Opinión

Cuidar la Paz Social es un deber moral de todos

Jorge Eduardo Scheinig. Arzobispo de Mercedes-Lujan

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La Paz Social es una realidad difícil de alcanzar y de hecho, somos testigos de cuánto le cuesta al mundo vivir en Paz. La Paz es frágil y por eso es necesaria cuidarla.

Los argentinos hemos vivido un tiempo de inmensa violencia que generó  en nosotros heridas que hasta el día de hoy, no sanan.

Con enormes esfuerzos de la mayoría, es mucho lo que se ha trabajado para vivir hoy en una paz social que nos permite, a pesar de tantas falencias e inconsistencias, convivir. De alguna manera, con el consenso democrático nos pusimos de acuerdo que la paz social es un valor que debemos cuidar porque nos ayuda a convivir. Podemos convivir porque hay una paz conquistada y alcanzada por todos.

No podemos darnos el lujo de perder la paz. Si la perdemos, junto a los tremendos niveles de pobreza que tenemos, seremos la generación responsable de socavar aún más el presente y condenar a nuestros niños y jóvenes a un futuro oscuro. Les dejaremos inmensas dificultades, muy difíciles de superar.

Uno de los combustibles que hoy acrecienta el fuego de la violencia, es un modo de hacer política que utiliza un tipo de lenguaje y de comunicación que no tiene límites, es decir, valen todo tipo de transgresiones.

Según mi modo cristiano de entender la vida, no se mata sólo matando el cuerpo, también con la palabra. Son iluminadoras aquellas palabras de Jesús: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: ”No matarás“, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego” (Mt 5,21-22).

Más allá del género literario y cultural de aquella época, podemos entender el valor universal de la enseñanza. No se puede matar de ninguna forma. Hay un límite que debemos respetar, porque pasarlo, es correr el riesgo de eliminarnos unos a otros y a uno mismo. El que mata de palabra, se mata. La violencia mata al otro y me mata.

Hay que poner un límite a todo tipo de violencia, la de la palabra, la de los gestos, la de las armas, la de la corrupción, la de la inmoralidad. Hay que hacerlo ya, sin dilaciones.

Ese límite totalmente necesario no se alcanzaría con la firma de un acuerdo consensuado, una especie de pacto social. Ayudaría, pero ya hay un sin número de leyes que regulan una mejor convivencia.  

Debe haber entre nosotros un compromiso personal y social que sea el fruto de aceptar vivir y convivir con valores asumidos en lo profundo del ser y de la conciencia y que se traslucen en la conducta personal, en mi forma de moverme en la vida, en mi condición de ser una persona moral.

La democracia no es autoritarismo, es un modo de convivencia pública que necesita ser normalizada por la vida moral de cada uno de nosotros. No todo da lo mismo, no se puede ni se debe decir, o hacer cualquier cosa. Debemos descartar todo tipo de violencia.

Ser personas con moral nos lanza a buscar el bien del otro, no el mal, a trabajar por un orden justo, por la libertad, la verdad, la paz, no por la violencia. Además, se necesita una especial humildad y honestidad para no caer en las trampas del egocentrismo, que dilapida la vida moral y todo tipo de convivencia. La violencia es inmoral y la inmoralidad genera violencia.

Los dirigentes, políticos, sociales, empresariales, sindicales, religiosos, no podemos ser inmorales, debemos adecuarnos a una forma de ser y estar en la sociedad que ayude a la convivencia y a la paz social.

Los dirigentes somos muy responsables de la paz social. Pobreza más violencia generalizada sería una catástrofe para nuestra Argentina.

DM