La pasión de la interna: mientras los peronistas se pelean, los radicales se reproducen
Donde termina el análisis político empieza el Frente de Todos. No resiste ni una noche de memes “conciliadores”. Un off insólito, una obra faraónica de un gasoducto que ahora se llamará “tongo”, una economía que -dicen- tiene los motores encendidos mientras la mitad más uno no llega a fin de mes. El único argentino optimista parece Carlos Maslatón. Imagina que la tarea sucia está hecha. “Próximo gobierno, próximo éxito”, más o menos dice el mentor libertario. Se va Kulfas, llega Daniel Scioli. Estaba precalentando en la embajada de Brasil, todos vimos las mil fotos con exportadores de aceitunas y vinos en góndolas de San Pablo, y suma su plus de ser experto en humillaciones kirchneristas. Más no se le puede pedir.
El Frente de Todos parece un auto familiar conducido por Syd & Nancy. Una parte “graciosa” es la que subestima o mete bajo la alfombra que el gasoducto en cuestión podría ser algo así como la obra de infraestructura más importante del siglo XXI para Argentina, ya que conecta Vaca Muerta -la segunda reserva de shale gas del mundo- para el abastecimiento local, y a la vez para la exportación (siendo muy necesario para dar vuelta el partido de los dólares). Pero nace fallido, sospechado y a un tris de alguna judicialización. Algo del matete de la última hora se pudo leer brevemente en este hilo de Esteban Rafele durante la tarde en que Matías Kulfas hizo sus valijas. Cantado que Cristina lo apuntó desde el comienzo como los “funcionarios que no funcionan”. Alberto no quiso que el acto del viernes por YPF, con los habituales retos de Cristina, se “empañe” por la picardía de un off. “No se rompió nada”, comentaron tras el acto. Ni doce horas.
Y que todo empiece a nacer como “el curro” de uno u otro, obviamente deja de lado la lógica de los tiempos productivos y que sería el objetivo de una política industrial descansar en la mayor integración de piezas y partes nacionales posibles. Porque en este sentido, la laminación en caliente es deseable. Esta semana se volvió a laminar chapa naval después de cincuenta años. Los barcos argentinos van a ser más argentinos porque se laminará en caliente. Un astillero que en 2019 estaba por cerrar hoy tiene pedidos de construcción y reparación de buques para los próximos cuatro años. Contar con escala de laminación para el gasoducto es necesario, como señalan todos; el ritmo de adaptación depende de la escala y puede llevar unos meses. Ahí empieza una definición política entre lo urgente y lo importante del gasoducto (¿más rápido o más nacional?) que se mezcla con la habitual opacidad argentina. Otro economista optimista -como Maslatón- apunta que “el próximo presidente, sea del color que sea, va a encontrar deuda negociada, precios de commodities altos, la industria más recuperada, el gasoducto funcionando y las inversiones escupiendo nuevas divisas”. Tomado al pie de la letra quiere decir que la orilla es menos brumosa que en 2019 y en el medio hubo pandemia. Cualquiera que camina sabe que no está el horno para bollos en la calle para darle ni medio mérito al gobierno. La inflación se come todo. El absoluto mal gusto de las internas oficiales hechas para consumo público los muestra incluso desapegados de lo que podrían ser sus eventuales méritos.
Un apunte sobre el clima político da cuenta de que ya no existen las “simulaciones”. Vivimos el tiempo sin apariencias de un mundo en guerra. Por ejemplo, mirado hacia atrás, los lugares comunes con que se contaba el macrismo: los globos, la canción de Tan Biónica, el baile de sus festejos en Costa Salguero, la sonrisa de María Eugenia Vidal, todo eso hacía un combo de lo que el kirchnerismo y la izquierda amaban odiar, porque se solazaban en mostrarles a sus audiencias que había un cuco detrás de “las apariencias” (¡nos engañan, vienen por los derechos!). Bien, eso no existe más, ya nadie simula nada.
Milei mostró la peluca de la época: al populismo le nació un Milei. La política rompió las formas. Cuando comenzó la invasión rusa a Ucrania, Slavoj Zizek escribió que “la forma (de la hipocresía) nunca es solo una forma, es parte del contenido, de modo que, cuando se abandona la forma, el contenido en sí mismo se brutaliza”. Zizek se habrá puesto viejo, a veces gritando contra los molinos de viento más imaginados por él, pero aún en su forma hiperbólica este razonamiento se puede usar para pensar aquellas formas de 2015. Aquellos globos, aquella fiesta amarilla, que contenía el límite de hacer las cosas de un modo gradual. Gradualismo fue el nombre de un formalismo. Como el que manda un “hola” o un “buen día” antes del audio de cinco minutos. Como si el ajuste se pudiera hacer en este país sin perder del todo la sonrisa, el micro-ajuste infinito, no te vas a dar cuenta, es un segundo, ya está. Hoy, en este 2023, cuando el Frente de Todos (cuya unidad dura doce horas), en su tono agonal, dice “vienen por tus derechos”, pareciera él mismo inflar los globos y sostener las formas defensivas de algo que ya no existe para una parte cada vez más grande de la sociedad. ¿Qué es lo que hoy hay que cuidar? ¿Dónde se siente ese alivio u orden “que no se puede tocar”? ¿Dónde gran parte de la sociedad siente ese orden “intocable”? Coloca a sus espaldas una realidad que se le fue de las manos. Lo que no flexibilizaste ya lo flexibilizó el mercado, dirán, por ejemplo, sobre las reformas laborales. El tono “defensivo” del gobierno sobre el status de un conjunto de leyes y de derechos con la mitad de los argentinos pobres.
Los doblados
Propongo un juego de las diferencias entre 2015 y 2023. Si el triunfo de un frente opositor el año que viene lo descuenta una mayoría de los consultores, esa afirmación tendría dos problemas principales y “medibles”: la propia interna del frente opositor y el tiempo que resta. Pero cuentan muy a favor con algo: la interna piromaníaca del FdT que puede opacar la realidad opositora de que falta mucho y que no tienen un líder que talle como talló Macri en 2015. Es decir, quien pueda ordenar las aspiraciones adentro de la cantera común). Hay más diferencias entre ese 2023 y el 2015.
Hubo un tiempo de armen un partido, digan lo que piensan. Pero hoy está todo sobre la mesa. Del vamos a hacer el ajuste y ni te va a doler al “macho alfa” del ajuste, el shock. En eso estamos. Lo popular es lo impopular. En el medio de eso, hay un partido que no se armó recién, que nunca se desarmó. Y que marca otra de las diferencias con el ya lejano 2015: la presencia de un radicalismo más relevante, menos decorativo.
En estos años, tras el fracaso de gobierno de Juntos por el Cambio, el radicalismo consumó su definitiva etapa post alfonsinista. Porque si Alfonsín era la contención a un “giro” hacia el liberalismo (su “tapón ideológico”), o en tal caso hacia la derecha del partido radical, en simultáneo, el partido siempre mantenía su línea nosiglista -digamos así: un partido de poder-. El bronce cada vez más duro de Alfonsín, el fracaso de la Alianza con De la Rúa como “recambio”, y a la vez, siempre, la mano invisible de los monjes negros que preservaban para el partido su presencia en el Estado, en la justicia, en las instituciones, en las bancas, en las universidades, en las comisiones, en los organismos… Porque de algún modo, eso expresó tardíamente Ernesto Sanz. Y fue quien llevó el partido hacia Cambiemos. El radicalismo se cuenta en Convenciones: Gualeguaychú lo explica. Muerto Alfonsín, terminado su dominio para que nunca se corra del “centro” (“un partido sin el hombre para un hombre sin partido”, fue su leit motiv para en 2007 jugarse por el ecuménico Roberto Lavagna, el ex gran ministro de economía), tras el entierro solemne del caudillo, el partido quería escribir sus propios términos y tenía el límite en sus mismos promotores: demasiados “operadores” y pocos políticos. La persistencia de Lousteau desde 2015 (cuando le hizo temblar la ciudad a Macri y a Larreta), su empuje a una especie de republicanismo juvenil y movilizado con la palanca de Nosiglia detrás, dio comienzo a una era radical un poco más de cara al sol: por esa puerta entra Facundo Manes (un extraño outsider de “centro”), entra Martín Tetaz (curtido en el periodismo y las redes), y en ese decorado se acomoda la performance actual de Gerardo Morales.
La convención es el ritual laico y eterno de la Unión Cívica Radical. Así mismo lo dice una convencional nacional. Marta, porteña, afiliada desde los años setenta. Ella sola hizo su “viajecito en auto de la Ciudad a la Plata” y encontró una asistencia casi perfecta: si la suma da trescientos treinta, sólo faltaron tres convencionales. 327 boinas blancas por las rutas argentinas. Y destaca algo: se vinieron solos, pagando pasajes de sus bolsillos. “Había nada más que tres intendentes entre los convencionales, los demás fueron militantes que llegaron de Tierra del Fuego, Salta, la Quiaca y otros puntos del país.” La asistencia casi perfecta tuvo el premio de quince horas de debate, escuchando discursos y participando en el Teatro Podestá. La mayoría, salvo los que no podían perderse el avión, se quedó hasta el final. De hecho, había mil personas en la calle. Y el teatro estaba repleto, entre los invitados, los suplentes, convencionales y titulares.
Hablamos de las diferencias entre 2015 y 2023. Marta dice que el radicalismo en el 2015 “estaba todavía tímido, no había liderazgos tan interesantes como ahora”. Cree que primó y cita a Alfonsín: una ética de la responsabilidad, “mantenernos un poco en la sombra, aportando territorio”. Ese fue el gran relato del aporte radical: un comité en cada pueblo, cientos de intendencias, fiscales en todo el país. El radicalismo también se puede contar de a uno. Su figura, su prócer, Alfonsín, se había “nacionalizado”: tiene tantas reescrituras que incluso los peronistas (Duhalde, Cristina o Alberto) hicieron filas en cada turno de gobierno para homenajearlo; pero los radicales necesitaban alejarse del mito. Elegir un camino distinto en la era en que el peronismo, con el kirchnerismo, ocupaba y estatizaba el progresismo y la centro izquierda. “Nosotros no somos suficientes, pero sí absolutamente necesarios y con ese rol nos quedamos.” Marta cree que el PRO no les ahorró maltrato, subidos al pony de una victoria tan en la suya, hasta sin aliados peronistas, con la pureza que Durán Barba les había marcado como credo. El PRO puro incluía una retórica anti radical, salvo los reconocimientos puntuales, a cuadros o figuras necesarios. Así fue el 2015. “Y los radicales -dice Marta- estuvieron en la B con la conciencia de que en realidad tenían un potencial más grande y fuerte de lo que se estaba notando hasta ese momento. A partir de las elecciones intermedias, el país se pintó de rojo, y no de amarillo. Las elecciones fueron ganadas básicamente por radicales, y eso se notó mucho en la provincia de Buenos Aires gracias a Manes.”
La novedad política sería el dato de que Lousteau competirá por la ciudad. Marta confía y cree que tiene un triunfo asegurado (no cree que lo enfrente a Jorge Macri, ni idea de Quirós, el ministro de salud por el que expresó respeto hasta Cristina). Lousteau intuye el protocolo consolidado de una carrera presidencial: la ciudad. La maldición bonaerense, el ventajismo porteño. “Los dos grandes candidatos a presidentes yo creo que van a ser Morales y Manes. En las PASO de Juntos por el Cambio no sé cuánto éxito van a tener, en las anteriores la relación fue de veinte a ochenta a favor del PRO. Pero pienso que esta vez va a ser mucho más parejo, y eso va a implicar que de alguna manera aparezca un radical en la fórmula presidencial, si no es de presidente será de vice.” En marzo o abril del 2023 va a haber una segunda convención donde se decidirán las candidaturas.
Los radicales acomodan el packaging partidario a la época. Les importa más eso que sortear la suerte en la palabra de moda: casta. En 1995, después de la derrota electoral, el radicalismo imaginó una reorganización interna alrededor de una figura: Rodolfo Terragno. Quien convocó a las intendencias de todo el país a un congreso partidario intentando libar de ellas, de esos gobiernos locales, la fuerza de la reconstrucción. De hecho se publicó un libro de este esfuerzo: Los intendentes radicales. “Los viejos mapas que guiaban la política ya no reproducen el paisaje en que nos desplazamos. Al borde del siglo 21, los intendentes son los nuevos cartógrafos de la política en la Argentina”, decía Terragno a mitad de los noventa. Hoy, los radicales cuentan alrededor de cuatrocientos cincuenta intendencias propias.
Había dos almas históricas entre un partido más conservador, provincial, agrario, sostenido eternamente en esos “intendentes radicales” y el ímpetu “alfonsinista”, socialdemócrata, con mandatos ideológicos más anclados en una agenda nacional performática (no ser neoliberales, no ser populistas). Cuidar las formas. Especialistas en las formas, en el movimiento del péndulo. En esa década del noventa la creciente figura de Fernando De la Rúa dio la síntesis de esos dos polos. Gobernó la ciudad “progresista” e hizo del partido una fuerza definitivamente conservadora que en su gobierno se desplomó. El resultado quedó a la vista: 2% obtuvo la lista 3 en las elecciones de 2003. Pero los radicales aman el partido. Se diferencian en eso también con los peronistas. Si el peronismo es un “partido de centro” por promedio histórico, los radicales lo son por vocación. Y ahora la polarización, los extremos, les juega a favor.
“Se incorporó -dice Marta- un organismo que se llama UCR Diversidad, que va a formar parte de la carta orgánica de la UCR, y también de la mesa de la UCR va a formar parte un representante de los pueblos originarios”. Ve tics progresistas hasta en Morales, ve entusiasmo, hambre de poder real, militancia, aún se sume en el éxtasis radical de una convención que salió bien, redondita, distinta a la de Gualeguaychú en la que pudieron empezar a discutir más sobre sí mismos. Pero los libertarios tienes una predilección: atacar al radicalismo. El año que viene se verá si la novedad que se incuba es este nada menor “detalle”: ¿Cuánto aguantan las dos coaliciones un cambio de época? Prometimos marcar las diferencias entre 2015 y hoy, y terminamos centrados en el radicalismo. Ahí hay parte de esa diferencia.
MR