El primer domingo de octubre, en el sudeste de Brasil sólo el 26,81% del electorado gaúcho había preferido a Eduardo Leite como futuro gobernador del estado de Rio Grande do Sul. El candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) había quedado más de 10 puntos porcentuales por debajo del candidato del Partido Liberal (PL, el sostén de la candidatura presidencial de Jair Bolsonaro). El último domingo del mes, en una virada histórica récord, Leite se ganó al 57,12% de ese electorado antes renuente, y dio vuelta en el balotaje el resultado de la primera vuelta. Declarándose neutral, sin aliarse con ninguno de los dos rivales de la segunda vuelta presidencial, sin revelar si él votaría por Luiz Inácio Lula da Silva o por Jair Messias Bolsonaro, el 30 de octubre Leite fue elegido nuevo gobernador por 3.687.126 votantes.
Abajo, atrás, con 919.340 votos menos, casi un millón menos, había quedado el paladín derechista de la primera vuelta ahora derrotado por un nítido mandato en contra de una campaña violenta, histriónica, homofóbica, negacionista de la pandemia. Onyx Lorenzoni sobreactuó hasta lo intolerable para sus bases la teatralización bolsonarista de la lucha por el poder, y reunió en su contra el apoyo crítico de votantes petistas y el apoyo oculto de votantes derechistas: fue también único en superar -por esta vía- la polarización de extremos irreconciliables.
En Rio Grande do Sul, un estado conservador en la conducción de la economía y en las pautas de conducta, el haber ganado la gobernación en el balotaje es la última osadía de Eduardo Leitte en una carrera política que consistió en osadías.
La victoria cuando todo parecía perdido es el último triunfo para un político atípico de 37 años, cuya vida personal y su carrera en el gobierno y en un estado conservador en la conducción de la economía y en las pautas de conducta, es una sucesión de osadías encadenadas y desencadenadas, no siempre exitosas, no siempre frustradas. Declaró públicamente qué orienta su sexualidad, y se muestra en público ante la opinión pública con su novio Thalis Bolzan. Sin embargo, con ideas e ideales liberales para la economía, descreído de la superioridad omnipotente del Estado filantrópico, no es popular en la izquierda -no tendría por qué ser mejor querido en ese colectivo: sus ideas no son las suyas-, pero tampoco entre los colectivos LGBTIQ+.
Leite decidió cuál sería la vía central de su campaña después de estudiar los resultados del voto de la primera vuelta. En Rio Grande do Sul los candidatos a gobernador de Lula y de Bolsonaro habían obtenido menos votos que Lula y Bolsonaro como candidatos presidenciales en el estado. El partido de Leite, el PSDB, no tenía candidato presidencial propio. Si había pasado a segunda vuelta, se debía a un drenaje de votos bolsonaristas y petistas. Ese drenaje había hecho que el candidato a gobernador del PT, Edegar Pretto, saliera en tercer lugar en primera vuelta, quedara eliminado y ya no compitiera en el balotaje. Pero la superioridad de Leite era mínima, apenas dos millares de votos sobre Pretto. ¿Comó retener en segunda vuelta los votos drenados desde dos fuentes antagónicas? La inflexible neutralidad sobre el balotaje, la negativa absoluta y ni una vez relajada a pronunciarse en favor o en contra ni del presidente ni del expresidente que buscaban su reelección, inmediata, o discontinua.
Si Leite desnacionalizó su campaña, invirtió tiempo y energías que parecía no conocer agotamiento. En cuatro semanas, produjo 497 videos, uno para cada centro urbano del estado, demostrando conocer sus necesidades, y ofreciendo respuestas específicas de inversiones y obras públicas a sus demandas.
La homofobia de Lorenzoni no le ganaba votos fuera del bolsonarismo; se los perdía en la centro derecha, y aun se los perdió dentro de su propia formación de derecha. Sonya Thronicke, candidata presidencial derechista derrotada y excluida en primera vuelta, no se pronunció sobre a quién votar en la segunda. Pero quebró su neutralidad cuando Lorenzoni hizo campaña promoviéndose como “el único gobernador que le va a dar a Rio Grande so Sul una Primera Dama de verdad: mi esposa”. Y entonces la senadora derechista ex presidenciable pidió el voto para Leite en el balotaje gaúcho.
Tampoco le sumó votos el espectáculo, casi nunca desprovisto de brío, que el candidato bolsonarista brindó cada vez que pudo desplegar su incompetencia. En el debate por Rádio Guaíba previo al balotaje, Leite le preguntó cuál sería su alternativa al Régimen de Recuperación Fiscal. La secuencia de ocho preguntas sin que el ex ministro de Bolsonaro diera alguna respuesta pertinente se viralizó, se convirtió en un chiste de dimensiones y resonancias nacionales. Empezaron a oírse pronunciamientos de representantes de las fuerzas vivas, figuras conocidas como bolsonaristas, que hicieron público que votarían por Leite. No es impertinente preguntarse por quién votaron para presidente en segunda vuelta estos bolsonaristas que no votaron por su candidato en el balotaje estadual.
Sin duda, todo lo anterior contribuyó a la hazaña de Leite. Pero como siempre que se trata del PSDB, el único que puede salvar a este partido declinante es el PT. Gracias a la ineptitud del PSDB fue que el bolsonarismo, que en el balotaje perdió la presidencia federal por 1,8 puntos porcentuales, ganó la joya de la Corona de Brasil, el estado de San Pablo, el más rico del país. Pero a Eduardo una palabra de Lula bastó para sanarlo. El ex y futuro presidente brasileño sólo dijo: “En Rio Grande do Sul, cuando vayan a votar, lo que quieran, pero ni un solo voto para Onyx”.
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