Una lucha de poder, una enemistad y una bomba de precisión: la historia detrás de la oferta de Elon Musk por OpenAI

Carlos del Castillo

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Elon Musk puede perder una batalla. Perdió varias a lo largo de su trayectoria profesional y más de una involucraba directamente a OpenAI. Pero, como demuestra su oferta de este lunes para adquirir la organización que alumbró ChatGPT, sumar victorias contra Musk no significa que él de la guerra por perdida. Sam Altman lo sabe porque Musk le tiene entre ceja y ceja desde hace años, lo que no impidió que su último movimiento lo agarre desprevenido.

La oferta sorpresa de Musk es un torpedo contra la figura de Altman y sus planes para OpenAI. No tanto contra la organización en sí. 97.400 millones de dólares que buscan desestabilizar a una de las pocas personas dentro de la industria digital que se atrevió a desafiarlo. “Esto sigue una lógica empresarial como operación hostil, porque se trata de una OPA, y a la vez, una lógica de castigo contra un enemigo jurado”, dice Frederic Mertens, director jurídico y profesor de la Universidad Europea de Valencia.

De socios a enemigos

El golpe de Musk llega en un momento crucial. Altman se encuentra inmerso en una complicada operación para eliminar las restricciones que ahora mismo pesan sobre la empresa OpenAI, que legalmente depende de una entidad sin ánimo de lucro que también se llama OpenAI.

Esa estructura es una reminiscencia de hace una década, cuando se fundó la organización que más tarde desataría la revolución de la inteligencia artificial generativa. Entonces, su propósito era ser un laboratorio para impulsar nuevos avances en esta tecnología y permitir que todo el mundo pudiera beneficiarse de ellos. Su nombre (cuya traducción literal sería IA-Abierta) pretendía reflejar esta misión.

“Como organización sin ánimo de lucro, nuestro objetivo es crear valor para todos y no para los accionistas. Se animará encarecidamente a los investigadores a publicar sus trabajos, ya sea en forma de artículos, entradas de blog o código, y nuestras patentes (si las hay) se compartirán con el mundo”, aseguraba OpenAI en su carta de presentación de diciembre de 2015.

Algunos de los investigadores de IA y científicos de datos más reputados en aquel momento entraron a formar parte del laboratorio. Estaban financiados por un grupo de patronos formado por grandes empresarios e inversores de Silicon Valley. De entre todos ellos, el que más dinero puso encima de la mesa fue Elon Musk, que se hizo con la dirección. Como su segundo de a bordo fichó a un joven ejecutivo que entonces dirigía la prestigiosa incubadora de startups Y Combinator llamado Sam Altman.

Musk lideró OpenAI hasta 2018, cuando perdió una de sus batallas. El empresario intentó que la organización se fusionara con Tesla, que desarrolla su propia IA como parte del desarrollo del coche autónomo, bajo el argumento de que su condición de entidad sin ánimo de lucro estaba retrasándola respecto a sus competidores. Musk fracasó. Altman y el resto de la junta se negaron, lo que terminó con el empresario fuera de OpenAI por conflicto de intereses.

Altman se quedó con su puesto y su enfoque para conseguir mayor financiación para OpenAI fue diferente. En vez de aliarse con un grande del sector como pretendía Musk, lo que hizo fue crear una empresa privada que colgara de la entidad sin ánimo de lucro. Esta sí podría buscar un beneficio económico con sus productos, aunque sería a costa de traicionar la misión fundacional de OpenAI de abrir sus descubrimientos y promover el desarrollo “en beneficio de la humanidad” de la IA.

Y entonces, ChatGPT

OpenAI combinó su perfil de laboratorio y su perfil de empresa privada hasta que con la llegada de ChatGPT en 2022 todo se descontroló. Llovían las ofertas de inversión y miles de millones se pusieron encima de la mesa. La inteligencia artificial, al menos hasta la irrupción de DeepSeek, fue una tecnología extremadamente cara de desarrollar, así que la estrategia de Altman fue aceptar todo lo que llegara.

Hoy la empresa privada OpenAI está valorada en 157.000 millones de dólares y está negociando una nueva ronda de financiación con SoftBank que la llevaría cerca de los 300.000 millones. Tiene acuerdos con Microsoft y con Apple, conocidas por sus políticas totalmente opuestas al código abierto, y sus productos se usan incluso en fines militares.

Altman logró que OpenAI disponga de toda la financiación que necesitaba, pero fue a costa de convertir a la entidad sin ánimo de lucro original en una “cobertura simbólica” de lo que en realidad es un gigante de la tecnología más, expresa Frederic Mertens.

Esto no se pasó por alto dentro de OpenAI, donde hubo un intento de derrocar a Altman que logró salvar tras pasar tres días despedido, y todo el equipo fundador renunció. Tampoco fuera, ya que sirvió de excusa a Musk para demandar tanto a OpenAI como a Altman por violar sus principios fundacionales. Fue otra de sus batallas perdidas, puesto que terminó retirándola unos meses después.

Por qué 97.400 millones

Altman logró superar las dimisiones y las arremetidas de Musk. Pero seguía teniendo algo pendiente: la entidad sin ánimo de lucro. Matarla definitivamente es una necesidad para soltar las amarras económicas de OpenAI. Sus planes eran finiquitarla en silencio fusionándola con la empresa privada, pero Musk frustró sus planes con una oferta hostil no solicitada.

La oferta del hombre más rico del mundo no es por la empresa privada OpenAI, que vale mucho más de 97.400 millones. Es por la entidad sin ánimo de lucro que la soporta, cuyo valor no está tan claro. Controla OpenAI a nivel legal, pero oficialmente solo tiene 22 millones de dólares en activos y dos empleados.

La bomba de precisión de Musk complica aún más una maniobra que lleva fraguándose casi dos años por la dificultad que entraña fusionar dos organizaciones tan dispares. La empresa OpenAI tendría que compensar de alguna forma a la fundación OpenAI para que esta le cediera su control legal. Fuentes citadas por diversos medios estadounidenses apuntan a que la intención de Altman era retribuirla con unos 30.000 millones de dólares.

Es vital que la organización benéfica reciba una compensación justa por lo que sus líderes le están quitando: el control sobre la tecnología más transformadora de nuestro tiempo

“Es vital que la organización benéfica reciba una compensación justa por lo que sus líderes le están quitando: el control sobre la tecnología más transformadora de nuestro tiempo”, afirmó Marc Toberoff, el abogado de Musk y encargado de presentar la oferta.

¿Por qué 97.400 millones de dólares? Todo apunta a que es el máximo líquido que Musk pudo reunir para presentar la oferta en este momento. En la apuesta lo acompañan un grupo de grandes inversores y su propia compañía de inteligencia artificial, xAI. Ofreciendo el triple de la cantidad que Altman barajaba, Musk consigue ponerlo en aprietos ante los reguladores y aumentar enormemente el escrutinio público sobre el proceso.

Los miembros de la fundación sin ánimo de lucro OpenAI no tienen por qué aceptar una venta a Musk, puesto que el objetivo de esa entidad no es maximizar su rentabilidad. Sin embargo, estarían comprando todas las papeletas para tener problemas con la administración estadounidense o con la justicia, a partir de denuncias de Musk o de organismos de competencia, si aceptan una oferta muy inferior sin un motivo de peso.

Altman intentó durante la noche del lunes desviar la atención de este hecho insinuando que la cifra es muy baja. “No, gracias, pero vamos a comprar Twitter por 9.740 millones si querés”, le dijo a Musk en X, ofreciendo cinco veces menos de lo que el magnate pagó por la red social. “Estafador”, se limitó a contestarle Musk.

Pese a las inversiones milmillonarias de los últimos años en la empresa OpenAI, si Altman se ve obligado a desembolsar 100.000 millones de dólares o más por deshacerse de la entidad sin ánimo de lucro, su capacidad de inversión en tecnología se vería muy reducida. Sus principales rivales, entre los que está xAI, serían los grandes beneficiados.

Musk el empresario, Musk el inversor, Musk el regulador

Toda esta pinza de Musk sobre Altman y OpenAI se completa con su papel de auditor de la eficiencia de la administración estadounidense. Musk está en todos los frentes: tiene una empresa de IA que compite con OpenAI, tiene ascendencia sobre las agencias gubernamentales que deben regular su actividad legal y comercial. También puede demostrar ante los tribunales que tiene un interés real en las actividades de la entidad sin ánimo de lucro OpenAI, ya que la financió con decenas de millones de dólares antes de desvincularse del proyecto.

“Lo que está haciendo Musk redefine por completo la noción de los conflictos de interés y asume sin complejos que desapareció”, dice Frederic Mertens, de la Universidad Europea. “No les importa la mezcla entre intereses personales, interés público e interés del mercado, así como la sacrosanta prohibición de establecer una posición dominante o monopolística”, dice el experto, recordando que si la oferta de Musk llega a ser aceptada, él controlaría tanto xAI como OpenAI.

“Todo esto es una mala señal para los negocios”, continúa Mertens: “Si la primera o segunda potencia del mundo pone entre paréntesis las reglas fundamentales de un mercado abierto, la señal a los demás es que todo está permitido y no habrá competencia sana”.

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