Entrevista

María Fernanda Ampuero: “Los trabajadores inmigrantes son el gran sacrificio humano del mundo”

De una inmigrante que se sacrifica para sobrevivir en un país que no la recibe con los brazos abiertos a un relato protagonizado por Lorena Gallo, tristemente célebre y conocida en todo el mundo como Lorena Bobbitt. De una niña que empieza a entender por qué la hija de la empleada doméstica no va a su cumpleaños a una madre que lo único que puede hacer es callar. Implacable, llena de imágenes crudas y palabras que parecen dispuestas a lacerar, la obra de María Fernanda Ampuero vuelve a sonar como un grito –agudo, por momentos espeluznante– en la oscuridad.

Escrito en plena pandemia –como un juego de cajas chinas: el terror después del terror– Sacrificios humanos (Páginas de Espuma, 2021) es el segundo libro de cuentos de la autora, que ya había impactado en 2018 con Pelea de gallos, un trabajo que la ubicó entre las voces más importantes de la literatura latinoamericana contemporánea.

Es que Ampuero tenía casi todo listo para pasar una temporada en Buenos Aires y luego volver a Madrid, donde, como suele decir, hizo gran parte de su “vida adulta”. Pero la peste trastocó todo y apenas empezaron a llegar las primeras noticias sobre el Covid-19 la escritora quedó varada en una casa y una ciudad que le eran completamente ajenas.

“Yo no soy de Quito y ahí quedé, entonces tenía una sensación muy extraña de no pertenencia. Además vivía en una casa que no era mía. Ninguna es mía, vamos (risas), pero como que las otras las he arreglado un poquito con mis cosas. Aquí no, entonces fue rarísimo darme cuenta de que estaba rodeada de objetos extraños y de fotos de extraños y de una vida que parecía impostada”, cuenta la escritora por videollamada desde el Ecuador en diálogo con elDiarioAR.

Las imágenes que llegaban del principio de la pandemia en Ecuador eran bastante aterradoras.

Las noticias que llegaban de Guayaquil, donde estaba mi gente más importante y mi madre, se parecían a las pesadillas.Los cadáveres estaban en la calle, en un lugar donde hace un calor demencial. Los cadáveres se pudrían en dos días. Todavía no sabíamos nada del virus, y entonces aparecía el terror de que los perros salvajes o los gatos salvajes mordieran a las personas tiradas por ahí. Juro que era una cosa más que apocalíptica, mucho más. Ninguna película nos ha preparado para esta situación.Yo tengo gente queridísima a la que les pusieron sus familiares en fosas comunes. Porque no sabíamos, no se sabía qué hacer. Envolvían a los cadáveres y la gente no se despidió. No hubo rituales. No hubo duelo. 

En ese contexto, vos estás en otra ciudad, en una especie de doble encierro, por el lugar que no conocías y por la pandemia en sí, rodeada de un terror concreto en las calles y a la vez escribiendo un libro de cuentos de terror. ¿Te propusiste transitar el género desde el vamos? ¿Se impuso? ¿Cómo te lo planteaste desde la escritura?

Desde Pelea de gallos, el libro anterior, yo he sentido muy claramente que es el género en el que yo me muevo mejor. Pero no por escritura, no porque yo digo: “Ay, soy una gran escritora de terror”. Eso es una boludez. En realidad yo soy una gran espectadora de cine de terror y una gran lectora. De eso sí me ufano, eso sí lo digo sin ningún tipo de vergüenza. Le he ido estudiando las clavijas al terror desde que tendría unos 7 años. En nuestras vacaciones, mis padres no tenían demasiado dinero para llevarnos a ningún lado y había un videoclub muy cerquita de la casa. Mi hermano y yo íbamos al día siguiente de que se acababan las clases y empezábamos a sacar las películas, desde la A a la Z. Por otra parte, no creo que yo sea una escritora experimental ni lo vaya a ser nunca. A mí esa cosa del juego del lenguaje, y de solo el lenguaje por el lenguaje, o lo del arte por el arte, es algo que no me interesa. Lo respeto muchísimo, yo fui muy fan del movimiento vanguardista. Hay autores de allí que amo, pero yo no hago eso. De alguna manera siento que tengo algo que decir y que ese algo que tengo que decir es desde el punto de vista de una víctima. Y siento que el género de terror permite hacer el juego de empatizar con la víctima muy fácil. Digamos, es fácil empatizar, no es fácil lograrlo desde la escritura, pero es fácil que empatices ¿no? Creo que mi escritura es una escritura de efectivamente querer conseguir de ti como lectora la empatía más grande que tengas para meterte en esa historia. No necesariamente una empatía como podríamos hablar desde el periodismo, una empatía social.

Las noticias que llegaban de Guayaquil se parecían a las pesadillas. Los cadáveres estaban en la calle, en un lugar donde hace un calor demencial. Los cadáveres se pudrían en dos días.

Este libro llega en un momento en el que hay todo un grupo de autoras latinoamericanas especialmente de terror y cuentistas. ¿Escribir desde Latinoamérica te emparenta con más terrores cotidianos, con esos sacrificios humanos? ¿Cómo leés este fenómeno?

Obviamente que lo he visto porque yo soy gran lectora sobre todo de las mujeres latinoamericanas. Por supuesto que he visto y sé que existe esta coincidencia, que no es coincidencia, pero no sabría hablar por ellas. Yo siento que ser mujer en este momento histórico conlleva una responsabilidad. Además en mi vida personal soy activista y no lo oculto. Me parece que es un momento histórico en el que por fin se ha dejado que nuestra voz alta se escuche. Al patriarcado le molesta cuando una mujer levanta la voz ¿no? Eso fue lo que a mí me enseñaron toda la vida, que la mujer que levanta la voz es problemática y que esa mujer se va a quedar solterona (risas). El movimiento feminista que nos precede habló mucho del voto, habló mucho de los derechos, del divorcio, pero este momento es “no me voy a callar más”. No me callo. No me callo y tú me vas a escuchar lo que a mí me molesta y me ha molestado de esta sociedad. 

¿Cómo se mete eso en lo escrito y específicamente en el terror?

Siento que el terror es un género que tuvo una explosión en mi juventud y en mi niñez. Entonces no creo que sea casual que nosotras, las de los 70, estemos con esto ahora. Porque allí estaban nuestros ídolos, pues. Sin ir más lejos, encontrabas un personaje con el que te puedas identificar tanto como en Alien por ejemplo. En Alien estaba la Mujer Maravilla de mi generación. Y estaba la Mujer Maravilla también, pero nosotras preferíamos las películas de terror, preferíamos a Carrie. Carrie es una mujer que literalmente incendia a todos esos hijos de puta que le hicieron bullying. ¿Cómo no vamos a amar a Carrie? Yo vengo de una sociedad súper puritana, de gente bíblica, de gente con imágenes del Sagrado Corazón y con esta virgen que actuaba de una manera imposible. Y de repente aparece Carrie en mi infancia ¿no? O sea si ves todas las películas, incluso las más malas de todas, o si ves a Jamie Lee Curtis en Halloween, por ejemplo. La chiquilla que desafía a Freddy Krueger en Pesadilla en la calle Elm. Todas eran unas heroínas impresionantes que nos permitían identificarnos. Y no solo ellas, también si piensas en los niños de It por ejemplo, en esa pandilla de chiquillos que son todos unos losers entre comillas, está el niño de gafas, el niño obeso, el niño que tartamudea, la niña que no tiene amigas. Creo que tuve la enorme suerte de que en el género de terror pude encontrar la verdadera igualdad. Y no solo igualdad, sino personajes femeninos poderosísimos. Eso obviamente nos tuvo que haber marcado: el cine en los 80 y principios de los 90 fue democracia pura. 

O sea que tu infancia estuvo plagada de ese terror de las películas. ¿Y en lo cotidiano?

Creo que solo puedo contar mi infancia, o muchas cosas de mi infancia en Guayaquil, en clave de terror. Hacer otra cosa sería edulcorado, sería mentiroso, sería ponerle colores pastel a un tiempo que no fue feliz. ¿Cómo puedes recordar feliz una infancia en la que la desigualdad social, por ejemplo, hacía que hubiese niños que eran hijos de las personas que trabajaban en las casas que en lugar de jugar contigo se ponían a atender a las personas?

¿Cómo fue que llegaste al concepto que atraviesa todos los relatos de este libro que es este de los sacrificios humanos que va desde los inmigrantes en condiciones muy precarias de vida hasta las violencias contra las mujeres?

Yo estaba escribiendo otra cosa, tenía la idea de hacer un libro sobre el mal, aunque igual éste es un libro sobre el mal, pero pensaba en un libro más explícito sobre el mal. Al comienzo de la pandemia yo no podía leer casi nada, estaba desconcentrada. Necesitaba literatura que me atrapara mucho, mucho, mucho. Entonces releí muchas cosas y leí por primera vez muchas otras. Stephen King, por ejemplo, todo lo que más pude. Hasta que  en la casa en la que estaba encontré y leí el libro de El exorcista. Ya había visto la película, pero igual me dio miedo. Pero ya con la cabeza de escritora empiezas a pensar por qué es un hombre, o sea una figura masculina la que se mete en esta niña adolescente. ¡Qué interesante sería que fuera más bien una fuerza maligna pero de niña, de chiquilla, de mujer, la que se meta en el cuerpo de un hombre adulto! Me gustaba eso, como de darle la vuelta, intenté hacerlo pero no salía. Así que lo dejé ser y empecé a escribir Biografía (N. de la R.: es el primer cuento que integra Sacrificios humanos). Me parece que allí fue la primera vez que escribí esto que pienso: que los extranjeros, que los inmigrantes o los trabajadores inmigrantes son el gran sacrificio humano del mundo. De algún modo las personas que emigran se convierten en el sacrificio de su familia, lo que su familia aporta para que se mantenga este sistema perverso, asesino, caníbal, que es el sistema capitalista ¿no?

Tuve la enorme suerte de que en el género de terror pude encontrar la verdadera igualdad. Y no solo igualdad, sino personajes femeninos poderosísimos. Eso obviamente nos tuvo que haber marcado: el cine en los 80 y principios de los 90 fue democracia pura.

Hablando del cuento Biografía, que retoma una experiencia que te tocó vivir siendo una inmigrante, ¿cómo juega en tu escritura lo autobiográfico?

Muchísimo. Muchísimo. Yo creo que es la única forma de hacer algo de este tipo que valga la pena. Pero no solo escribir, sino todo, cada una de tus decisiones. Coincide que soy escritora, pero cada una de las cosas que te han pasado a ti en la vida hacen que tú escribas lo que escribes, o que le propongas a tus editores un tema y no otro. Todos hacemos todo desde nuestra carne y de lo que se ha hecho carne en nosotras. Así amamos, así criamos a los hijos, así todo. Así que efectivamente hay mucho de mi vida personal en muchos de los cuentos. Pero no es una cosa con fórmulas digamos, porque incluso hay cosas mías en los cuentos de las que ni yo soy consciente. En Biografía, por ejemplo, sí. Yo emigré a España en el 2005, estuve indocumentada. Estaba desesperada. No me daban trabajo. Por mucho que falseaba mi currículum no aparecía nada. El único trabajo que me querían dar era de empleada interna, que era algo que se hacía mucho con las mujeres extranjeras en la época en que yo emigré, algo que siempre me ha parecido una cosa bien perversa. Bien esclavista porque básicamente lo que quieren estas personas es que los 365 días del año estés a su servicio. Era muy difícil para una mujer. Los hombres sí tenían bastante trabajo en la construcción, pero las mujeres si no aceptabas eso de la limpieza y cuasi esclavitud era muy difícil. Entonces se me ocurrió poner este anuncio en el que ofrecía escribir la biografía de la gente. Lo demás en el cuento pues tiene que ver también con mis obsesiones. Por ejemplo, yo siempre pienso dónde están las desaparecidas. La cosa del desaparecido frente al asesinado, frente al muerto, tiene un universo de diferencia. Tú nunca vas a saber qué le pasó a esa persona, dónde está, quién se la llevó. Esa era una cosa sobre la que quería escribir. 

Hablando de una inmigrante, en Sacrificios humanos aparece la historia de Lorena, a quien todos conocimos como Lorena Bobbitt y a quien rápidamente podemos identificar en tu relato.¿Te gustaba el personaje, te interesaba? 

La historia de Lorena es una historia con la que crecimos todas las niñas de mi generación. Ecuador no está casi nunca en el mapa de nada. Los mexicanos tienen a Guillermo del Toro, o lo que sea. Pero nosotros no tenemos nada, nada. Imaginate que algo que tenga el nombre Ecuador sea noticia mundial, como esta joven que se va a vivir a Estados Unidos. Es muy loco. Pero además es esto: la historia de una chica de un lugar pequeñito que se convierte casi en algo humorístico cuando se trató de tortura lo que ella vivió. Porque no hay otra palabra: es una mujer que estaba casada con su torturador. Pero lo que quedó para mi sociedad y para la sociedad del mundo entero fue el chiste. Entonces todas las mujeres en algún momento les decían a sus maridos que le iban a hacer “la de Lorena Bobbitt”, o todos los hombres decían “ay, tu mujer es como Lorena”. De una mujer que seguro tenía una historia pavorosa para contar lo que le importó a todo el mundo es que le cortó el pene a su marido. Él es lo importante. Él y su tragedia ¿no?

¿Necesitaste rescatarla de alguna manera?

Siento, como deben sentir muchas de las mujeres que hacemos algo de este tipo en Ecuador, que había una deuda con ella. Durante un tiempo pensé en la posibilidad de contactarla y entrevistarla. Pero luego me di cuenta que muchísima gente la ha entrevistado. No voy a caer en la idea de la reparación, yo no creo que la literatura ni repare, ni advierta, ni denuncie ni absolutamente nada. Cada vez que me preguntan sobre eso digo si Primo Levi con Si esto es un hombre no logró nada en ese sentido ¿qué va a lograr María Fernanda Ampuero? No soy tan ingenua de pensar que yo voy a, nada, yo nada. Lo único que quizás quería con este cuento era contar la parte importante de esta historia. La parte importante de Lorena. Y luego nombrarla, porque es que a ella se le quedó ese apellido, el apellido de su torturador.

Yo emigré a España en el 2005, estuve indocumentada. Estaba desesperada. No me daban trabajo. Por mucho que falseaba mi currículum no aparecía nada.

Hay una frase en el libro que señala lo siguiente: “Una chica como yo siempre espera lo peor”. Es una idea que recorre varios cuentos, con mujeres que por su condición, por donde viven o por cómo crecieron esperan lo peor. ¿Las mujeres tenemos que esperar siempre lo peor, vivir en ese estado de abismo?

Lo que pasa es que si esperas lo mejor no estás advertida… A mí me hubiese gustado que mis padres me dijeran ciertas cosas. Puede ser que esas ciertas cosas maten la inocencia, pero es que yo prefiero no tener inocencia a ser un corderito en medio de lobos como dice la Biblia. Ser mujer, hagas lo que hagas y seas como seas, va a traer un montón de cosas dolorosas. Por qué no lo sé, pero somos el chivo expiatorio de toda la historia. Porque si no cuidamos nos sentimos luego culpables y esa culpabilidad nos mata. Pero si sí cuidamos, lo que matamos es nuestra libertad y nuestros deseos de ser una cosa que no somos. Hagas lo que hagas no hay manera de ganar, no hay cómo. Muchas mujeres me dirán “no seas exagerada”, “mi vida no ha sido así”, “a mí nunca me han violado”, “yo nunca he tenido un aborto clandestino”, “a mí mi marido no me ha pegado”, “yo elegí tener mis hijos”. Yo no conocí a ninguna mujer que no tenga el corazón roto por una razón o la otra, ninguna. O que sienta que no pertenece, que no es suficiente, que no tenga esa insatisfacción constante con su físico. Pensemos en Emily Dickinson, a ella no es que la violaron quince personas en un descampado porque Emily Dickinson no salía de su casa. Y sin embargo no se me ocurre un ser que tuviera más dolor que esa mujer por dentro. Virginie Despentes habla de esto: no es posible ganarle a nada. Entonces, como no es posible, por lo menos vive lo más libre que puedas, sé lo más consecuente y lo más genuina y generosa contigo misma. De esa manera vas a pasar un poquito más feliz  por la casa del terror que todas pasamos. Siento que la mujer es el gran sacrificio humano. 

En tu libro, sin embargo, hay fraternidad entre mujeres. Aparece una imagen muy elocuente de mujeres bailando en un cementerio.

Sí, porque, ¿qué vamos a hacer? Está eso en la literatura, en Yerma (de Federico García Lorca), en ese dolor de La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Esas cosas como de esas mujeres tan, tan, tan tristes y tan increíblemente solas. No queda otra cosa que estar juntas ¿no? Pasar el Apocalipsis juntas.

AL