Melina Sánchez Blanco, investigadora feminista y musulmana: “En Afganistán, los movimientos de mujeres se fortalecieron en los últimos años”
Menos de una semana después del ingreso de los talibanes a Kabul y en medio de la salida de las tropas de ocupación, Estados Unidos y los países europeos integrantes de la OTAN organizan vuelos para evacuar civiles y están recibiendo población afgana con estatus de refugiada. Al mismo tiempo, se inundan las redes y los titulares de los medios con la preocupación acerca de los derechos de las mujeres afganas.
En un mundo ideal, es lo que tiene que pasar ante las catástrofes y las crisis humanitarias. En el mundo real, el ejército más poderoso del mundo abandona precipitadamente un país que ocupó durante veinte años, sin haber “acabado con el terrorismo” ni “restituido la democracia”. Los países que han violado y violan los derechos humanos de las personas migrantes -que mueren en manos de las mafias, en el desierto o en las costas- de pronto abren sus fronteras, ofrecen visados, otorgan asilo. Y la política mundial alza la voz por las mujeres…afganas.
Hay evidencia explícita sobre las atrocidades cometidas en los cinco años (1996-2000) de gobierno Talibán. La imposición generalizada del burka, la figura indispensable del protector masculino, los abusos a las niñas obligándolas a casarse, la lapidación por adulterio, la imposibilidad de estudiar, las amputaciones por delitos menores, los crímenes políticos, resuenan en la memoria popular y están provocando un nuevo y gigantesco éxodo de la población civil.
Sin embargo, no está claro qué pesa más: el prácticamente imposible acceso a la salud en medio de la pandemia, la emergencia alimentaria, el abandono de las fuerzas occidentales que prometieron la reconstrucción democrática y que tras veinte años de ocupación fracasaron, el miedo ante la violencia y la ortodoxia fundamentalista del Talibán, o posiblemente una combinación de todas estas variables. Lo cierto es que una vez más Occidente se echa las manos a la cabeza por la crisis humanitaria que han provocado y porque como siempre la primera y última víctima de la guerra es la población civil. Las cifras más conservadoras dan cuenta de un millón de personas que se suman a las ya desplazadas, entre las que el 70% son mujeres, niños, niñas y adolescentes.
La retirada de Afganistán se ha hecho sin ninguna condicionalidad. Ni siquiera negociaron el “intervalo razonable”, según la fórmula de Kissinger para salir de Vietnam. Tampoco figuran en el acuerdo de Doha, firmado por la cúpula Talibán y los representantes de Washington, los tan mentados derechos de las mujeres, pregonados antes de la ocupación militar, silenciados durante dos décadas y ahora puestos nuevamente en el centro de la escena.
Sin embargo, Melina Sánchez Blanco, una investigadora feminista musulmana que trabaja en el Programa de estudios sobre Medio Oriente del CEA (Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba) insiste en que en estos momentos importa tanto la preocupación por los derechos humanos como la prudencia. “No podemos olvidar la demonización de lo otro, de lo diferente y lo desconocido como amenaza, que impone la mirada colonial”, asegura, e insiste en que sobre todo tras los atentados del 11S, que provocaron el constructo simbólico de ese otro enemigo, se ha desatado una auténtica islamofobia.
-Sos una mujer de fe musulmana, que se asume feminista, y encima académica, investigando temas de Asia, África y Medio Oriente. Tu perfil no es muy frecuente…
Soy musulmana, soy feminista, académica e investigadora. Y lo que es peor (ríe) no soy la única. Tengo amigas en España que hacen lo mismo. Nuestra fe musulmana no implica que nosotras no podamos desarrollarnos en el ámbito académico. Al contrario, la educación tanto para el hombre como para la mujer es algo que se fomenta desde nuestra religión. La cuestión académica sí, tal vez puede ser un poco más complicada, en el sentido de que existe mucho mito en relación a la mujer musulmana en Occidente y sobre todo a quienes usan velo, en el sentido de poder acceder y de ser tomada en serio en el ámbito académico más duro. A mí me ha pasado, cuando usaba velo: “Cómo puede ser miembro de una cátedra una mujer que viene con velo, en nuestra Universidad Pública”, hubo críticas por eso, sí.
Pero desde muy chica tengo una postura feminista y siempre fui muy estudiosa. Me gusta mucho la investigación, es algo que decidí también de adolescente y por eso tuve mis hijas de joven, para a mi edad (30) poder viajar tranquila para hacer posgrados, participar de congresos, etc.
Investigar sobre Medio Oriente desde una perspectiva de género, siendo musulmana, puede que para algunos sea condenable, por el sesgo, pero toda investigación es sesgada, lo importante es hacerse cargo de la subjetividad con la nos acercamos al objeto de estudio. Es una tarea valiosa y muchas musulmanas en el mundo podemos desarrollarla. Y sobre todo es muy importante que hablemos por nosotras mismas y que dejemos de ser habladas por los demás. No sólo hombres, sino también algunas feministas, mujeres no musulmanas, feministas académicas. Que nosotras podamos tener voz para hablar y estudiar todo lo que nos compete y nos interesa es muy bueno, nunca me imaginé que iba a poder llegar y tener la oportunidad de ser musulmana, feminista y dedicarme a la investigación. Estoy más que agradecida con mi destino y con dios.
Es muy importante que hablemos por nosotras mismas y que dejemos de ser habladas por los demás. No sólo hombres, sino también algunas feministas, mujeres no musulmanas, feministas académicas.
-¿Cómo describirías la realidad de las mujeres en los países islámicos, te parece que tienen tus posibilidades?
Es una pregunta bastante amplia porque en realidad los países islámicos son muchos y hay que pensar, por ejemplo, que la mayor cantidad de musulmanes se encuentra en Indonesia y, donde se cree que es la cuna del Islam, en Medio Oriente, no es así. Hay comunidades islámicas en todo el mundo y países en los que son mayoría o minoría con mayor o menor reconocimiento, pero están.
Yo creo que la realidad de las mujeres depende mucho de dónde están porque cada país tiene sus costumbres y sus tradiciones, no es sólo la religión. Hay tradiciones muy fuertes, tribales, paganas, que influyen en la vida cotidiana de las mujeres. Por ejemplo aquí en Argentina, o mis amigas en España, podemos ser feministas y musulmanas; podemos ser investigadoras y hablar de estos temas, pero tal vez es algo que en Pakistán no se pueda, o que en Irán o Arabia Saudita no se pueda…Hay que pensar si es un país teocrático, o una república laica. Turquía tiene un 90% de población musulmana practicante pero es un país laico, Siria es otro ejemplo. Depende de qué país hablamos, qué costumbres había antes de la llegada del Islam, qué tradiciones, qué configuraciones culturales. Yo siendo musulmana argentina me siento con total libertad para por ejemplo bailar cuarteto en una fiesta. Como cualquier cordobesa, porque es algo propio de mi cultura y porque es innegable la carga identitaria del lugar al que pertenecés, más allá de la fe.
-Durante los cinco años de gobierno Talibán en Afganistán (1996-2000) se violaron los derechos de las mujeres. ¿Mejoraron durante la ocupación extranjera?
Es imposible negar que algunas situaciones mejoraron, tanto como negar que continuaron algunas violaciones a los derechos humanos durante la ocupación extranjera. Y en particular con los derechos humanos de las mujeres siguió habiendo violencia machista, femicidios, violaciones y abusos por parte de un país invasor. Sinceramente no considero que la situación de los derechos humanos, en sentido amplio, mejoró durante la ocupación. Porque si así hubiera sido estaríamos frente a otro resultado.
Pero lo que sí rescato es que en estos años los movimientos de mujeres afganas se fortalecieron. Y vemos cómo hoy las mujeres han salido a la calle en manifestaciones feministas, abogando por sus derechos…
-¿Qué opinás de los pronósticos que se están escuchando y leyendo en todos lados sobre lo que pasará con el retorno Talibán?
Todavía es muy pronto para decir con certeza qué va a pasar. Afirmar hoy es hacer futurología y creo que no podemos afirmar esto o aquello después de tantos años de ausencia de un gobierno talibán. Sí veo con buenos ojos que las tropas estadounidenses se hayan retirado y soy optimista con respecto al futuro del país. Evidentemente se esperan cambios, he leído que el velo será obligatorio, pero no la burka, como en Irán. Pero también creo que va a depender mucho de qué hagan las mujeres afganas, porque hoy en día están tomando un rol protagónico y reclamando activamente sus derechos. Están diciendo que no quieren ser “salvadas”, que quieren tener ellas mismas la oportunidad de luchar por sus derechos y por su país. No te olvides que el gobierno talibán sabe que debe legitimarse tanto internamente como ante el mundo. Aunque es evidente que tienen apoyo popular, lo va a necesitar aún más. Son otros tiempos, han pasado 20 años, y si quieren impulsar un resurgimiento económico y reconstruir el país van a tener que acomodarse a la coyuntura, a los tiempos actuales en los que la mujer no es lo que era hace más de 20 años. Ellos han anunciado moderación, pero aún si quisieran volver a las imposiciones de los 90 estimo que no van a poder. Los movimientos de mujeres, los países que los apoyan, la necesidad de legitimidad, son condicionantes fuertes. Pero básicamente hay que esperar y ser prudentes.
-¿Cómo ves la situación de las mujeres musulmanas en Argentina?
Es un tema para investigar y tomárselo muy en serio. En términos generales creo que hay una extraña radicalización de la mujer musulmana, sobre todo en cuanto a la vestimenta. Veo mucha insistencia con el hecho de cubrirse, que me parece que tiene toda la impronta saudí. Si vas a la mezquita de Palermo, por ejemplo, te encontrás con un poster de Salman ¡como si fuese el profeta Mohamed! Creo que toda esa bajada de línea, que es más fuerte en Buenos Aires, veo mucho emprendimiento de fabricación de ropa islámica que fomenta esta vestimenta que no está en el Corán, responde a prácticas y costumbres pre-islámicas, y de otras construcciones e interpretaciones malintencionadas del Islam para poder someter a la mujer. Es necesario prestar mucha atención y buscar las razones de todo el fenómeno, tanto en esto de la vestimenta tradicional como de la reticencia de propias y ajenas hacia quienes militamos el feminismo musulmán, el feminismo islámico, hacia quienes nos dedicamos a investigar seriamente y a hacer una lectura contextualizada del Corán. Sacando toda la cuestión de la sunna y de los hadices, que no sabemos cuáles son reales y cuáles no, nuestra decisión es estudiar y hacer relecturas serias. Por ejemplo, el término “daraba” que se usa para justificar el derecho de los hombres a golpearnos, es una palabra que no significa golpear y no es una casualidad. Deconstruir todo eso es hoy en Argentina una tarea difícil, porque prima la mirada ortodoxa y conservadora al estilo saudí. Obviamente yo no estoy de acuerdo y milito para que se respeten los derechos de las mujeres y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, que es algo que Alá nos otorgó a todos.
Por ejemplo en Córdoba, sobre todo en la Mezquita de Barrio Cofico, se fomenta que las mujeres no asistan al rezo de los viernes cuando es obligatorio para todos asistir al rezo comunitario. “No hace falta que vengan, pueden quedarse en su casa…” Es una cuestión que me preocupa. Todos los musulmanes y musulmanas debemos rezar los viernes, ¿por qué se fomenta que las mujeres no? Más de una vez suelo ser la única mujer, además de la esposa del Imán que está de turno.
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