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SOY GORDA (ESEGÉ)

Ofrendas y alimentos

"Ofrenda", la mega muestra de Celina Eceiza en el Museo Moderno.

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La mirada ignorante suele coincidir en su interpretación rápida y epidérmica frente al hacer del artista y el cuerpo gordo: los califican como inútiles, les adjudican una inservibilidad ontológica. Piensan: tienen un ser para la nada, efecto de la vagancia y la falta de voluntad. Existen, sí, pero sin ninguna utilidad, procastinan.

De eso hablábamos en la mañana del jueves último, minutos antes de que Victoria Noorthoorn, la directora del Museo Moderno, diera por inaugurada la presentación de la mega muestra Ofrenda, de Celina Eceiza, la artista nacida en Tandil en 1988.

Mientras bebíamos infusiones y jugos en la planta baja del bello edificio de avenida San Juan 350, en el límite entre San Telmo y Barracas, las derivas de la conversación trajeron aquella idea cada vez más demodé de que tanto el creador como el cuerpo no hegemónico deben ser corregidos.

La visita a la exposición devino en disfrute inesperado para los cuerpos en estado de observación. Porque al ingresar en las salas enormes del segundo piso, donde se instaló la exposición, lo que prevaleció fue la sensación gozosa de lo blando del textil y la sorpresa por la gran escala de un material con el que la cultura ocultó la desnudez y se abrigó desde tiempos inmemoriales. Pisamos un suelo acolchonado por géneros pintados, bordados, cosidos, sin necesidad de sacarse los zapatos, motivando al andar libre del pie descalzo.

La caja blanca del Museo se tapizó enteramente con telas de colores, transformadas por el teñido, el óxido, la lavandina, la tiza, donde el pespunte aparece como huella del proceso comandado por Eceiza, que fue colectivo, ya que sus asistentes y los integrantes del equipo del Moderno, se convirtieron, hilo y aguja en mano, en costureras y costureros dando el mal paso. Acá todo lo incorrecto se celebra.

Criaturas, cajas, almohadones, colchones, objetos al pie de los soportes, libros para una poética que produjo la artista y dice: Un material llamado autoestima, frágil como una roca, fuerte como vidrio, propenso al derrumbe. Un material llamado tristeza, en un envase cerrado, hermético y profundo, se abre con una profundidad inconmensurable. Un material llamado tiempo, calmo como un ave, rápido como un ave, incierto como un ave.

Eceiza trabaja como si estuviera en un laboratorio o, mejor, en una cocina, en la que no se replican recetas, sino que se toman los nutrientes para experimentar por primera vez y ver qué pasa. También es dable imaginarla en un jardín encantado, con pala y rastrillo, dando vuelta la tierra, sembrando con amor como hacía con las palabras su admirada Marosa di Giorgio.

La inmersión en Ofrenda rompe con la rígida división de roles, habitual en museos y galerías, donde quien transita debe controlar sus impulsos para no afectar la obra y que permanezca impoluta. La confianza y el agradecimiento tienden un puente con el público.

Ofrenda propone una manera de habitar el espacio como si la arquitectura fuera un cuerpo que respira de un modo espasmódico, “se agita y cambia de estado, en el pasaje de un ambiente a otro. La rigidez edilicia se desarma en la experiencia de vestir las paredes, materializada en miles de metros cuadrados de lienzo unidos a través de la acción colectiva y atemporal de coser, hasta conformar una única superficie suave y sensible a cualquier variación”, dice el texto curatorial. 

“Cuidamos que el trazo de cada persona que participó mantenga su identidad. Pienso la obra en capas visibles e invisibles, como cuerpos transformando energías y me gustaría invitar a la gente del barrio a que venga acá a leer o conversar para que lo habite y pasen cosas. Me imagino un público que está conectado así con el espacio”, fantasea Eceiza. Y Noorthoorn también imagina desplazando su lugar de trabajo al universo estallado de colores de Celina.

Un cuerpo con órganos, tractos y manos que acarician, me recuerdan las de Ernesto Dmitruk, cuando toca jazz y fusión, que escucho mientras escribo. A veces más expansivo , otras íntimo y sutil, utilizando sonoridades y elementos tímbricos contemporáneos, la armonía e improvisación juegan al jazz sobre la base de ritmos provenientes del folklore nac & pop que se puede escuchar en plataformas o en vivo el viernes 18 de octubre a las 20, en el Centro Cultural Rojas.

El ambicioso proyecto que es Ofrenda llevó dos años de trabajo en taller y dos meses de despliegue en torbellino en el Moderno, para crear la arquitectura de un cuerpo que respira, vibra, se agita y cambia de estado en el pasaje de un ambiente a otro. La rigidez edilicia se desarma en la experiencia de vestir las paredes, materializada en miles de metros cuadrados de lienzo unidos a través de la acción colectiva y atemporal de coser, hasta conformar una única superficie suave y sensible a cualquier variación. 

“Una fuerza metabólica gobierna el crecimiento de su obra, donde conviven pinturas, dibujos y esculturas tanto diminutas como colosales, tan laboriosas como elementales”, explica la curadora Jimena Ferreiro, que trabajó junto a la productora Julieta Potenze, el personal de maestranza y todas y todos los y las que recuperaron el quehacer doméstico de sus abuelas. 

“La artista combina técnicas y procedimientos de la producción textil artesanal como el patchwork, el collage con elementos recolectados y, más recientemente, el yeso y el pastel tiza, que aportan una nueva fluidez a las imágenes. ”Sus composiciones están pobladas de figuras blandas, fragmentos de cuerpos en transformación, flores y frutas de la mejor tradición del bodegón, así como referencias entretejidas de los movimientos artísticos del siglo XX y de diversas capas de la historia de la cultura, incluidas la antigüedad grecorromana, el cristianismo primitivo y el hippismo de los años sesenta“, enumera Ferreiro. Las instalaciones de Eceiza son una invitación a compartir entornos amigables y expansivos, lugares de apañe, reflexión, silencio o intercambio, como ocurre hoy en el Club Municipal del Viso, en Pilar, donde desde las 11 se lleva a cabo el cuarto encuentro plurinacional de personas gordas.

Construidos como si fuesen estados anímicos, estos espacios proponen ser experimentados por cuerpos que puedan relajarse y olvidarse de toda racionalidad para transformarse en puras ganas de conocimiento sensible. Esta experiencia íntima y a la vez colectiva despliega su potencia política al mostrar el arte y la reunión como modos vitales que revelan otros vínculos posibles.

LH/MF

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