Los empleados del hospital universitario Rafik Hariri llevaban meses preparándose para lo peor. El personal de enfermería llevó a cabo simulacros en el aparcamiento, ensayando el traslado de pacientes desde las salas de guardia hasta la estructura de hormigón a prueba de bombas. También había dejado libre uno de los edificios del recinto del hospital para que los médicos trasladasen allí a sus familias, en caso de bombardeo masivo, y no tuvieran que preocuparse por su seguridad.
Todos los simulacros parecieron dar sus frutos el pasado viernes por la noche, cuando decenas de bombas cayeron sobre Dahie y los habitantes de este suburbio del sur de Beirut salieron corriendo hacia el lugar más seguro que se les vino a la cabeza: el hospital. La gente acudió a las puertas del Rafik Hariri pidiendo que los dejaran quedarse en el aparcamiento hasta que cesaran los bombardeos, pero el personal no podía dejar que entraran todos.
El paso tenía que quedar libre para los heridos que llegaban y para las muchas víctimas que se esperaban tras los ataques aéreos que arrasaron con una manzana del barrio y terminaron con la vida de Hasán Nasralá, líder del grupo chiita Hezbollah, tal y como se confirmó el sábado a primera hora.
Los residentes tuvieron que quedarse frente a las puertas del hospital, lo más cerca posible del edificio, hasta que los bombardeos israelíes contra la periferia sur de Beirut –considerado un feudo de Hezbollah– disminuyeron por la mañana. Los heridos empezaron a llegar en cuanto se fueron los vecinos.
Los hospitales de los barrios sureños trasladaron los pacientes al Rafik Hariri y a otros centros médicos cercanos, después de que el Ministerio de Sanidad ordenara su evacuación. En contra de lo que se esperaba, las víctimas del ataque del viernes contra la que se cree que era la sede central de Hezbollah llegaron a cuentagotas: 11 muertos y 108 heridos, según la última cifra del Ministerio de Sanidad.
Donde antes se alzaban seis edificios, las potentes bombas anti búnker de Israel habían dejado cráteres profundos, dificultando las labores de búsqueda y rescate. Acostumbrados a rebuscar entre los escombros tras doce meses de fuego cruzado entre Hezbollah e Israel, los socorristas libaneses se encontraron frente a un nivel de destrucción nunca visto. A dos días del ataque, el número de muertes seguía aumentando.
Los peores temores
Con el personal médico exhausto tras dos semanas de sucesos que provocaron un millar de muertos y miles de heridos, el sistema hospitalario libanés logró superar esta crisis con éxito. A pesar de ello, nadie es optimista frente a la nueva escalada bélica, que incluye la posibilidad de una invasión terrestre en el sur de Líbano por parte de Israel, tal y como advirtió su Ejército en los últimos días.
“Nos enfrentamos a un gran desafío psicológico: tenemos miedo de que los suministros básicos se vean interrumpidos; si esta situación continúa, temo que vayamos a quedarnos sin nada”, dice Shoshana Mazraani, directora del servicio de urgencias del hospital público de Marjayoun, en el sur del país y donde se encuentran desplegados los cascos azules de la ONU (incluidas las tropas españolas).
Esos temores que se multiplican a medida que Israel intensifica la campaña de bombardeos sobre amplias zonas del país, sobre todo el sur y el este, y el sur de Beirut –donde Hezbollah tiene una presencia destacada–.
Los teléfonos de los residentes de la ciudad de Shebaa, en la frontera entre Líbano e Israel, empezaron a sonar el sábado. Era un empleado del Gobierno de Israel pidiéndoles que evacuaran de inmediato sus casas porque pronto serían atacadas. “Nos dijeron qué carretera tomar, incluso llamaron a la Policía. Todo el mundo se asustó y huyó; el bombardeo de la ciudad empezó apenas diez minutos después de las llamadas”, relata Mohammed Saab, alcalde de Shebaa, en una conversación telefónica con The Guardian. Los ataques de Israel destruyeron tres viviendas de Shebaa, según Saab.
Por las redes sociales empezaron a circular rumores sobre otras llamadas similares y los vecinos empezaron avisarse unos a otros sobre las zonas que supuestamente iban a atacadas. Según un rumor, los residentes de un edificio que albergaba a personas desplazadas en el pueblo de Baakline, en las montañas del sureste de Líbano, habían sido evacuados tras recibir una llamada. Más tarde, uno de los residentes de ese edificio dijo que solo se trataba de rumores y que los israelíes no habían llamado a nadie.
En los cruces de calles de Beirut había grupos de soldados libaneses. En su mayoría, sin vehículos. El sonido de drones israelíes sobrevolando la zona hacía que los vecinos salieran a sus balcones en busca de columnas de humo en el horizonte que indicaran un ataque reciente.
“Es imposible que pongan un pie en Líbano”
El período oficial de luto por la muerte de Nasralá no comenzó hasta este lunes. Algunos habitantes de la capital se resisten aún a creer que el clérigo ya no está. “Dijeron que habían matado al sayed (señor) Hasán Nasralá, algo que hasta ahora el 90% de la gente no se cree”, afirma Amir, de 24 años y dueño de un comercio en Karkoun al Druze, un barrio de Beirut donde conviven sunitas y chiitas. “Esto es lo que los medios de comunicación quieren que escuchemos, es lo que yo pienso”, añade. “Tardará un poco en regresar. Si vuelve y está vivo, las cosas se pondrán mucho peor [para Israel]”.
Mientras Amir habla, los medios de comunicación informan del hallazgo por parte de los equipos de rescate del cuerpo de Nasralá a un kilómetro y medio de donde se encuentra el joven. Otro vecino se muestra de acuerdo con Amir: el líder de Hezbollah, que se convirtió en un mito para sus simpatizantes y adversarios después de tres décadas al mando del movimiento político y armado, no podía estar muerto. Hezbollah había anunciado su muerte, pero sólo era una estratagema para engañar a los israelíes.
Según Amir y su vecino, los israelíes pecarían de arrogantes por pensar siquiera en una invasión por tierra. “Es imposible que pongan un pie en Líbano; por cada diez de ellos, seremos cien de nosotros haciéndoles frente”, asegura Amir que, pese a ser sunita, apoya el papel de la organización chiita libanesa que nació para luchar contra la ocupación israelí.
Pese a la fanfarronería con que algunos libaneses hacen frente a la posibilidad de una invasión israelí, también hay dudas sobre la capacidad del Estado ante esa posibilidad. “Dijeron que llevaban un año preparándose, pero mirá lo que pasó el pasado viernes, no se lo esperaba nadie”, lamenta Yusuf, que tiene un comercio junto al de Amir. “Me temo que volverá a ser como en 2006, entonces fue muy duro, las reservas de alimentos se agotaron y los suministros eran escasos”, recuerda.
Israel lanzó una ofensiva contra Hezbollah en julio de 2006, pero la guerra que duró varias semanas dejó unos 1.000 muertos civiles y una gran destrucción de la infraestructura civil, incluido el aeropuerto internacional de Beirut.
Ahora, la falta de preparación es evidente en el centro de Beirut, con las familias desplazadas de Dahie apiñándose bajo los escasos árboles de un parque para protegerse del sol de la tarde. Entre los que perdieron sus hogares, algunos contemplan con inquietud la perspectiva de nuevos combates, independientemente de si los proyectiles proceden de Israel o se dirigen contra Israel. “Quiero que la situación mejore, quiero que todos estén en sus casas sentados con sus familiares”, dice Murshid Yusuf, después de que un bombardeo israelí en el sur de Líbano terminara con la vida de su mujer y destruyera su hogar. “Quiero que la gente pueda salir y ser feliz, nada más que eso”.
Texto traducido por Francisco de Zárate y editado por elDiario.es