La Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista sorprendió por su masividad. No solo en su convocatoria porteña sino también en las réplicas que tuvo en más de 130 localidades a lo largo del país e incluso en el exterior. Impresionante. La iniciativa, recordemos, surgió de una asamblea de activistas LGTBIQ+ que se autoconvocaron en Parque Lezama, en reacción a los ataques homofóbicos desbocados de Milei. Con el correr de los días se fueron adhiriendo entidades de todo tipo, de derechos humanos, de estudiantes, de profesionales, la CGT y los partidos políticos democráticos e incluso varios dirigentes de partidos que siguen coqueteando con el gobierno de Milei, como la UCR.
Por varios motivos, fue un hito histórico. En primer lugar, porque refleja el momento oscuro que vive nuestro país. Tuvimos que marchar contra el fascismo, nada menos. Se podrá discutir si el término es adecuado, pero no hay dudas de que la amenaza sobre la vida civilizada es real y nos recuerda otros momentos de la historia igualmente sombríos. Hay que retroceder en el pasado muchas décadas para encontrar movilizaciones masivas motivadas por una preocupación semejante. Por supuesto, tuvimos cientos de marchas contra las dictaduras, contra la violencia policial, la represión o el autoritarismo. Pero movilizaciones masivas así, genéricas, no contra un gobierno o un golpe de Estado, sino contra lo que se identifica como un movimiento fascista, no fueron habituales. Al menos no con esta convocatoria. Hay que remontarse quizás hasta el año 1940 para hallar algo comparable, cuando, por iniciativa de los socialistas, se formó Acción Argentina, una coalición antifascista amplia que agrupó, entre otros, a parte de la izquierda, la UCR, el Partido Demócrata Progresista e incluso algunos liberales y conservadores (en esa época en la que todavía se veían liberales y conservadores que no eran fachos). La iniciativa no era caprichosa: en los años anteriores se habían multiplicado los grupos de choque de ultraderecha, algunos abiertamente fascistas. Los admiradores de Hitler y Mussolini eran legión y tenían buena llegada a los medios de comunicación e influencia en las Fuerzas Armadas y en el gobierno fraudulento de entonces. Entristece que 75 años más tarde todavía tengamos que salir a explicar que el fascismo no debe avanzar. Porque no es una postura política más: es inaceptable.
La Marcha es también un hito histórico en un sentido más luminoso. La sociedad argentina reaccionó masivamente frente a la homofobia oficial. No hizo falta ser queer: miles que no lo son salieron a decir que no se puede dejar pasar que un presidente de la Nación ataque a las personas por su identidad de género o sus preferencias sexuales, ni que los mande a volver al closet. Eso nunca más. La contundencia de la reacción sin dudas pone algún límite a la pendiente fascista del gobierno. Habrá que ver si alcanza.
Por lo pronto, el movimiento LGTBIQ+ tiene motivos para sentirse orgulloso. No solo motorizó una convocatoria notable, sino que, además logró acaudillar todo un frente antifascista que respondió a su llamado. Habrá que reconocerles a los activistas que motorizaron la asamblea de Parque Lezama por este logro. Y por supuesto a quienes los precedieron en la lucha. Porque esto tampoco habría sido posible sin gente como Carlos Jáuregui, Héctor Anabitarte, Ilse Fuskova, Néstor Perlongher o Lohana Berkins. Mencionó a algunos de ellos la gran Georgina Orellano en su poderosa intervención en Parque Lezama, para recordarnos que el activismo sirve. Incluso cuando se hace en soledad, a contracorriente y sin acompañamiento masivo. Lo mejor que tenemos, con frecuencia, se lo debemos a activistas anónimos que se atrevieron a decir basta antes que nadie.
Para valorar el camino recorrido hay que recordar lo que fueron los comienzos de esta lucha, en los años setenta, cuando el Frente de Liberación Homosexual, apenas un puñado de activistas, se sumaba a las movilizaciones populares y las otras columnas se alejaban de ellos y ellas como si fuesen leprosos, no querían siquiera tenerlos cerca. Cuando el FLH buscó apoyo en los partidos políticos ninguno respondía (o, peor, se sentían en la necesidad de aclarar en sus cánticos que no eran “putos ni faloperos”). Has recorrido un largo camino, muchacho.
El activismo que hizo esto posible puede sentirse también orgulloso por continuar la sanísima tradición de los movimientos sociales argentinos, la de todos ellos, de “desbordarse” hacia otras luchas, de tender puentes, de no quedarse en el reclamo singular de cada uno, para conectar en cambio con todas las demandas y solidarizarse con todas las injusticias. Porque esta marcha también fue, por iniciativa de los activistas marrones que estuvieron en Lezama, una marcha antirracista. Queer, antifascista y antirracista. También será un hito, por derecho propio, en la historia de las luchas contra la discriminación racial en Argentina.
Es un día para festejar y estar orgullosos. Hay una parte de la sociedad argentina que, en medio de este tiempo oscuro de individualismo autoritario, de crueldad, de ensañamiento con el más débil, mantiene viva la solidaridad y la capacidad de movilizarse para poner un freno a la barbarie que se cierne sobre todos y todas.
DTC