Por estas fechas, 10 años atrás, el Congreso difundió el dato de inflación de junio: 1,5%. Al mismo tiempo caían multas a las consultoras por difundir guarismos similares. Claro, era el doble que la inflación oficial (0,8%). En estos días se espera con “optimismo” o cierto entusiasmo un número más cerca del 3% que del 4% para la inflación de junio 2021. La inflación es como esas enfermedades silenciosas con las que parece que se puede convivir.
En aquel momento no se hacía nada serio para frenar a la inflación más que poner controles de precios y empezar a retrasar el tipo de cambio. Hoy, 10 años después, otra vez se apela a controles de precios y retraso en el tipo de cambio. Aún así, seguimos esperanzados con que la inflación del año siguiente pueda ser más baja que la actual. ¿Las razones? Difíciles de encontrar, quizás porque cada año la inflación se justifica por algún fenómeno transitorio: la depreciación del peso, las tarifas, el precio internacional de los alimentos, etcétera. Siempre habrá alguna explicación, lo que sigue sin aparecer es realmente una política anti inflacionaria.
Este año la inflación va a cerrar en el doble que en 2011 y se sigue sin consensuar una política desinflacionaria. Así como duplicamos la inflación en 10 años es esperable que la reduzcamos a en un plazo similar, pero si aparece la vocación de hacerlo.
En el corto plazo la inflación se puede manifestar como un promedio de la variación del salario, las tarifas y el tipo de cambio. Pero tomemos el mes de junio: salarios reales por el piso, tarifas congeladas y un dólar que se mueve a la mitad que el resto de los precios. Es el mejor escenario y bajo ese contexto es esperable que la inflación mensual alcance un 3%, lo que marca en parte la inercia con la que habrá que convivir, una línea de base sobre la cual ya no se puede actuar con paliativos.
Hacia delante se puede esperar una recuperación forzosa del salario para generar un no tan mal clima pre electoral. La política cambiaria deberá profundizar su retraso y las tarifas deberán permanecer congeladas para compensar el efecto inflacionario de corto plazo que pueda dar la suba salarial. Nuevamente se empiezan a desalinear tarifas y tipo de cambio, el resultado es más inflación en los años venideros.
Hace 10 años el problema de la inflación estaba al tope de las preocupaciones, hoy sigue siendo una de las principales preocupaciones en las encuestas. Es curioso, pero existe cierta desconexión entre la política económica y las demandas de la sociedad.
El aumento de los salarios respecto a los precios sucederá solo en el segundo semestre durará algunos meses y luego nuevamente habrá que navegar en una inflación más elevada porque, insistimos, no hay política anti inflacionaria. El capricho de “aumentar” el salario real a toda costa redunda en mayores niveles de inflación a futuro por dos vías: aumento no justificado de salarios y mayor atraso tarifario y cambiario a corregir a futuro.
No es que no sea deseable un aumento de los ingresos laborales y de las prestaciones sociales, es la forma. No se puede realizar por decreto y en forma desorganizada, debe ser el fruto de una mayor actividad que impulse un mercado de trabajo más dinámico. En este punto siempre la discusión se vuelve confusa, porque la justificación está en que la mejora de los ingresos salariales y de las jubilaciones impulsan al consumo y a la producción.
Sucede que en una sociedad con tanta memoria inflacionaria, de ahí la relevancia de marcar que este fenómeno lleva más de una década, la ilusión de poder presionar sobre la demanda sin que ello se traslade a precios es ingenua. No lo es porque los grandes especuladores se quieren quedar con los ingresos de los trabajadores, lo es porque todos los actores tienen una conducta a intentar protegerse de una suba generalizada de precios. Sucede tanto con una cadena de supermercado como con un cuentapropista que tiene que realizar un presupuesto.
Ese comportamiento se vuelve cada vez más racional a medida que la inflación se extiende en el tiempo, que no se cumplen las pautas inflacionarias y que no existe un compromiso con la reducción de la inflación a futuro. Es poco probable pensar en un 2022 con una inflación inferior a la de este año si se insiste sólo en echar culpas de este fenómeno complejo a los fijadores de precios.
La inflación lentamente nos está condenando a problemas de anemia en el crecimiento, mala asignación de esfuerzos por parte del gabinete económico y problemas distributivos incluso dentro del universo de asalariados. ¿Hasta cuándo habrá que esperar para realmente poner la resolución de este problema como un consenso de la política?