ENTREVISTA

Lorena Vega: “La familia es la máquina más imperfecta del mundo”

27 de julio de 2024 00:01 h

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Imprimir: según el diccionario de la RAE, “marcar en el papel o en otra materia las letras y otros caracteres gráficos mediante procedimientos adecuados”. Y también: “fijar en el ánimo algún afecto, idea o sentimiento”. Cuando en 2018 Lorena Vega estrenó en el Centro Cultural Rojas su biodrama Imprenteros, se propuso honrar el oficio del gráfico, que su padre había ejercido durante gran parte de su vida, y evocar la imprenta familiar que, con su muerte, ella y sus hermanos habían perdido. Lo cuenta en la obra, lo contó en infinidad de entrevistas: Imprenteros nació como una forma de volver a entrar imaginariamente a ese lugar lleno de papel, tinta y guillotinas que marcó la infancia de los Vega –Lorena, Sergio, Federico– y cuyo acceso les fue vedado cuando sus medio hermanos cambiaron la cerradura del lugar. Seis años después, esa pieza escénica que Lorena, Sergio y un numeroso equipo se habían propuesto hacer por cuatro funciones está llegando a las 600, e impulsó también una muestra de fotos, un libro editado por Documenta Escénicas y una película, que se vio por primera vez en el último BAFICI y a partir de la semana que viene se podrá ver en la sala Lugones y en el MALBA. Pero, sobre todo, se convirtió en un afecto que se fijó en el ánimo de su propulsora: “Imprenteros, que no tan casualmente es un proyecto en torno a un oficio, nos permitió a mí y a mis hermanos aprender otros. Si bien yo ya había escrito teatro, esta fue la primera obra que me hizo sentir dramaturga. Hasta entonces, yo sentía que lo mío era la actuación: mi trabajo consistía sobre todo en poner el cuerpo. Y que escribir era para otros, ¡como si escribir no fuese algo físico! Después, Imprenteros me hizo sentir que yo podía hacer un libro. Y ahora, que puedo dirigir una película. Este proyecto me abrió puertas. No las de la empresa familiar, pero sí muchas otras, una infinidad”. 

No es la obra de teatro filmada, es otra cosa, aclaró Lorena hace algunos días en su cuenta de Instagram, después de que varias personas le preguntaran de qué se trataba la película que codirigió junto a su marido, el realizador Gonzalo Zapico. Aunque lleva el mismo nombre de la obra, el film es una pieza independiente de aquella. Esa “otra cosa” es una suerte de mamushka que contiene todas las versiones anteriores: la documentación de los procesos de creación de la obra, del libro y de la misma película, que se vale del lenguaje cinematográfico para llegar ahí donde el teatro no puede. Si la gran potencia de la obra es saber contar la historia familiar con sus protagonistas de cuerpo presente, la cámara registra el detrás de escena, la residencia creativa en la que el libro comenzó a tomar forma, la imprenta donde finalmente se imprimió. Así, con esta última estrella en el firmamento imprentero, se completa la constelación, conformada por piezas que pueden ser leídas de forma independiente y juntas se complementan de forma emocionante. 

La versión fílmica de Imprenteros es, sobre todo, un documental sobre los procesos creativos, que revela de forma muy honesta cómo nace un proyecto artístico y qué preguntas surgen en su desarrollo. ¿Cuándo y cómo apareció esa necesidad de contar el detrás de escena? 

–Lo que me gusta de este proyecto multiforme es que cada pieza tuvo un origen muy genuino; diría que pidió aparecer de forma muy orgánica. Y siempre que emprendés un nuevo trabajo te tenés que hacer preguntas parecidas: ¿Qué es esto que estamos haciendo? ¿Qué queremos contar? En este caso, a mí me importaba mucho que se viera la intimidad de la creación independiente. Es decir: qué hacemos en este país, en este lugar del mundo, para crear una obra de teatro, un libro, una película. Me importaba que quedara registrada la complejidad y lo singular del camino que emprendemos. Que estuviera presente el tema del dinero, que es siempre el tema: de pronto te tiene que ayudar uno, le tenés que pedir un favor a tal otro, te das cuenta que te falta no sé qué cosa. Es un modo muy distinto de crear al que existe en otros países, en otros continentes. Todo eso me parecía que era interesante de documentar, que merecía ser contado. Después, obvio, están las particularidades del caso. Acá, que la historia la cuentan tres hermanos que se embarcan en una obra de teatro y en una película aunque dos de ellos nunca habían actuado, que la que escribe el libro jamás había hecho uno, que en un montón de aspectos estos hermanos transitan su primera vez. 

¿Te acordás de qué es lo que querías contar en un comienzo, mucho antes del boom de la obra y de todo lo que vino después? 

–Muy al principio, Imprenteros fue una forma de tramitar un duelo, y también una manera de recomponer, reconvocar, reorganizar los vínculos familiares, que además me permitió escuchar mi propia historia de manera distinta. En el texto que escribió para la presentación del libro, Mariano Tenconi decía que hicimos la obra y el libro para estar una vez más con nuestro padre, para fumar un último cigarrillo con él. Y creo que todas las nuevas formas que fue tomando el proyecto siguieron rondando ahí, sobre la idea de hacer obras artísticas para revivir a los muertos, para ritualizar las penas. 

En el libro contás que cuando pensaste en llevar a escena Imprenteros te preguntaste a quién podía importarle esta historia. Seis años después, la obra lleva cientos de funciones y el proyecto creció exponencialmente. ¿Qué aprendiste de todo esto? 

–El valor que tienen las historias mínimas y el potencial que pueden tener para llegar a los demás. Curiosamente a mí, que a lo largo de mis carrera fui buscando expresarme a través de otros personajes, me pasó que cuando me expresé en primera persona, hablando de mí, di con la obra que más me nombra, que más me representa y que fue un punto de inflexión en mi trabajo y en mi vida.

Tanto en el libro como en la película tu mamá cobra un protagonismo que en la obra no tenía. ¿Fue una necesidad tuya y de tus hermanos hacer crecer ese personaje o fue un pedido suyo? 

–Te diría que una combinación de las dos (risas). Ya en los textos que escribí para el libro, su presencia aparecía bastante naturalmente, por su lugar de madre todoterreno que inevitablemente está presente en nuestros recuerdos de chicos, pero también por la forma en la que acompañó el proceso de la obra: desde las primeras funciones estuvo muy conectada con nuestro trabajo, disfrutando mucho de cómo iba creciendo. A pesar de que en la obra recibe alguna incriminación, Yeni se puso la camiseta de Imprenteros desde el día uno. Y más de una vez pidió de forma explícita un poco más de atención: ‘¡Yo los mantuve y ustedes le hacen una obra a su padre!’. Bueno, me pareció que el reclamo era legítimo. Y, si ya desde la escritura de los textos para el libro comencé a convocarla, cuando decidimos hacer la película tomé conciencia de que ese era el espacio para que quede documentada toda su fuerza, la suerte de columna vertebral que fue para nosotros. 

En el film aparece una cuestión crucial para vos, que te persigue desde chica: la pregunta sobre qué es una familia. ¿Encontraste, entretanto, una respuesta? 

–A veces me lo sigo preguntando, porque las familias no son nada sencillas, incluso las que aparentan llevarse bárbaro o ser todo armonía. El otro día pensaba que, entre muchas otras cosas, Imprenteros es una obra sobre máquinas. Y la familia no deja de ser eso: la máquina más imperfecta del mundo. Todo el tiempo se le está saltando un tornillo, se le está trabando alguna tuerca. Y me parece que es importante no pensar que hay un lugar de arribo, un horizonte de armonía y estabilidad que alcanzar. Conviene respirar esa complejidad, donde hay momentos que están buenos y momentos muy difíciles, donde te sentís una extranjera en ese entramado. Respirar, y seguir, y entender que una familia es, ante todo, una construcción. 

NL/DTC