos que la rodean prefieren las evasivas, las cornisas o las distintas formas del secreto.

4. Otras cosas por las que llorar, de Luciana de Luca (Tusquets)

La primera novela de la escritora argentina Luciana De Luca es una suerte de gran soliloquio de Carolina, una mujer mayor que se empieza a debilitar. Hay descripciones como latigazos: cortas, punzantes, al hueso (hay muchas referencias óseas a lo largo de todo el libro, que tiene como protagonista a una mujer en un cuerpo que muta). Y hay literatura: oraciones que se anudan, que vuelven sobre sí mismas, que corroen, que iluminan.

Llena de imágenes mínimas y poderosas como una epifanía, la autora propone un universo de plantas, reclamos, memorias de inmigrantes, trapos, cosas por las que llorar y amores en el que, ahí donde muchos ven quietud o pasividad, hay una vida. Eso que parece estar al fondo, al final del pasillo, en el patio, se mueve y sacude a quienes lo rodean. Autora de cuentos que integran diversas antologías y del libro para niños Soy un jardín, De Luca nació en Buenos Aires en 1978.

5. Las señoritas, de Laura Ramos (Lumen)

Debían ser sí o sí solteras. Y también “de aspecto atractivo, maestras normales, jóvenes pero con experiencia docente, de buena familia, conducta y morales irreprochables y, en lo posible, entusiastas y que hicieran gimnasia”. Esa lista de requisitos fue la que impuso Domingo Faustino Sarmiento a un grupo de educadoras quienes, por un ambicioso plan del ex presidente argentino, llegaron al país provenientes de los Estados Unidos entre 1869 y 1898.

Con una combinación sublime entre lo privado y lo histórico, entre la historia íntima y las grandes escenas públicas, Laura Ramos reconstruye las vidas de varias de estas mujeres y lo hace con la misma intensidad y el mismo nivel de detalle con el que había deslumbrado algunos años atrás con Infernales. La hermandad Brontë (Taurus, 2018), aquella biografía monumental sobre esa familia de escritoras y artistas.

6. El corazón del daño, de María Negroni (Literatura Random House)

En el comienzo la autora plantea una advertencia sobre el objeto que los lectores tienen entre manos: la narradora le habla a una Madre, con mayúsculas, y le cuenta que está por ofrendarle “un pequeño libro de mi puño y cuerpo, seguramente errado en su tristeza”.

A partir de entonces, como si lanzara una moneda al aire, va tomando forma una promesa: un relato poderoso plagado de epifanías, de citas, de reflexiones sobre la escritura y la lectura. De observaciones contundentes, de ajustes de cuentas familiares, de recorrido por la memoria, los silencios y el duelo.

Así, con un tono por momentos poético y por momentos sumamente directo, la escritora logra, a pura aleación, una narración inclasificable (o, como ella misma propone: “un censo de escenas ilegibles”) y magnética que de verdad cuesta soltar.

7. Kaidú, de Paula Pérez Alonso (Tusquets)

Aparecen el flechazo, las cavilaciones, los momentos de hipótesis, la observación de los movimientos del ser amado, el roce de los cuerpos, el extrañar, la certeza de un amor arrasador y de a tres. Todo esto puede sonar raro, aunque no lo es para Aína, la narradora de la novela, que apenas arranca la historia queda cautivada por Juan y también por Kaidú, su perro.

El animal la inquieta, le abre la puerta a un mundo desconocido al que ella se arroja sin pistas, pero también sin tapujos. Aunque al principio se cuestiona si se trata de una especie de affaire entre ella y Kaidú (“¿se puede ser infiel con un perro?”, se pregunta), con el correr de los días se va dando cuenta de que el vínculo incluye también a Juan, que hay algo en ese triángulo que atrae a todos por igual.

Narrada en una primera persona exquisita, con observaciones muy sutiles y un tono intrigante, la novela de Paula Pérez Alonso es una invitación profunda a pensar en el deseo y también en el desenfreno, en el desborde como una posibilidad concreta y estimulante. En el encanto embriagador que trae siempre lo inesperado.

8. La Banda Oriental, de Paloma Vidal (Tenemos las Máquinas)

Una niña y un perro pasan sus días frente a una pileta que los tiene azorados porque es negra. Ninguno sabe nadar. Están en una mansión de Punta del Este, donde la tía de ella trabaja como empleada doméstica para un grupo muy particular de brasileños que descansa en la costa uruguaya. Está la coreografía rutinaria que es siempre el veraneo: los dueños de la casa miran telenovelas en portugués, beben, comen lo que prepara la empleada, le abren la puerta a un personaje inquietante al que todos le ofrecen un trato casi reverencial, reciben visitas. Hasta que gana terreno lo siniestro y el relato se vuelve perturbador y cautivante.

Paloma Vidal nació en Buenos Aires y desde los dos años vive en Brasil. Publicó numerosas novelas, obras de teatro, cuentos y libros de poesía. Enseña Teoría Literaria en la Universidad de San Pablo y es traductora de autores latinoamericanos como Clarice Lispector, Tamara Kamenszain y Adolfo Bioy Casares, entre otros. La Banda Oriental es su primer libro escrito en español.

9. Olimpia, de Betina González (Tusquets).

“Olimpia es una novela de ciencia en este sentido: persigue un experimento y sus resultados, tan impredecibles como la escritura de un libro”, dijo la autora sobre su último trabajo, un libro sorprendente, lleno de situaciones deslumbrantes, de observaciones y, por supuesto, de experimentos. El principal es la pareja protagonista que, como toda pareja, es a su modo un ensayo. Lucrecia y Mario Ulrich se conocen un verano, se enamoran y se van a vivir a una casa que perteneció a los antepasados de él.

A partir de ese momento el hombre trabaja discretamente como científico, ella abandona su gusto por los saltos ornamentales y apenas queda embarazada de su primer hijo empieza a hacerse algunas preguntas. Además de las situaciones, los cruces y los silencios compartidos entre ellos y otros personajes inquietantes que irán apareciendo en el relato, Olimpia también se puede leer como un gran ensayo sobre el miedo y sus mecanismos: los protagonistas, cada uno en su ámbito, cargan con temores, los desenvuelven, los desarman.

10. Un temporal, de Ansilta Grizas (Entropía)

Armada con fragmentos, con algunas entradas breves y otras más extensas, algunas que siguen una línea cronológica y otras que van y vienen en el tiempo, esta novela trae el relato de una hija que decide contar una experiencia extrema: los años de su padre a partir de que es víctima de una enfermedad degenerativa, los recuerdos que tiene de él antes de esa circunstancia, de sus palabras, de sus modos, y la construcción, que es siempre endeble y a la vez emotiva, de una memoria de a dos.

Sin embargo, la autora no se queda solamente en los días de internación, de fragilidad, de postración de su padre y trata de recuperar fragmentos luminosos de él y de sus propias experiencias, también de sus miedos, mientras ella misma crece, forma su propia familia y cría a sus hijos. Ansilta Grizas nació en 1987 en San Juan, es licenciada en Artes Visuales. Como fotógrafa, publicó Diario de navegación, una obra que surgió a partir de una residencia para artistas que realizó en la Antártida. Un temporal es su primera novela.

11. Sofoco, de Laura Ortiz Gómez (Concreto editorial)

“Sofoco es un ejercicio que, desde la imaginación, busca un diálogo con el territorio colombiano. Con las vidas que pujan en los márgenes y que están inundadas de ternura. En medio de la horrible noche, de la atrocidad y la deshumanización, los personajes me enseñaron a transitar la selva y el río, con la fisura en el corazón como única brújula. Ficcionalizar a Colombia para entender cómo, aún a pesar de todo, alumbra lo humano en medio de tanta mierda”, señala la escritora Laura Ortiz Gómez en una suerte de manifiesto para definir su libro.

Hay mucho de eso: los nueve cuentos que integran Sofoco irradian esa pulsión, esa llama vital en medio de la hostilidad, ese deseo incandescente. Y eso sucede porque la autora propone en cada relato descripciones profundas y tiernas a la vez, sin ponerse protocolar ante la muerte o lo trágico, sin subirse a un banquito. Como si fuera agarrando y soltando lianas en un escenario donde conviven la violencia política con los ídolos populares como el Pibe Valderrama, los amores fugaces y ardientes con los ríos desbocados, las ilusiones futuras con los duelos permanentes.

Laura Ortiz Gómez nació en Bogotá, en 1986. Estudió literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia y es magíster en Escritura Creativa por la Untref, de la Argentina. Sofoco es su primer libro de cuentos y en 2020 ganó el Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica de Colombia.

12. Una casa lejos de casa, de Clara Obligado (Eme editorial)

“Escribir es atenerse a una doble lógica, la de los recuerdos y la de la ficción. Reconducir el pasado, organizarlo, mirarlo desde lejos, darle forma, intentar comprender. También para eso escribimos. Hubo treinta mil desaparecidos. Sobreviví”, señala punzante Clara Obligado, tal como destacamos por aquí.

Una casa lejos de casa es sin dudas uno de los mejores libros del año. La escritora, que debió exiliarse en España durante la dictadura argentina y tiene varios libros premiados internacionalmente, asume con nobleza en este ensayo un riesgo: el de reflexionar sobre la escritura y el lenguaje desde esa “herida al aire libre” que es –para usar sus términos– la propia experiencia del exilio, pero también desde el sonido ajeno (se superponen lecturas, citas, referencias, búsquedas en diccionarios). El gesto que elige para hacerlo, además, tiene que ver más con la cavilación que con la certeza, lo que aporta un tono de intimidad que se aleja de la épica para ofrecer observaciones de una enorme sensibilidad.

“Llegar a un país desconocido es triste y adánico, temible y apasionante, antiguo e inaugural. Morir de añoranza y de curiosidad. Caminar por un bosque de comparaciones (...). Ver la realidad con una visión doble, como si la observara con un estetoscopio. Los paseos se plagan de analogías”, describe la autora. Así, en estado de traducción permanente, entre la lengua materna y el castellano que la recibe en Madrid, la autora expone sus ideas sobre la extranjeridad y sobre no ser de acá o de allá, en fragmentos que por momentos son pinchazos y por momentos se convierten en preguntas mullidas, universales.

Clara Obligado es autora, entre otros, de La hija de Marx (Premio Femenino Lumen 1996), Petrarca para viajeros, Salsa, El libro de los viajes equivocados (IX Premio Setenil al mejor libro de cuentos 2012), La muerte juega a los dados y La biblioteca de agua.

13. Se vive y se traduce, de Laura Wittner (Entropía)

En Se vive y se traduce (Entropía, 2021) la escritora y traductora Laura Wittner combina anotaciones sobre su oficio con tropezones que tiene a la hora de traducir; experiencias y traducciones propias con observaciones ajenas. Lo que consigue, entonces, como señala Ezequiel Zaindenwerg en la contratapa del libro, es “un relato urdido en muchas voces, un coro de ventrílocuxs amigxs”.

Por la agitación íntima que le generan (“la preposición: ese artefacto inquieto que nos mantiene despiertos”, afirma, por ejemplo) y una fascinación siempre apasionada y vital, al referirse a las palabras y las traducciones la autora pareciera estar hablando de historias de amor, que al mismo tiempo que la arrasan (“si la traducción se traba hay que destrabar el cuerpo”, dice), las deja partir (en cada traducción se trasluce un duelo), la hacen sentir viva. Al leer el libro, entonces, una se encuentra con ese testimonio doble del que da cuenta el título: vida y traducción se superponen y se funden en una fiesta interminable.

Varias de estas reseñas aparecieron en el newsletter Mil lianas a lo largo del año. Hay más comentarios de otros libros que no quedaron en esta selección arbitraria por aquí.

AL