Entre sonrisas y un clima de cortesía, el presidente Alberto Fernández recibió a principios de mes a altos ejecutivos de YPF, Equinor y Shell, una reunión en la que seguramente se habló de la habilitación para la exploración petrolera del Mar Argentino, una medida que el Gobierno autorizó por decreto el último día hábil de 2021. Otra atmósfera, esta vez de bronca, esperaba al mandatario frente a la residencia de Chapadmalal, donde los vecinos de Mar del Plata lo recibieron con un corte de ruta por miedo a los efectos que la actividad hidrocarburífera tendrá en sus propias vidas y en la del océano.
El sol del mediodía rajaba la tierra, pero los vecinos que forman parte de las asambleas de las distintas ciudades de la costa, se plantaron con carteles a esperar a Fernández. “Soberanía es proteger los bienes comunes”, decía uno. “Gobierno Ecocida”, “Compromiso con el Planeta, Alberto. Mar del Plata limpia, no a las petroleras. Sí a la vida, no a la polución en el mar”, “Cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes”, indicaban otras pancartas.
Aunque a los medios les gusta decir que los que protestan son “ambientalistas” -un mote que usan como descalificativo como si la prensa viviera en un planeta distinto-, esta era gente común, que dejó lo que estaba haciendo en su vida para manifestarse contra la medida con la que se toparon a fin de año: la autorización estatal para irrumpir en la composición física y biológica del mar con el fin de extraer petróleo.
Ayer, cuando todo el mundo se concentraba en la pandemia y en el fin de año, el Gobierno habilitó la exploración sísmica de tres bloques concedidos a Equinor, denominados técnicamente como CAN108, CAN100 y CAN114. La empresa estatal noruega está asociada con YPF y Shell en dos de esos bloques. Por eso habría sido el encuentro con Fernández en la Rosada.
Curiosamente, según escribió el Cronista, en ese encuentro se habló de la transición energética y del cambio climático, lo que resulta una total contradicción en términos con la actividad petrolera, que es la que está empujando la crisis planetaria y civilizatoria que vivimos.
El diario de Río Negro escribió ayer que el CEO de YPF, Sergio Affronti, dijo que la compañía espera poder realizar antes de fines del 2022 el primer pozo offshore en el área CAN 100, emplazada a unos 300 kilómetros mar adentro de la costa de Mar del Plata.
La sensación que reina en las organizaciones como en los vecinos de la costa Atlántica es de impotencia pero no de resignación. Andrés Nápoli, de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), señaló que se está estudiando vías judiciales para impedir que la actividad de prospección sísmica se lleve a cabo, ya que la autorización -realizada entre gallos y medianoche- consta de varios agujeros legales.
“La autorización se basa en una serie de actos administrativos, uno de ellos la evaluación del estudio de impacto ambiental. Nosotros hemos impugnado en la misma audiencia pública celebrada este año, una serie de incumplimientos vinculados al acuerdo de Escazú, particularmente el artículo séptimo que establece los mecanismos de participación ciudadana”, indicó el abogado.
Hay muchas razones para oponerse a la actividad petrolera, según explican las organizaciones. Tiene que ver tanto con la zona en que se van a emplazar como con el impacto que causará en la vida de los seres que habitan y migran en esta parte del Atlántico, desde organismos pequeños, como el zooplancton, hasta grandes mamíferos y aves, entre ellas, los pingüinos.
Por empezar, las concesiones se ubican en la zona del talud marino, que es donde ocurre literalmente un milagro biológico: es un vergel de vida. Esto es así gracias a la interacción constante de las corrientes oceánicas. El talud es una suerte de pared, de distinta profundidad según la zona de que se trate. Cuando la corriente de Malvinas, que a su vez es un desprendimiento de la corriente circumpolar Antártica, se topa con él explota de nutrientes. Y por eso, también hay una cadena trófica enorme, compleja y super rica. Es un área de alimentación y además de desove.
El mar no es un agujero vacío, como imaginan los políticos y empresarios, sino un ambiente esencial para que podamos funcionar como sociedades en tierra. De la compleja maraña de relaciones que existen entre sus seres vivos y su composición física es que podemos contar, por ejemplo, con oxígeno para respirar. No sólo tiene recursos para arrancar debajo de sus olas.
Valeria Falabella, bióloga marina del Wildlife Conservation Society, habla con alarma sobre el impacto que la prospección sísmica tendrá en los animales, que pueden ir desde la desorientación temporal a directamente a la muerte. Indica que el sonido se desplaza cinco veces más rápido en el océano que en la tierra, mientras que se propaga mucho más lejos.
“El sonido que hace un jet de un avión tiene una intensidad de 140 decibeles. Cuando hablamos de los cañones de aire que se usan para los estudios de sísmica, estamos hablando de intensidad de sonido que supera los 230 decibeles y hasta 260 decibeles. Por lo tanto, es una fuente de sonido de altísimo impacto”, indicó.
El sonido es una herramienta fundamental de las especies marinas para poder detectar presas o predadores, para la comunicación de las madres con sus crías, para realizar rutas de migración o de reproducción, entre otras funciones vitales. Explosiones a gran escala significan una alteración fundamental de las condiciones de vida marina.
“En el mar, existen fuentes naturales de sonido. Algunos tienen origen más físico, como el viento o las olas o la lluvia, una tormenta. Y otros tienen que ver con sonidos de origen biológico que están asociados a la fauna marina, que son los que producen las especies. Los hábitats tienen un paisaje acústico que los caracteriza. Y tiene su importancia ecológica. Los sonidos de origen antrópico tienen un impacto directo en la biodiversidad”, dice Falabella.
“El impacto varía de cambios en las respuestas de comportamiento, que el individuo se aleje, modifique su velocidad de desplazamiento, su frecuencia cardíaca o respiratoria. También puede producir un impacto que se llama enmascaramiento, cuando el sonido antrópico se solapa con sonidos producidos por los animales y por lo tanto disminuye la capacidad de comunicación entre individuos, como madre cría”.
“Se pueden producir efectos asociados a temas de alimentación, de detección de presas y de predadores. Existe un impacto superior que tiene que ver cuando el deterioro del sonido supera el umbral de sensibilidad auditiva. Y los efectos pueden ir de un cambio temporal irreversible en la capacidad auditiva de un individuo. Reversible en minutos u horas, o permanentes y no recuperables. Generan un daño específico en los órganos de la audición. Esto implica un efecto permanente en su calidad de vida y en su rol ecológico en el ambiente marino. Y los efectos más graves son daños físicos o fisiológicos. Daños en los tejidos que ejercen los sonidos por la presión en el cuerpo del animal. Y en algunos casos los daños son permanentes”, agrega.
“En casos en donde la exposición del individuo fue de gran potencia, puede causar la muerte inmediata o daños graves que generan la muerte posterior. Todas las especies en el mar están expuestas”, dice Falabella.
MA