Hace una década, un trabajador de General Motors en Baltimore ganaba 27 dólares la hora. Ahora en esa fábrica hay una planta logística de Amazon y sus empleados obtienen 13 dólares por cada hora de trabajo. Hace una década los trabajadores de General Motors contaban con cierta estabilidad en su empleo. Ahora en un periodo de 13 meses se despidió a 300 personas de esa misma planta porque un algoritmo consideró que no rendían lo suficiente.
Estados Unidos es cada vez más desigual y la brecha no para de crecer. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres. No se trata solo de una división entre el mundo urbano y el rural, sino entre regiones e incluso dentro de las mismas ciudades. En urbes del interior del país anteriormente prósperas se extiende el paro y se reduce la población. En las ciudades más ricas de la costa, donde se concentran las empresas tecnológicas, cada vez es más difícil vivir si no se trabaja en este sector y las personas sin hogar crecen exponencialmente.
Amazon y otras tecnológicas como Google y Facebook son los principales responsables de esta desigualdad. Esta es la tesis del libro Estados Unidos de Amazon (Península en castellano, Periscopi en catalán), escrita por el reportero Alec MacGillis, que ha recorrido durante años los lugares olvidados del país para ver cómo los cambios de hábitos en el consumo están contribuyendo a eliminar las clases medias.
“La actividad económica que antes estaba distribuida entre centenares de empresas grandes y pequeñas por todo el territorio está cada vez más dominada por unas pocas grandes compañías que la absorben”, señala el periodista durante una entrevista con elDiario.es en el CCCB de Barcelona. “Son cada vez más poderosas y esto conlleva que los beneficios solo se van a las ciudades costeras donde están instaladas”.
Los efectos se notan en todos los ámbitos de la sociedad, apunta el periodista: desaparecen los medios locales que fiscalizan a las autoridades porque cada vez hay menos negocios que se quieran anunciar en los periódicos. Los derechos laborales se retrotraen 100 años y de nuevo hay una masa gigante de empleados –1,1 millones de estadounidenses trabajan en Amazon– sin estar sindicados, con una alta rotación y expuestos a riesgos laborales y prácticas empresariales que se creían superadas. Cada vez hay menos vida en la calle, menos participación cívica, menos capital social.
MacGillis se ha pateado EE.UU. durante años, primero como redactor del Washington Post cubriendo la campaña de Barack Obama y después como reportero de ProPublica, una entidad de periodismo de investigación sin ánimo de lucro que en menos de 15 años de existencia ha obtenido seis premios Pulitzer. Señala que durante todo este tiempo ha buscado ejemplos que reflejaran este cambio en la sociedad, ya fueran personas, ciudades o negocios locales que permitan explicar un fenómeno que según él se ha agravado todavía más con la pandemia.
“Recorría el país y constataba cómo aumentaba la pobreza, cómo muchas ciudades se estaban desangrando”, rememora. “Después regresaba a Washington y veía cómo de próspera y complaciente era la ciudad, cómo sus habitantes estaban totalmente desconectados de lo que ocurría en el resto del país o incluso en Baltimore, que está a solo 45 kilómetros de ahí”.
El libro recoge la historia de una docena de empleados: desde un trabajador pobre de Amazon que recurre a ayudas sociales –en 2018, el 10% de los empleados de la empresa en Ohio ganaban tan poco que necesitaban recibir cupones para alimentos– hasta una madre de dos hijos que muere aplastada por una carretilla en un almacén de la empresa. También describe cómo un hombre de 69 años cuya pensión se va al garete por culpa de la quiebra de su antigua empresa acaba empleado en la misma planta donde trabajó toda su vida, pero esta vez cobrando la mitad, con solo 20 minutos al día para ir al lavabo y bajo el férreo control de un algoritmo.
El libro recoge a su vez la evolución de muchas ciudades antes prósperas y ahora inmersas en una espiral de decadencia. Y cómo Amazon identifica estos lugares y propone instalar sus centros logísticos con la promesa de recuperar la grandeza perdida, consiguiendo grandes exenciones fiscales y beneficios urbanísticos de las autoridades para instalar negocios que apenas contribuyen a las arcas públicas.
Según el relato de MacGillis, todo se concentra cada vez más en las ciudades costeras como San Francisco, Seattle, Nueva York, Boston o Washington, donde llegan continuamente nuevos habitantes con un alto poder adquisitivo que expulsan a los que vivían ahí.
El autor apunta que Amazon mide cuidadosamente dónde sitúa sus oficinas: en estas urbes construye los centros de trabajo para ingenieros y desarrolladores con salarios astronómicos. En las más deprimidas, en cambio, instala sus centros logísticos para beneficiarse de mercados laborales en horas bajas. “Resulta distópico ver los campamentos de personas sin hogar en Seattle al mismo tiempo que el precio de la vivienda se acerca al millón de dólares”, señala. “Unas pocas ciudades y personas se lo están quedando todo a costa de la miseria del resto”.
El libro analiza cómo esta creciente desigualdad regional fue el caldo de cultivo ideal para que Donald Trump se hiciera con la presidencia en 2016. Incluso relata el caso de un empleado que, tras apoyar durante dos elecciones a Obama, acabó votando por el líder republicano.
“Mucha gente de clase trabajadora, tradicionalmente demócrata, miraba estas ciudades costeras donde está ahora el mayor granero de votos progresistas y no se sentía identificada con el partido”, apunta MacGillis. “Por otro lado tampoco se sienten identificados con los republicanos tradicionales al estilo Mitt Romney”, prosigue. “Estaban huérfanos políticamente hasta que apareció Trump como una tercera vía”.
La desconfianza ante la prensa en estas ciudades deprimidas también fue uno de los hándicaps a los que se enfrentó durante su investigación. “No tienen una buena imagen de nosotros”, apunta, “porque se han desacostumbrado a ver periodistas”. MacGillis cuenta que en estos lugares donde han desaparecido los periódicos locales, los ciudadanos solo ven a reporteros cuando hay un acto de campaña o una desgracia y aparecen las cadenas nacionales. “Es que ni siquiera consumen medios”, abunda. “Se informan a través de Facebook y nos ven como un colectivo que los mira por encima del hombro”.
Desde Baltimore, la ciudad en la que vive ahora, MacGillis ve cómo el poder se concentra cada vez más en la vecina Washington. Las empresas tecnológicas cada vez invierten más dinero en hacer lobby en la capital –Amazon tiene ahí una oficina con 28 empleados dedicados a esta tarea– y seducen a más ex cargos públicos de la administración fomentando numerosos casos de puertas giratorias.
Amazon incluso acabó adquiriendo el Washington Post, el periódico en el que trabajó este reportero durante años. “Mis antiguos colegas señalan que hay mucho más dinero para hacer su trabajo y esto es bueno, pero creo que hay un conflicto de intereses demasiado evidente”, reflexiona. “Es cierto que el periódico ha publicado textos negativos sobre la empresa, pero la gran historia que debería escribirse es sobre cómo Amazon está tomando el control de Washington y no la veo por ningún lado”.