BOSQUES NATIVOS

Palo rosa: un gigante en las profundidades de la selva misionera

Rodolfo Chisleanschi/Mongabay Latam

28 de mayo de 2024 15:42 h

0

El coche discurre con cierta dificultad por una de las sendas interiores del Parque Nacional Iguazú, en el extremo noreste de Argentina. La lluvia reciente ha dejado resbaladiza y encharcada la senda arcillosa y rojiza que parece aumentar su brillo bajo el sol de la mañana. Diego Varela, presidente del Centro de Investigaciones del Bosque Atlántico (CeIBA), aporta su experiencia en la firmeza de la conducción. De pronto detiene la marcha, señala un árbol que sobresale por encima de los demás y pregunta: “¿Lo conoces? Es un palo rosa, una especie diferente a todas que, por desgracia, está En Peligro de extinción”.

De porte extraordinario, el tronco recto y de corteza rugosa se eleva casi hasta hacerle cosquillas a las nubes. Desde abajo puede apreciarse el tortuoso camino que trazan sus ramas en busca de la luz por encima del dosel de la selva, pero a cambio apenas se adivinan las hojas verdes, ovaladas y lustrosas que forman su copa. Si las hubiera, sería imposible distinguir las diminutas flores blanquecinas, y al no ser época reproductiva, no hay vainas de semillas a la vista. Aun así, el conjunto impacta e impone respeto.

Los ejemplares de Aspidosperma polyneuron, como lo denomina la ciencia, suelen mirar desde arriba al resto de componentes de la Selva Paranaense —también conocida como  Bosque Atlántico— que cubre áreas del sur de Brasil, el oriente de Paraguay y la provincia de Misiones. En ese bioma muy particular fructifican tanto especies de los bosques secos como de la Amazonía. En todo caso, se trata de un ecosistema extremadamente alterado. En amplias extensiones, la deforestación ha devastado el paisaje nativo, transformándolo en zonas para cultivo, explotación ganadera o plantación forestal.

“Se estima que entre 1921 y 1926 se sacaron, de lo que hoy es el Parque Nacional Iguazú, unas 75.000 piezas (90.000 metros cúbicos de madera)”, puede leerse en el libro Uso sostenible del bosque: aportes desde la silvicultura argentina, firmado por Pablo Luis Peri y colaboradores. Una de ellas, Paula Campanello, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), escribió junto a su colega Norma Hilgert el capítulo correspondiente a Misiones. “En la provincia hay gente que niega sistemáticamente que se haya cortado palo rosa. Es cierto que no existen registros, pero no cabe duda de que se ha talado muchísimo y por eso queda muy poco”, afirma la científica, que además fue profesora de Fisiología Vegetal y Silvicultura en la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Misiones.

Aun así, la Selva Paranaense es casi una excepción dentro del panorama general de los bosques nativos de Argentina. De acuerdo con el monitoreo realizado por los organismos nacionales, entre 1998 y 2022 se perdieron en todo el país 6,4 millones de hectáreas de coberturas vegetales, principalmente por extensión de la frontera agropecuaria. El 87% de ellas, pertenecientes a la región chaqueña. Dentro de ese panorama desolador, el Bosque Atlántico, si bien redujo su extensión en Misiones en ese lapso, un hecho de por sí grave, lo hizo en mucha menor proporción (un 17%, para un total del 76% de su área original, si se suman las pérdidas en Brasil y Paraguay).

Perteneciente a la familia Apocynaceae, el palo rosa (peroba rosa, en Brasil o yvyrá romí, en lengua guaraní) tiene hoja perenne, o sea, que no cae de manera estacional. Recibe su nombre por una característica no observable a simple vista: “Cuando se corta, el interior de la madera tiene un color salmón, entre rosado y rojo, realmente alucinante. Y también un aroma bellísimo, dulzón, muy perfumado, que recuerda a las rosas”, describe Emilio White, fotógrafo especializado en naturaleza y biodiversidad, que trabaja en la producción de documentales para la BBC británica y ha realizado varios trabajos específicos retratando ejemplares de esta especie.

No fue la peculiaridad de su tonalidad rosada, que pierde relativamente pronto una vez que el interior del tronco se oxida al contacto de la luz y el aire, la que despertó el ansia de los productores forestales. Tampoco la dureza de su madera, mucho menor a la de otras especies arbóreas habitantes de los montes misioneros. Otros fueron los factores que jugaron en su contra hasta condenarlo a una explotación voraz.

Un gigante que crece en comunidad

Uno de los factores que hicieron de este árbol una pieza codiciada deriva de su tamaño: puede llegar a medir más de 30 metros de altura y seis de diámetro. 

El palo rosa es considerado especie clave del bosque semidecidual estacional, debido a su aporte de superficie de biomasa, es decir, de materia vegetal, que puede alcanzar hasta el 40% del total, según datos de un estudio realizado en la Universidad de Londrina, Brasil, y publicado en 2005. 

Otro factor fue indirecto. 

A principios del siglo XX la tala desmedida fue disminuyendo de manera acelerada los lapachos (Handroanthus heptafyllus), inciensos (Myrocarpus frondosus) o cedros (Cedrela fissilis), árboles de madera dura que cotizaban mejor en los mercados, lo que hizo que el palo rosa pasara de ser segundo plato a primero para ser utilizado durante décadas en las industrias de la construcción o la mueblería.

La preferencia por la especie en Brasil agudizó la situación. En el libro de Peri y colaboradores se indica que antes de que iniciara su explotación “constituía entre el 30 y el 60% del estrato emergente, mientras que en el estado brasileño de Paraná llegaba a un 60 u 80%”.

La depredación del palo rosa en Brasil estimuló su búsqueda en Paraguay y Argentina. Desde el norte de Misiones, la cercanía con Brasil y la conexión a través de los ríos facilitaba el traslado directo, “lo que explicaría la falta de registros en aserraderos locales”, según los autores del mismo libro. El resultado es que en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la especie está categorizada como En Peligro desde 1998. En Argentina, en cambio, no existe un registro exacto ni actualizado de árboles amenazados. En todo caso, el palo rosa se encuentra siempre presente en las diversas listas realizadas por universidades, centros de investigación o entidades ambientalistas.

La declaración en 1992 del palo rosa como Monumento Natural Provincial de Misiones, que prohibió su tala y comercialización, puso freno a la declinación de su población, aunque no puede impedir que cada tanto se conozcan casos puntuales de pérdida de individuos. Así, en 2014 fueron tumbados 17 árboles en la ciudad de Comandante Andresito, última población argentina antes de alcanzar la frontera con Brasil por la ruta 19. Y en mayo de 2020, en plena pandemia de COVID-19 y en la misma zona, fue denunciado de manera anónima el corte de un palo rosa con una edad estimada en 500 años. La sanción prevista para este tipo de acciones es una multa, cuyo importe suele quedar rápidamente desactualizado debido a la alta inflación que padece el país.

En el Parque Nacional Iguazú, visto desde la distancia, el palo rosa que Diego Varela señala destaca por su porte en medio del verdor. Parece solitario, aislado de cualquier otro congénere. Si así fuera sería una rareza. “Es un árbol que crece en comunidad, como mínimo siempre se encuentran tres o cuatro juntos”, dice White. De hecho, los individuos que se conservan en medio de extensiones deforestadas, dedicadas a la agricultura o el ganado acaban sucumbiendo. Sin la protección del bosque, sus raíces superficiales y su gran altura lo debilitan ante los fuertes vientos que suelen asolar la zona.

Pocos estudios para un coloso 

En la chacra de la familia Waidelich hay muchos más individuos. Situado a dos kilómetros de Andresito, el predio conserva un vergel que ocupa 60 de sus 150 hectáreas totales. “No tenemos contabilizados cuántos ejemplares hay, pero son dos rodales [denominación que recibe una comunidad uniforme de árboles en un bosque] que deben sumar más de un centenar de palos rosa. Tenemos más de 70 viejos y el resto son renovales [ejemplares jóvenes]”, subraya Ricardo Waidelich, quien en la actualidad está a cargo de la finca.

De todos ellos, un individuo atrapa todas las miradas. Se trata de un palo rosa de más de 30 metros de altura y casi seis metros de diámetro, cuya edad puede rondar los 300 años, según Verónica Waidelich, la hija de Ricardo. Aunque su padre, productor forestal y agropecuario, asegura que hay expertos que extienden esa cifra hasta los 500 años. El año pasado, el gigantesco ejemplar fue presentado al concurso “Colosos de la Tierra”, que organiza A Todo Pulmón, organización no gubernamental paraguaya. No ganó el primer premio, pero el sólo hecho de presentarlo sirvió para que la comunidad misionera recordase el significado patrimonial de la especie.

“Mi padre Johannes y mi hermano Otto se anotaron como beneficiarios de un predio dentro de una nueva colonia planificada en la zona en la década de los ochenta. La idea era tener una chacra para cultivar yerba mate u otra cosa, pero eligieron esta porque a mi padre le impresionó la cantidad de árboles que había en un lugar tan reducido”, comenta Ricardo Waidelich, para agregar que la familia, descendiente de alemanes de la Selva Negra, tomó desde el principio la decisión de “dejar todo en pie, sin tumbar estos árboles que valen más que cualquier otro cultivo”.

Los palos rosa gobiernan el área, donde también puede verse un alto número de palmitos (Euterpe edulis), palmas que son sus acompañantes habituales en los bosques misioneros, así como de orquídeas y chachíes o helechos bravos (Cyathea atrovirens), más algunos cedros, alecrines (Holocalyx balansae), ficus, inciensos y guatambúes (Balfourodendron riedelianum). La conjunción del palo rosa y el palmito define una de las tres variantes de selva semidecidual estacional que pueden encontrarse en Misiones. Las otras dos están caracterizadas por la presencia de guatambú y laurel; y por el pino Paraná (Araucaria angustifolia).

“No creo que haya una asociación estricta u obligada entre el palo rosa y el palmito. Coinciden en algunos lugares de su distribución, porque por ejemplo ninguno de los dos prospera en zonas de heladas o temperaturas bajas, pero hay sitios donde una especie está y la otra, no. El palmito es típico de bosques húmedos, y el palo rosa crece en los secos. Es un tema que no está bien estudiado, falta información ecofisiológica”, explica la doctora Campanello.

La escasez de conocimientos sobre el palo rosa es una dificultad mayúscula para afrontar la lucha por evitar su extinción. Su corteza agrietada y su altura, por ejemplo, brindan un refugio ideal para plantas epífitas, lianas y orquídeas, pero si algunos especialistas hablan de orquídeas que crecen exclusivamente en los troncos de palo rosa, otros dudan de esta posibilidad. La envergadura, que aleja la copa del árbol de depredadores, es el sitio perfecto para que aves como el águila harpía (Harpia harpyja) aniden o la utilicen como posadera, aunque existen pocas referencias al respecto.

Los principales estudios provienen de Brasil, pero no alcanzan a desentrañar todos los patrones que rigen la vida de estos árboles. Paula Campanello brinda algunos parámetros, que ella misma juzga incompletos: “Es una especie de distribución disyunta. En el continente se encuentra en la Caatinga del nordeste brasileño, que es muy seca, pero también en Misiones, que es un ecotono. Suele asentarse sobre suelos profundos, pero de pronto encontramos individuos en terrenos pedregosos”, comenta.

Fragmentación del hábitat, el gran enemigo

Además de la depredación sufrida durante décadas, la fragmentación del hábitat y la lenta reproducción de la especie atentan contra su supervivencia a largo plazo. “La manera de asegurarla es contar con la mayor cantidad de bloques continuos de bosque, enriqueciendo las reservas y áreas donde queden ejemplares en pie”, señala Pablo Cortez, ingeniero forestal y jefe de área de Medio Ambiente y Comunidades de la empresa forestal Arauco, poseedora de un predio de 264.000 hectáreas en el norte de Misiones, de las cuales destina 119.500 a la conservación del bosque nativo.

La Reserva Forestal San Jorge, uno de los espacios que Arauco mantiene al margen de la actividad productiva, asombra por la profundidad e inmensidad de la selva. Son 16.500 hectáreas que limitan con el Parque Nacional Iguazú al norte y el Parque Provincial Urugua-í al sureste, conformando un corredor biológico de más de 160.000 hectáreas. Es allí donde existen tres reductos donde los grandes ejemplares de palo rosa son amos y señores. Llamados perobales, por el nombre que el árbol recibe en Brasil, cada uno exhibe entre 120 y 150 ejemplares: “Son como tres manchones de selva donde uno se encuentra con gigantes que pueden tener unos 500 años. Suponemos que en el pasado remoto debió haber en la zona algún hecho disruptivo que facilitó la generación de semejante estrato”, describe Cortez.  

Las posibles edades de los individuos de San Jorge remiten a los tiempos en que los indígenas guaraníes dominaban la región. Llamativamente, para ellos el palo rosa no parece haber sido un árbol utilizado ni venerado de modo especial. El antropólogo y etnólogo paraguayo León Cadogan (1899-1973) fue, posiblemente, el mayor estudioso de la vida y costumbres de los pueblos originarios del lugar. En su prolífica obra, que incluye tratados sobre etnobotánica, medicina popular o mitología, no aparecen referencias al Aspidosperma polyneuron, relegado por otras especies, como el cedro, el lapacho o la palmera pindó (Syagrus romanzoffiana).

Es un árbol que crece en comunidad, como mínimo siempre se encuentran tres o cuatro juntos.

¿Habrán sido los habitantes de entonces quienes crearon en la selva los espacios para que proliferen los palos rosa que hoy se pueden contemplar? La respuesta queda en el territorio de las hipótesis. La posibilidad, sin embargo, no resulta del todo remota.

Los individuos que componen los perobales de San Jorge son casi en su totalidad maduros, sin otros de edades intermedias o más noveles, y algo semejante ocurre en el predio de los Waidelich. “Para crecer, el palo rosa necesita luz. No hace falta que sean lugares demasiado abiertos, pero sí claros que pueden estar producidos por la caída de un árbol. Si tienen demasiada sombra, las plántulas que hayan germinado terminan dañadas o se mueren”, indica Campanello.

Para colmo de males, cuando alguna tormenta de las que abundan en Misiones tumba uno de estos colosos selváticos, aparecen competidores más rápidos para ocupar el lugar que se generó. “Misiones es una región lluviosa, y salvo que la deforestación sea total y el suelo quede desnudo, los bambúes o tacuaras colonizan los espacios abiertos a una velocidad inalcanzable para cualquier especie arbórea. Una vez que esto sucede, el bambú forma un colchón de hojas de descomposición muy lenta que cambia toda la biota del suelo: aparecen otra fauna, otros microorganismos, y el crecimiento de un árbol se vuelve imposible”, puntualiza Campanello.

La fragmentación del hábitat, al margen de conspirar contra la expansión de la especie, afecta su variabilidad genética, tal como sucede con las poblaciones de animales que quedan aisladas de sus congéneres. 

En el estudio realizado por la Universidad de Londrina puede leerse: “Restringir el flujo genético podría perjudicar fuertemente la supervivencia de poblaciones de menos de 100 individuos”. También indica que “unos pocos migrantes por generación podrían contribuir a revertir esta situación a largo plazo, pero en poco tiempo esto solo podría lograrse mediante el trasplante de plántulas, debido a la reproducción tardía de la especie”.

Un enérgico programa de enriquecimiento

El palo rosa tiene flores muy pequeñas, de color blanco-amarillento apagado y prácticamente imperceptibles, y solo produce frutos cada dos o cuatro años. Estos frutos son unas parduscas vainas alargadas que se abren y dispersan sus numerosas semillas a través del viento. Las semillas poseen un alto poder germinativo pero su período de latencia es muy corto: pierden su viabilidad al cabo de pocos días si las condiciones climáticas y de luz no favorecen que fructifiquen. “La mortalidad de las plántulas es altísima, por factores muy diversos”, puntualiza Paula Campanello: “Puede ocurrir que el año que da semillas las condiciones no sean favorables, por sequía, un verano sin lluvias; o por depredación de insectos, roedores y otros animales. Así, esa camada se pierde por completo y hay que esperar al siguiente ciclo para que surjan nuevos individuos”.

Los encargados de la conservación de los perobales de la Reserva San Jorge han decidido enfrentar directamente el problema de la lentitud reproductora del palo rosa. “Como no encontramos árboles de edades intermedias, lo que hicimos fue implementar un trabajo de enriquecimiento. Desde el año 2013, y a partir de una tanda de semillas que habíamos logrado cosechar, se han ido estableciendo parcelas aledañas a los sitios donde se encuentran los ejemplares maduros. En ellas fuimos plantando entre ocho y diez renovales de palo rosa, acompañados de lapacho, incienso, guayubira (Cordia americana), timbó (Enterolobium contortisiliquum) o cañafístula (Cassia grandis)”, cuenta Pablo Cortez. Y añade una novedad: “Hemos logrado reproducir palos rosa de manera agámica o asexual, con estacas o rebrotes, un método del que no existían precedentes para la especie”.

Las últimas cifras permiten valorar el trabajo realizado por los técnicos de Arauco. Cortez los enumera: “Hoy tenemos 613 individuos plantados y otros 500 o 600 en vivero. Los primeros que instalamos en las parcelas tenían una supervivencia de un 88% a los cuatro años, y una altura promedio de 1,34 metros, pero con ejemplares que alcanzaban 1,80 metros”.

Con cantidades más modestas, también los Waidelich iniciaron un proceso semejante: “En un parque abierto plantamos una partida de ejemplares que ahora ya tienen entre uno y 1,5 metros de altura”, señala Ricardo Waidelich. A su vez, la Facultad de Ciencias Forestales de Misiones posee su propio programa de enriquecimiento en la Reserva de Usos Múltiples Guaraní, en el noroeste de la provincia.

El registro llevado a cabo en Arauco permite establecer un promedio de crecimiento relativamente lento de 31 centímetros al año, dependiente de las condiciones climáticas y la cantidad de lluvias de cada temporada, y confirma los estudios realizados en Brasil. En ellos se indica que el tronco de un palo rosa joven necesita de diez a quince años para alcanzar un diámetro de apenas cinco centímetros.

La intención del área de conservación de la empresa forestal afincada en el norte de Misiones, que además de San Jorge posee en la zona otros tres predios de bosque nativo, es ampliar la experiencia de enriquecimiento fuera de sus fincas: “Estamos en condiciones de generar entre 200 y 300 individuos por año. La idea es trabajar con los investigadores de CeIBA y replicar nuestra fórmula dentro del Parque Nacional Iguazú, siempre que la Administración de Parques Nacionales esté de acuerdo”, informa Cortez.

De uno u otro modo, el palo rosa se aferra a este tipo de iniciativas para mantenerse vivo y, quizás, recuperar su esplendor de antaño en un futuro que por ahora, lamentablemente, parece todavía lejano.

Nota: este artículo fue corregido el 31 de mayo de 2024 a las 13:14.

ED