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En las maricas Milei encontró su Waterloo

Una postal de la última marcha del Orgullo en Buenos Aires, que tendrá mañana un costado más político a partir de la marcha antifascista contra Milei.
31 de enero de 2025 13:51 h

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El presidente Javier Milei eligió Davos para declarar la guerra. En su cabeza, alimentada por las ideas de Nicolás Márquez y su discípulo Agustín Laje, aparece una misión. Liberarnos del oprobio que representan las sociedades diversas, tolerantes y plurales. Está convencido que en esta noble misión lo acompañan “las fuerzas del cielo”.

Desde el púlpito arremetió contra eso que denominó “cultura woke” y que nadie entiende demasiado bien de qué se trata. Parece que bajo esa palabra casi desconocida caben las sucesivas capas del “progresismo”. Cultura woke ¿vendría a ser cultura progre?

Por primera vez en sus 14 meses de gobierno, el Presidente fue nítido acerca de sus enemigos. Porque para librar una batalla hay que elegir algunos enemigos. Y no hay mejor sitio para gritarle al mundo la declaración de guerra que un Foro económico…. woke. Y si no woke, repleto de CEO’s y representantes de los valores de lo que Milei cree que es la cultura woke.

¡En su cara y en su cancha! ¡Todas las verdades juntas! ¡El Presidente libertario, el líder anarco capitalista, desde el centro del poder desenmascarando la mentira del feminismo, el curro de los derechos humanos, la estafa de la sustentabilidad! Y así la vida.

Y envalentonado -sin dudas por el aire espeso que trajo la asunción por segunda vez de Donald Trump como presidente de Estados Unidos- se dispuso a darle la estocada final al peor de sus adversarios: el colectivo LGBTIQ+ y su nefasta “Ideología de género”. Y qué mejor para hacerlo que vociferar sobre la madre de las “verdades”: homosexualidad es igual a pedofilia.

Y lo dijo.

Desconozco cuándo exactamente -si es que hubiera sucedido en algún momento- el presidente Milei tomó consciencia de que en esta ocasión eligió mal el enemigo. Se metió con las maricas.

Y las maricas somos bravas. 

Si de algo sabemos las lesbianas, las mujeres y varones trans, los gays y las personas no binarias es de dar batalla. Porque en realidad nos la pasamos batallando casi todo el tiempo. Diría más, batallamos a los largo de toda la historia.

Somos un colectivo resistente y resiliente. Sobrevivimos a la violencia de las comunidades de fe, que aún consideran nuestra mera existencia un pecado. Sobrevivimos a quienes quisieron curarnos y hasta exterminarnos. Sobrevivimos, y aún hoy lo hacemos, al intento de encerrarnos. Como en esos más de 70 países que penalizan la diversidad sexual. Algunos con pena de carcel, y siete de ellos con pena de muerte. Allí también, a pesar de todo, existimos y resistimos.

En las maricas Milei encontró su Waterloo. Aunque no solo por la respuesta rápida y eficaz de un colectivo entrenado para responder y resistir. Sino porque esa batalla cultural que el Presidente imagina en su cabeza que está dando  -y que se alimenta de las ideas de Márquez y Laje- es una batalla por resucitar fantasmas que ya no están. Esa sociedad que anhelan los tres catetos del triángulo reaccionario no vuelve más.

Sencillamente porque la sociedad en la que hoy vivimos es, fruto de avances, debates, cambios y transformaciones, una sociedad que está mucho más adelante que lo que imaginan ellos. Y porque la sociedad idealizada y pretendida por los libertarios es una sociedad tan injusta y primitiva, que nadie está dispuesto a hacer el sacrificio de volver allá.

Es que Laje, Márquez y Milei idealizan una sociedad que ni siquiera es la de principios del siglo 20. Esa sociedad se parece más a la previa al Estado civil, previa a la ley 1420 de educación universal y gratuita. Casi se podría decir que se parece bastante a las sociedades esclavistas de mediados del siglo XIX.

Qué paradoja que en nombre de la Libertad, los referentes de este gobierno quieran imponernos qué sentir, cómo amar, quiénes ser, cómo conformar familias, cómo expresar lo que sentimos. La única libertad que pretenden es la libertad para que quienes tienen el poder nos impongan sus valores. 

Por eso la marcha del 1 de febrero debe ser un recordatorio de toda la sociedad democrática para Javier Milei y su gobierno. Un recordatorio de que la batalla que imaginan se inicia perdidosa. De que la sociedad argentina ha decidido construirse como una sociedad plural, diversa e inclusiva. De que el consenso democrático construido en estos 41 años no se negocia.

Y de que más maricas ya dejamos el clóset hace tiempo. Y al clóset no volvemos nunca más. Porque la batalla la vamos a dar visibles, alegres y orgullosas.

*El autor es diputado nacional por Santa Fe por el Partido Socialista.

EP/MC

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