No es exactamente alegría. Tampoco un alivio total.
Es una mezcla de rara impresión, incertidumbre y la sensación de tener que debutar en algo que no pretendía. Lo más lejano a un rito iniciático, bastante más cercano al momento de votar sabiendo que los candidatos de ocasión tienen gran propensión a desteñir.
El viernes 22 de enero a las 11.30, llegué al primer subsuelo del estacionamiento de un centro comercial cerrado de forma temporal por la pandemia en la ciudad de Guivatayim, un suburbio de Tel Aviv que se distingue por sus techos de tejas y una población mayormente aspiracional.
Allí había unas 50 personas que no respetaban el distanciamiento social y entre ellas unas 20 que discutían con un voluntario que trataba de forma estéril de ordenar la desprolijidad particular de la sociedad israelí, una mezcla imperfecta entre Europa y Oriente Medio.
En ese momento de preestreno me dije que cuando uno va a recibir una vacuna tan simbólica, en este caso la de Pfizer/BioNtech y sobre la cual está puesta la mirada de gran parte del mundo, una decisión inteligente era la de no participar de efusividades colectivas, así que traté de ordenar mis emociones hasta que se calmasen los ánimos.
Si bien ya había recibido mi turno a través de la aplicación de mi servicio de salud, no imaginaba que había otras 14 personas que también estaban citadas a la misma hora.
Claro, había 15 puestos -no gabinetes- de vacunación en lo que parecía una escena de ciencia ficción como de esas películas donde cierta peste confina a multitudes en espacios usados en tiempos mejores para otros propósitos.
Mi horario era a las 11.36. Con paciencia y poca señal del teléfono, recién 20 minutos después pude entrar a las cocheras en las que se vacunaba y allí me encontré con una fila más ordenada y miradas de desconfianza y malhumor.
Me distraje cuando vi que uno de los voluntarios que ayudaba a ordenar el caos se parecía mucho a un amigo, Sebastián, que vive en la Argentina.
En ese limbo estaba cuando me avisaron que pasara, que me tocaba el puesto 12. “Buena suerte, Mariano”, me dije. Y celebré que fuera el número de mi cumpleaños.
La curiosidad es más fuerte siempre. Por eso este oficio, que me lleva a registrar que la enfermera que me va a vacunar está sin guantes y que con cara de aburrida me explica que me puede doler el brazo.
Está cerca de finalizar su turno de cinco horas diarias y de empezar el fin de semana que en Israel se extenderá hasta el sábado a la noche.
Ella quizás dudó al inocular al primer paciente que le tocó vacunar en esta pandemia pero cuando llegó mi turno, lo que para mí era entrar en la historia -tal vez sólo de las estadísticas- para ella era un trámite más, al punto que le hice un chiste y ni lo entendió.
Con valor -ya en ese momento no queda alternativa- me levanté la manga derecha, miré a cámara y sentí el pinchazo. Un segundo y ya. “Siéntase bien”, me despidió.
¡Tanta épica para tan breve instante!
La enfermera me mandó a sentarme 15 minutos para ver que todo estuviera bien y que no sufriera efectos secundarios inmediatos como mareos, náuseas, rigidez en el cuello, vista nublada, ardor en la zona donde me vacunaron, desmayos, sequedad en la boca y una decena de otras cuestiones descriptas en la mayoría de los prospectos de cualquier medicamento común.
Esperando algún síntoma (cuando me advierten de algo, de forma automática imagino que va a pasar) y con el teléfono casi sin señal, me puse a pensar que se cumplía un mes y dos días desde que Israel comenzó a vacunar a la población con el suero producido en Estados Unidos y que yo pasaba a ser un número el nuevo estatus de vacunado.
Es que en 32 días, a un ritmo frenético y subordinados al Ministerio de Salud, los cuatro y únicos servicios de salud de Israel junto al Maguen David Adom (red de emergencias nacional y banco de sangre) consiguieron que unos 3.290.000 israelíes recibieran alguna de las dos dosis de la vacuna mientras que cerca de 800.000 ya fueron vacunados con ambas.
Con una población de cerca de 9.300.000 personas, las estadísticas de la consultora One World In Data de la Universidad de Oxford, la misma que ya tiene su propia vacuna, indican que Israel ya vacunó a 38,04 personas por cada 100 con al menos la primera dosis.
Con esas cifras, el país se mantiene en el primer puesto mundial entre los Estados con más habitantes vacunados seguido por Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, dos naciones musulmanas con las cuales Israel firmó en agosto y septiembre, respectivamente, históricos acuerdos de normalización de las relaciones diplomáticas y comerciales patrocinados por la Administración de Donald Trump.
Sin embargo, más allá de los altos índices de vacunación, la tasa de contagios aún se mantiene alta e incluso la cantidad de nuevas personas infectadas superó las 10.000 hace apenas una semana. Aunque ya hay más de 2 millones de vacunados con la primera dosis.
Recién el jueves 21 se registró una baja -8.234- que busca ser tendencia porque esto es algo que no ocurría desde octubre.
Dudas, marchas y contramarchas
La euforia, que no está listada como un efecto colateral de la vacuna de Pfizer, no es ni puede ser total.
El martes pasado, el Ministerio de Salud informó que más de 12.400 personas dieron positivo luego de recibir sus vacunas y que esta cifra incluía a 69 personas que ya habían recibido la segunda dosis. La población se estima que ronda los 9 millones.
En ese sentido, Najman Ash, responsable de las políticas oficiales para combatir la Covid-19, afirmó que la primera dosis de la vacuna de Pfizer da menos protección contra la enfermedad que lo que la empresa farmacéutica había indicado inicialmente. Y advirtió que es posible que no proteja contra nuevas cepas del virus.
Un día antes, la Comisión de Helsinki de Israel, sujeta al Ministerio de Salud y cuya labor es autorizar la investigación médica y los estudios en humanos, había anunciado que investigaba si la transferencia de datos epidemiológicos sobre ciudadanos israelíes a Pfizer constituye o no un ensayo clínico.
Lo que se busca probar es si se trata de una prueba y eso depende del tipo de información entregada a Pfizer. Si por ejemplo hay datos que permiten sacar información sobre personas específicas que están siendo vacunadas, se va a necesitar un consentimiento de estas.
Rápido de reflejos, el Ministerio de Salud publicó el mismo día el acuerdo con Pfizer que sugiere que la farmacéutica no recibirá datos tan definidos y que ese no era el objetivo del contrato.
Pero el acuerdo del Ministerio de Salud con Pfizer sí contiene una cláusula que permite que se brinde una ampliación de los datos con el consentimiento de ambas partes. Ahí es donde está la preocupación porque si se aplica esa condición, el acuerdo se definiría como ensayo clínico y la comisión investigadora estaría en su derecho de intervenir para supervisar qué tipo de información puede o no transferirse.
Al margen de esto, la vacuna en sí pasó por todas las aprobaciones y todo aquel que no tenga contraindicaciones es, para la cartera, un candidato a recibirla.
De todos modos, no se descarta que este tema pase a formar parte de las protestas que desde hace más de 30 semanas se llevan a cabo a lo largo del país y en las que se le pide la renuncia al primer ministro de Israel Biniamin Netanyahu.
El jefe de Gobierno está acusado por la Justicia de soborno, fraude y abuso de confianza en tres causas diferentes y por gran parte de la sociedad por el mal manejo de la crisis durante la pandemia, que incluyó tres cuarentenas estrictas.
La última, que debería haber finalizado el 21 de enero, fue extendida hasta fin de mes para tratar de bajar los índices de contagios y muertos (4.263 al cierre de esta nota)
Por otra parte, el gobierno está en la mira por el sobreprecio que pagó por las vacunas: el importe por persona de las inyecciones que Israel les compró a Pfizer/BioNtech y Moderna es de 47 dólares y el total a pagar es de unos 315 millones de dólares para intentar inocular a cinco millones de habitantes hacia el fin de marzo.
Los precios informados por el Washington Post y la BBC en diciembre muestran que Israel paga bastante más que Estados Unidos (USD 19,50) y la Unión Europea (USD 14,76).
Por otra parte, Israel recomendó la vacuna para mujeres embarazadas y generó así cambio importante mientras otros países todavía se encuentran evaluando los riesgos
Mientras tanto, la cadena de distribución y aplicación no frena. Hoy es común ver estaciones sanitarias en lugares insólitos como la Plaza Rabin en Tel Aviv, estadios deportivos, parques recreativos y playas de estacionamientos de centros comerciales como la que tuve que ir yo.
Al cierre de esta nota, el brazo derecho a la altura de la vacuna, está impecable. No hay sugestión que valga.
En tres semanas tengo que recibir la segunda dosis, señalada como la responsable de generar un leve dolor en la zona inoculada.
Puede que duela pero ya no importa: el momento vacilante antes de recibir la primera es inolvidable e histórico aunque, efímero, dure apenas un segundo y ya.