Giselle Rímolo: la falsa médica que prometía la belleza eterna

25 de diciembre de 2020 22:28 h

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“Doctora en psicología, doctora en homeopatía, homeópata, licenciada en terapias alternativas, terapeuta floral, digitopunturista, irióloga. Y me faltan dos más que no me acuerdo”. Giselle Rímolo lo dice con un orgullo recargado –una reversión de m’hijo el dotor diferida: la doctora c’est moi–, con placer al subrayar cada título, cada pergamino que empapela las paredes de su consultorio en el barrio porteño de Belgrano R que los medios de la época describirán poco después como “coqueto”. 

No tenía cómo saber entonces que esos que la escuchaban eran tan impostores como ella. En noviembre de 2001, pocas semanas antes del estallido social y político de ese año aciago, la opinión pública argentina quedó impactada por una noticia que reveló el segmento Telenoche Investiga del noticiero de Canal 13

Simulando ser pacientes, productores del programa registraron con cámaras ocultas una secuencia escandalosa de imágenes donde se veía a aquella mujer –célebre entonces por sus frecuentes apariciones en programas de televisión hablando de las bondades de un tratamiento para adelgazar y de belleza que ofrecía en su clínica– en pleno ejercicio de una profesión que no tenía. 

En el informe televisivo se comprobó que Rímolo no había cursado en ningún lugar oficial la carrera de medicina ni estaba habilitada para recetar una serie de supuestas medicinas que prescribía a quienes acudían a ella. También se pudo ver que eso que ella ofrecía como “remedio natural” contenía sustancias peligrosas. 

Entre tantos otros pacientes –se calcula que más de 70–, le había indicado esa presunta medicación a Lilian Díaz, una mujer de 41 años que murió en junio de ese año después de pasar algunos días en coma. 

Su salud había comenzado a deteriorarse poco después de empezar a tratarse con Rímolo: primero fueron trastornos gástricos, después tuvo problemas en la vista que hasta entonces jamás había presentado y finalmente un cuadro de diabetes que en poco tiempo se tornó irreversible.

LAS PATAS DE LA MENTIRA

Giselle Rímolo es, en realidad, el nombre artístico de Mónica Cristina María Rímolo. En pareja con el conductor televisivo Silvio Soldán hacia fines de los años ‘90, era una invitada frecuente en los programas de televisión de la época y aparecía seguido en las revistas, que por esos años se vendían profusamente. 

La pareja llamaba la atención del público: ella con el pelo muy largo, casi dorado, las manos impecables, la piel bronceada todo el año, los pómulos brillantes, los labios siempre maquillados. Y él, el hombre sinónimo de grandes valores del tango y de un tipo de conducción atildada en los medios de la década anterior, que aseguraba haber vuelto a conocer la felicidad después de una separación escandalosa de su pareja anterior, Silvia Süller.

A Rímolo la presentaban como una suerte de contracara de la siempre revoltosa Süller: era una médica exitosa, experta en nutrición que tenía dos centros médicos y de estética en los que podía hacer milagros por 50 pesos/dólares por sesión.

Los principales conductores de la televisión hablaban maravillas de su tratamiento para adelgazar y ella, casi una prueba viviente de la efectividad de su método, se prestaba al juego, sonreía para las cámaras, mostraba su silueta cada vez que le pedían que diera “la vueltita”

Ella hablaba de un sistema natural, subrayaba la palabra “algas”. Y decía que los pacientes, por las bondades de los productos que ella ofrecía, podían seguir “una dieta para nada estricta”. (Lo repetía en cada entrevista, como si copiara y pegara de su cabeza la fórmula de la belleza y de la delgadez eternas y la regalara a los televidentes por un ratito).

No faltaban producciones fotográficas con ella posando impecable con delantal blanco (“Dra. Rímolo” se podía leer en el bolsillo frontal, como una especie de recordatorio para ella misma de que el hábito sí hace al monje); él recostado en una camilla de la clínica de Rímolo mientras ella lo ausculta, los dos lozanos, radiantes.

Giselle Rímolo es, en realidad, el nombre artístico de Mónica Cristina María Rímolo. En pareja con el conductor televisivo Silvio Soldán hacia fines de los años ‘90, era una invitada frecuente en los programas de televisión de la época

Quizá por la visibilidad que le daba estar en una relación sentimental con un personaje tan popular como Soldán, fueron varias las celebridades que se tentaron y decidieron probar con sus “cápsulas naturales adelgazantes”, como las describía, además de darse una vuelta por su clínica. 

En la cámara oculta que detonó para siempre su imperio, ella misma deja caer nombres de sus pacientes más famosos: menciona al entonces director técnico Daniel Passarella, a la ex ministra menemista María Julia Alsogaray y a la animadora Lía Salgado). Poco después, se supo que también la visitaron para hacer tratamientos con ella la conductora Susana Giménez, los periodistas deportivos Tití Fernández y Paulo Vilouta y la ex senadora peronista Liliana Gurdulich, entre varias figuras célebres de los ‘90. (Con el tiempo, muchos de ellos empezaron a padecer distintas dolencias asociadas al consumo de las cápsulas de Rímolo y demandaron a la falsa médica).

También en ese video que marcó su caída en desgracia para siempre se puede ver a Rímolo ofrecer el mismo diagnóstico y el mismo remedio a dos pacientes muy distintos. A los dos les dirá que va a proceder a mirarles el iris, “para ver todo lo que es la parte circulatoria”. Y otra vez les ofrecerá enumeraciones: “Voy a revisarte todo lo que es localizadito, celulitis, flaccidez, adiposidad”, promete.

DE LA TV A LA CÁRCEL

Después de la denuncia televisiva y el escándalo que se desató en los mismos programas a los que poco antes Rímolo había ido a promocionar su tratamiento (se habló, entre otras cosas, de Soldán, que estuvo casi dos meses detenido e investigado por una supuesta complicidad y participación en la clínica, del romance de Rímolo con Juan Gaineddu, el abogado que representó a ambos y con quien finalmente formó pareja; de la fragilidad de su salud mental), la falsa nutricionista fue detenida por primera vez. Se la investigaba por tráfico de medicamentos peligrosos para la salud y homicidio culposo por el caso de Lilian Díaz, además del delito de ejercicio ilegal de la medicina.

Por distintos recursos de sus abogados, Rímolo fue excarcelada varias veces y luego otra vez puesta en prisión donde se encuentra desde 2017.

En la causa que se le siguió, donde también estuvo implicado su hermano Fabián Rímolo como miembro de la clínica, se pudo comprobar que las famosas cápsulas naturales que ofrecía contenían cafeína, fenilpropanolamina y efedrina, entre otras sustancias prohibidas.

En 2012, la Justicia la condenó a nueve años de prisión “como coautora del delito de estafa en concurso ideal con tráfico de medicamentos peligrosos para la salud, reiterado en setenta oportunidades, que concurren materialmente con el delito de estafa en concurso ideal con tráfico de medicamentos peligrosos para la salud y homicidio culposo –respecto de Lilian Stella Díaz–, todo lo cual concurre formalmente con la autoría del delito de ejercicio ilegal de la medicina”, tal como describe el fallo.

En la cárcel de Ezeiza, donde permanece hasta la actualidad mientras espera un nuevo recurso para obtener la libertad condicional, fue recibida con curiosidad por las internas. 

Una de ellas, Silvina Prieto, relató sus días junto a la falsa médica más famosa del país, en una crónica que ganó un concurso promovido por la Fundación Tomás Eloy Martínez, la revista Anfibia y la editorial Planeta, de la mano de Martín Caparrós y Eduardo Anguita.

“Giselle Rímolo contaba con un séquito que la seguía a todos lados. Aunque se trataba de amoldar a la vida tumbera lo mejor posible, nunca pasó desapercibida. Se cuidaba tanto en las comidas como en el más mínimo de los detalles de su imagen. Algunas de las compañeras hacían de estilistas, manicuras, cosmetólogas o psicólogas. En esta vida todo tiene un precio. Giselle lo pagaba sin chistar”, relata Prieto en su texto Mis días con Giselle Rímolo en la cárcel.

Y agrega: “Cada vez que se duchaba, se generaba una ceremonia. Las estilistas entraban al baño a recuperar el pelo de las extensiones que, con el agua, se iba despegando. Con mucha paciencia lo secaban, peinaban y volvían a unir todo con la pistola de siliconas. Lamentablemente las uñas esculpidas no corrieron la misma suerte. Y sin embargo, ella no se resignaba jamás”.

AL