Tras su visita a Vladimir Putin, justo veinte días antes del inicio de la guerra en Ucrania, Alberto Fernández volvió con la convicción de que el líder ruso no atacaría Kiev ni escalaría en la confrontación con el bloque de países nucleados en la OTAN. Al contrario, el presidente argentino regresó con la ilusión de que Putin cumpliera con el anhelo del gobierno del Frente de Todos y ayudara a fortalecer las reservas endebles del Banco Central, en la recta final de la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Juzgadas desde el puro presente o en base a alineamientos tildados en la Guerra Fría, las imágenes que en los últimos días monopolizaron la atención mundial marcaron, también, los límites de la pretensión oficial de sacar beneficio del multilateralismo en base a caracterizaciones superficiales y en medio de un equilibrio siempre inestable.
Sea producto de un hombre endemoniado como predican las usinas de Occidente o resultado de una larga humillación como afirman desde Moscú, el conflicto en el que se superponen el avance permanente de un hemisferio en decadencia sobre una zona que tenía vedada, el nacionalismo en Rusia, el neofascismo en Ucrania y el subibaja de imperios nucleares en pugna, tiene raíces profundas y resultados impredecibles en un mundo hiperconectado. Puede ser leído como una excepcionalidad o como parte de una reconfiguración inevitable.
Veintidós años después de erigirse como el líder indiscutido de un país devastado en lo político y lo económico, el ex agente de la KGB creyó que era el momento de impedir a sangre y fuego la política expansionista de la OTAN. No parece ser solo un freno a las aspiraciones ajenas sino también un viraje en sus propios movimientos. Crítico de lo que define como una agresión de una potencia imperial contra un país mucho más débil y libre que Rusia, el periodista catalán Rafael Poch recordó en más de una oportunidad que, cuando Putin llegó al poder, lo primero que hizo fue intentar acomodarse a las necesidades y deseos de Estados Unidos: propuso un condominio en Transcaucasia, cedió todas las bases y facilidades a los americanos en Asia Central, colaboró con la alianza del Norte de una forma directa en Afganistán para derribar a los talibanes y fue el primero en llamar a George W. Bush ante los atentados del 11S. “Todo esto no sirvió para nada porque todas esas concesiones fueron interpretadas como debilidad”, afirmó.
Corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Beijing y Berlín, y autor de varios libros sobre el fin de la URSS y la Rusia de Putin, Poch escribió ahora que el presidente ruso cruzó el Rubicón de la violencia militar directa contra un Estado soberano y se comportó como un matón ante el pueblo de Ucrania. Sin embargo, sugirió, lo que hizo no es tan novedoso ni tiene su éxito asegurado. “Bombardear, invadir y cambiar regímenes es algo que en Occidente conocemos bien. Lo llevamos practicando 200 años. ¿Tiene Rusia capacidad y potencia para emular los desastres de sus adversarios en Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, etc.? Las breves guerras victoriosas se pueden escapar de las manos de quien las inicia, cobrar vida propia y salirse de los guiones previstos”.
Desde Argentina, el investigador adjunto del CONICET y profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Di Tella, Bernabé Malacalza contrastó las respuestas de los grandes actores globales ante el ataque de Putin a Ucrania: “Mientras la OTAN se duerme en la rigidez y la inflexibilidad y Zelenski acusa soledad, Xi Jinping llama a Putin y le pide abrir conversaciones con Ucrania. Putin accede a iniciarlas en Minsk, la capital de Bielorrusia. Ya se descuenta un triunfo militar de Rusia. El triunfo diplomático parece ser de China”, graficó.
Con una economía que crecía antes de la pandemia bastante menos que otras y un PBI comparable al de Gran Bretaña, todavía es temprano para saber cómo resulta la apuesta de Putin por la guerra. Por lo pronto, Rusia cuenta con una fortaleza militar y económica envidiable para enfrentar la artillería simbólica de Occidente y las sanciones de Estados Unidos y Europa. Segundo mayor productor de gas natural y petróleo del mundo, es capaz de dejar sin combustible al viejo continente, condicionar a sus oponentes y disparar aún más el precio de los commodities.
Para Argentina, el impacto inicial es de lo más negativo y pega en el momento exacto en que Martín Guzmán hace malabares para cerrar en la teoría de las planillas con el Fondo una fuerte reducción de subsidios que después tendrá que llevar a la práctica. El precio del Gas Natural Licuado (GNL) que el gobierno del Frente de Todos tendrá que importar este año -y ya venía subiendo- se disparó en pocos días de 27 a 37 dólares por millón de BTU. A fines de enero, la estatal IEASA -ex Enarsa- pagó 27 dólares por millón de BTU, una cifra que ya estaba más de 20 dólares arriba del valor de marzo de 2021, cuando cotizaba 6,5 dólares por millón de BTU. O IEASA no contempló la posibilidad de la guerra o la sequía de reservas le impidió garantizar el suministro para el invierno.
Todavía no está claro si la escalada de precios que tiene origen en Rusia, conspira contra el acuerdo con el Fondo y potencia una inflación que supera el 50% interanual, es coyuntural o fija un nuevo piso para los combustibles. Pero en estos valores, los subsidios que en 2021 fueron el equivalente a U$S 11.000 millones y se preveían este año en U$S 14.000 millones, ascenderían a U$S 18.000 millones. ¿Cómo hará Guzmán para ajustar esas partidas en este contexto?
Por lo pronto, la licitación para el primer tramo del gasoducto Néstor Kirchner, que unirá Vaca Muerta con San Jerónimo en Santa Fe, comienza a acelerar ahora -dos años después de la llegada de Fernández al gobierno- y forzada por las circunstancias. Entre las empresas que ya se anotan como el caballo del comisario, están dos pesos pesados de perfiles distintos: el Grupo Techint de Paolo Rocca y Pampa Energía de Marcelo Mindlin.
Tal como reveló elDiarioAR en mayo pasado, el empresario que bajo Macri le compró IECSA a Angelo Calcaterra y bajo Fernández le vendió Edenor al holding de José Luis Manzano había firmado hace unos meses un acuerdo de confidencialidad con el gigante ruso Gazprom para entrar en la meca del shale. La compañía más importante de Rusia que es líder en hidrocarburos y está considerada una de las principales productoras de gas del mundo tiene la mayor parte de sus acciones en manos del Estado ruso. Putin la considera tan estratégica como para que uno de sus más estrechos colaboradores, Alexei Miller, la presida desde hace más de dos décadas. Sin embargo, en el mercado afirman que del acuerdo de Mindlin con Gazprom hoy no hay ni noticias. Algo volvió a fallar en el camino.
La fortaleza de Putin se advierte de manera notoria en el frente de las reservas, donde el Banco Central de Rusia acumula 643.000 millones de dólares y la deuda que en los años noventa fue gigantesca hoy representa el 20% del PBI. La realidad de las arcas del radical Miguel Pesce no podía ser más distinta. De ahí, la esperanza del presidente argentino, que aún aguarda por los Derechos Especiales de Giro sobrantes de Putin y Xi Jinping.
Al gobierno del Frente de Todos, la guerra lo sorprende una vez en medio de una debilidad extrema y solo le queda prender velas para que los cereales compensen las pérdidas que trae la suba de los combustibles. Según distintas estimaciones, Rusia y Ucrania representan entre los dos alrededor del 30% de las exportaciones mundiales de trigo, del 32% de las de semilla de girasol y el 80% de las de aceite de girasol.
Aquella gran obsesión sobre la que Néstor Kirchner edificó su poder, hoy es el talón de Aquiles de sus epígonos. Lo muestra la consultora ACM, de Javier Alvaredo, en su último informe, donde señala que Argentina se distingue por eso del resto de los países de la región. Titulado “El tiempo se agota”, el trabajo marca que, desde el máximo de reservas netas de US$44.760 millones en 2008, se evaporaron US$ 44.875 millones hasta llegar al reciente saldo negativo que ACM estima en - US$115 millones. Desde el pico de 2018 con el préstamo descomunal de Christine Lagarde a Macri se perdieron US$34.600 millones. Un nivel adecuado de reservas, sostiene el informe, debería rondar hoy los US$ 68.245 millones, un monto similar a la proyección que el FMI había hecho en el acuerdo de 2018 para este 2022. Las netas, se preveía, iban a rondar los US$ 35.800 millones.
En comparación con la región, las reservas ubican a la Argentina como el último país de la lista en términos de PBI (8,01%) y el anteúltimo en términos de importaciones (58,94%). Eso pese al boom de los commodities que benefició al primer kirchnerismo, el endeudamiento récord de la administración Cambiemos con el Fondo y el excepcional superávit comercial de unos 30.000 millones de dólares que tuvo el Frente de Todos en sus primeros dos años de gobierno.
Esa fragilidad condiciona al oficialismo para cualquier movimiento que ensaye: desde cerrar el entendimiento con el organismo de crédito, como pretenden el Presidente y Guzmán, hasta defaultear como sugieren sectores minoritarios de la alianza. Después también, para cumplir las exigencias del acuerdo, una asignatura mayor que muchos subestiman como si fuera un trámite.
Mientras el Gobierno apunta a presentar en breve el acuerdo con el Fondo, Fernández prepara su discurso para la inauguración del año legislativo y las diferencias en el arco oficialista no ceden, Cristina Fernández de Kirchner cumple un mes de silencio.
El hermetismo de la vicepresidenta, que decidió refugiarse en el Sur durante el feriado de Carnaval, dice mucho del drama que envuelve al FDT. Las discrepancias se advierten tanto de cara al ajuste que viene de la mano del Fondo como en cada orientación o medida que se discute, demora o ejecuta.
Con final todavía incierto, la licitación del dragado para la vía fluvial conocida como Hidrovía benefició a la belga Jan De Nul -que explota el negocio desde hace 26 años- y descalificó a un consorcio de chinos y belgas que reúne a dos de las dragadoras más grandes del mundo y denuncia arbitrariedades y favoritismos. Cerca del Presidente dejan trascender su disconformidad por el destino de un negocio que hoy parece encaminado a ratificar a los dos actores que comparten la concesión desde los años de Menem. Se habla de una nueva licitación y hasta de la salida del titular de la Administración General de Puertos, el santacruceño José Beni. Por ahora, la nueva etapa que tantas veces anunció Fernández y la causa de la soberanía nacional que agitaba el cristinismo parecen archivadas.
Aún si el acuerdo con el Fondo supera todas las barreras, el oficialismo se enfrentará a la perspectiva de votar dividido y Máximo Kirchner tendrá que ratificar o no las críticas a la negociación que llevó adelante Guzmán que presentó junto con su renuncia a la conducción del bloque. Sin diálogo con el Presidente, el jefe de La Cámpora reapareció hace unos días en un acto por el 121 aniversario de Comodoro Rivadavia junto a Sergio Massa y Eduardo De Pedro en un acto junto al ignífugo gobernador de Chubut Mariano Arcioni que también convocó al titular de YPF Pablo González y al heredero de PAE, Marcos Bulgheroni. Las imágenes no cayeron bien en la residencia de Olivos donde intuyen que La Cámpora ya juega al posalbertismo y proyecta una alianza con Massa hacia 2023.
Más allá de gestos y apuestas prematuras, algunos admiten que la tensión interna en un contexto delicado alumbra el costado menos amable de la unidad. El fracaso estrepitoso de Macri en el plano económico le permitió al Frente de Todos constituirse y ejecutar un reparto de poder que no se basaba en el mérito o el conocimiento sino en el loteo entre distintos sectores. Más grave que la falta de renovación dirigencial tras la derrota de 2015 y el naufragio de todas las alquimias de un peronismo sin medio, fue la ausencia de debate a la hora de iniciar el gobierno. “Guste o no, todos somos responsables de no haber discutido a fondo la cuestión programática sobre temas centrales después de las PASO. Teníamos diferencias, pero subestimamos los problemas y dimos por sobreentendido que podíamos dirimirlas en la práctica. Lo tendríamos que haber hecho de manera ordenada y en privado, pero hicimos todo al revés”, dice uno de los funcionarios que lamenta lo que vislumbra como una diáspora todista.
No todos comparten su mirada. Ante la falta de conducción, muchos evitan la confrontación, buscan quedar bien con todos los sectores en pugna y alimentan el sálvese quien pueda a puro tacticismo. Lo cierto es que la alianza oficialista ya no discute el reparto de poder sino que está frente a la evidencia de que continuar en el gobierno no será nada sencillo. Más bien todo lo contrario. Cuando se apague el cruce de acusaciones y se acerque la hora del balance, tal vez haya que preguntarse si no existe un denominador común en las dificultades que enfrentan las experiencias políticas que pretenden plantear una alternativa al macrismo desde las identidades, diversas, que hoy se confunden bajo el paraguas del Frente de Todos.
DG