El miedo es una de las emociones más universales que experimenta todo el mundo en algún momento u otro de su vida. El miedo, como el demonio en la cultura judeocristiana, se presenta en múltiples formas: podemos temerle a las agujas, a la oscuridad, al fuego, a ir al médico, al futuro, a enfermar por coronavirus, etc. El miedo aparece ante la amenaza de daño, ya sea físico, emocional o psicológico, real o imaginario.
Aunque se relaciona como una emoción negativa, el miedo en realidad cumple un papel importante porque nos ayuda a mantenernos a salvo, ya que nos moviliza para hacer algo frente al riesgo potencial.
No es seguramente de las emociones favoritas de nadie, pero ello no significa que no cumpla un papel concreto. Es una respuesta física que se conoce como “lucha o huida”, con la que el cuerpo se prepara para entrar en combate o huir. Se trata de una respuesta automática que es crucial para nuestra supervivencia.
El problema, por tanto, no es tener miedo en algún momento concreto y frente a una situación determinada, sino dejar que este tome el control y nos anule como personas e invada nuestra vida. Puede ocurrir que aparezca un ataque de pánico, que se caracteriza, según el Instituto Nacional de Salud Mental (NIH), por el temor a los desastres o miedo a perder el control, incluso cuando no hay un peligro real. Una de las peores cosas del miedo es que da miedo.
Cuando el miedo va demasiado lejos
Corazón acelerado, respiración rápida, sudor excesivo, presión en el pecho, bloqueo o dificultad para concentrarse son sensaciones familiares cuando tenemos miedo. Podemos entrar en un círculo vicioso y entrar en un ataque de pánico; nos da miedo tener miedo porque lo relacionamos con una experiencia que nos ha hecho sufrir.
Si un perro de la calle nos muerde, lo más probable es que tengamos miedo la próxima vez que veamos al perro, lo que te ayudará a evitar otra mordedura. Pero si esto significa llegar a temer a todos los perros, no solo al que nos mordió, este miedo puede hacer que cambie dónde vamos, con quién nos relacionamos, etc., para evitar el contacto con otros perros. Aquí el miedo se convierte en algo paralizante, no en un beneficio.
El proceso normal es que el motivo que desencadena el miedo, una vez ha desaparecido, también lo haga el miedo. Pero cuando este no cede se convierte en algo perjudicial y, en casos extremos, genera ansiedad. En estos casos solemos reaccionar de forma exagerada a las situaciones.
Cuatro pautas para lidiar con el miedo
Puede ocurrir que la amenaza por la que se siente miedo y que tenemos que afrontar, sea real o solo una percepción. Algunas estrategias que nos da Psicología-Online para superarlo son:
Enfrentarse al miedo
Evitar el miedo que podemos tener no solo nos impide seguir adelante, sino que provoca ansiedad. Hay que tomarse un tiempo y buscar algo agradable o reconfortante para hacer. En cuanto aparezca una sensación de seguridad, puede intentarse explorar el miedo de nuevo, tomándonos los descansos cuando sea necesario.
Si resulta difícil abordar un miedo lo mejor es pedir ayuda terapéutica. Es lo que los expertos denominan terapia de exposición. Según la Asociación Americana de Psicología (APA), esta terapia puede ayudar a romper el patrón de evitación y miedo. Los psicólogos crean un entorno seguro en el que exponen a las personas a las cosas que temen y evitan.
Enfatizar lo positivo
El miedo suele hacernos recordar recuerdos y eventos negativos, lo que refuerza la sensación de que el mundo es un lugar amenazante. Hay que trabajar para buscar lo positivo: la alegría de ver a alguien que queremos, el humor en determinadas circunstancias, un paseo por la naturaleza, etc. La positividad amplía nuestra perspectiva de las cosas y nos ayuda a crear una resiliencia que nos ayuda a funcionar incluso en épocas difíciles.
En un estudio realizado por expertos de la Universidad Estatal de Ohio se demostró que las personas con una actitud positiva tienen más probabilidad de superar su miedo a hablar en público que las personas con una mentalidad más negativa. Esto podría extrapolarse a otros miedos en la vida.
Aprender a vivir con cierta incertidumbre
Es muy difícil eliminar de la vida todos los riesgos. Tomar decisiones es elegir entre varios caminos a través de la incertidumbre.
Reducir el miedo al miedo
Muchas veces, más que tener miedo a un estímulo concreto lo que nos sucede es que tenemos miedo a nuestros propios síntomas del miedo. Por ejemplo, alguien que teme hablar en público, más que miedo a afrontar la situación, le teme a que aparezcan palpitaciones, sudoración, temblores, rubor facial, tartamudeo, etc. Se trata de una respuesta fisiológica que tiene el cuerpo para hacer frente a algo que percibe como un peligro.
Lo importante de cualquier estrategia es que nos ayude a gestionar y convivir con todos los miedos que puedan aparecer. No se eliminan los problemas, pero sí se puede luchar para reducir algunos de sus efectos, como la ansiedad y aprender a vivir con ella. Cuando el miedo se convierte en una fobia, es necesario pedir ayuda psicológica.
M.Ch.