El criptogate fue el mayor golpe a la credibilidad de Javier Milei desde que empezó su gobierno. El deterioro de su palabra y su imagen fue observado y comentado en las redes sociales como un indicio de “albertización”, es decir, comparado con el derrotero de Alberto Fernández. Es imposible pensar la travesía del expresidente peronista desde sus altísimos niveles de aprobación iniciales a su debacle total sin pasar por los memes. ¿Pasará lo mismo con Milei?
Como hemos dicho en este espacio, los memes de Alberto fueron influyentes en fijar en el imaginario colectivo una caracterización negativa de su estilo de conducción. “Qué pasó ahora la puta madre”, Alberto jugando al tutti frutti (en el que piensa y escribe), Alberto diciendo guarangadas —entre otros— fueron imágenes muy recurrentes del mandatario de las que se apropió la sociedad para bromear sobre actitudes y comportamientos que no son propios de un líder admirable: desazón ante las adversidades, falta de ideas, inmoralidad y desubicación, son algunas de las cualidades percibidas en Fernández connotadas por estos motivos visuales que llegaron a ser insumos expresivos y reideros cotidianos.
Esto no quiere decir que esa caracterización se deba a los memes pero sí que estos fueron fundamentales para sostenerla en la atención y memoria públicas. Cada vez que compartimos un sticker con la cara de Alberto diciendo “qué pasó ahora la puta madre” lo recordamos como un presidente desbordado de quilombos, como alguien que no estaba a la altura de las circunstancias en las que le tocó gobernar.
Podemos pensar, entonces, que el impacto de estos memes se basó en una serie de condiciones. La primera, y posiblemente la más importante, es que estos eran utilizados tanto por los detractores de Fernández (que ya hacían memes en su contra cuando éste era popular) como por sus aprobadores y votantes. La segunda es que estos memes difieren de muchos que se producen para bromear sobre la política: no son retomas de episodios de Los Simpson, de series o películas conocidas alteradas para satirizar políticos, sino que son retomas de la gestualidad de un político usadas para reírse de cualquier cosa (de la política, sí, pero también de la vida personal de los usuarios, de consumos mediáticos, etc.). La tercera y última, es que son imágenes recurrentes que se repiten de manera casi invariante y se convierten en verdaderos iconogramas que condensan, por sí solos, toda esa caracterización política. Son fáciles de replicar y de entender, como emojis, unidades que encapsulan grandes cantidades de sentido.
Toda esta digresión un poco larga es para plantear la pregunta: ¿cuánto de esto pasa con Milei a partir del criptogate? Veamos.
No hay dudas de que el escándalo le pegó al Presidente en varias de sus cualidades percibidas más importantes: su condición de experto en economía, su honestidad, su cruzada contra “los curros” y su capacidad para responder y explicar. Javier Milei fue observado por la sociedad como partícipe necesario en una estafa en la que, o bien cayó por ingenuidad (idea que el Presidente intentó resignificar como “entusiasmo”), o bien fomentó con alevosía. Por un lado o por el otro, la narrativa de su probidad ya no cierra.
Esto el Gobierno lo sabe. Sus influencers también. Desde el viernes de la semana pasada hasta ayer la conversación en Twitter vio un descenso notable de la actividad de los cibermilitantes más conocidos y altisonantes de La Libertad Avanza, al punto tal que se volvió un chiste entre usuarios críticos que la red social estaba despejada de trolls y recuperaba sus encantos de antaño. Naturalmente, esto no duraría para siempre.
La caída en el Senado de la comisión investigadora y el encuentro de Milei con Elon Musk, sumado al intento de bombardear a la sociedad con diversos temas y encuadres (privatización del Banco Nación, acusaciones a periodistas y opositores de las mismas cosas que el Gobierno y sus comunicadores amigos acaban de ser vistos en flagrancia, etc.) volvieron a darle letra a los desorientados trolls, aunque sin la consistencia y coordinación que los caracteriza y con niveles de engagement posiblemente más bajos que los usuales.
Hay, sin duda, una descomposición en el nivel de la celebración del Gobierno y la replicación de su narrativa en las redes. Por el lado de sus cibermilitantes, en los desajustes propios de un relato que no puede tapar el sol con la mano. Por el lado de sus entusiastas y aprobadores, en una caída (quizás leve, pero caída al fin) de su confianza. Esto se verifica en usuarios que tienden a tener expresiones de aprobación para con el gobierno. Lo cual nos devuelve a los memes y a la pregunta inicial: ¿hay indicios de albertización?
La primera condición, como dijimos, es que los memes críticos sean compartidos por aprobadores y votantes del Gobierno. Memes críticos de Milei los ha habido desde la campaña presidencial: “Javier Delay”, “Presiduende” (luego mutado a “Presidengue”) y el más reciente “Ponzidente” son moneda corriente entre usuarios afines al peronismo y la izquierda. Quizás el más exitoso de estos memes —que expresa con contundencia la incivilidad de la discusión digital— es el tweet conocido por su frase “Ya tuvimos esta conversación”, que plantea que el Presidente carece de facultades cognitivas adecuadas y que la sociedad constantemente se olvida de ello.
Todos estos memes existen, circulan y dan encuadre a opositores para discutir contra el gobierno en las redes, pero no logran romper el cerco político como sí lo hacían los memes de Alberto. Los votantes del gobierno, los que aún lo aprueban (aunque con críticas) no los usan.
El criptogate, sin embargo, parece haber mostrado una circulación de memes y discursos críticos también en comunidades no politizadas y cierta penetración de una discursividad opositora o crítica, como ocurrió con Alberto Fernández. Un ejemplo de ello se dio en el meme de los vasos de leche, con el que se hizo burla de la entrevista con Jonatan Viale como un caso de “periodismo ensobrado” (en los términos del Gobierno), es decir, comprado y dirigido por la política, una línea argumental del Gobierno que se le volvió en contra. Aunque estas burlas apuntan más contra el periodista (alguna vez apodado “gordito lechoso” por Alberto Fernández; de ahí el meme) inevitablemente lo vinculan al Gobierno, por ser este uno de sus mayores promotores en los medios y por el contexto del escándalo.
Cuentas celebratorias de The Office, del Animé y de Marvel que participaron en el meme de los vasos de leche, una burla a la entrevista de Milei con Joni Viale.
Un caso interesante, aunque aislado, se verifica en la utilización por parte de una cuenta afín al gobierno de la reversión del meme de Alberto QPALPM con la cara de Milei. Esta imagen editada, que pone al actual presidente en el mismo rol desempoderado que su antecesor, fue generada por usuarios del hagoverismo (la comunidad de seguidores de Tomás Rebord que se definen por la sigla H.A.G.O.V.: “hacer Argentina grande otra vez”) en los primeros días del mandato y era compartida recurrentemente para alimentar comparaciones posibles con los sucesos que marcaron el declive de Fernández (Vicentín, Vacunatorio VIP, Foto de Olivos, etc.). La utilización de esta reversión mileísta del meme de Alberto, por parte de sus partidarios, podría ser un pequeño punto de quiebre entre sus allegados de la imagen empoderada e intachable del presidente que suelen promover públicamente.
Sin embargo, volviendo a lo anterior, este no es un meme originado de la gestualidad propia de Milei. Aunque provenga de la política, la utilización de una imagen ajena como marco o template la asemeja a retomas de programas de televisión o de otras fuentes. Funciona más como una caricatura que como una foto. Por esa lógica, carece de la capacidad de los memes de Fernández de circular una imagen factual del personaje ridiculizado y, presumiblemente, de su poder de verosimilitud.
En ese sentido, tampoco se vio hasta el momento, motivos visuales recurrentes de este estilo que se repliquen como iconogramas comunes en la conversación cotidiana, y que sean capaces de fijar en la atención y la memoria una caracterización negativa en particular. Si bien hubo, por parte de usuarios de cierta inclinación crítica, un intento de instalar un frame del presidente en la entrevista con Viale en el que muestra una expresión o gesto que lo asemeja a un desquiciado (como otros que ha dado en previas entrevistas, un ejemplo emblemático sería el de la entrevista con Esteban Trebucq luego de las elecciones generales de 2023), no pareciera hasta el momento que este haya circulado mucho más tiempo después de aquel episodio (por supuesto, podría resurgir). Esto no quiere decir que no haya elementos que fijen características de ese estilo en la conversación sobre el Presidente, simplemente que no pareciera hasta el momento haberse condensado en memes e imágenes reutilizables de mucha circulación, especialmente entre grupos neutrales y oficialistas.
Es indudable que hay un declive en la imagen del presidente. Es discutible que este sea permanente, especialmente mientras la historia del criptogate siga en desarrollo. La reaparición en la conversación de figuras como Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta, que han podido asestar ambos golpes a la narrativa presidencial, alimentarán también una percepción de debilidad hasta ahora inédita para Milei. No obstante, pareciera que el camino hacia una albertización, aunque iniciado, todavía tenga muchos tramos y paradas por hacer, al menos en el terreno de los memes.
NC/DTC