“Estoy agotada. El objetivo cada vez que atiendo un paciente es que no se dé cuenta”. Laura es médica residente del Hospital Garrahan. Desde que la pandemia llegó a la Argentina le pasaron dos cosas que nunca antes le habían pasado. “Tuve que aferrarme a los motivos por los que elegí esta profesión. Cierro los ojos y me aferro a eso, y no me arrepiento de lo que estudié. Pero no disfruto de mi trabajo. Ya no puedo disfrutar de lo que hago, y eso es lo que más extraño de antes de la pandemia. Y por primera vez tuve que pedir plata. Trabajo desde los 17 años y estoy independizada hace muchos años, pero por primera vez tuve que pedir plata para llegar a fin de mes”, cuenta.
Laura es parte del equipo sanitario que desde hace 13 meses combate la pandemia en la Argentina. En términos salariales, tal vez la parte más fina del hilo.
“Gano 42.000 pesos al mes por una jornada laboral de 10 horas, de 7 de la mañana a 5 de la tarde, más 7 guardias al mes: 2 en fin de semana. Más o menos me da un salario por hora de 110 pesos aproximadamente. Es tristísimo. En la mitad de la pandemia empezaron a darnos un plus de 12.500 pesos mensuales que ayudó un poco. Pero este año lo suspendieron durante dos meses, por lo que hicimos un paro de dos días hasta que finalmente lo reincorporaron”, describe Ignacio, residente de terapia intensiva en el Hospital El Cruce.
“Estamos cada vez más cansados, y en extremo decepcionados por la desconsideración que hay para con el personal de salud, especialmente con los residentes. Cada vez me siento más un recurso descartable que se usa sin pensar ni en mi cansancio ni en mi pésima remuneración”, suma Ignacio, que atiende exclusivamente pacientes Covid-19 desde mayo, y que recuerda el llanto de una médica con décadas de experiencia cuando se le murió un paciente demasiado joven, y el llanto del paciente que estaba acostado al lado, que vio todo y que intentó contenerlos a ella y a su colega.
“Se está viviendo un momento de la pandemia que no se había vivido antes. La cuarentena estricta había evitado el colapso del sistema sanitario, más allá de las consecuencias económicas. Ahora está todo el mundo cansado, y nosotros también, y hay mucho menos respeto a las medidas preventivas. La situación es otra: el hospital está explotado. Yo estoy en un hospital pediátrico, donde se supone que la prevalencia de casos que requieren internación es mucho menor, y sin embargo está explotado. Un pequeño aumento en los casos y ya no sé qué vamos a hacer. En cualquier momento el hospital nacional de pediatría va a quedar chico”, cuenta Francisco, residente de primer año del Garrahan. Cobra 38.000 pesos mensuales y a eso se le suma el bono de 12.000: “Cada vez nos pagan ese plus más tarde y no es remunerativo. Hay compañeros que empezaron a renunciar porque no alcanza la plata”.
Andrés es residente de cardiología en el Hospital El Cruce: “Siento que estamos en la peor etapa de todo esto porque estamos agotados física y mentalmente, con un sentimiento grupal que está entre la ansiedad y la depresión. Nos cuidamos entre nosotros para no querer dejar todo, y seguimos porque no nos queda otra”, cuenta. Entre lo más difícil de estos meses, no tener camas para recibir a las patologías no Covid-19 en estado grave se cuenta entre lo que más lo angustia. Ver morir gente joven, también.
“El recurso humano está agotado psicológicamente. El agotamiento físico y mental, y las malas condiciones laborales tanto económicas como estructurales son nuestras limitantes más grandes en este contexto. Entramos a la segunda ola muy cansados”, suma Andrés.
“Como médica, por primera vez no supe cómo decirle a una persona que yo tampoco sabía cómo le iba a ir. Estamos acostumbrados a lidiar con cosas que están estudiadas, y la pandemia nos hizo lidiar con muchísima incertidumbre, y es muy estresante en concentrarse en no transmitirle eso al paciente”, describe Ariana, que es residente de cuarto año de infectología del Hospital San Juan de Dios, de La Plata: en promedio, ella y sus compañeros de ese mismo año cobran 60 mil pesos mensuales.
“La saturación de camas también es muy estresante. Lo que nos da miedo es llegar a tener que elegir a quién le damos una cama”, describe Ariana. “Nosotros vamos a responder pero estamos sin ganas. La sociedad no nos respondió, no se cuidó y no nos cuidó. Nada de eso se juega cuando entra un paciente, no juzgás al que llega respecto de qué hizo y qué no hizo, pero se termina generando un resentimiento horrible con la población que se descuida y nos descuida a nosotros, y a la vez una crisis con la profesión, porque todo se volvió muy monótono además de estresante”, suma.
“Hay una actitud hasta de desprecio a los residentes. No vamos a hacer un paro en estas condiciones de la pandemia, pero el Gobierno se lo merecería porque cobrar por debajo de la línea de la pobreza mientras lo damos todo para que se muera la menor cantidad de gente posible es algo que no esperaba vivir”, enfatiza Francisco. Laura vuelve insiste con que en los momentos de mayor angustia se aferra a los motivos que la llevaron a hacerse médica. “Pero es peligroso confundir la vocación con estar dispuestos a hacer cualquier cosa, en cualquier estado de salud física y mental, y por cualquier salario”.
JR