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Al final, no era tan así

Rearme militar y gestos autoritarios en el orden del día

Un soldado ucraniano, cerca de Bakhmut en diciembre de 2023.

Agustín Fontenla

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La novela El orden del día, del escritor francés Éric Vuillard, narra algunos de los acontecimientos que muestran el ascenso de Hitler y sus primeros movimientos antes de producir el asalto de Polonia en septiembre de 1939, que daría pie a la segunda guerra mundial.

Uno de ellos es un encuentro entre los principales industriales alemanes –Opel, Krupp, Rosterg, Siemens, entre otros– con Adolf Hitler en la víspera de las elecciones de 1933 que coronarían al criminal nazi dándole el poder necesario para llevar adelante su guerra y su meticuloso plan de exterminio del pueblo judío. 

En un momento del encuentro, Hermann Göring, un prominente integrante del partido nazi, se dirige a los empresarios alemanes y les explica que el país debe abandonar la inestabilidad, que la actividad económica requiere calma y firmeza. Para que eso sucediera, afirmó, debían financiar el proyecto político de Hitler.

El propio Hitler se encargaría, a su turno, de brindarles una proyección de lo que el régimen significaría para sus empresas. “Alejar la amenaza comunista, suprimir los sindicatos y permitir a cada patrono ser un Führer en su empresa”, habría prometido el líder nazi según la narración de Vuillard. 

La mayoría de los empresarios no dudó y ofreció una jugosa suma de su propio bolsillo. Nada, ni siquiera que Göring hubiera anticipado en aquella reunión que los comicios de 1933 serían los últimos en los próximos diez años pareció hacer mella en el juicio matemático de los industriales.

Otro episodio tiene de protagonista al canciller de Austria, Kurt Schuschnigg, durante otra reunión en Alemania, en la ciudad de Berchtesgaden, para encontrarse con Hitler y otros líderes nazis en febrero de 1938. El encuentro refleja el inicio de la capitulación austríaca con un canciller austríaco intentando enmascarar el avasallamiento y la humillación total de Hitler sobre su persona y sobre el país que gobernaba. 

Vuillard no lo pinta nada bien a Schuschnigg, e ironiza sobre el espíritu de su gobierno, un gobierno igual de autoritario que el de su antecesor, Engelbert Dellfus, asesinado por miembros del partido nazi austríaco en 1934. “Dijo no a la libertad de los socialdemócratas, con firmeza. Dijo no a la libertad de prensa, con coraje. Dijo no al mantenimiento del Parlamento elegido. Dijo no al derecho a la huelga, no a las asambleas, no a la existencia de otros partidos que no fueran el suyo”.

En esa reunión con Hitler de 1938 también habría querido decir no, pero solo pudo expresar “sí”. Sí a la consulta mutua en asuntos internacionales entre los gobiernos alemanes y austríacos, sí a que se autoricen las ideas nacionalsocialistas en Austria, y sí a que un jerarca nazi sea nombrado ministro del Interior con plenos poderes. Los sí de Schuschnigg fueron la antesala al ingreso de las tropas militares en territorio austríaco, y, en última instancia, la anexión del país, que pasó a ser una provincia alemana.

La novela de Vuillard puede leerse de distintas maneras, pero es indudable que en una lectura con perspectiva histórica lo que está exponiendo son los indicios del ascenso de Hitler, aquellos que revelaban su verdadera cara, los que podían dar cuenta de lo que iba a suceder finalmente.

Las señales de nuestro tiempo

Esta semana, el programa de doctorado de la Universidad de Alcalá de Henares en Madrid invitó a una profesora de derecho de Polonia a dar una clase sobre las leyes laborales de su país. Después de dar un angustiante testimonio sobre la ausencia total de ocio en un país que había copiado al dedillo la cultura capitalista norteamericana, la profesora polaca habló de la guerra. 

Fue una transición interesante porque mientras que empezó por destacar las terrazas (bares en las calles) de Madrid, la alegría y la tranquilidad con que los españoles compartían la tarde y la noche entre amigos, terminó contando que en su país hay mucho miedo. Miedo a la guerra, miedo a que Rusia pueda avanzar sobre su territorio. Miedo a que Polonia sea otra vez el campo de batalla de una guerra que iniciaron otros. 

No faltará quien sugiera que lo que dice la profesora polaca es una impresión totalmente subjetiva. Sin embargo, la verdad es que no le faltan argumentos. El diario Financial Times informó días atrás que las empresas de armamento están en la fase de contratación de personal más rápida e intensa desde los tiempos de la Guerra Fría. 

“Las empresas que producen municiones, en particular Rheinmetall y Nammo, se encuentran entre las que tienen planes de contratación más agresivos. Nammo dijo que ‘nunca antes había visto una situación como esta’. La empresa aumentó su plantilla en un 15%, de 2.700 en 2021 a 3.100 en 2023. Actualmente emplea a unas 3.250 personas y dijo que ”duplicar el tamaño de la empresa [para finales de] 2030 parece razonable“, señala el diario inglés.

Otra publicación, pero de Rusia, llamada The Bell, señala que el gasto militar mundial aumentó un 6,8% el año pasado hasta alcanzar un récord de 2,4 billones de dólares. El caso de Rusia, sin embargo, está muy por encima del promedio: creció un 24% y alcanzó la suma de US$109.000 millones de dólares. El título que lleva la nota dice “El gasto militar en Rusia crece y crece”, y los periodistas que lo escriben afirman que hay suficientes indicios para creer que será así por los próximos años.

En Francia, mientras tanto, a días de que se celebren unas elecciones parlamentarias que podrían llevar al gobierno a la ultraderecha, el potencial candidato de Marine Le Pen para ocupar el cargo de primer ministro, Jordan Bardella, no parece incómodo al hablar de la guerra. Esta semana mientras visitaba una exposición militar en París, dijo que “Francia está sufriendo una situación internacional muy difícil, con la guerra retornando a las puertas de Europa dos años atrás, y que el desafío es rearmar el país y alcanzar una autonomía estratégica y capacidades de defensa”. 

Por último, Estados Unidos anunció esta semana que todos los envíos de baterías anti-misiles Patriot que no fueran destinados a Ucrania sufrirían un freno o, de mínima, un delay en la entrega. La decisión de la Casa Blanca es poder atender hasta el último pedido de Kiev antes de abastecer a cualquier otro país. Una medida que llega acompañada del creciente abastecimiento de equipamiento militar, producto de haber logrado que el Congreso apruebe el millonario paquete de asistencia bélica para Ucrania.

Cabe preguntarse entonces, ¿cuántos indicios son suficientes para poder afirmar con total claridad lo que podría ocurrir o, en realidad, lo que ya está ocurriendo? 

Las señales en Argentina

Desde que se produjeron las detenciones de manifestantes durante las protestas por la votación de la Ley Bases, se han producido en mayor y menor medida distintas declaraciones del mundo de la política o el periodismo sobre el nivel de represión y amedrentamiento del gobierno de Javier Milei con la protesta social. Algunos creen que no es tan grave, o que la represión está justificada. Otros, como el columnista de elDiarioAR Alejandro Bercovich, advierten que muchos de los detenidos están siendo usados por el Gobierno para desalentar la protesta social.

Es preocupante porque penar la protesta social, inventar o endilgar delitos con penas altísimas e injustificadas, e infiltrar agentes para generar violencia y caos que luego se atribuya a los que se manifiestan, son medidas fácilmente atribuibles a los regímenes de corte autoritario. Eso, al igual que la mentira, o insultar a los que profesan una idea política distinta son acciones que en el gobierno de Milei están a la orden del día. Un orden del día que mirado en retrospectiva puede tomar una dimensión mucho más peligrosa que lo que parece cuando se advierte de forma aislada. Fin.

AF/DTC

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