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QUÉ ESCUCHAR

La lógica del artista

Charly García

Diego Fischerman

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La música no es sólo música, ya se sabe. Una sinfonía, una canción o ese solo de saxo o ese estrangulamiento de la voz que provoca un nudo en el pecho de alguien, son mucho más que vibraciones transmitidas por el aire. Ser abonado a la ópera de un gran teatro, haber estado en el pequeño concierto de Pat Metheny con Charlie Haden en un club de jazz de Belgrano, tener al primer Artaud, con la tapa irregular, saber que Mercedes Sosa cantó en Cosquín gracias a Jorge Cafrune o conocerse la letra de todo lo cantado por Gilda, son documentos de identidad. Dioses cotidianos. Parte de la religión.

Roland Barthes dijo alguna vez que había dos cosas sobre las que no se podía discutir: música y comida. En ambos casos (podría, para muchos, agregarse el fútbol) la ligazón con la educación sentimental implica necesariamente una discusión ya no sobre el objeto (la polenta o los knishes o el asado de padres, madres o abuelos; la voz de Maria Callas, los acordes de Luis Alberto Spinetta, las letras de Homero Manzi) sino acerca de quiénes son las propias personas que discuten. Mucho de lo investigado por la musicología en las últimas décadas ronda esos aspectos, sobre todo en el campo de las músicas de tradición popular; las redes que tejen y se tejen alrededor de determinadas piezas sonoras.

Algo que en alguna época se denominaba “extramusical” y que habría que volver a pensar desde la perspectiva de que no hay nada en la música que no sea música. Es decir, que no constituya la esencia de ese objeto. Saber quién toca en un disco, qué pasó en el momento de grabarlo, que el artista estaba engripado o apenas podía moverse por efecto del alcohol, o cuándo esa soprano arrojó su zapato en escena por primera vez no son elementos ajenos a la escucha. Y, sin duda, no se escucha igual la obra de alguien a quien se admira que la de quien nada se sabe.

Charly García acaba de publicar un nuevo disco, a siete años del anterior –Random– y a 34 de Filosofía barata y zapatos de goma, el que tal vez haya sido el último de su última gran época creativa. Se trata de un disco sobre el que ya se ha escrito mucho, en medios formales y en redes, y del que casi todos creían saber de antemano que no estaría entre los mejores. Salvo pocas excepciones –Diego Batlle en este diario; Sergio Pujol en Instagram– las escuchas parecen haber quedado prisioneras de una lógica binaria: la indulgencia –con la consecuente reivindicación del derecho (que mal podría ser negado) de García a hacer un nuevo disco– o la condena. En algunas aparece la sorpresa frente a lo bueno –y es que se esperaba que fuera malo–; en otras prevalece la confirmación de lo negativo. No es sorpresa para nadie, en todo caso, que Charly García ha perdido la voz. También la perdieron, en distintos momentos de sus carreras, Leonard Cohen, Lou Reed o Roberto Goyeneche sin que esto mellara sus posibilidades interpretativas –hasta en algunos casos las intensificaron–. Tampoco es sorprendente el talento, que en el caso de García siempre se manifestó en ráfagas, o torbellinos.

Pujol señala con acierto que “La lógica del escorpión no deja la impresión de tratarse de un disco otoñal, ni melancólico, ni de ‘despedida’”, y concluye que se trata de un álbum “enérgico, muy vivo, que merece ser escuchado e interpelado en los propios términos de su propuesta estética”. No escribiré sobre el disco en sí. Otros lo han hecho, como se dijo, y, a esta altura del partido, todos los interesados ya lo han escuchado por lo menos una vez y se han formado sus opiniones.

Me interesan, en cambio, las preguntas y los problemas que el disco suscita. La relación entre análisis y emocionalidad que forma parte de toda escucha, y la posibilidad –o su ausencia– de la objetividad en un terreno tan cargado de subjetividades. Está claro que la música no es sólo música. Pero, también, que no lo es sin música.

Y, sobre todo ello sobrevuela la persistencia del concepto “disco” en un mundo ya sin discos. García quería sacar primero una edición en vinilo pero, más allá de su deseo, la mayoría de quienes han escuchado La lógica del escorpión no ha tenido nada parecido a una tapa en sus manos ni ha visto nada remotamente redondo a su alrededor. Y, lejos del último lugar en importancia, no ha pagado ni un peso por su escucha, salvo lo abonado por su servicio de Internet, de lo cual a los creadores no les llega nada.

No hubo colas en las disquerías, ni conversaciones casuales con quienes allí esperaban. Y no hay otro objeto que un enlace virtual en la computadora, la tableta o el celular, a pesar de lo cual se tiene claro que se trata de un disco.  Un objeto (ausente) cuyo título refiere a una fábula. El escorpión pica a la rana que lo lleva en su lomo para cruzar el río, haciendo que ambos se ahoguen. “Es mi naturaleza”, explica, antes de morir, el temido arácnido. Esa es su lógica y no es distinta a la del artista. Más allá de las consecuencias, ambos responderán a su naturaleza. Uno y otro harán lo que, desde siempre y hasta siempre, no pueden dejar de hacer.

Diego Fischerman es autor del blog “El sonido de los sueños”: https://xn--sonidodesueos-skb.com/

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