Opinión

El antipopulismo no existe

5 de septiembre de 2021 00:03 h

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El 7 de julio pasado, el expresidente Mauricio Macri trazó en pocas palabras una semblanza de las últimas ocho décadas de historia argentina, anhelando que el país “donde comenzó el populismo en el mundo sea el primero en deshacerse del populismo”. Lo que distingue a la Argentina moderna, en ese pensamiento, es la desgracia de una relación imperfecta entre las masas y la política, cifrada en el surgimiento del peronismo en 1945, una forma política que inunda la vida pública de emociones venales, y obstaculiza la libertad económica con una presencia siempre excesiva del Estado. El antipopulismo es la campaña final contra ese terco estorbo nacional.

El populismo no “comenzó” en Argentina. Pero la hipérbole está justificada en la lógica interna de un discurso compartido por amplios sectores de la población. Una curiosidad argentina es el desbalance entre la abultada producción intelectual sobre el peronismo y la escasísima obra enfocada en quienes, en nombre de una lucha contra un populismo huidizo y no siempre definido, construyeron una visión integral del país. Una historia del antipopulismo argentino tiene que ser, sobre todo, un intento por elucidar cuáles son esas fuerzas y qué mirada tienen sobre la nación.

Por eso, y porque el tema parece estar en la cabeza de muchos, la aparición de Breve Historia del Antipopulismo avivó una saludable discusión acerca de qué es el antipopulismo. Dentro de esa conversación, la Revista Ñ del diario Clarín publicó dos notas sucesivas fuertemente críticas del libro. Una de ellas fue escrita por Roberto Gargarella y presenta algunos puntos importantes para discutir. 

Gargarella plantea dos problemas cruciales a la hora de escribir una historia del antipopulismo: la necesidad de contar con categorías claras para saber de qué estamos hablando y evitar así el riesgo de que el antipopulismo corra la misma suerte que su objeto de ira -el populismo-  y se convierta en un “concepto arma” más apropiado para atacar adversarios políticos que para revelar una realidad histórica. Comparto ambas preocupaciones; son parte de lo que impulsaron la escritura de “Breve historia...”. 

Gargarella sostiene, sin embargo, que en el libro “faltan definir” los conceptos de populismo y antipopulismo, lo cual “le impide determinar con precisión a qué nos estamos refiriendo”. El riesgo de esa situación es que el autor “invoque o remueva la categoría indefinida, conforme a su voluntad o convicciones o prejuicios”. Y para explicarlo, compara el uso de una categoría aparentemente tan vaga como “antipopulismo” con el “I know it when I see it” con el que el juez norteamericano Potter Stewart se refirió a la idea de obscenidad en un caso a mediados de los ‘60: no importa tanto la definición, “lo sé cuando la veo”.

La analogía es desafortunada. No tanto por acercarme a Stewart (al fin y al cabo esa frase la pronunció para fundamentar su voto contra la idea de censurar la película de Louis Malle Los Amantes), sino porque en la comparación Gargarella superpone el derecho con la historia, la evidencia con el archivo, la prueba con la conjetura. Hay razones varias por las que la historia y la discusión pública se rigen por criterios saludablemente distintos a los de un tribunal: sobre todo, la centralidad explícita de la interpretación. La historia, la del antipopulismo y cualquier otra, es un espacio conjetural. Lo cual no significa que el archivo sea un desparramo arbitrario de trastos viejos, sino la forma en la que una teoría social guía una búsqueda singular entre materiales del pasado para construir un objeto histórico. Gargarella busca una definición que lo exima de esa tarea y deja pasar el marco interpretativo que nos permite reconstruir su presencia obvia.

Hay razones varias por las que la historia y la discusión pública se rigen por criterios saludablemente distintos a los de un tribunal: sobre todo, la centralidad explícita de la interpretación.

Creo que si la historia del antipopulismo es una falta, esa deuda hoy es urgente. Bien decía Tulio Halperín Donghi que “lo que lo vuelve a uno hacia el pasado es un interés que surge del presente”. Ese presente es el de una identidad política anclada desde hace medio siglo en la convicción de disciplinar a los sectores sociales que demandan una expansión de derechos económicos y sociales a través de sindicatos, organizaciones sociales o interacciones con el Estado, y de reeducar su conducta política hacia el esfuerzo individual en la superación económica y la producción. 

¿Cuándo empezó? Del mismo modo que el populismo es un fenómeno histórico preciso del siglo XX -aquellos movimientos que hasta los años ’60 lideraron procesos de expansión de la ciudadanía política y social en América Latina, a veces de modo autoritario, y sobre todo para los nuevos sectores obreros-, el antipopulismo emerge en ese mismo periodo y en la Argentina toma formas definidas en las distintas formas de oposición al peronismo

Sin embargo, no hay antipopulismo sin una fuerte filosofía de la historia, sin la creencia, válida o no, en que algunas relaciones fundacionales de la Argentina que emerge en 1810 son parte de un proceso que continúa en el tiempo no sólo hasta hoy sino hasta el mañana. En su capítulo sobre la historia del bombo peronista, Ezequiel Adamovsky reconstruye la forma en la que el antiperonismo convirtió al instrumento en símbolo peronista, representación que ataba a los obreros de posguerra a los negros que rodeaban a Rosas un siglo atrás, y que en su reverberación llevaba a la Argentina a un tiempo premoderno, medieval, allá donde  los espacios privados y la distancia entre los cuerpos aún eran terreno fluido. ¿Qué cohesiona ese tiempo largo, sino el lamento por una insurgencia permanente y la condena a sus perpetradores? Pensando en el devenir de la Revolución de Mayo, Jorge Luis Borges advertía ese recorrido de desperfectos; sugería que “si se piensa en los caudillos, en Rosas y sus degollinas, en el radicalismo, en el peronismo, uno se vería tentado a considerar que ninguna ventaja compensa tantos errores y tanto dolor.”

No hay antipopulismo sin su prehistoria, sin un pasado convertido en referencia obsesiva de un presente amenazado. Reconstruir, entonces, su prehistoria, es lo que le otorga densidad al discurso antipopulista y permite identificarlo, para evitar así las manipulaciones que con razón teme Gargarella.

A contramano de esa filosofía de la historia, lo que aparece en una reconstrucción del antipopulismo, más que las continuidades aparentes, es una conversación a través del tiempo de movimientos políticos singulares. De ahí que durante el siglo XX no haya antipopulismo sino antipopulismos. A Gargarella le molesta que sean muchos, a Gonzalo Aguilar, en una crítica que publicó la semana anterior, le molesta que sea uno solo. Cada lectura es un nuevo texto, y uno no puede menos que celebrarlo, pero he aquí tres aclaraciones respecto de aquella nota de Aguilar. El autor pone en duda que “el antipopulismo sea tan homogéneo y ahistórico como se pretende”. La partícula impersonal “se” deja la esperanza de que esté hablando de otro libro: “Breve historia...” dice desde su página 11 que no hay antipopulismo sino antipopulismos, en plural, dedicando las siguientes 255 a mostrar los distintos filamentos de esa idea crítica sobre la relación entre masas y política, muchos incompatibles entre sí, y los devenires que hicieron del antipopulismo actual un discurso dominante. Aguilar protesta porque “Alfonsín es arrojado al infierno del antipopulismo”. No: Alfonsín -por cuya trayectoria tengo una admiración personal que hago clara en el libro y mil otros lugares- es rescatado de ese infierno y repuesto como aquel que busca, creo que con éxito, la refundación democrática sobre la base de incorporar legados del peronismo de las cuatro décadas previas. 

Por último, Aguilar también se alarma porque “Halperín Donghi está al lado del ideólogo de la dictadura Jaime Perriaux”. Ignoro en este contexto que significa “al lado”, pero no: “Breve historia...” intenta el incómodo ejercicio de analizar el rol que las humanidades y las ciencias sociales tuvieron en la Argentina de posguerra en la normalización de la idea del peronismo como un elemento ilegítimo, con las consecuencias que Perriaux y otros llevaron al extremo. Si hay un ejercicio al que no era afecto Halperín Donghi era la hagiografía. Si hay un legado de su trabajo, es el mandato de estudiar el lugar de los intelectuales no sólo en relación a la historiografía específica sino en la escena amplia de la opinión pública.

“¿Escribo sobre el libro que tengo enfrente o sobre el libro que tengo en mente?”: Aguilar no lo pensó dos veces. Y, me temo, ni siquiera una.

Volviendo a Gargarella: en “Breve historia...” el antipopulismo aparece como filamentos de ideas que inundan el pensamiento de la izquierda, la derecha , el liberalismo y el conservadurismo, girando alrededor de la impertérrita centralidad peronista. Las experiencias antipopulistas que florecieron entre 1955 y 1976 desarrollaron, como bien señala María Esperanza Casullo, “un ‘núcleo tiránico’ cada vez más violento, que justificaba el ‘último recurso’ necesario para la eliminación de la enfermedad nacional”, una búsqueda de purificación insaciable que toma su forma más trágica y mesiánica en la dictadura militar de 1976, que superpone a la retórica de la guerra fría la promesa de erradicar “la amenaza marxista populista”, con la fe puesta en que un país sin peronismo ni el “excesivo peso de los sindicatos en la vida política nacional” podría retomar una democracia ordenada. Lo que hoy vemos como antipopulismo -esto es, los actores que como Macri y Juntos por el Cambio organizan su mirada de la nación a partir de una cruzada contra el populismo- es el legado de aquel momento refundacional, una fuerza ubicada a la derecha del espectro político, cortejando peligrosamente la violencia política y la coerción social.

¿Cómo se reconstruye la historia de esas ideas?

Gerardo Aboy Carles lo describió como “la arqueología de un concepto”. Una historia intelectual es una aproximación a la sociedad y el tiempo que produce esas ideas, esfuerzo que requiere tanta concentración como apertura, “dispersión teórica y pluralización de criterios”, como dice Carlos Altamirano, quizás el mayor historiador intelectual de la Argentina. Macri y sus afirmaciones, un comisario apaleando gremialistas de izquierda y clamando que dejen de hacer populismo, un periodista tratando de descifrar si, efectivamente, Argentina puede tomar la forma de Venezuela, escenas de una Argentina crispada que sólo dejan de ser viñetas si se integran en una historia.

Para eso importa menos la precisión analítica de los actores que nuestra inteligencia para escuchar lo que están diciendo. Para entender la Argentina reciente, la Europa medieval o la historia precolombina, el punto central de un trabajo histórico -no de un tribunal- sigue siendo cómo entender, en base a los materiales que tengamos a mano, lo que los actores de eventos pasados pensaron que estaban haciendo. Una escucha preferencial que nos permita encontrar en el barullo del presente y el remolino del tiempo, aquellos dos elementos que permanecen: 1) ¿Existen a lo largo de la historia fuerzas que concibieron su idea de país alrededor de una condena al populismo como una deformación de la política de masas?, y 2) ¿Hay en esas visiones elementos estables de la idea de país que se ofrece como superación?

La respuesta a esas dos preguntas son dos categóricos “Sí”, desplegados a lo largo de la historia del siglo XX y proyectadas a éste. Esas fuerzas existen y conciben sus acciones como una lucha contra algo que llaman populismo. Y más allá de la confusión que puedan tener, evolucionan a lo largo de la historia en trayectorias que “Breve historia...” reconstruye. Vuelvo al tema del archivo: la construcción, particular pero no arbitraria, de un recorrido en el tiempo hecho de materiales del pasado que recreen una escena a la que no tenemos acceso, para entender cuál era el sentido que un partido maoísta, una dictadura de extrema derecha, un obrero o un comisario le daban al término y cómo elaboraban sus diferencias -muchas veces trágicamente- dentro de un lenguaje común disponible. 

Al mismo tiempo que le preocupa la vaguedad, a Gargarella le incomoda que “Breve historia...” no deje al antipopulismo como un concepto flotante y lo presente anclado a movimientos que marcan a la Argentina reciente. Así las cosas, en la vaguedad conceptual con la que esos movimientos se paran frente a la relación entre los sectores populares y la política, Gargarella se decepciona, pero de un modo conveniente: sin definición (que la hay) ni sujeto(s) histórico(s) (que los hay), el antipopulismo no existe. Ceci n'est pas un antipopulismo.

Es un problema grave. Su nota está presentada como una revisión de “la categoría acuñada por Ernesto Semán”. “Breve historia...” introduce la centralidad interpretativa que el antipopulismo puede tener en la historia argentina, pero lejos de haber acuñado nada, éste es un objeto de estudio creciente en la ciencia política y la historia. La aparición casi simultánea en Estados Unidos de La gente, No: Una breve historia del antipopulismo, de Thomas Frank, es una muestra elocuente. La sugerencia de que el término fue “acuñado” para la ocasión invita al lector desprevenido a suponer que el tema ha sido forzado, empujado por un capricho, que el antipopulismo no es un objeto de estudio legítimo, que sus actores deben permanecer innombrados, descriptos bajo otra luz.

Lo que tenemos enfrente, en cambio, es un objeto histórico a la espera de ser discutido. El cuidado para no transformar el análisis del antipopulismo en una mera acusación política es fundamental, siempre que no se convierta en una coartada para mantener a esas fuerzas ocultas en los pliegues de la historia, inexplicadas. En su trayecto y su presente, el antipopulismo emerge como el elefante blanco de la Argentina. Y aunque pueda entenderse la incomodidad de quienes ven delante suyo la emergencia de un objeto histórico nuevo que los interpele, cuando las pasiones más ardorosas se aplaquen, la necesidad de esta conversación será evidente. Quizás no pase mucho tiempo para que nos preguntemos no tanto si existe o no una historia del antipopulismo, sino porqué nos demoramos tanto en haberla escrito.

ES