Fiebre de sábado por la mañana. Por las veredas de la avenida Avellaneda, entre las tres cuadras que separan Nazca y Cuenca, en el barrio porteño de Flores, hay que caminar a paso de hombre. Adultos y jóvenes se agolpan en las puertas de locales de ropa de marcas desconocidas. Otros circulan como pueden con bolsas sin rótulos pero llenas de prendas recién compradas. En sus puertas, algunos empleados ponen un cordel y dejan entrar de a poco. Otros se paran en un banquito para controlar eventuales robos. Adentro de los locales, que venden directo de fábrica y de lunes a viernes se concentran en la operación mayorista, hay quienes gritan la cantidad mínima de unidades que se pueden adquirir y otros exigen que se armen filas indias para pagar. Algunos aceptan tarjeta, pero con recargo del 20%; otros solo efectivo. A los dos costados de la avenida, autos estacionados en doble fila. Los pocos garajes de la zona cuelgan el cartel “No hay lugar” y un cono naranja. “¡12 pares por 1.500 pesos!”, grita Jorge, uno de los pocos vendedores ambulantes que se colocan sobre Avellaneda porque la mayoría opta por las calles perpendiculares y paralelas.
Por eso, el tránsito es más lento, casi imposible, por Argerich, Helguera, Bogotá o Aranguren. Las mitades de sus veredas están copadas por vendedores ambulantes, senegaleses, peruanos, bolivianos o criollos, que ofrecen desde remeras de fútbol y anteojos de sol hasta joggings y ropa interior. “¡Chipa, chipa!”, ofrecen manjares de Paraguay. Sándwiches de salame y queso venden otros. “Se busca repositor con experiencia”, reza un cartel en uno de los locales con música a todo volumen. Para caminar rápido, hay que andar por la calle. En cambio, los autos quedan casi atascados.
En tiempos en que la inflación alcanzó el 109% anual y que en abril subió un 8,4%, liderada por la ropa, la avenida Avellaneda y sus alrededores son un símbolo de lo que pasa con las ventas, que siguen creciendo, aunque con la preferencia por productos más baratos. Pese al impacto de la sequía, que amenaza con contraer la economía argentina, el indicador de consumo de la Cámara Argentina de Comercio sorprendió a quienes lo elaboran con un alza del 1,5% en abril, respecto a un año atrás. Crece más lento, pero no se contrae. En algunos rubros sí se reduce, como el de indumentaria y calzado, un 10%, pero al mismo tiempo la cámara detectó que el mes pasado aumentó un 19,3% interanual la venta callejera ilegal en la ciudad de Buenos Aires, cuyo 78% consiste en ropa y zapatos, y detectó que cinco de las diez cuadras con más vendedores ambulantes están en la zona de la avenida Avellaneda.
“Antes comprábamos en shoppings, pero esta es la segunda vez que venimos a Avellaneda”, cuenta Laila, docente de 29 años, que chequea en su celular con su pareja, Juan, de 33, qué les falta por comprar para ellos y su hija de dos años, que dejaron en su casa de zona sur al cuidado de un familiar. “Uno está acostumbrado al shopping. Acá tenés que venir con paciencia. Si no te gusta que te empujen, no vengas. Mejor vení sin chicos. Y temprano porque no hay lugar para estacionar y los locales cierran a la una o dos de la tarde”, aconseja Juan. Su mujer había visto un suéter por $20,000 en un centro comercial, pero aquí por $13,000 adquirió cuatro. Para su hija había visto un jogging de $9,000 en un shopping, pero en Flores gastó $20,000 por una remera, una calza y un chaleco, y los pagó con tarjeta de crédito y en cuotas.
“Acá no es tan caro y es la misma calidad”, sintetiza Laila. Juan agrega: “La gente gasta, la plata quema, consumir es una forma de resguardarte. El otro día un compañero de trabajo me preguntaba si comprarse un celular y yo le dije que sí porque si esperás, es peor”. De todos modos, ambos empleados en blanco reconocen que en algunos ítems acotan sus erogaciones. “No salís a comer afuera, no pedís tanto delivery, buscás precio, no hacés más la compra mensual en el súper sino que vas cuando necesitás, al Coto o Changomás, donde tengan más barato los pañales”, se refiere a las grandes cadenas de supermercados, donde rigen los Precios Justos, a diferencia de los chinos y almacenes. “Y buscamos más trabajo”, completa Juan.
El indicador de consumo de la Cámara de Comercio ya recuperó el nivel de abril de 2019, es decir, previo a la pandemia, pero aún se encuentra un 5% por debajo del mismo mes de 2018, justo cuando estalló la crisis económica del gobierno de Mauricio Macri. “La desaceleración observada durante los últimos meses en la variación interanual continuó durante abril. Lejos del crecimiento de dos dígitos observado durante prácticamente la totalidad de la pospandemia, el último dato muestra un avance de apenas 1,5% y todo parece indicar que en mayo se observarán números negativos. Las expectativas respecto a la evolución del índice durante los próximos meses no son positivas, en buena medida porque el poder de compra de los hogares, que muestra un nivel de correlación no menor con el de consumo, entró en terreno negativo hace ya ocho meses. En este marco, es poco probable que los hogares logren sostener el consumo en un contexto de tanta fragilidad”, se ataja la cámara que preside Mario Grinman.
Sin embargo, todavía el consumo creció hasta abril, es decir, ya entrado el impacto negativo de la sequía en la cosecha de los dos principales productos exportados por la Argentina, la soja y el maíz. “Dos dinámicas son relevantes a la hora de explicar la brecha entre la evolución del gasto y los ingresos de los hogares argentinos”, señala la Cámara de Comercio. “En primer lugar, hemos visto que el ahorro se contrajo a la mínima expresión. Cálculos de la consultora Ecolatina marcan que los niveles de ahorro promedio de un hogar llegaron durante 2023 a mínimos históricos. El encarecimiento relativo de bienes aspiracionales de la clase media argentina (inmuebles, viajes al exterior, autos) disminuye el incentivo a ahorrar y, en el proceso, aumenta los niveles de consumo. Por otro lado, el rápido desendeudamiento de los hogares libera recursos para el consumo. Sin crédito hipotecario ni prendario y con límites en tarjetas de crédito que crecen sistemáticamente por debajo de la inflación, el desendeudamiento de los hogares es forzado”. La cámara atribuye el retroceso en las ventas de ropa y calzado a “la pérdida de dinamismo a lo largo de 2022 que se sostiene hasta el día de hoy, acompañada de un encarecimiento relativo de los precios del sector”. En cambio, suben un 10% las ventas de autos y motos y un 16% las del rubro de recreación y cultura.
¿En qué medida el consumo se sostiene por los ingresos “barrani”, en negro, como proclama el abogado Carlos Maslatón y repite la vocera presidencial, Gabriela Cerruti? El economista jefe de la Cámara de Comercio, Matías Bolis Wilson, reflexiona al respecto: “Cuando tenés caída del ingreso real, Avellaneda está que explota porque se buscan alternativas. Puede que la economía en negro te esté amortiguando un poco el shock real de la sequía. Si hablás de 20.000 millones de dólares menos, es un montón y te va a impactar, con o sin economía en negro. Te puede amortiguar algo de desahorro porque tenés guita fuera del sistema. Para mantener o amortiguar el nivel de consumo con una caída del ingreso agregado de la economía o lo financiás con deuda o desahorrás. Ese ahorro puede venir en parte del consumo reprimido durante la pandemia, poco acceso a compra de vivienda, etcétera. Algo del gasto público también va a amortiguar, pero estás en el límite y por eso se te va a precios porque tenés una restricción de la oferta. Si llega a mantenerse arriba el consumo, hay que ver si es un ciclo sustentable y sano en lo micro y macroeconómico”.
Sobre la avenida Avellaneda, Jorge, el vendedor ambulante de medias, admite que de lunes a viernes sus ventas andan “flojas” pero los sábados, cuando todos los locales se abren al gran público minorista, “se mantienen altas desde que terminó la cuarentena”. Es decir, desde 2021. “Hay más gente, vienen por los precios”, explica. Pero no es solo eso.
“A partir de la pandemia, los más jóvenes empezaron a buscar ropa por Internet y descubrieron que acá es más barato porque somos los fabricantes que vendemos directo al consumidor, sin intermediarios”, reflexiona Brian, cajero en la tienda Manttang, de 28 años y descendiente de familia coreana, como muchos comerciantes en el barrio. “Vienen acá por la inflación, pero también hubo un cambio de generación. Los jóvenes buscan más precio que la comodidad del shopping, buscan el local de barrio en vez de la marca. Pero empezaron los más chicos y ahora viene gente grande”, cuenta Brian. De hecho, entre sus clientas, había una turista española, Dolly, con sus dos nietas porteñas, Luz y Olivia, que habían ido primero a los outlets de marcas conocidas de la calle Aguirre, en Villa Crespo. “Allí los precios son más caros que en España”, compara Dolly. “¡Abuela, vayamos a Avellaneda!”, le sugirió Luz. Y acabaron en Flores. “Comprar aquí es de terror, pero es más barato que en España”, concluye la abuela.
AR