Hasán Nasrala, el hombre que transformó Hezbollah
Hace 24 años, el 26 de mayo de 2000, el secretario general de Hezbollah, Hasán Nasrala, cuya muerte anunció Israel este sábado, llegó a la pequeña ciudad libanesa de Bint Jbeil, a pocos kilómetros de la frontera israelí.
El día anterior, Israel había retirado sus fuerzas del sur del Líbano tras una ocupación de años en la que fue acosado por Hezbollah y otros grupos. Miles de simpatizantes se congregaron allí bajo las banderas amarillas de Hezbollah.
El clérigo, que entonces tenía 39 años y vestía su conocido turbante negro y una túnica marrón, pronunció uno de los discursos más famosos de su vida.
Dirigiéndose al mundo árabe y al “pueblo oprimido de Palestina”, Nasrala afirmó que Israel era “débil como una tela de araña” a pesar de sus armas nucleares. Las líneas de su discurso de aquel día llegarían a definir la visión del mundo de Nasrala en las décadas siguientes, fusionando nociones de teología chiita y retórica de la liberación, y basándose en la creencia de que una resistencia auténtica puede vencer a una fuerza militar muy superior.
Desde entonces, Hezbollah se transformó, tanto como fuerza de combate como en su relación con el frágil Estado libanés, convirtiéndose en una potencia política y social. Pero aunque la retórica de Nasralá no haya cambiado hasta el final de sus días, su apreciación de la fragilidad del poder, incluso para el actor no estatal armado más poderoso del mundo, mutó y llevó a Hezbollah a un conflicto potencialmente más grave. Lanzó cohetes y aviones no tripulados a Israel, mientras Israel responde atacando objetivos libaneses y de Hezbollah con ataques aéreos, incluso sobre Beirut.
En los últimos tiempos, cuando Nasrala pronunciaba algún discurso, ya no lo hacía ante las enormes multitudes que antaño le recibían, llegadas en autobuses desde el corazón chiita del Líbano. En actos cuidadosamente coreografiados, como las ceremonias en memoria de los comandantes caídos de Hezbollah, Nasrala ya no aparecía en persona, sino en una pantalla de televisión. En uno de esos actos a principios de año, los representantes de Hezbollah presentes explicaron a The Guardian que las palabras de Nasralá no debían ser interpretadas por ellos. Para todos los demás, sin embargo, los largos y muchas veces repetitivos discursos de Nasrala se convirtieron en objeto de interminables exégesis en los últimos meses de guerra en Medio Oriente.
Aunque muchas veces se los presentó como representantes de Irán, Nasrala y Hezbollah fueron más que eso. Fueron importantes actores regionales por derecho propio, a pesar de su profunda conexión con Teherán.
Y a medida que Israel y Hezbollah se fueron acercando cada vez más a un conflicto total, dos cuestiones chocaron: ¿qué quería Nasrala y hasta qué punto tenía el control de las consecuencias?
La política de Nasrala en las primeras semanas de los enfrentamientos transfronterizos que comenzaron el 8 de octubre, un día después del ataque sorpresa de Hamas contra el sur de Israel, estaba diseñada ostensiblemente para aliviar la presión sobre el grupo armado palestino en Gaza, una estrategia que parece haber sido más significativa en el frente diplomático que en el militar.
Al supeditar explícitamente cualquier exigencia de cese de los ataques contra el norte de Israel al fin de las hostilidades israelíes en Gaza, Nasrala entretejió cuestiones territoriales pendientes en la frontera libanesa, incluida la de las granjas de Shebaa ocupadas por Israel, que Siria también reclama, al tiempo que enmarcaba los combates en términos de un rechazo más amplio a las políticas dirigidas por Estados Unidos en Medio Oriente.
La realidad sobre el terreno creó un panorama mucho más complicado.
Al dejar de lado el statu quo entre Israel y Hezbollah que se mantuvo desde el final de la segunda guerra del Líbano en 2006, que duró un mes y causó una enorme destrucción en el país, Nasrala lanzó un dado al aire. Lo cual contradecía la ambigüedad deliberada de sus declaraciones, que oscilaban entre las amenazas a ciudades israelíes y la insistencia en que su grupo no quería una guerra total.
“Hasta cierto punto, lo que estuvo haciendo Hezbollah”, dijo Heiko Wimmen, director del proyecto Irak, Siria y Líbano del International Crisis Group, al New Arab en las primeras semanas de la guerra, “es subrayar que están dispuestos a pagar un precio. ¿Pero están dispuestos a pagar el precio definitivo? Nadie lo sabe porque esto forma parte de la ambigüedad constructiva mencionada por Nasrala”.
En los meses posteriores, la creciente dinámica de la guerra llevó al límite las consideraciones que llevaron a Nasrala a entrar en el conflicto. Un “conflicto controlado” se volvió cada vez más inmanejable, ya que Israel atacó a altos dirigentes de Hezbollah, incluido Beirut, y Hezbollah disparó contra objetivos militares y civiles israelíes. Nasrala citaba los sondeos de opinión estadounidenses sobre la guerra de Israel en Gaza como prueba del éxito de su estrategia más amplia.
Los orígenes ideológicos de Nasrala
Lo que está más claro es cómo la visión del mundo de Nasrala fue moldeada por su historia personal. Adolescente en medio de la violencia sectaria de la guerra civil libanesa, se unió brevemente a la milicia chiita Amal a los 15 años antes de ir a estudiar a un seminario en Nayaf, Irak, de donde fue expulsado con otros estudiantes libaneses por Sadam Husein en 1978.
Bajo la influencia de su mentor, el destacado clérigo y cofundador de Hezbollah Abbas al Musawi, al que conoció en Irak, se unió a Hezbollah en 1982, tras la invasión israelí de Líbano, cuando el grupo se escindió de Amal. Cuando Israel asesinó a Musawi en 1992, él lo sustituyó como secretario general de Hezbollah.
En una entrevista concedida en 2006 a Robin Wright, del Washington Post, Nasrala describió cómo sus creencias se habían forjado mientras él y sus compañeros observaban “lo que ocurría en Palestina, en Cisjordania, en la Franja de Gaza, en el Golán, en el Sinaí”, enseñándoles que “no podemos confiar en los Estados de la Liga Árabe, ni en las Naciones Unidas... El único camino que tenemos es tomar las armas y luchar contra las fuerzas de ocupación”.
Lo que muchas veces no se dice es que el apego ideológico y tan reiterado de Nasrala a la “resistencia” requiere un conflicto con Israel –o la amenaza del mismo– para darle sentido y justificar la existencia de Hezbollah y el poder que acumuló en Líbano. Se dijo que Nasrala se vería constreñido por las terribles circunstancias económicas del Líbano a resistirse a un comportamiento que podría invitar a una guerra a gran escala y socavar su propio apoyo. Pero en los últimos meses, Hezbollah –al igual que Israel– cambió su forma de entender dónde está ese umbral.
En un ensayo para el Atlantic Council a principios de este mes, David Daoud y Ahmad Sharawi describían la dinámica. “El grupo cree que este umbral no es fijo. Por el contrario, aumenta a medida que se intensifican las operaciones israelíes en Gaza, lo que incita a Hezbollah a actuar mientras la atención y los recursos de Israel se concentran en otros lugares”, escribieron: “Pero cuando estas operaciones israelíes generan un creciente descontento en Estados Unidos... Hezbollah siente que tiene más libertad de acción, y aumenta así la profundidad y letalidad de sus ataques”.
Todo lo cual sugiere que el espacio de cada bando para dar marcha atrás en la crisis es cada vez menor.
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