En las 22 hectáreas cubiertas por los gigantescos galpones de los talleres ferroviarios de Tafí Viejo, considerados los más grandes de Sudamérica en su tipo, se sintetiza gran parte de la historia argentina del último siglo por sus marchas y contramarchas, apogeo, debacle, crisis, cierre y reapertura. También por una característica que definió un modo de relación entre sus alguna vez 5300 operarios, en la década del 50: un mundo de machos. Como signo de nuevos tiempos, desde el 2020, la dotación de obreros tiene entre sus integrantes a dos jóvenes mujeres. Al unísino, confesaron a elDiarioAR sentirse “orgullosamente ferroviarias”.
Brenda Villafañe tiene 22 años y Rocío Aguirre, 24. Las dos son taficeñas e ingresaron a la planta hace dos años, en plena pandemia, cuando se enteraron que se abría una posibilidad para quienes habían estudiado en la única escuela técnica estatal que existe en Tafí Viejo y que nació a inicios del siglo pasado específicamente para nutrir de trabajadores especializados a los talleres. En el último año, los estudiantes que lo decidían pasaban a formar parte de la empresa estatal y cobraban una mensualidad hasta que a los 18 años ese pago se transformaba en un sueldo.
“Apenas me enteré, presenté los papeles y fui seleccionada. No lo podía creer porque cumplía el sueño de ser independiente y en algo que siempre estuvo en mí, porque mi tío y papá del corazón Juan Verdú fueron ferroviarios. Juan me contó desde niña la historia de lucha de los ferroviarios contra las dictaduras y la privatización del menemismo, en los 90, y eso me atrapó”, contó Brenda. En Rocío también corre por sus venas sangre ferroviaria porque un abuelo y su papá lo fueron. “Me propusieron ingresar y no lo dudé, cómo negarme a esta posibilidad”, reflexionó.
Aún teniendo formación técnica desconocían cuáles serían sus funciones en la planta así que se abrió ante ellas un mundo de interrogantes. Apenas ingresaron fueron capacitadas en varias tareas hasta que se les asignaron funciones específicas. Brenda trabaja en la Sección Bogies, una parte del sistema de rodamiento de un vagón, mientras que Rocío lo hace en Tracción y Frenos, también del vagón. Desarrollan sus tareas de igual modo que un hombre, en nada se diferencian y esto es lo inédito de sus incorporaciones porque a lo largo de la historia de estos talleres, las pocas mujeres que hubo estuvieron en áreas administrativas o enfermería. Es decir, están abriendo un camino.
Claro que eso supuso desafíos cotidianos, en el día a día con sus compañeros. Por ejemplo, ellos debieron modificar el hábito de ponerse sus ropas de trabajo sin utilizar el vestuario y ponerle fin a las habituales bromas pesadas sexistas de antaño o llamarse entre sí con palabras picantes. “Tuvimos que cambiar esas conductas, su presencia fue la llegada de un nuevo tiempo y necesario. Para algunos fue como una interpelación, de a poco incorporaron la mirada hacia el o la otra y eso mejoró la convivencia en un espacio asociado al trabajo duro y rudo”, reflexionó Pedro Díaz, compañero de ambas y referente gremial de la planta que tiene una dotación de 55 personas y que depende de la empresa estatal Trenes Argentinos Cargas (Belgrano Cargas y Logística).
Otro modo de relación a reformular fue el carácter protector que asumían sus compañeros hombres al procurar evitar que hicieran trabajos que impliquen mucha fuerza. Esto no dejaba de ser para ellas una consideración que se agradecía pero que, a su vez, sentían como un techo para su crecimiento como obreras. “Al principio no nos dejaban manejar cosas pesadas o trataban de evitarnos grandes esfuerzos y lo tuvimos que hablar con ellos porque detrás de esa buena intención, eso no nos permitiría adquirir nuevas habilidades y conocimientos. Después de un tiempo lo entendieron y mejoró la convivencia”, relató Brenda.
Las dos llevan puestos sus uniformes azules con bandas refractarias, pura manchas oscuras de lugar de trabajo, cuando dialogaron con elDiarioAR. Huele a hierro, a mesa de trabajo, a salpicaduras de soldaduras y líquidos lubricantes, estímulos olfativos que alguna vez estuvieron asociados a labor de hombres. Ya no. Esa ropa de trabajo cubre ganas, saberes, aprendizajes, sueños e historias de las que se sienten herederas y esperan honrar, confesaron.
Un lugar de resistencia
Desde la segunda mitad de la década del 60 se puso en marcha un plan sistemático de reducción de empleados ferroviaros taficeños, asociado a que la planta fue un enorme lugar de resistencia a la dictadura de Juan Carlos Onganía. Con el golpe de Estado de 1976 el desguace se profundizó hasta la reducción de la dotación a menos de 100 trabajadores, con otra herida que marcó a la planta y a la sociedad taficeña: hubo 17 obreros que fueron detenidos y desaparecidos. El saldo, entre otros, como la desocupación, de haber enfrentado a la sangrienta dictadura cívico militar.
En 1980 el taller se cierra hasta que es reabierto por el ex presidente Raúl Alfonsín, proceso que se trunca en los 90 cuando el ex presidente Carlos Menem cumple con su sentencia “ramal que para, ramal que cierra”, ante el avance del desguace y proceso de privatización de gran parte de la actividad ferroviaria argentina. Por entonces era gobernador de Tucumán Ramón Ortega, quien evita que se le ponga un candado a la planta, se provincializa, pero se reduce en gran medida la tarea de los 300 trabajadores que recorren caminos alternativos para garantizarse ingresos, como realizar servicios a empresas privadas. Su sucesor, el ex general Antonio Bussi, condenado años más tarde por crímenes de lesa humanidad, suscribe todas las políticas neoliberales de entonces y ordena cerrar los portones de los galpones y que no ingrese nadie. Todos a la calle. Hubo marchas, protestas y lucha obrera. En 2003 el ex presidente Néstor Kirchner cumple con su promesa de campaña de reabrirlos, a sabiendas de que es la planta de reparación de trenes más grande desde Córdoba hacia el norte argentino, clave para sostener al transporte de cargas, sobre todo. Ingresaron entonces 110 operarios y ese número se fue reduciendo hasta los actuales 55, aunque se prevé el ingreso de más personal por la reactivación, aún lenta, de la actividad ferroviaria que demanda arreglos periódicos de vagones de pasajeros y de carga.
“Mamá repara vagones”
La jornada de trabajo en la planta es de nueve horas y comienza a las 6, cuando aún no hay sol, lo que implicó grandes cambios para las dos. Brenda comenzó a estudiar ingeniería mecánica en la Universidad Tecnológica Nacional, cuyas clases comienzan a las 18. “Salgo a las once de la noche, por lo que termino el día agotada. Apenas me acuesto me duermo”, confiesa. Rocío es la que más desafíos tuvo en su vida cotidiana porque es mamá de dos hijos, de 7 y 5 años. “Al principio fue difícil estar tanto tiempo lejos de ellos pero con mi esposo ya nos acomodamos. Por ejemplo, era raro llegar a la casa llena de grasa, con mucho hambre y sueño, pero con ganas de estar con mis hijos”.
Entre sus amigos también hubo sorpresas por la decisión de convertirse en obreras ferroviarias y hubo momentos que hoy recuerdan con humor. Por ejemplo cuando Rocío fue por primera vez ya siendo obrera a inscribir a sus hijos en la escuela. Las maestras se sorprendieron cuando declaró que su oficio era el de ferroviaria pero no de oficina. “Fue curioso pero eso generó interés y aproveché para contar todos los trabajos que se hacen en los talleres. Incluso mi hijo mayor me definió ante sus compañeros como 'mamá que repara vagones', lo que hoy me da orgullo”, confiesa Rocío.
Tampoco pudieron evitar darse cuenta de las miradas en la calle, la de los sorprendidos anónimos por ver a una mujer que lleva las marcas hasta en las manos del trabajo cotidiano con los fierros y las herramientas pesadas. “Hasta para nuestros vecinos era de interés, al principio, verme caminar por el barrio con el uniforme. Aún hoy me miran raro en la parada del ómnibus cuando voy a la facultad porque hay veces que no tengo tiempo de ir a casa, entonces una vez decidí ir desde la planta y ahora lo repito. Mis compañeros ya se acostumbraron pero primero querían saber qué hacía, cómo era mi trabajo, incluso, mis profesores”, relató con una sonrisa Brenda.
Ante la pregunta de elDiarioAR sobre si forman parte del colectivo de mujeres que reclaman por sus derechos, no dudaron en señalar que lo son y militan por eso, aunque Rocío admite que a esa conciencia la adquirió recién cuando se convirtió en ferroviaria por su llegada a un ambiente en donde predominaba un modo de relación de machos, de hombres rudos. “Es imprescindible que nos empoderemos en todos los ambientes, nada nos diferencia de nuestros compañeros y ellos van entendiendo eso”, respondió Brenda, quien agregó que comenzó a participar de encuentros nacionales de mujeres ferroviarias desde donde se está impulsando que se establezca un cupo de ingreso de mujeres cada vez que haya necesidades de sumar personal.
A Rocío y Brenda les toca recorrer un mundo nuevo, que recién empieza. El ambiente de los rieles, históricamente vedado a lo femenino, ya le es propio, también con sinsabores por ser las primeras pero en el que priman la esperanza, las ganas de aprender y el ímpetu de saberse nietas e hijas de una historia ferroviaria argentina y taficeña que aún se está escribiendo, todos los días, a cada momento.
Por más trenes
La comisión interna de los obreros ferroviarios de Tafí Viejo enrolada en el gremio de la Asociación del Personal de Dirección de Ferrocarriles Argentinos (APDFA), puso en marcha en estas últimas semanas una campaña de firmas para que se active en Tucumán el tren de cercanía, similar a los que se inauguraron en San Luis, Córdoba, Buenos Aires o como ya funciona desde hace años en Salta. El objetivo es reunir un importante número de adhesiones y elevarlas al Ministerio de Transporte de la Nación. “Sabemos que están dadas las condiciones para su implementación en la provincia, para algunos tramos, o en asociación con Salta, desde donde hay interés en llegar hasta Tucumán”, comentó el dirigente Pedro Díaz.