Con inconfundible estilo, en más de 3000 imágenes y 300 esculturas voluptuosas, Fernando Botero representó a Colombia en su violencia política y su vida civil. Su pintura fue imagen colorida y comentario irónico de la cotidianidad nacional conflictiva y conflictuada. Con sostenida ingenuidad fingida, pintó el ajetreo de burdeles y conventos, de campesinos y paramilitatres, de la fruta abultada en cestas y del hambre que inflaba los cuerpos. El artista colombiano murió el 15 de septiembre a los 91 años en el principado de Mónaco.
Su muerte a causa de las complicaciones acarreadas por una neumonía, en un hospital, fue lamentada en México, Italia, Alemania y otros países. “Ha muerto Fernando Botero, el pintor de nuestras tradiciones y defectos, el pintor de nuestras virtudes. El pintor de nuestra violencia y de la paz. De la paloma mil veces desechada y mil veces puesta en su trono”, comunicó por sus redes sociales Gustavo Petro, presidente de Colombia.
“Todo era muy provinciano. Religioso nunca fui porque en mi casa tampoco”
Fernando Botero Angulo nació el 19 de abril de 1932 en la ciudad colombiana de Medellín. Su padre murió cuando era niño. Un tío lo inscribió en una escuela secundaria jesuita, alentó sus intereses artísticos y lo apoyó durante dos años mientras estudiaba para ser un matador. Las escenas de corridas de toros figuran en algunos de sus primeros trabajos, y siguió a las peleas de toros toda su vida. Después de publicar un artículo titulado “Pablo Picasso y la no conformidad en el arte”, Botero fue expulsado de su escuela jesuita porque expresó ideas que se decía que eran “irreligiosas”.
Comenzó a publicar ilustraciones en 1948, en el suplemento dominical del diario El Colombiano. Entre sus primeras influencias se cuentan el cubismo, los murales mexicanos y el arte Pin Up del peruano Alberto Vargas, cuyos dibujos de “Vargas Girl” se difundieron en la revista Esquire. Después de su graduación de estudios secundarios en el Liceo de la Universidad de Antioquia, en 1951 se mudó a la ciudad capital de Bogotá donde realizó su primera exposición individual de dibujos.
En 1952, viajó a Barcelona y después a Madrid, donde se inscribió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Un año después, París y luego a Italia, donde fue dmitido en la academia San Marco de Florencia.
Botero regresó a Bogotá en 1955, y en 1958 recibió primer premio del Salón de Artistas colombianos por La alcoba nupcial. Un año antes, había sido su primera exposición individual en EEUU.
La Gioconda niña le sonríe a los 12 años
En 1961, la directora del Museo de Arte Moderno (MoMA) de New York, Dorothy Miller, adquirió Mona Lisa, a los doce años, una parodia de Botero de La Gioconda de Leonardo Da Vinci. Lo que resultaba una elección sorprendente, ya que el expresionismo abstracto era el furor, y el retrato incompleto de Botero de una niña de mejillas gorditas parecía fuera de lugar. Se colocó en exhibición mientras la Mona Lisa original se mostraba en la ciudad, en el Museo Metropolitano de Arte.
La atención de Miller al trabajo de Botero favoreció su renombre en el mundo del arte. En 1979, una retrospectiva de su obra fue celebrada en el Museo Hirshhorn y en el Jardín de Esculturas en Washington. Respecto de sus singulares figuras corpulentas , Botero razonó: “Una mujer perfecta en el arte puede resultar banal en realidad, como una fotografía en Playboy…Las mujeres más hermosas del arte, como la propia Mona Lisa, eran feas en la vida real. Hay quienes ven lo monstruoso en mi trabajo, pero mi trabajo es lo que es”.
El artista de quien el escritor de artes Godfrey Barker ponderó “Los sumos sacerdotes del arte contemporáneo en Londres y Nueva York no pueden soportarlo porque desafía todo lo que creen”, estuvo casado tres veces. Con su primera esposa, Gloria Zea, tuvo tres hijos: Fernando, ex ministro de Defensa, Lina, curadora de arte e interiorista, y Juan Carlos, escritor y periodista.
El arte en los espacios públicos, o la conquista del ‘boterismo’
Durante la década del ’70, el interés de Botero en la forma lo llevó a la escultura. Sus esculturas, muchas que representan a personas grandes y caprichosas, le trajeron un nuevo nivel de visibilidad pública. Las principales ciudades reclamaron para colocarlas a lo largo de las vías principales, entre ellas Nueva York, París, Roma, Madrid, Venecia, Bogotá, Shanghái o Singapur. En nuestro país, Torso masculino desnudo en el parque Thays en la ciudad de Buenos Aires y La dama reclinada en el Paseo Aldreys de la ciudad de Mar del Plata.
Botero, entusiasta coleccionista de arte, en 2000 donó parte de su colección a un museo en su ciudad natal, Medellín. Algunas de sus obras son interpretaciones de obras maestras de artistas como Caravaggio, Tiziano y Van Gogh. Muchos de sus personajes explotan en los confines de sus uniformes, vestidos y toallas que no alcanzan a cubrir la superficie exagerada. Sin embargo, el artista antioqueño insistió en que nunca pintó a personas gordas, simplemente deseaba glorificar la sensualidad de la vida. “Estudié el arte de Giotto y todos los demás maestros italianos”, dijo una vez. “Me fascinó su sentido de volumen y monumentalidad. Por supuesto, en el arte moderno, todo es exagerado, por lo que mis figuras voluminosas también se volvieron exageradas”.
“He pintado Colombia toda mi vida”
En una entrevista otorgada a el diario El Tiempo, 16 de julio de 2000, donde se le preguntó por la presencia en su arte del tema de la Violencia en Colombia, Botero respondió: “He pintado Colombia toda mi vida. Tanto la amable que conocí de niño como esta que veo ahora a través de la prensa. Eso me ha producido una necesidad de pintar varios cuadros que son parte de esa realidad. Es algo que me dejó horrorizado. No es un comentario político. Es lo que existe en un país más allá de la política”, y agregó: “Guardadas dimensiones, es como cuando Goya pintó las masacres del 10 de mayo, diez años después. Los artistas lo registran más allá del tiempo”.
En sus obras representó la pesadilla colombiana, con los recursos que lo identifican. Volúmenes generosos atravesados por descargas de armas de fuego, armas blancas, gallinazos por el firmamento, vendas y cuerdas que atan a las víctimas, gestos macabros y la muerte, siempre, como un sueño plácido a pesar de la pesadilla que han padecido esos cuerpos. Casi siempre, víctimas atadas a la crónica de cada día, y es más que una narración de la violencia.
“Colombia me duele horriblemente”
En buena parte de sus óleos, acuarelas, sanguinas, carboncillos, lápices y aún mármoles y bronces, Botero recrea sus nostalgias y la intención de vivir unido a su país. Antes de que la crítica y los medios de comunicación lo catalogaran como el artista plástico colombiano de mayor renombre mundial, declaró, con humildad, que “el mejor pintor de Colombia es Vásquez Ceballos”, y confesó que seguía buscando “el duende de Colombia”.
La cualidad del duende buscado pareció develada en la mayoría de las 50 obras sobre la Violencia colombiana de los años 80 y 90 del siglo XX que Botero donó al Museo Nacional de Colombia, en mayo de 2004. Entre ellas, Vive la Muerte, Una Víctima, Muerte en la Catedral, Río Cauca, Quiebrapatas, Un Secuestro, Masacre de Mejor Esquina, Carrobomba, Esmeralderos, Guerrilleros, Tirofijo, Pablo Escobar conforman un catálogo de horrores históricos y delincuenciales, en óleo, carboncillo y lápiz. Su conjunto despliega un grandioso testimonio de la pesadilla histórica de Colombia, un rojo Memento Mori.
El recorrido de balas pintado sobre la tela en Madre e Hijo, la madre es la muerte que acuna a su pequeña muerte a la sombra de un gallinazo, o en Un Consuelo, donde la muerte que lo vigila consuela al secuestrado. En Río Cauca que olvida el escenario deslumbrante de los requiebros de Efraín y María los protagonistas de la novela nacional María de Jorge Isaacs, para convertirse en la alcantarilla podrida de la muerte.
Los colores encendidos reflejan el horror que no transmitirían esos cuadros si los hubiera pintado con tonalidades opacas. Movimientos mecánicos con los que las lágrimas responden más a un orden exterior que interior, como Masacre de mejor esquina en la que se presenta a un grupo de siete mujeres y hombres baleados en la calle de un poblado en el que se alcanzan a ver camisetas rotas, casas afectadas y el pedazo de un incendio.
Tirofijo, el alias de Manuel Marulanda Vélez, comandante de las FARC aparece en el óleo retratado, con la toalla roja que usualmente usaba, vestido de camuflado y con un fusil y botas que tiene de fondo al bosque en el que Botero ubicó al personaje, el guerrillero más legendario. “No está sentado a la mesa de las conversaciones sino en la selva. Es un personaje de una importancia capital para Colombia. De su buena voluntad y buena fe depende el futuro del país... Un personaje clave para la paz” sostuvo Botero.
“Por un futuro de esperanza e ilusión para todos los colombianos”
En 2016, cuando se dio la firma del Acuerdo de Paz con las FARC, el artista envió desde Italia la donación de la escultura de una paloma de la paz de un blanco impoluto, hecha en bronce, de 70 centímetros de altura, con el pico dorado y las proporciones que caracterizan su estilo. “Quise hacerle este regalo a mi país para expresar mi apoyo y mi solidaridad con este proceso que les brindará un futuro de esperanza e ilusión a todos los colombianos. ¡Enhorabuena por Colombia!”, manifestó Botero en el mensaje que leyó entonces el presidente Juan Manuel Santos cuando develó la escultura, en la Casa de Nariño.
La escultura, desplazada del palacio gubernamental por orden del ex presidente Iván Duque (2018-2022), encontró ‘asilo político’ en el Museo Nacional. El primer mandatario Petro, el 13 de agosto de 2022, en la celebración de su asunción presidencial pidió tener la espada de Bolívar consigo y devolver la escultura al Nariño: la paz en el corazón de cada colombiana y colombiano.
“Siempre vuelvo a las cosas más simples”
En la primera década del siglo XXI, Botero pintó las series sobre Abu Ghraib, en la que denunció los abusos y torturas que sufrieron los prisioneros iraquíes a manos de soldados de EEUU en la Guerra del Golfo Pérsico (2005) y la serie del Viacrucis de Cristo, sobre otras violencias de repercusiones más generales.
Después de la serie Abu Ghraib, produjo una serie de imágenes de circo y luego redescubrió su amor desde hace mucho tiempo por la naturaleza muerta. “Después de todo este tiempo”, dijo en 2010, “siempre vuelvo a las cosas más simples”
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