El 17 de noviembre, el tertuliano de extrema derecha Éric Zemmour fue a juicio en París acusado de incitar al odio racial. En septiembre de 2020 dijo en el programa de noticias CNews que los menores extranjeros no acompañados son “ladrones, son asesinos, son violadores, eso es lo que son”. “Debemos devolverlos”, dijo. No se presentó al juicio y fue representado por sus abogados, que declararon que la acusación no tenía fundamento. Se espera la sentencia para el año que viene.
Zemmour ya había sido condenado por incitar el odio racial y religioso y también fue procesado y absuelto en otros juicios. Pero esta vez hay más en juego: el acusado es candidato a presidente de la República de Francia. A comienzos de noviembre, las encuestas indicaban que hasta el 17% del electorado lo votaría como próximo presidente. Esto lo ubicó solo por detrás de Emmanuel Macron, sugiriendo que la segunda vuelta podría ser entre los dos. El 30 de noviembre anunció oficialmente su candidatura.
El ascenso de Zemmour, de 63 años, de padres judíos argelinos y criado en las banlieues (barrios de la periferia) de París, es un fenómeno mediático de dos modos distintos. Primero, ha pasado la mayor parte de su vida profesional trabajando para periódicos y televisiones, donde ha ejercido su estilo vitriólico y defendido argumentos reaccionarios. Segundo, se ha beneficiado de la cobertura mediática extraordinaria que reciben sus afirmaciones escandalosas. No solo ha sido portada de la revista conservadora Valeurs Actuelles cinco veces durante los primeros nueve meses de 2021, sino que, según el observatorio mediático Acrimed, fue mencionado 4.167 veces en todos los medios franceses solo en el mes de septiembre: 139 veces por día.
Los paralelismos con Donald Trump son evidentes, pero hay diferencias importantes. Mientras que Trump comerciaba con la vulgaridad y resultaba poco convincente cuando alardeaba sobre su coeficiente intelectual, Zemmour es un intelectual que estudió en la universidad de élite Sciences Po, aunque suspendió dos veces su examen de ingreso a la Escuela Nacional de Administración. Y ha escrito varios libros, a pesar de que contengan ensayos algo repetitivos. La retórica de Zemmour también parece ir más allá de la de Trump, pero no se sabe cómo de lejos podría llegar en la práctica.
De hecho, ha dicho que los padres solo deberían poder ponerles a sus hijos nombres franceses “tradicionales”, se ha referido positivamente a personas que comparan el nazismo con el Islam, promulgó la teoría conocida como el “gran reemplazo” y defendió que los empleadores tuvieran el derecho de rechazar candidatos negros o árabes. Cree que el poder político debería pertenecer a los hombres y que el papel de las mujeres debería ser la crianza. Ha declarado estar del lado del General Bugeaud, que masacró musulmanes durante la colonización de Argelia, ha sostenido que el mariscal Pétain salvó judíos durante la Segunda Guerra Mundial y se ha manifestado a favor de la restitución de la pena de muerte. Su propuesta principal es revertir la supuesta decadencia nacional de Francia, un punto central en el video en el que anunció su candidatura.
El centro, muy a la derecha
Para comprender el ascenso de alguien con una visión tan extrema es importante reconocer las dinámicas cambiantes en la derecha francesa y, a la vez, el desplazamiento hacia la derecha del centro de gravedad político del país. El ascenso de Zemmour coincide con la caída del apoyo a Marine Le Pen, de Agrupación Nacional, a pesar de que la composición sociológica de sus seguidores es diferente. Las mujeres, los jóvenes y los obreros se inclinan por Le Pen; mientras que los hombres, las personas mayores y la clase media/alta prefieren a Zemmour.
El fracaso del partido de Le Pen en las elecciones regionales de principios de este año parece haber marcado el comienzo de su caída. “Todos saben que ella no puede ganar”, dijo Zemmour. “Incluso ella misma [lo sabe]”. Paradójicamente, con sus posiciones de extrema derecha, Zemmour ha colaborado en blanquear Agrupación Nacional, el objetivo que Le Pen se había propuesto al convertirse en su líder. Después de ser considerada por mucho tiempo como una figura marginal en la arena política, ahora ha ganado respeto. En un comentario sobre la baja participación en el propio distrito de Le Pen, Zemmour dijo que la gente ya no ve mucha diferencia entre Le Pen y el presidente. “Marine Le Pen habla como Emmanuel Macron, Emmanuel Macron habla como Marine Le Pen”, dijo en CNews.
Este análisis puede parecer sesgado, pero tiene una pizca de verdad: el ministro del Interior de Macron, Gérald Darmanin, en un debate televisivo con Le Pen en febrero de 2021, sostuvo que ella no era “suficientemente dura” con el islam, y agregó que su Gobierno era más consistente en su lucha contra la inmigración y la defensa del secularismo. En respuesta, Le Pen confirmó sus afinidades ideológicas, al punto de admitir que ella misma podría haber escrito buena parte del libro más reciente de Darmanin, Le Séparatisme Islamiste. Confundido, el moderador de la discusión solo pudo decir: “Da la impresión de que ustedes dicen y piensan lo mismo”.
Este entendimiento mutuo entre alguien cuyo apellido es un sinónimo de la extrema derecha y la figura más prominente del Gobierno “de centro” de Macron es revelador. Por un lado, después de darse cuenta de que su deseo de abandonar la eurozona y su acercamiento a la izquierda habían desestabilizado su coalición electoral, Le Pen ha regresado a los valores conservadores tradicionales. Por el otro, reconociendo que la izquierda no llegará a la segunda vuelta de las próximas elecciones presidenciales y lo preferirían a él antes que a un candidato explícitamente de derechas, Macron ha buscado complacer a los conservadores franceses.
Las pruebas de esta evolución por parte del presidente son la represión brutal de los gilets jaunes (chalecos amarillos); el endurecimiento de las fronteras con Italia y España; y el señalamiento de los musulmanes a través de una versión intolerante del secularismo. Así como una serie de medidas típicamente neoliberales: derogar el impuesto solidario a la riqueza, incrementar los requisitos para acceder a la seguridad social, liberalizar el mercado laboral y reducir los subsidios de desempleo.
En Francia se está dando un gran viraje a la derecha. En conjunto, la intención de voto por Zemmour, Le Pen, Macron y quien sea el candidato de Les Républicains suma entre el 70% y el 75% del electorado. La conversación pública está cada vez más cargada de islamofobia, xenofobia e ideas racistas y sexistas –lo que algunos identifican como una “zemmourisación de las mentes”. Arnaud Montebourg, un exsocialista que ahora es candidato a presidente, llegó a proponer bloquear las transferencias de Western Union a países que “no ayudan” con las deportaciones –una política que le mereció las felicitaciones sarcásticas de Zemmour, que sugirió que debía haberse inspirado en sus videos de YouTube–.
Todavía no se sabe si el tertuliano se convertirá en un contendiente serio. Varios indicios sugieren que podría estar en un momento clave después de la retirada de su campaña de su principal defensor político, el exministro Philippe de Villiers, y uno de sus mayores contribuyentes, Charles Gave. Pero lo que es seguro es que su ascenso político ha revelado la atracción preocupante de una cantidad significativa del electorado por una ideología cuya pura violencia no tiene comparación en el último medio siglo.
Didier Fassin es profesor del Institute for Advanced Study de Princeton y director de estudios en la École des Hautes Études, París.
Traducción de Ignacio Rial-Schies (elDiario.es)