Una condena, dos caídos y un líder que sobrevive: los efectos políticos del caso Kiczka

A poco más de un mes de las elecciones provinciales del 8 de junio, Misiones atraviesa una coyuntura de alta densidad política, donde el poder se reorganiza sigilosamente y el escándalo judicial más grave en años dejó a la oposición sumida en la parálisis. La condena a 14 años de prisión al exdiputado Germán Kiczka por tenencia, distribución y facilitación de material de abuso sexual infantil marcó el cierre judicial de un caso que se había iniciado en agosto del año pasado, cuando la Legislatura votó por unanimidad su desafuero.
Pero su onda expansiva fue mucho más allá: alcanzó a su exjefe político, Pedro Puerta, desarmó al partido Activar y reconfiguró el mapa político provincial con una carga simbólica que todavía resuena. En esa trama, el exgobernador Carlos Rovira no solo consolidó su hegemonía: también saldó una vieja cuenta pendiente con su mentor político, Ramón Puerta.

La historia entre el mandamás provincial y la familia Puerta atraviesa, en paralelo, las dos últimas décadas de la política misionera. Ramón, dos veces gobernador de la provincia y fugaz presidente de la Nación durante la crisis de 2001, fue el padrino político de Rovira. Lo impulsó a la gobernación en 1999, lo bendijo como su heredero, pero lo perdió para siempre cuando el ingeniero decidió construir poder propio y fundar el Frente Renovador de la Concordia en 2003. Desde entonces, la relación derivó en ruptura, silencios y estrategias cruzadas. En ese contexto, la irrupción de Pedro Puerta como figura joven y competitiva fue leída como una reedición —más prolija, más moderna— de aquella disputa que había quedado inconclusa. El caso Kiczka dinamitó ese intento de revancha.
El escándalo fue creciendo en etapas. Tras la acusación, tanto Germán como su hermano Sebastián se dieron a la fuga por separado y fueron capturados seis días después. “¡Esta es la foto que querían!”, gritó el exlegislador al ser trasladado por la policía desde Corrientes, donde fue encontrado. Ya entonces, la maquinaria mediático-política del rovirismo se había puesto en marcha. Volantes anónimos aparecieron en las inmediaciones de la Cámara de Representantes, durante la sesión en la que se votó el desafuero, con una consigna directa: “Kiczka es Puerta”. Desde el bloque oficialista, la diputada Anazul Centeno encabezó la ofensiva y acusó a la oposición de haber guardado silencio. “Miedo tienen los que torcido andan. Miedo tenemos las madres”, exclamó en el recinto. Sentado en su banca, Puerta no respondió.

Lo que siguió fue una caída libre. La única oposición relativamente amenazante en la provincia, la que llegó a encarnar el empresario yerbatero, terminó de disolverse entre los escombros del caso Kiczka. Desde el punto de vista de Rovira, el desenlace fue perfecto: la escena se limpió sin necesidad de confrontación directa. Y con una carga adicional: ver derrotado al hijo de su antiguo protector.
Desde el vamos, Puerta había buscado recostarse en la figura de Javier Milei, con la esperanza de capitalizar el ascenso libertario en la provincia. En 2021, Patricia Bullrich respaldó la candidatura de Kiczka a legislador provincial con un spot, y apenas un mes antes de su detención, el exdiputado fue recibido en la Casa Rosada por el entonces secretario de Prensa de Milei, Eduardo Serenellini.

Hoy Puerta continúa como legislador, pero quedó reducido a un rol marginal. Desde el principio intentó despegarse sin éxito del caso. En su descargo por escrito durante el juicio aseguró que su relación con Kiczka era “estrictamente política”. Que no eran amigos. Que solo compartían espacio en la Legislatura. La Fiscalía no le creyó: dijo que el escrito parecía redactado por un abogado y que las respuestas no coincidían con los antecedentes del expediente. Pidió que se lo investigue por presunto falso testimonio. Es que a Puerta tampoco lo ayudan las imágenes. En Posadas todos recuerdan el video viral en el que se lo ve junto a Kiczka bromeando sobre “estimulantes eróticos” para el mate como técnica de conquista.
Pero las preocupaciones de Puerta están hoy en otro plano: el personal. El próximo 26 de abril se casará con Karen Fiege, exdiputada renovadora, que debió renunciar a su banca en enero pasado. Fue la crónica de un desenlace anunciado: Fiege era una de las figuras más leales a Rovira, cercana al núcleo duro del oficialismo, por lo que el vínculo afectivo con quien fuera su compañero de recinto le terminó costando bastante más que solo el puesto de legisladora. La boda se celebrará en un hotel de Puerto Iguazú, con dos ceremonias religiosas y más de 300 invitados. En la lista figuran nombres como Mauricio Macri —ahijado político de Ramón Puerta—, Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá, entre otros. Un evento que, en la política misionera, nadie lee solo como un hecho privado.

Rovira en silencio, pero al mando
Mientras tanto, el “misionerista” Frente Renovador de la Concordia avanza sin sobresaltos. Con 33 sellos partidarios y la marca de siempre, se dispone a retener las 11 bancas legislativas que pone en juego, además de disputar las concejalías en diez municipios. Su camino parece estar allanado: el partido Activar de Pedro Puerta —cuya diputada nacional, Florencia Klipauka, forma parte del bloque libertario en la Cámara baja— quedó fuera de competencia, sin siquiera figurar en la oferta electoral. Juntos por el Cambio reapareció con otro nombre, “Unidos por el Futuro”, aunque sin un liderazgo claro. En tanto, La Libertad Avanza confirmó que jugará solo, con el abogado Adrián Núñez como principal referente, una figura que lejos está de incomodar al oficialismo.
Sentado en una banca desde 2007, cuando dejó la gobernación de Misiones para nunca más volver, Rovira ya no necesita presidir la Legislatura ni ocupar su vicepresidencia. En él eso no significa retiro: significa concentración. A sus 69 años, maneja los hilos de los tres poderes de la provincia como un diputado raso más y sin la exposición pública a la que son sometidos otros “caudillos” de la Argentina. Una estrategia que, hasta el momento, le viene dando resultado.

Hace tiempo que el mandamás misionero adoptó un perfil bajísimo. Su último discurso público fue el 9 de noviembre de 2023. Desde entonces, todo lo que no habló para afuera, lo habló para adentro: cada jueves, antes de cada sesión legislativa, se encargó de ordenar discursivamente a su tropa. En septiembre, ese silencio se rompió: publicó una breve pero contundente columna de opinión sobre el caso Kiczka. Se refirió a la existencia de “asociaciones para el engaño, la manipulación, la estafa moral y política”. Y, en un gesto lindante con la proscripción política, exigió que también se sancione al “frente o alianza” que lo había llevado a una banca. Fue su única intervención en casi un año y medio. Bastó para marcar el ritmo.
“Si algo demostró el 2024 es que Carlos está dispuesto a hacer lo que tenga que hacer para conservar su poder”, sentenció un viejo militante renovador ante elDiarioAR, preocupado por la “pérdida” de la “sutileza” que siempre caracterizó al “conductor” de la Renovación. “Está cada vez más parecido a Gildo”, espetó, en referencia a Insfrán, el eterno gobernador formoseño. Algo se quebró hace un año: en mayo pasado, las históricas protestas salariales de policías, docentes y personal de salud expusieron como nunca antes las costuras del armado hegemónico rovirista. La tensión llegó hasta la casa del gobernador Hugo Passalacqua y, por primera vez en dos décadas, hasta el domicilio particular de Rovira. Fue un punto de inflexión.
El contraataque fue contundente: aprobar en la Legislatura una polémica ley de ciberdelitos para penalizar las “fake news” —en medio de una abierta persecusión a tiktokers críticos— y, meses después, detener a ocho policías que participaron de las revueltas de mayo, entre ellos, su principal referente, Ramón Amarilla, acusado de sedición y conspiración. Todavía preso, hoy su nombre vuelve a la primera plana de la opinión pública: Amarilla será candidato a diputado provincial en las elecciones del 8 de junio. Si obtiene 25.000 votos, podría asumir una banca y recuperar la libertad. Su postulación desde la cárcel se convirtió en una bandera simbólica para los sectores que protagonizaron los reclamos, y una advertencia al oficialismo: el malestar social no se apagó, solo se replegó.

Pero en el gobierno de Misiones no hay tensión explícita con Milei y su política de ajuste. La Renovación evita confrontar con la Casa Rosada por los recortes en las tranferencias y la paralización de la obra pública. Por el contrario, sus representantes en el Congreso se jactan de sostenerse con recursos propios y, cada vez que tienen oportunidad, votan en línea con los intereses de La Libertad Avanza. El propio Rovira se encargó de bajar la línea de “dejar atrás las quejas” y “pasar a la acción con ideas propias”. Varias veces, ante sus funcionarios, habló de “austeridad”, “eficiencia”, y un “futuro Neo” para su fuerza política, a la que exhortó a sumar perfiles “libertarios” a sus filas. Sin embargo, detrás de ese discurso, el panorama se volvió más opaco: desaparecieron los cuadros intermedios, la militancia se diluyó, y el tono mileísta se filtró en la comunicación oficial como reflejo de un nuevo orden.
Rovira resiste. Como siempre. Pero ya no con el margen de otros tiempos. No celebró los 20 años de su espacio en 2023. Evita mirar hacia atrás. Se aleja de toda épica. A su lado ya no quedan voces que cuestionen, ni órganos de debate que contengan. El vicegobernador Lucas Romero Spinelli asoma como virtual sucesor de Passalacqua en 2027. Pero es cada vez más cuestionado internamente. El Frente Renovador de la Concordia, a esta altura, es una organización que depende más de la arquitectura de su líder que de la consistencia de su dirigencia. El caso Kiczka dejó claro que Rovira aún sabe cómo sobrevivir a cualquier crisis: dejando que los demás caigan primero.
PL/MG
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