Sobre las hilachas de un viernes negro, que exhibió las debilidades del oficialismo y su vulnerabilidad ante una oposición dispuesta a desangrar al gobierno, Alberto Fernández encontró una oportunidad. Pudo usufructuar el error de Máximo Kirchner que, intencional o no, lo dejó sin presupuesto pero optó por ponerse un traje que no suele usar porque, quizá, no siente o no le queda: el de jefe.
En Olivos, apenas el FdT perdió la votación, el presidente enfureció. En la burbuja albertista se repitió una palabra vintage, “chiquilinada”, para describir las actitudes de Máximo. Pero luego, en un giro, Fernández salió a contener: mandó a silenciar las críticas, amansó a dirigentes furiosos por lo ocurrido en el Congreso y al atardecer completó la gestualidad al avisar que iría a la ceremonia de jura de Kirchner como jefe del PJ bonaerense.
En la peor hora de Máximo, cuando propios y extraños lo sentenciaron como culpable del fracaso de un frágil acuerdo legislativo, Fernández lo abrazó. “No tenía previsto ir pero decidió hacerlo como señal de unidad, para no alimentar el discurso opositor de que nos peleamos”, explicó un dirigente que estuvo en Olivos el viernes cuando el presidente resolvió asistir al acto del PJ.
El diputado, en San Vicente, se lo retribuyó con el que puede calificar como su discurso público más amable hacia Fernández, lo que no es poca cosa. Como su madre, Máximo sabe que en el microcosmos albertistas tiene pocos amigos, la mayoría lo recela o lo objeta, y a pesar de ese ruido de los suyos, Fernández se esfuerza en sostener ese vínculo difícil. “Alberto tratar de entender a Máximo”, dicen en un despacho de Casa Rosada.
“Máximo a veces no se da cuenta que Alberto es el presidente”, dicen en la mesa chica presidencial -se afirma que la relación está mejor con la vice- donde prima la certeza de que el diputado no jugó a romper la sesión como una manera de estorbar el acuerdo con el FMI sino que cometió mala praxis y aunque, coinciden con La Cámpora en que lo más probable era que la oposición rechazaría antes o después el presupuesto, en ese momento el diputado “debía ser pragmático, callarse y comerse un sapo”.
Desde el albertismo arrecia un reproche semántico sobre Guzmán."Martín no entiende que nosotros no queremos un acuerdo con el fondo, tenemos que resolver un problema de deuda que heredamos de Macri. Acuerdo no, resolver un problema sí"
El fuego sobre Máximo corrió del blanco a Martín Guzmán, el ministro que pidió a Sergio Massa que apure el tratamiento del presupuesto en Diputados. Fue un opositor, Alejandro “Topo” Rodríguez, presidente del interbloque Federal, el que le apuntó al ministro porque apuró la discusión como si no supiera que eso era un riesgo real para la negociación con el FMI. Fallaron todos los alertas o se sistematizó la mala praxis si se permitió que la dinámica legislativa la fije, por WhatsApp, el ministro de Economía.
Desde el albertismo, arrecia un reproche semántico sobre el ministro. “Martín no entiende que nosotros no queremos un acuerdo con el fondo, nosotros tenemos que resolver un problema de deuda que heredamos de Macri. Es bastante simple: acuerdo no, resolver un problema sí”, apuntan desde la intimidad de Fernández. Curiosa oportunidad para la perdigonada amiga sobre Guzmán.
Ismos
Fernández aceleró para salir de un pantano que lo persigue desde el primer día de gestión. La sospecha en el PJ, sostenida incluso en sectores del Congreso de buena sintonía con Máximo, es que el diputado hizo un acting para jugar la interna oficial y buscó acumular, ganar volumen en momentos en que se reescribe el contrato del Frente de Todos (FdT). Late, en ese juego, la presunción de que Cristina Kirchner encaró el proceso de delegación de la jefatura del espacio en su hijo. Un dirigente, menos animoso, lee el episodio como un vuelto de la vice por los movimientos autonomistas de Alberto.
Ese dispositivo está en marcha. Como todo, en la atmósfera Fernández, en general es silvestre y desordenada. Pero hay procedimientos sistémicos. El catalán Antoni Gutiérrez-Rubí, consultor que diagramó la campaña de la elección general y fue una figura clave en la deconstrucción del presidente, es una de las figuras que trabaja para darle continuidad a la versión ordenada y prolija de Fernández que aprendió el protocolo de su cargo: casi no da entrevistas y lee la mayoría de los discursos.
No archivó, sin embargo, la improvisación: el martes, en Tucumán, lanzó el comentario de la mudanza de la capital, tema que se viene trabajando pero debía presentarse en otro contexto. Hay, incluso, un calendario para eso: si en marzo, la agenda económica está encaminada, Fernández propondría en su mensaje en el Congreso un plan de descentralización, mudanza de la capital incluida, como parte de una agenda a mediano plazo. “Salir del día a día”, explican en Casa Rosada.
El decálogo del 2022 que planteó en la reunión del Consejo Económico y Social (CEyS), el reducto que opera según la peculiar física política de Gustavo Béliz, también tuvo una dosis de arrebato e imprevisión. Mejor dicho: lo armó Beliz, lo charló con el presidente que lo levantó como bandera aunque en ese menú faltan cuestiones medulares. “Es la agenda de Gustavo, no es la agenda del Gobierno”, se quejaron en Casa Rosada.
Hay una razón. Beliz, al igual que el asesor Juan Manuel Olmos y en otros segmentos Julio Vitobello, ganó influencia y músculo en el gobierno producto de la deriva de Juan Manzur, que ejerce las tareas políticas de jefe de Gabinete pero no encontró la botonera para darle dinamizar la gestión. A eso responde la frialdad con que lo trata Fernández, que a su vez perfora la autoridad del tucumano: los ministros, cuando quieren resolver, hablan directo con el presidente. Eso le dio más juego a Beliz, Olmos y Vitobello.
Los almuerzos de los lunes en Rosada, en los que al principio estaban Santiago Cafiero, Gabriel Katopodis y Juan Zabaleta -a veces se sumaba Jorge Ferraresi-, se agregó a Manzur casi como un intento de establecer empatía entre el tucumano, el presidente y sus ministros de más cercanía. Es el operativo “contener” a Manzur que, admiten, todavía no logró su cometido. Así y todo, el albertismo ubica a Manzur como un aliado en su mapa del 2023, esa maratón que en lo comunicacional define, siquiera en parte, Gutiérrez Rubí.
“Alberto no quiere que armemos el albertismo, así que vamos a usar otro ismo: peronismo. Tiene que poner en valor que es el Presidente y que es el jefe del PJ”, avisa un visitante frecuente a la quinta de Olivos, uno de los tentáculos que puso en movimiento el Alberto 2023 que, en el verano, podría evolucionar a la aparición de mesas con esa consigna.
Todo se enlaza. En Gobierno entienden que Fernández tiene 4 o 5 meses para dar señales de que la gestión ganó volumen y velocidad, que dejó atrás el karma del COVID y las internas. Parece un deadline que proyecta, hipotético, otro movimiento: un posible refresh, de fondo, del gabinete para encarar la gestión que será, dicen, la campaña del intento de reelección. ¿Puede, en ese cambio, salir Manzur? Puros “mmm” en el albertismo. “Alberto lo quería en el gobierno pero como ministro de Salud o de Interior, no como jefe de Gabinete”, apunta un dirigente que estuvo el miércoles con Fernández en Casa Rosada.
Sin presupuesto, el Gobierno deberá recurrir a un festival de decretos para redirigir los fondos, establecer partidas y autorizar procedimientos administrativos. Cada DNU puede convertirse en una mini discusión de presupuesto.
La aventura Alberto 2023, espasmódica, tiene un aval mayoritario del FdT al menos como primer movimiento. La razón es sencilla: si Fernández, al igual que Axel Kicillof, como expresiones de los dos gobiernos, no ganan vitalidad y fuerza electoral, no hay destino para ningún otro candidato o jugador del oficialismo en el 2023. Tres fuentes, dos legislativas y una ejecutiva, le contaron a elDiarioAR haber escuchado a Máximo plantear que hay que “ayudar a que Alberto se recupere”
Pisos y DNU's
El objetivo es que Alberto mejore en imagen y recupere potenciales votos. Por eso, en el PJ regresó a Néstor Kirchner y sus movimientos aperturista de ir a buscar votos más allá del peronismo. Esos votos son los que el FdT sacó el 14-N, un número que quizá pueda considerarse como piso electoral de una general -en las PASO, baja-. “¿Se dan cuenta que perdimos, no? Tenemos 117 votos y ellos tienen 130”, se lamentó un diputado que remó, sin éxito, para lograr que el presupuesto no naufrague y que advierte que la derrota no solo cristaliza el traspié electoral sino que obliga al FdT a establecer un mecanismo más ajustado, donde el Ejecutivo intervenga más, para la dinámica legislativa.
Lo dijo José Mayans antes de las PASO en una entrevista con elDiarioAR: había una importancia práctica de la mayoría en el Senado referida a los DNU. Sin presupuesto, el Gobierno deberá recurrir a un festival de decretos para redirigir los fondos, establacer partidas y autorizar procedimientos administrativos. Además de un consumo de energía, supone una debilidad: cada DNU puede convertirse en una mini discusión de presupuesto.
En Defensa, apunta una fuente, el presupuesto 2021 arrancó en 14 mil millones y luego tuvo una ampliación de 8 mil millones. El texto del 2022 estipulaba 40 mil millones. Sin la ley, arranca en 14. Es decir: en tres meses, se queda sin recursos y deberá la rueda de ampliaciones presupuestarias, una amansadora para el Ejecutivo que se prepara para que la oposición haga valer, cada vez que pueda, su mayoría.
PI