La falta de materiales que esconde la crisis de los chips: “La transición ecológica y digital está en riesgo”
Antes de la pandemia ya había más teléfonos celulares que habitantes en el planeta Tierra. Su vida media no llega a dos años. Para fabricarlos hacen falta unos 40 elementos de la tabla periódica, algunos presentes en menos del 0,001% de la corteza terrestre. La presión sobre esos materiales ha crecido exponencialmente en los últimos años debido a la digitalización, pero también a la descarbonización: las placas solares, los aerogeneradores, los vehículos eléctricos o cualquier batería de litio necesitan una gran cantidad de ellos. Entonces llegó el coronavirus.
Al cuello de botella que se estaba generando con materiales que ya estaban en riesgo crítico de agotarse, la pandemia sumó otro aún más evidente: el que se generó cuando los confinamientos dispararon la demanda global de productos electrónicos mientras las fábricas cerraban. El punto más débil de la cadena de suministro eran los microchips, que se producen en lugares muy concretos del mundo (el 90% de los más avanzados se hacen en las plantas de una sola empresa de Taiwán) y cuya producción no puede incrementarse de un día para otro. La cadena se rompió, generando un desabastecimiento global.
La crisis dura más de un año y amenaza con provocar roturas de stock durante el Black Friday y la campaña de Navidad. Si se les pregunta a los fabricantes, alegan que esa descompensación entre oferta y demanda de microchips es solo un elemento más de una “tormenta perfecta” que también incluye la crisis mundial en el transporte de contenedores, las compras masivas de microchips por parte de China por motivos estratégicos o incluso el cambio climático, que ha dejado sin agua a las plantas de Taiwán de las que el mundo digital tanto depende.
Pero cuando esas presiones se alivien, el problema de fondo seguirá ahí: “El consumo de materiales actual no es sostenible en un planeta finito. O cambiamos el modelo por las buenas, o la escasez nos lo cambiará por las malas, y nos tendremos que acostumbrar a que no haya videoconsolas para todos, o cualquier otro tipo de artefacto que se demande mucho y que esté fabricado con recursos escasos sea imposible de encontrar”, afirma Alicia Valero, profesora de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Zaragoza.
Valero es la responsable del grupo de Ecología Industrial del Instituto CIRCE (Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos). Su padre es Antonio Valero, catedrático de Ingeniería Energética de la misma universidad, director del CIRCE, medalla de oro de la Asociación Americana de Ingenieros Mecánicos y profesor honorario de la Universidad de Pekín. Son los dos autores (entrevistados por Adrián Almazán) de Thanatia. Los límites minerales del planeta, publicado este verano por Icaria.
“Hemos hecho estudios de los materiales que pueden entrar en riesgo de cuellos botella de aquí al 2050 y que se utilizan en toda la electrónica y que la ponen en riesgo. Estamos hablando de la plata, el cadmio, el cobalto, el cromo, el cobre, el indio, el litio, el manganeso, el níquel, el plomo, el platino, el teluro o el zinc”, detalla Alicia Valero en conversación con elDiario.es.
“En lo que llevamos de siglo XXI hemos consumido tanto cobre como el toda la historia de la humanidad. La crisis de los microchips es solo un síntoma, la punta del iceberg. Si seguimos a este ritmo, toda la transición ecológica y digital está en riesgo”, alerta la investigadora.
Energía limpia, producto sucio
En la fabricación de microchips se emplea un gran número de materiales semiconductores. Algunos de ellos, como las tierras raras ligeras (lantano, cerio, praseodimio, neodimio, promecio y samario) tienen un “riesgo muy alto” de entrar en rotura de suministros en los próximos años, según el informe Materias primas críticas para tecnologías y sectores estratégicos en la UE de la Comisión Europea.
Los “sectores estratégicos” a los que se refiere Bruselas en ese estudio son las renovables, la movilidad eléctrica y el de defensa-aeroespacial. Comparten las mismas dificultades que aquejan a la electrónica de consumo y que han provocado roturas de stocks en videoconsolas, ordenadores, teléfonos móviles, lavadoras o frigoríficos combinados.
Una de las alarmas que lanzan los Valero en Thanatia es que el mundo se ha lanzado a una electrificación que los recursos materiales no pueden sostener. “Las baterías necesitan mucho cobalto, que es super escaso. También litio, manganeso y níquel. Los leds, la iluminación eficiente, por tener galio e indio, están en riesgo. Algunas tecnologías renovables como la fotovoltaica, especialmente los nuevos paneles de telururo de cadmio, están en riesgo”, enumera Alicia.
La extracción de estos materiales conlleva además otros problemas. Gran parte de los yacimientos que eran fáciles de extraer ya han sido explotados. Van quedando aquellos que son de más difícil acceso o las minas que tienen menor concentración de material, lo que supone que para explotarlos se consumen más recursos y, sobe todo, más diésel. El producto final produce o consume energía limpia, pero toda su cadena de suministro tiene una gran huella ecológica y de carbono.
Un ejemplo se encuentra en el automóvil, uno de los sectores más afectados por la crisis de los microchips. Vehículos más digitalizados y eléctricos son sinónimo de vehículos más dependientes de tierras raras y materiales escasos.
Muchos fabricantes y países están haciendo grandes anuncios sobre los vehículos eléctricos. No creo que hayan hecho los cálculos de lo que eso implica en la cadena de suministro
Hace dos semanas el ingeniero Jeffrey B. Straubel, cofundador de Tesla y director de Tecnología de la marca hasta 2018, avisó que “muchos fabricantes y países están dando el salto a los vehículos eléctricos. Están haciendo grandes anuncios diciendo que van a ser totalmente eléctricos esta década o la siguiente. No creo que hayan hecho los cálculos de lo que eso implica en la cadena de suministro, que hayan seguido todo el camino hasta las minas”.
“Siento como si todo fuera un vuelo con overbooking gigantesco”, afirmaba Straubel en un podcast centrado en startups. Ahora tiene una empresa que se dedica en reciclar baterías y uno de sus clientes es su exempresa.
“Estos datos que antes solo dábamos los científicos, ahora están empezando a ser evidentes hasta para los propios fabricantes”, dice Alicia Valero.
Economía circular (o al menos “espiral”)
“Hay que buscar muchas soluciones. Las más evidentes son las que están buscando las empresas: encontrar sustitutos, reducir el contenido de materias primas críticas en los dispositivos y encontrar otras que sean más abundantes. También están buscando nuevos yacimientos, pero si seguimos con ese ritmo tendremos problemas”, detalla la investigadora.
“Lo importante es apostar por una economía circular. No hay círculos perfectos, pero por lo menos tratar de que se asemeje a un círculo lo más posible. Nosotros hablamos de economía espiral: alargar la vida de los productos lo más posible”, explica Valero.
Lo importante es apostar por una economía circular. Alargar la vida de los productos lo más posible
No reutilizar los materiales escasos no los hace desaparecer, pero los dispersa en vertederos y en el mar, convirtiéndolos en impracticables. El año pasado el Gobierno aprobó la Estrategia Española de Economía Circular, que incluye el objetivo de reducir un 30% el consumo nacional de materiales, reducir un 15% la generación de residuos o incrementar la reutilización y reparación de dispositivos.
Para las empresas y ciudadanos, los Valero piden impulsar “un modelo de servitización” en contraprestación al “usar y tirar”. No comerciar con la propiedad de aparatos sino con los servicios que ofrecen. “En realidad es coger prestado, porque aquí estamos de prestado”.
“Lo que hemos visto con el coronavirus es que la infección del virus es exponencial y si no nos hubiésemos confinado, en pocos días nos habríamos contagiado todos. Es un símil de lo que está ocurriendo con los materiales, con los recursos escasos en general. Lo que hay que hacer es aplanar la curva drásticamente”, concluye la investigadora.
CDC
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