Debían ser sí o sí solteras. Y también “de aspecto atractivo, maestras normales, jóvenes pero con experiencia docente, de buena familia, conducta y morales irreprochables y, en lo posible, entusiastas y que hicieran gimnasia”. Esa lista de requisitos fue la que impuso Domingo Faustino Sarmiento a un grupo de educadoras quienes, por un ambicioso plan del ex presidente argentino, llegaron al país provenientes de los Estados Unidos entre 1869 y 1898.
Tal como reconstruye la escritora Laura Ramos en su reciente y apasionante libro Las señoritas (Lumen, 2021) por esos años “el gobierno argentino contrató a sesenta y una maestras estadounidenses —probablemente viajaron nueve más que no están registradas de modo formal—para trabajar en escuelas normales del interior del país, en muchos casos para fundarlas y, en ocasiones, para ayudar a construirlas. O para defenderlas, cuando se convirtieron en fortines sitiados durante las luchas sangrientas que agitaban la región”.
Aunque no hay una única respuesta a la pregunta sobre por qué Sarmiento optó por ofrecerles este trabajo a aquellas mujeres jóvenes, que tuvieron que realizar viajes en barco extensísimos y muy costosos para las arcas públicas, muchas de ellas sin manejar correctamente el idioma con el que iban a impartir las clases, a lo largo de su libro Ramos expone algunas pistas.
“Se puede pensar que Sarmiento era un extravagante, una persona excesiva, extrema. En este plan, sus intereses educativos se mezclaban con sus aspiraciones mesiánicas”, explica en diálogo con elDiarioAR la autora de Las señoritas, quien ya en el prólogo habla de un “sueño colonizador” del argentino. En un viaje por los Estados Unidos, primero en 1847 y luego ya desde su rol como ministro plenipotenciario y enviado extraordinario de la Argentina, a partir de 1865, Sarmiento quedó fascinado con lo que se iba encontrando, especialmente en la ciudad de Boston a la que definió como “la reina de las escuelas de enseñanza primaria”.
Allí fue recibido por Horace Mann, considerado el gran innovador de la educación primaria de su país, y tiempo después por Mary Mann, su mujer, con quien el autor de Facundo trabó una amistad que duró varias décadas tras la muerte de su esposo.
Tal como señala Ramos en el prólogo de Las señoritas, por esos tiempos toda la región de Nueva Inglaterra pero especialmente Boston atravesaban “una especie de siglo de las luces” en el que el pensamiento de Margaret Fuller, “figura destacada entre los trascendentalistas y precursora del feminismo moderno, postulaba una definición del papel de la mujer que tuvo una notable influencia en la personalidad literaria de Jo March, la heroína de Mujercitas”.
Es en ese ambiente en el que por esos días puede encontrar en algunas instituciones educativas a jóvenes estudiantes que le llamaron la atención. “No sin asombro vi mujeres que pagaban una pensión por estudiar matemáticas, química, botánica y anatomía, como ramas complementarias de la educación. Eran niñas pobres que tomaban dinero anticipado para costear su educación, debiendo pagarlo cuando se colocasen en las escuelas como maestras”, escribiría el argentino tiempo después.
Tal vez entrevió allí algo que más adelante se convertiría en un proyecto ambicioso. O, como señala Ramos, el puntapié para instalar algunas ideas que no funcionaron del todo: que las maestras se vincularan con la aristocracia local y que ésta se nutriera del conocimiento que traerían las extranjeras.
“Sarmiento quería traer al país jóvenes mujeres para que se casaran con los argentinos. Él quería colonizar, quería una colonia estadounidense o, como decía él, americana. Como si acá no fuéramos americanos”, detalla Ramos, que indagó con gran detalle sobre las vidas de estas maestras que por tandas fueron llegando al país. Algunas lo hacían en transatlánticos en los que viajaban durante más de dos meses, muchas no tenían muy claro con qué panorama se iban a encontrar al llegar.
Se puede pensar que Sarmiento era un extravagante, una persona excesiva, extrema. En este plan, sus intereses educativos se mezclaban con sus aspiraciones mesiánicas
A lo largo de las páginas de Las señoritas se pueden ir encontrando situaciones muy diversas: “Hay muchas historias relacionadas entre sí, porque vinieron hermanas, primas, tías y sobrinas, amigas, así que hay muchas interrelaciones. Los personajes van y vuelven en los capítulos, como en un libro de Balzac”.
“La mayoría de estas maestras eran sufragistas y luchadoras por los derechos de la mujer en ese momento, algo así como Jo March, la heroína de Mujercitas, que llegaron al interior argentino a difundir su prédica evangelizadora. Proponían la honestidad, la religiosidad, la verdad y el respeto al individuo, entre otros postulados novedosos para la época”, señala Ramos, quien se dedicó, a partir de una frondosa búsqueda entre cartas y archivos personales que rastreó en universidades estadounidenses, además de libros y bibliotecas locales, a ver cómo varió la recepción que tuvieron estas mujeres jóvenes en el país.
“Siempre me interesó lo íntimo y lo doméstico”, agrega la escritora, que en los últimos años deslumbró con su libro Infernales. La hermandad Brontë (Taurus, 2018), una biografía monumental sobre esa familia de escritoras y artistas.
Entre las historias que se exponen en Las señoritas está la odisea de la pionera Mary Gorman, una de las que había deslumbrado a Sarmiento personalmente. Tenía un contrato de tres años y que debía llegar al país para fundar la nueva Escuela Normal de San Juan.
También hay otras menos narradas hasta el momento, que revelan varios conflictos que las jóvenes debieron enfrentar: muchas de ellas ganaban más dinero que las maestras locales, lo que no fue bien visto por entonces. Otras, con sus ideas innovadoras o simplemente por ser protestantes, debieron pasar días difíciles con sus batallas pedagógicas.
“Frances Armstrong, por ejemplo, tuvo una reunión con el enviado papal a Córdoba. Esto provocó que la Argentina rompiera relaciones con el Vaticano por un tiempo: los católicos jóvenes cordobeses le tiraban piedras a esta maestra, la escupían”, relata Ramos.
“Otra de ellas, Emma Caprile, puso como materia tipografía en su escuela para que las alumnas pudieran aprender un oficio y ser independientes. Otra maestra a la que llamaban miss Juanita, Jeannette Stevens, en Jujuy enseñaba carpintería a las presas de la cárcel del Buen Pastor. Hubo una que propuso reivindicar la cultura originaria y cantaba las canciones indígenas, hasta usaba los instrumentos locales para hacer música”, agrega.
Eran sufragistas y luchadoras por los derechos de la mujer, algo así como Jo March, la heroína de Mujercitas, que llegaron al interior argentino a difundir su prédica. Proponían la honestidad, la religiosidad, la verdad y el respeto al individuo
Las maestras no quedaron al margen de los conflictos de la época. Muchas debieron esperar para afincarse en algunos territorios argentinos, que se encontraban en disputa. Otras, tuvieron que asistir a allegados, que fueron víctimas de la epidemia de la fiebre amarilla que azotó a Buenos Aires en 1871, o padecieron ellas mismas enfermedades que resultaron letales.
“Addie Stearns, por ejemplo, murió de fiebre tifoidea en Paraná y su esposo llevó el cajón al cementerio, pero no le permitieron entrar por ser protestante. Entonces dijo que iba a esperar mientras los funcionarios eclesiásticos deliberaran y decidieran si podía entrar o no. El hombre esperó dos noches y dos días con un fusil, porque se acercaban pumas alertados por el olor del cadáver, que se iba descomponiendo por el calor. Con el paso de las horas no pudo más y decidió enterrar a su esposa afuera del cementerio. Unos días después debió enterrar junto a Addie a su hijo de tres años, que murió también”, relata Ramos.
Pese a la ambición casamentera de Sarmiento, algunas de las maestras cumplieron sus contratos laborales y después de un par de años de trabajo volvieron a los Estados Unidos; otras se afincaron en la Argentina luego de casarse, pero con hombres de su país, inclusive dos dos de ellas se establecieron como pareja en la provincia de Mendoza durante cincuenta y tres años. Pero ninguna por esos años se casó con un argentino. Y la aristocracia local, según la investigación de Ramos, “nunca consideró a las extranjeras más que como a unas honorables institutrices”. “Con todo el respeto del que las investían sus cargos pedagógicos, su sabiduría y en particular su nacionalidad, las maestras no lograron integrarse a las familias patricias”.
“Muchas no creían en el matrimonio como carrera profesional, digamos. No se casaron, murieron en la Argentina y crearon relaciones amistosas aquí. En Mendoza dos maestras formaron una pareja. Vivieron juntas 53 años en Chacras de Coria, Mendoza”, recuerda la escritora y agrega: “Encontré a la nieta de los administradores de su bodega y su finca. Ella me contó todo: el sobrino de una de ellas vino furioso a la Argentina por su homosexualidad y quemó las pertenencias de estas mujeres, hizo una gran fogata que asustó al pueblo. Pero algunas cosas quedaron: hoy la bisnieta de los administradores vive en la casa que compartieron las dos maestras, y tiene dos vestidos de charleston, varios libros y un abanico de ellas. Cuando estas maestras murieron, una poco después de la otra, las enterraron juntas, como habían pedido”.
AL