DESDE LEJOS, CERCA

Por qué nos gustan tanto los chismes

3 de febrero de 2025 06:40 h

0

¿Viste lo último que publicó? ¿Y lo que le contestó ella? ¿Y lo que le dijo él? A menos que hayas decidido dejar las redes, apagar la tele y no entrar a ningún sitio de noticias en los últimos meses, es imposible que no te hayas enterado de la telenovela del verano. De hecho, lo más probable que te hayas enganchado con alguna parte del drama Wanda-Icardi, que hayas comentado alguno de los episodios y chismoseado a gusto. Porque, ¿a quién no le gusta hablar sobre la vida de los demás? Sobre todo, si es alguien lejano, y lo que pasa tiene pocas consecuencias sobre nuestras vidas. Y si alguien te dice que no, que jamás hablaría sobre otros, no le creas, la evidencia muestra que somos bastante dados al chisme.

El chisme es una parte básica de nuestras relaciones sociales. Hablar sobre otros, que no están presentes en ese momento, para bien o para mal, es una de las actividades que nos ayudan a construir vínculos. Por un lado, sirve para marcar qué nos parece bien y qué no. Pensá cuando discutís con alguien sobre Wanda Nara o Mauro Icardi, cuánto dice eso sobre vos. Tu opinión sobre el caso, qué te parece mal de lo que hizo tal o cual, dice muchísimo sobre nuestras reglas, lo que estamos dispuestos a aceptar y hasta dónde llega nuestra tolerancia. Y ese es un rol fundamental del chisme, vamos tanteando qué piensan los otros sobre un tema y cómo nos posicionamos nosotros.

Y cuando los chismes se vuelven sobre personas más cercanas, alguien con quién nos cruzamos en la vida, pasan a tener también otro rol: advertirnos sobre la gente que no cumple las reglas o que perjudican a otros. Pensá por ejemplo en el compañero de laburo que nunca paga lo que quedó debiendo del almuerzo. Los chismes crecen rápido y se genera una reputación que sirve para sancionarlo de alguna manera. Y una vez que se conoce, es más probable que empiece a pagar para sacarse la mala fama, si quiere que alguien alguna vez le vuelva a prestar.

Este efecto de los chismes ha sido bastante estudiado. En varios experimentos, han visto cómo el hecho de que otra persona pueda observar y comentar lo que uno hace (o sea que podría difundir chismes sobre lo que hacemos), nos vuelve más considerados. Tendemos a comportarnos mejor, ser más colaborativos y menos egoístas. El riesgo de transformarnos en objetos de un chisme juega.

Hay otro aspecto en el que los chismes son clave: generar amistades. Hablar mal de otra persona es uno de los hitos del inicio de una amistad. En una investigación que hicieron sobre este tema, vieron que las personas que coincidían en un comentario negativo sobre otra generaban un vínculo mucho más fuerte que las que coincidían con uno positivo. Criticar a un tercero nos une, mucho más que apreciarlo.

Y es que para poder criticar a otro a gusto necesitás cierto nivel de confianza, saber que el otro no se lo va a ir a decir al criticado, no se va a enojar o a mirarte feo. Y cuando se van logrando esos niveles de confianza hay más chances de que surja una amistad. Para estudiar esto, un grupo de investigadores holandeses hizo una serie de entrevistas en una empresa a lo largo de un año y medio. Veían quién hablaba con quién, quiénes eran amigos y quiénes se juntaban a criticar a otros. Lo que encontraron, es que primero nos sentimos cómodos chismoseando con otro, y de ahí nos hacemos amigos. El chisme es un cimiento social, parte de los ritos que pasamos para lograr una amistad.

Como todo, tiene que ser en su justa medida. En el mismo estudio, encontraron que la gente que chismoseaba todo el tiempo no tenía muchos amigos. Probablemente porque ya era demasiado, y porque también generaba alguna inseguridad (“si habla todo el tiempo así de los otros, qué dirá después de mí”), así que tampoco hay que excederse. Otro aspecto negativo de los chismes es que pueden mantener reglas sociales injustas o discriminatorias, se empiezan a generar chismes sobre alguien sólo porque es diferente y se busca excluirlo.

El chisme juega un rol clave en nuestra vida social. Nos ayuda a entender qué está socialmente permitido viendo lo que opinan otros, puede funcionar para mantener las reglas sociales y, por sobre todo, nos puede divertir mucho. Hay que consumirlo en moderación, para no ser el chismoso que no puede guardar ningún secreto, ni generar ambientes opresivos en los que cualquier diferencia es penada. Pero, dentro de los límites, es una parte esencial de nuestras relaciones sociales, y los necesitamos tanto como el humor. Así que es lógico que nos encante un buen chisme, a disfrutarlo sin culpa.

 

OS/MF