Un movimiento que Raúl Alfonsín hizo allá por 1982 funciona como manual táctico de Patricia Bullrich. Es un relato lineal y, en la lógica bullrichista, eficaz: refiere que el expresidente gambeteó, casi en soledad, el fervor malvinizador post 2 de abril. Su postura primero fue objetada, pero al tiempo reconocida y celebrada. El guión de la exministra se completa con la mención a que, algo más de un año después, Alfonsín se convirtió en candidato de la UCR y, en diciembre siguiente, asumió la presidencia.
Ese registro está detrás de la decisión de la presidenta del PRO de no repudiar el intento de magnicidio contra Cristina Kirchner cuando, en shock, toda la galaxia del poder lo hizo. Bullrich se jacta de saber olfatear el clima callejero y de operar sobre un segmento social -y electoral- bien identificado. “Un pie en el sistema, otro en el antisistema”, es uno de sus mandamientos. Plantea, en citas reservadas con empresarios -en busca de fondos para financiar una campaña que, promete, llevará hasta el final-, que es una hoja de ruta, un plan. “Cuando sea el momento, voy a sentarme con los Barrionuevos de la vida”, dice para graficar que no en vano hace 50 años está en la política, que acepta las reglas, que es pragmática, pero que ahora sigue una táctica. Bullrich es su propia Durán Barba.
Bullrich tensiona desde el borde pero no está sola. Se vio en el bloque del PRO donde Cristian Ritondo, en general dialoguista, validó una posición de dureza que posicionó a la bancada enfrente del resto de los dispositivos de JxC: la UCR, Evolución, la CC y los federales de Margarita Stolbizer y Emilio Monzó.
Mirada en crudo, sin sutilezas, la foto del sábado en la Cámara de Diputados aporta una posible distopía del ring electoral del 2023. El PRO se movió junto a los libertarios, enfrentados entre sí, Javier Milei y José Luis Espert y de un modo diferente al resto de JxC, eso que podría llamarse panradicalismo. Ritondo, Espert y Milei bajaron, hablaron y se fueron. Quedó todo lo demás. Mario Negri, jefe del bloque radical, les facturó esa estadía efímera a sus socios cambiemitas. “La divisoria es entre demócratas y no demócratas”, dijo cuando el PRO ya se había ido.
Despoder
Un rato antes, Juan Manuel López, diputado de la Coalición Cívica (CC), personalizó en Bullrich. “Patricia es de una generación para la que la violencia era una opción. Lo lamento por ella”. Hubo retruques y López hizo lo que es un clásico en el mundo JxC: aceptar diferencias pero vindicar la unidad. Ese fue, desde la derrota del 2019, un enorme mérito del juntismo.
Hay una paradoja monumental: JxC sobrevivió al despoder pero que ahora, frente a la posibilidad, a juzgar por las encuestas ciertamente alta de ganar en el 2023, cruje a cada rato porque enfrenta un conflicto nuevo cada semana. Fue la metralla de Elisa Carrió, las picardías internas de Mauricio Macri, los amagues de Horacio Rodríguez Larreta, los gestos autónomos de Facundo Manes, los reproches radicales. ¿Qué hay, salvo una tragedia masiva, algo más simbólico para la política que el intento de asesinar a un dirigente político?
Lo que ocurrió luego del intento de magnicidio, la actitud de Bullrich -presidenta, formal, del partido que gobernó hasta el 2019 y que tiene chances de volver a hacerlo en 15 meses-, y la equívoca posición de sus diputados -que fue diferente a la de los senadores, el jueves por la noche- amenaza con romper no solo el mapa electoral del 2023, sino que pone en peligro el día después. Bullrich se mueve para una platea, sobre cuyo origen mucho se discute, que valida su acción. Según la consultora Taquion de Sergio Doval, el 31% de las conversaciones en redes en las 5 horas posteriores al atentado, eran negativas, dudaban de la veracidad del hecho o validaban, de algún modo, el ataque.
Lecturas
En el FdT, que hizo concesiones para garantizar la sesión -concesiones que despertaron queja en voz baja-, leen el episodio como un off side del PRO y un dato para alimentar la fantasía húmeda de la fractura de JxC. Hay, en la superficie, un planeo noble: la convivencia de sectores democráticos, moderados, dialoguistas que conforman una mayoría amplia. Subyace un deseo -o el ocultamiento de un deseo-: que eso, más adelante, derive en la dispersión electoral de ese espacio y le devuelva al peronismo la fantasía de un triunfo.
Detrás de la dimensión brutal del hecho -y de lo que pudo generar si se consumaba- uno de los efectos colaterales del atentado a la vice fue consolidar la unidad del FdT, reforzar su épica, una bandera común, un motivo para seguir juntos. Si hasta el jueves a las 21.01, cuando se produjo el ataque, el motor político era impedir un lawfare contra Cristina, porque significaba perseguir al peronismo -ese partido que nació con Perón detenido en Martín García-, tras el atentado la razón evolucionó a defensa de la democracia.
La marcha del viernes consumó esa lectura, en particular por el componente -imposible de cuantificar pero importante- de la movilización inorgánica, los sueltos, algo que asomó luego del alegado del fiscal Diego Luciani y se multiplicó luego del intento de magnicidio.
Un factor incierto es cómo impactará el hecho, en términos personales, sobre Cristina Kirchner. El viernes por la tarde dejó su departamento en Recoleta y la prensa le perdió el rastro. Se teorizó sobre un viaje a El Calafate y sobre una estadía en algún lugar del Gran Buenos Aires con sus hijos y nietos. Ezeiza o Mercedes se rumoreó en Diputados. Deberá aceptar, se sobreentiende, un cambio de hábitos y conductas, lo que ya ocurrió con la custodia y un mayor repliegue. ¿Puede resultar inocuo para una persona que intenten asesinarla?
“Cristina es especial: ella nos calmaba a nosotros, que estábamos conmocionados”, le contó a elDiarioAr una de las personas que estuvo con la vice en la madrugada posterior al ataque en su casa de Uruguay y Juncal. Un dirigente del FdT, del acceso a la intimidad de la vice, se refiere además al efecto que el ataque tuvo sobre Máximo Kirchner. Habla de la dimensión humana; no del factor político.
Sergio Massa, que en 24 horas se toma un vuelo a Washington, analizó el viernes suspender su viaje. Habló, en más de una ocasión, con la vice y con Alberto Fernández. Ambos le dieron el OK para no modificar la agenda que cierra, el 12 de septiembre, con una reunión con Kristalina Georgieva, la titular del FMI. Dentro de la excepcionalidad que implica un atentado contra un vicepresidente, el gobierno intenta, como puede, recuperar cierta normalidad.
PI