El 11 de julio salió en masa la gente a la calle en varios puntos del planeta. Desde Argentina, donde era lo más lógico, hasta en Bangladesh. La alegría por el triunfo del equipo comandado por Lionel Messi en la Copa América era el denominador común.
En Cuba, a pesar de la pasión futbolera desatada en los últimos años y de que la mitad de la isla apoya a la selección albiceleste (la otra, por supuesto, a Brasil), no era de esperarse que espontáneamente se diera algo así, pues las aglomeraciones en la vía pública solo están destinadas para fechas y momentos dispuestos por las instancias de Gobierno.
Sin embargo, ocurrió. Pero no en son de festejo por un suceso deportivo, sino dejando salir la irritación, una corriente de malestar que ha venido forjándose por el empeoramiento de las condiciones de vida. Y estalló, además, en el lugar más inusual: San Antonio de los Baños, localidad al suroeste de La Habana, hoy perteneciente a la provincia de Artemisa, donde nació Silvio Rodríguez, cantante icónico de la revolución cubana, y que es llamada la 'Villa del Humor', por ser la sede desde 1979 de una Bienal Internacional de Humor Gráfico y albergar un museo dedicado al humor.
Ese pueblo es también la cuna de Eduardo Abela y René de la Nuez, los creadores, respectivamente, de El Bobo y El Loquito, personajes del humor político que fueron encarnaciones del pueblo en oposición a Gerardo Machado y Fulgencio Batista, dos presidentes-tiranos de la Cuba anterior a 1959.
Programación dominical
Los manifestantes pedían comida y medicinas y coreaban “patria y vida”, en respuesta a la consigna “patria o muerte” acuñada por Fidel Castro. Sin embargo, la televisión cubana mantenía la programación dominical de rutina y sus espacios informativos no se daban por enterados.
Pero el rumor y luego las imágenes difundidas por las redes sociales, a partir de directos en Facebook por los participantes y su inmediata replica por los medios de oposición, hizo propagar el calor a otros puntos del oriente, el centro y occidente del país —ha circulado un cartel que identifica unos 30 lugares—. Hasta que el fuego llegó a la capital, primero a municipios de la periferia y luego a arterias principales como la calle Galiano y el Paseo del Prado.
Un grupo pequeño de artistas, de los que en noviembre pasado se habían alzado ante el Ministerio de Cultura, se plantó frente al edificio del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión). Pero ya Avispas Negras y Boinas Rojas —tropas especiales de la policía— se llevaban a personas arrestadas y empezaban a tomar el control en todas partes, auxiliados por agentes vestidos de civil.
La respuesta oficial
El clamor que se escuchaba de “No tenemos miedo” se fue aplacando por la violencia (en unos sitios más ríspida que en otros) de las fuerzas del orden, inusitada para un pueblo cubano no acostumbrado a vivirla sino sólo a verla desde la televisión en patios ajenos. Corrió el mundo la imagen de un fotógrafo de AP golpeado en la cabeza cuando hacía la cobertura del suceso. Un cartel circulaba en la red con nombres de más de un centenar de detenidos.
Se cortó el internet por parte de la empresa única y estatal que ofrece ese servicio y apagó las vociferaciones que lanzaba la comunidad de cubanos emigrados, con mayor furia los de Miami, queriendo avivar el incendio. Dibujaban un escenario de asesinatos masivos —en realidad excesivo; al día siguiente una nota oficial aseveraba la muerte de un solo ciudadano—, como para magnificar la tragedia a un nivel suficiente que justificara, ante el presidente de Estados Unidos y la comunidad internacional, la necesidad de una intervención en Cuba.
Mientras, a las 16.00 horas, despertaba la televisión estatal a la realidad, con la presentación en vivo de Miguel Díaz Canel, el presidente electo por la Asamblea Nacional en 2018. El también designado en 2021 como primer secretario del Partido Comunista de Cuba venía de hacer un recorrido por San Antonio de los Baños, donde había recabado “el apoyo de los verdaderos revolucionarios” para frenar lo que consideraba “provocaciones orquestadas por elementos contrarrevolucionarios y financiados desde Estados Unidos con propósitos desestabilizadores”.
Según Díaz Canel, los sublevados eran gente “confundida” y condenaba el uso manipulador de las redes sociales para instigar a una población que está sufriendo las carencias provocadas por la asfixia económica, financiera y comercial que provoca el bloqueo norteamericano, ampliado con unas 240 nuevas medidas durante la era Trump, y por el recrudecimiento de la pandemia de COVID-19.
Los presupuestos destinados a lo que Estados Unidos llama “promover la democracia en Cuba” se utilizan para financiar a personajes descontentos y medios de comunicación alternativos, que denigran cualquier iniciativa gubernamental. Los planes de esa “guerra mediática” vienen siendo desenmascarados desde hace algún tiempo en los medios estatales… El hostigamiento económico del Norte contra la isla es un evento tan irrefutable que la comunidad internacional lo reconoce en pleno y lo sanciona en la ONU año tras año. Del discurso de Díaz Canel del 11 de julio queda el momento en que remarcó: “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”, como el más controvertido.
El noticiero vespertino mostró a militantes partidistas y aliados del gobierno saliendo con banderas y dando vivas a la Revolución y trasmitió actos y declaraciones de apoyo de las instituciones oficiales, entre ellas la Uneac (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Pero, ¿a quién pertenece la calle: a todos los cubanos o solo a todos los hombres del presidente?
Tanto para sectores más opuestos como para los moderados, lo que debió tocar a ese instante fue una invitación al diálogo y la muestra de interés por el contenido de las quejas de los habitantes. En lugar del llamado urgente a la concordia, y a situarse por encima de las diferencias en función de sobrellevar una situación epidemiológica, la posición gubernamental era una invitación a mantener la controversia callejera y aumentar el riesgo de contaminación.
Se quedaron esperando, también, por un poco de mea culpa, en que además de las responsabilidades del enemigo externo, salieran las propias. Pues, para la percepción de los entendidos, las propuestas de solución del Estado cubano a la honda crisis actual son lentas, insuficientes, centralizadas y no aprovechan las ventajas de un mayor despliegue de las fuerzas productivas. Entretanto, hay una masa humana sufriendo el poco éxito de la Tarea Ordenamiento anunciada en enero, que trajo una subida de los salarios pero no redujo las colas interminables para conseguir alimentos y propició precios exorbitantes en el mercado informal.
La situación actual
Mientras, siguen vacías las tiendas en moneda nacional y aparecieron unas en MLC (Moneda Libremente Convertible) solo asequibles para quienes reciben remesas desde el exterior.
Hay que agregar los apagones energéticos —signo de apocalipsis para todo cubano que vivió la crisis de los 90—, más frecuentes en la periferia capitalina y en las provincias del interior. Encima, están los signos de que agoniza la luz de la libertad de expresión, por la censura instaurada contra cualquier conato de crítica y la mano dura exhibida contra Luis Manuel Otero Alcántara y el Movimiento San Isidro y otras voces disidentes. No en balde, el domingo también se escucharon gritos de “libertad”, “abajo la dictadura” y frases ofensivas contra el mandatario.
Tras el tormento de la semana anterior por el paso de Elsa, a la postre un débil fenómeno meteorológico que solo dejó un poco de lluvia, parece evidente que un cúmulo de circunstancias venían sumando combustible suficiente para que se desatara la tormenta perfecta del 11 de julio. Y falta mencionar que esa misma mañana, el parte sobre la situación sanitaria arrojó cifras récord de 6.923 nuevos casos de COVID-19 y 47 muertes.
Pérdida de control
La admirable creación de dos posibles vacunas cubanas, Soberana y Abdala, cuyos creadores aseguran tiene una eficacia superior al 90%, y el comienzo del uso de estas en una intervención sanitaria de emergencia, había refulgido como un foco de esperanza. Pero durante los últimos días, en contraste, fue creciendo la sensación ciudadana de pérdida del control gubernamental sobre la pandemia, porque el incremento desmesurado del número de enfermos se complicaba con la escasez de medicamentos, personal médico y capacidad hospitalaria.
El caso crítico de Matanzas y Cárdenas, ciudades cercanas al polo turístico de Varadero, tomó mucho auge en las redes y llegó a plantearse la necesidad de establecer un “corredor humanitario”, al que el Gobierno cubano ponía frenos. El 9 de julio, desde su cuenta de Twitter, el Ministro de Relaciones Exteriores Bruno Rodríguez Parrilla había rebatido ese argumento, al que presentó como una “campaña de descrédito contra Cuba” y anunció que “la isla está abierta a la solidaridad y cuenta con los mecanismos para la entrada de donativos”.
En la mañana del 12 de julio parecía la calma haber vuelto a la isla, aunque con fuerte presencia policial en la vía pública. Regresó Díaz Canel a la televisión, esta vez escoltado por otros miembros de su gabinete. Intentó matizar sus palabras anteriores como un llamado a “defender la Revolución”, pero negó que las manifestaciones fueran espontáneas y pacíficas. “Exhibieron un comportamiento vulgar, indecente y delincuente”, dijo y pretextó que “vandalizaron tiendas, volcaron los carros de la policía”. A continuación, representantes de la Salud y del sector energético ofrecieron esperanzas de que la situación de sus respectivos ramos iba a mejorar en los próximos días.
Todavía sin acceso a internet, solo llegaba el eco de algún suceso aislado y se empezaba a saber de la liberación de algunos detenidos. Mientras los medios internacionales repetían los videos del día anterior como un loop y desencadenaban la percepción de que las protestas continuaban, los medios nacionales trasmitían lo contrario y, por esta vez, tenían más razón.
El ímpetu que imperaba en Miami a favor de una injerencia en Cuba era replicado por representantes de la propia ciudadanía, entre ellos varios artistas valiosos como Chucho Valdés, Los Van Van, Leo Brower, Adalberto Álvarez y X Alfonso, que alzaban un “no a la represión”, pero también un “no a la intervención”. En esa dirección se manifestó incluso Yunior García Aguilera, uno de los artistas detenidos el 11 de julio.
Un comunicado del 12 de julio de la Conferencia Episcopal advertía que la violencia engendra violencia y su llamado a “ejercitar la escucha mutua”, y que “se den pasos concretos y tangibles que contribuyan, con el aporte de todos los cubanos sin exclusión, a construir la patria 'con todos y para el bien de todos”, estaba dirigido, obviamente, a las autoridades de la Isla.
En la tarde del martes 13, se presentó ante la prensa acreditada en Cuba el canciller Rodríguez Parrilla quien arguyó “tener evidencias de la participación de Twitter” en lo que sería una operación de inteligencia implementada desde el exterior. Aseveró, además, que se aplicaría todo el peso de la legalidad para preservar la paz en Cuba.
En una publicación que se autodenomina de izquierda, La Joven Cuba, apareció el miércoles 13 un artículo titulado “Paz y gestión política del conflicto”, donde se planteaba lo siguiente: “La responsabilidad del Estado con la paz ciudadana y la gestión política de los conflictos son cruciales. Cuando se ocultan, tergiversan o subvaloran los diferendos [desacuerdos] internos y la capacidad de negociación del Gobierno es limitada, la situación sociopolítica tarde o temprano deriva en caos. Es lo que ocurre hoy en Cuba, expresión de la crisis de gobernabilidad anunciada. En textos anteriores llamé la atención sobre el peligro del extremismo político, la violencia y la urgencia del diálogo nacional”.
Hasta aquí un intento de recuento pormenorizado, y lo más desapasionado posible de los agitados últimos días en la isla. En el instante que esto se escribe, la tranquilidad ha regresado. Pero es una paz extraña, porque las causas que la perturbaron siguen existiendo. La solución, si nadie se entromete, tendrían que encontrarla los cubanos.
* El autor firma con un pseudónimo