En 1937, cuando un tribunal internacional estudiaba en Coyoacán el caso de León Trotsky, la estalinista Comisión Socialista de Abogados mexicana hizo saber en los periódicos que se hallaba en vías de llegar a sus propias conclusiones sobre la culpabilidad del antiguo bolchevique, sobre su idilio con Hitler y el Mikado, y sobre el sabotaje telepático que ha ejercido en las obras públicas de la URSS. Así lo refiere Salvador Novo en La vida en México en el período presidencial de Lázaro Cárdenas. En 2021, cuando el Consejo Nacional Electoral (CNE) estudiaba en Quito las últimas actas de la primera vuelta de la elección ecuatoriana del domingo, el líder indígena Yaku Pérez, cuya candidatura presidencial había descendido del segundo al tercer lugar con el progreso del recuento de los votos, hizo saber a los medios que se hallaba en vías de llegar a sus propias conclusiones sobre la culpabilidad del CNE, sobre el idilio oligárquico entre el banquero Guillermo Lasso -el candidato derechista que le birló el segundo puesto-, el ex presidente Rafael Correa -líder de la Revolución Ciudadana que gobernó por una década el país- y el ex alcalde de Guayaquil Jaime Nebot -que apoya a Lasso-, unidos los tres para el fraude, y sobre el sabotaje telepático que, desde Bélgica (donde sigue exiliado), ejerció Correa para que no triunfe la voluntad popular.
Desde que el domingo a las 9.00 de la noche en una ornamentada coreografía televisada y musicalizada, los ujieres entregaron un sobre cerrado a cada miembro del CNE con los resultados del conteo rápido, y desde que estos fueron comunicados por su presidenta Diana Atamaint, dos pasiones agitaron a los medios y comentaristas políticos ecuatorianos, en igual medida y, no sin cierta sorpresa, a todos por igual: el reproche y el temor.
El reproche dirigido a la irresponsabilidad, o falta de idoneidad profesional, del CNE, que anunció como ganador a Andrés Arauz, candidato de la coalición UNES de la Revolución ciudadana, como segundo a Pérez del movimiento de izquierda ambientalista Pachakutik, y como tercero a Lasso de la alianza del partido neoliberal CREO con el conservador y paternalista Partido Social Cristiano (PSC). En realidad, la diferencia entre el segundo y el tercer puesto era mínima, por lo que correspondía haber anunciado -como ni una sola voz se privó de recriminar en la radiotelevisión pública y alternativa del país- un empate técnico. La distancia ínfima entre uno y otro candidato continuaba aun cuando las posiciones se habían invertido y, con el 99,65 % de las actas computadas, a Lasso asignaban el 19,74% y a Pérez el 19,38% de los votos válidos entre los 10.597.197 de votos emitidos. Pero, en el relato que el CNE había ofrecido de la proyección estadística total, no se hablaba de disputa voto a voto. Se decía que Pérez sería el rival de Andrés Arauz en el balotaje del 11 de abril. Y poco después, según Pérez, lo derrocaron, la quitaron esa posibilidad, unidos gobierno y oposición, socialistas del siglo XXI y banqueros de todos los tiempos, en un fraude racista de blancos extractivistas asustados ante la posibilidad de que un líder indio que defiende la tierra, que quiere exportar barriles de agua y no de petróleo, llegara a entrar en el quiteño Palacio de Carondelet para quedarse y gobernar como presidente.
Hay que reconocerle a Pérez que el anuncio del resultado por la CNE sí había encendido una alerta inmediata en los medios, en la sociedad y en la política. El temor, sin embargo, no tenía su fuente en el contenido del anuncio. A nadie repugnaba, o parecía repugnar, ni la muy buena elección que había hecho Pachakutik, que superaba con creces los pronósticos, ni que tuviera la posibilidad de disputar la segunda vuelta con Arauz, ni aun de ganarla. Las consecuencias seguramente impensadas, pero no impensables, y en verdad previsibles, de lo que en Ecuador fue llamado “un error de vocería” del CNE fueron inferidas de inmediato. El instantáneo temor reconocía su origen en la certeza de que Pachakutik no aceptaría que mudaran las posiciones entre segundo y tercero. No había comunicado el CNE que estaban empatados: había dicho que Pérez era el segundo. Era el poder de movilización de Pachakutik y de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE) el que despertaba recelo, si ese potencial se desplegaba para desconocer el proceso electoral del domingo, o, con daño acaso apenas menor, si la exigencia de recuentos totales de cada voto emitido significaba la postergación de la fecha del balotaje -como ya la indecisión del resultado y el pedido de recuentos parciales está significando que se vean postergadas las campañas electorales para esa segunda vuelta-. La capacidad de los movimientos indígenas de poner a sus gentes en las calles, para ocuparlas con resistencia y eficacia durante períodos prolongados sin aparente desgaste, quedó demostrada en noviembre de 2019, cuando lideraron las protestas contra el gobierno ahora saliente de Lenín Moreno. Entonces, triunfaron en su objetivo de dejar sin efecto el levantamiento del subsidio estatal a los combustibles. La memoria viva en la ciudadanía de esa decisiva victoria política reciente es una de las causas a que puede atribuirse el crecimiento electoral de Pachakutik, que prácticamente dobló el fehaciente pero marginal 10% que le auguraban los sondeos de intención de voto.
En el encuentro que mantuvieron el candidato banquero y el candidato indígena en la sede del CNE para llegar a un consenso sobre la transparencia electoral -imposible para Pérez sin el recuento de todos los votos en las 24 provincias ecuatorianas-, quedó en claro que, de momento, una unión futura de los caudales electorales de ambos candidatos para triunfar sobre el acérrimo enemigo común declarado, el correismo, como todo el país había especulado el lunes que ocurriría de cara al balotaje, ha desaparecido del horizonte. En la reunión pública, Pérez le dijo a Lasso que no iba a pactar con quien fue “superministro de Economía” en 1999, cuando Ecuador sufrió su más severa crisis económica y financiera, que derivó en el pánico bancario y en la dolarización al año siguiente. Además, le dijo claramente: “Usted no puede ganarle al correismo.”
Sobre que Lasso es mal candidato para vencer a Arauz, o buen candidato para que acabe por imponerse quien ya obtuvo el 32,70% del voto en primera vuelta, tampoco nadie parece dudar. Lo ha dicho, el primero, Arauz, quien sostiene que con Lasso delante es más nítido el contraste entre una izquierda que se llama a sí misma izquierda y una derecha que -a diferencia de lo que, a sus ojos, ocurre con Pérez- no se llama a sí misma izquierda. No hay por qué dudar de la sinceridad de la Revolución Ciudadana cuando proclama el culto de la transparencia y de las instituciones de la democracia electoral liberal: la urna es la expresión de la voluntad popular, y a la voluntad popular se la respeta, así sea de un solo voto la diferencia final entre dos candidaturas.
Sería imposible, además de sospechoso, cuestionar la verdad del aserto de Pérez cuando conecta al racismo con sus votos, los que puede contabilizar y los que no. Sin embargo, puede llevarse más lejos su razonamiento, y hacerlo más contundente. Si hay racismo en el CNE, más hay en el país. Y el racismo, antes que de un fraude, es responsable de que Pachakutik no haya ganado más votos, y que tenga un techo que es también un límite geográfico. Las provincias donde Pérez ganó o creció son de la Amazonía y de la sierra; en la costa, donde está el puerto de Guayaquil, gran motor y vehículo de la economía ecuatoriana, subieron los votos de la coalición de Arauz, bajaron los de la Alianza de Lasso, y siguió perdiendo Pérez. En cuanto al racismo del CNE, hay un detalle que irrita a Pérez y a sus voceros. Es cuando le preguntan por la presidenta, Diana Tamaint. Que es una ex militante de Pachakutik que, por añadidura, si llegó a tan alto vértice en esa repartición del Estado fue gracias a las presiones de Pachakutik. El vocero del movimiento Marlon Santi se levantó de una entrevista de Pichincha Comunicaciones cuando le preguntaron por Tamaint, alegando que no estaba ahí para hablar del pasado. Pachakutik había fundado su campaña en el pasado, en denigrar la década de dictadura ecocida de Correa, como después canceló el acercamiento con Lasso señalándole su papel en 1999.
A la luz de la conjura expuesta por Pérez, queda así en evidencia por qué Correa, según esta lógica, instiga la consumación del fraude electoral: si Lasso va segundo, Arauz sale primero. Resulta difícil sustraerse a un símil grueso, pero no necesariamente equívoco o distraído. Al mismo tiempo que en el paralelo 0° el líder de Pachakutik clamaba ante el despojo del voto indígena -y se declaraba no sólo campeón moral sino real de la elección-, en el paralelo 38° de latitud norte, en Washington DC, un expresidente blanco, Donald Trump, era acusado por un equipo legal multiétnico de congresistas que exigía en el Senado su condena por las violencias desatadas después de que el candidato republicano hubiera declarado que él era el auténtico vencedor en unas elecciones donde aspiró a la reelección, en las que le hicieron fraude, y en las que sus votantes, también blancos, habían sido robados de sus sufragios por un establishment que aliaba a Wall Street con los progresistas.